Un voto, por favor.

viernes, 30 de marzo de 2007


-¡Guau, guau!
-¡Chis! Cállate, Toby, que es la una y media de la madrugada y vas a despertar a toda la familia. ¿De dónde vienes y qué es ese papel que traes prendido en el collar?
-¡Brrr! ¡Brrr! ¡Brrrboriboribrubru! ¡Grrrgrogrogrigrigrugru! ¡Guau, guau!
-¡Tinterillo, despierta! ¿no oyes a Toby?
-No estoy dