La sonrisa de Hawking

miércoles, 2 de mayo de 2007


-¿Te has fijado, tinterillo, qué foto tan entrañable trae el periódico que Edu ha dejado sobre la mesa?
-¿Qué foto? -pregunté a Don Quijote, asomando mi cabeza, lisa y brillante como una negra aceituna, por el borde del tintero.
-Ésa, -contestó, señalando con la lanza- la del hombre de aspecto tullido, flotando en el aire, con una sonrisa de beatífica satisfacción que da envidia verlo.
-¡Ah, sí! Es Stephen Hawking, el astrofísico inglés que, a pesar de su invalidez, ha experimentado el efecto de la ingravidez en el centro espacial de La Florida, durante cuatro minutos.
-¡Qué valiente y divertido debe ser ese hombre!
-Ahí donde lo ves -comenté-, con un cuerpo desvencijado como el nuestro y arrumbado en una silla de ruedas desde hace cuarenta y tantos años, ha escudriñado los entresijos del universo y continúa desentrañándolo, con una lucidez y agudeza geniales.
-Es admirable su sonrisa pícara y feliz -observó Don Quijote-. ¿Cuál será su secreto? Me gustaría conocerlo personalmente.
-Si a su merced le parece bien -dije-, esta misma noche podríamos hacerle una visita.
-¿Y cómo podríamos localizarlo?
-Eso es fácil -contesté-. Edu ha ideado un diminuto artilugio como un botón de cristal, que él llama goforyou -eso que está ahí junto al ordenador-. Se pasa el botón sobre los ojos de la foto de Hawking. Le damos la orden de : "queremos que nos lleves a ver a Hawking". Nos metemos el goforyou en el bolsillo y, automáticamente, él nos lleva en un instante hasta el científico.
-¿Así de fácil? ¡Qué inventos hace Edu!
-Si es del agrado de su merced, dormimos hasta las tres de la madrugada y salimos con la fresca en su búsqueda. Ahora son las tres de la tarde.
-¿Y para qué tan larga espera, tinterillo? Vámonos ya, sin más dilación a Gran Bretaña o adondequiera que estuviere el señor Hawking.
-Un momento, que no estoy preparado - le rogué.
Salí fuera del tintero, vestido de astronauta, con escafandra y casco blancos, estilo Una odisea en el espacio, y un largo cordón enrollado en la cintura, cuyo extremo até a la de Don Quijote. Abrimos la ventana y nos colocamos sobre el alféizar. Di la orden de marcha al botón y, de inmediato, fuimos propulsados hacia nuestro objetivo a velocidad refleja. Mientras sobrevolábamos los campos manchegos pregunté a Don Quijote:
-¿Sabe su merced qué es un agujero negro?
-En mis tiempos -respondió- podría serlo la cueva de Montesinos. Hoy día se le aplica a cualquier asunto oscuro...
-Ya, pero los descubiertos por Hawking son estrellas colapsadas, que no dejan escapar la luz, ni los gases, ni nada; por el contrario, todo se lo tragan. Según él, hay muchos en el universo.
-Pues, si el señor Hawking nos da permiso, nos cepillamos a todos esos agujeros hambrones de una pasada y dejamos el espacio limpio como una patena.
-¡Es increíble! -exclamé sorprendido-. Ya se ve, ahí abajo, en ese edificio, la ventana del despacho del señor Hawking. Como hace una tarde soleada de abril, la tiene abierta. Mire cómo disfruta del sol, recostado en su silla de ruedas.
-¡Qué majo! -dijo Don Quijote- Parece que duerme.

Suavemente, como pompas de jabón, nos dejamos caer sobre la escurrida tripilla del doctor Hawking. Lo contemplamos durante breves momentos. Dormía plácidamente, sin abandonar la sonrisa.
-¡Hola, señor Hawking! -le susurré, rascándole bajo la barbilla.
-¿Quiénes son ustedes? -preguntó en inglés, abriendo los ojos, sorprendidos y alegres, como los de un niño ante un juguete inesperado.
-Somos -le dije- dos españolillos: el hidalgo Don Quijote y un servidor, un tintero ejerciendo hoy de astronauta.
-¡Ah, ya! Don Quijote de la Mancha y el intrépido astronauta don Pedro Duque. ¡Bienvenidos, amigos! A los españoles os aprecio mucho por lo sufridos que sois y por la imaginación y el buen humor que tenéis. Vosotros podríais ser estupendos astrofísicos, ya que para ello es muy importante la fantasía.
-¿Sí? -preguntamos a dúo.
-Sí -contestó Hawking-, porque si no hubiera preguntas imaginativas y atrevidas, nunca avanzaría la ciencia. España es estupenda: Mallorca, Granada, la paella, el cocido, la tortilla española, el gazpacho...
-Y el vino manchego... -añadió Don Quijote.
-¡Yes, yes! -dijo Hawking, riendo-. Y bien, ¿qué queréis preguntarme? porque a algo habréis venido. Vamos, digo yo.
-Bueno... -titubeé sin saber cómo empezar- resulta que hemos visto una foto suya, en el periódico, experimentando la ingravidez, y nos ha sorprendido lo feliz que se le ve dando volteretas en el aire.
-Sí, como cuando mantearon a Sancho Panza... -recordó Don Quijote.
-Por eso queríamos preguntarle -añadí- cuál es el maravilloso secreto, el mágico recurso que su merced posee, gracias al cual ha logrado brillar como un sol en el cielo de la ciencia, a pesar de haber sufrido tantas carencias.
-Sencillamente -contestó acentuando la sonrisa- el entusiasmo y la pasión por alcanzar algo que siempre me ha atraído. La firme decisión vence todas las dificultades. En mi caso, las circunstancias adversas de mi enfermedad me dieron una mayor independencia y más capacidad para concentrarme en la búsqueda de mi objetivo.
-¿Y cómo se mostraba tan feliz flotando en el aire? -preguntó Don Quijote con gran curiosidad.
-Usted, mister Don Quijote -contestóle Hawking- cuando volaba con Clavileño o galopaba sobre Rocinante contra los gigantes, ¿no se sentía reventar de gozo y exaltación? ¿Y por qué?
-Sin duda alguna -asintió Don Quijote-, porque estaba ejercitando la misión para la que había nacido, la de defender la justicia y la honestidad.
-¿Y qué sueño le gustaría realizar, señor Hawking? -me atreví a preguntar.
-Me gustaría realizar un viaje por los inmensos espacios, visitar las galaxias, los planetas y tantos astros interesantes que pueblan el universo; y, por supuesto, ver de cerca los agujeros negros.
-Eso es pan comido -dijo Don Quijote-. Aquí mi compañero el tinternauta tiene un aparatejo que, en un tristrás, nos lleva a donde le ordenemos.
-Qué curioso. ¿Puedo verlo?
-Mire, señor Hawking - le dije enseñándole el goforyou-. Es un invento español. Basta con frotarlo sobre la imagen del objetivo hacia el que pretendamos dirigirnos y él nos conduce sin la menor vacilación.
-¡Caramba, qué cosas inventáis los españoles! Vamos a ver... Un momento.
El señor Hawking pulsó el mando manual y, en el acto, apareció en la pantalla de un pequeño ordenador incorporado a su silla, un círculo, parecido al iris de un ojo humano bordeado de diminutas llamas dobladas hacia el gran disco negro que ocupaba la mayor parte de aquel extraño iris.
-Éste es -continuó diciendo- un ejemplar de los muchos agujeros negros que hay en nuestro universo. Está lindando con la región de los pequeños universos, la del tiempo imaginario. ¿Probamos con vuestro invento?
-Creo -dije mientras masajeaba con el goforyou la imagen del negro agujero- que deberíamos viajar en la silla del señor Hawking.
-Es una idea muy acertada -alabó Hawking- De esa forma, aunque el goforyou nos propulse y guíe, yo puedo combinar su programa con los cambios que me parezca introducir en la dirección de la silla.
-¡Adelante pues! -exclamó Don Quijote.

Don Quijote se introdujo hasta la cintura en el bolsillo derecho de la chaqueta de Hawking y yo en el izquierdo, quedando sentados sobre el abdomen del científico, mirándonos de frente y viendo, de lado, la cara de Hawking que reía a más no poder.
Con un estrépito de hierros, chirridos de muelles y gritos astronáuticos, salimos despedidos por la ventana, la silla dando vueltas como loca, con las cuatro ruedas dobladas hacia afuera, girando cual hélices furiosas.
En cuestión de segundos recorrimos el sistema solar, la vía láctea y no sé cuantas galaxias. ¡Qué maravilloso el universo, contemplado desde perspectivas y escalas distintas a las terrestres! ¡Qué variedad de luces, colores, melodías y ritmos procedentes de los innumerables astros que danzan por el espacio. La cara de Hawking irradiaba una felicidad que podría palparse con las manos. Las suyas, inquietas, no dejaban de tocar los botones del mando de la silla que, a su antojo, la lanzaba en picado hacia uno u otro cuerpo celeste, que contemplábamos de cerca, descubriendo fantásticas civilizaciones y seres parecidos a los humanos en alguno de aquellos mundos. Luego alzaba la silla en el espacio y la dirigía hacia un cometa anaranjado o hacia una verde nebulosa. Después entramos en un cielo que iba pasando de un azul intenso a un morado gradualmente más oscuro. Frente a nosotros descubrimos el ojo que Hawking nos había mostrado en el ordenador, pero vivo e inmenso, girando como una rueda de fuego de diversos colores en su borde circular, cuyas llamas se doblaban hacia el interior del negro y amenazador agujero.
-¿A dónde vamos, señor Hawkin? -pregunté con cierto canguelo.
Hawking se limitó a aumentar su pícara sonrisa y acelerar al máximo la velocidad de la silla.
-¡Esto sí es volar y no los trotecillos de Clavileño! ¿Agujeros hambrientos? ¡Marchando un bocata con ruedas! ¡Allá vamos! -gritaba Don Quijote alucinado.

Conforme nos aproximábamos al agujero, sentíamos que una fuerza brutal nos succionaba y nos comprimía como un churro.
-¿Quú us ústu? -pregunté alarmado.
-¿Ústu us lu luchu! -gritó Don Quijote.
-¡Ju, ju, ju! ¡Ju, ju, ju! -reía Hawking sin tomarse un respiro.

En seguida pasamos desde aquel agujero a la región de los pequeños universos que flotaban como verdes islotes en un cielo plateado, envueltos en la bruma del tiempo imaginario. Recuperamos nuestra fisonomía y volumen normal. Hawking dirigió la silla hacia uno de los islotes. Era el universo de los sueños del pasado imposible. Allí visitamos varios mundos, sacando en conclusión que cada uno de ellos se correspondía con mundos de nuestro gran universo del tiempo real. Buscamos el correspondiente a nuestra Tierra, pero alguien nos quitó la intención al sugerirnos que era más interesante el pequeño universo de los sueños futuribles. Con la ayuda del goforyou nos dirigimos al mundo que en este otro islote correspondía a la Tierra y, curiosamnte, nos encontramos con un planeta muy parecido a Mitopía. Al señor Hawking le gustó, aunque noté que su sonrisa se adornaba de escepticismo.
Dejamos la región de los pequeños universos y continuamos nuestro viaje hacia el más allá, vecino de aquéllos. Nos vimos precisados a pasar por otro agujero negro, muy artístico por cierto, algo así como el arco de Trajano, pero circular. Entramos en él y, como en el anterior, nos sentimos estrujados y centrifugados como en una batidora, pasando maltrechos a otro gran universo estructuralmente muy parecido al nuestro, por lo que pudimos apreciar en la rápida incursión que hicimos por él, pero con un no sé qué distinto, como si todo el conjunto estuviera desempeñando una función diferente al nuestro. Esa imperceptible impresión me empujó a preguntar ingenuamente a Hawking.
-¿No podría ser que el espacio ilimitado esté poblado de multitud de universos que sean como órganos de un ser inmenso?
Hawking me miró comprensivo y me contestó:
-Muchas cosas son posibles, pero es la ciencia la que tiene la última palabra. Hasta ahora no es mucho el camino recorrido, pero un futuro apasionante aguarda a la Humanidad.
-Pues tenga por descontado, señor Hawking -declaró solemnemente Don Quijote- que, tanto a mi compañero tinterillo como a un servidor, nos tendrá siempre la ciencia a su disposición para cualquier misión que precisen en beneficio del progreso universal.
Hawking acercó su dedo índice a las manos de Don Quijote con expresión agradecida. Después, acentuando la sonrisa, dijo:
-¡Bueno, chicos! Por hoy ya hemos visto bastante. Ahora volvamos a casa aprovechando las holgadas compuertas de los agujeros blancos.
Y, con una ligera presión del mando manual, giró la silla y la enfiló rumbo a nuestra Tierra, derrengada como él mismo, pero también resuelta y sonriente como él...

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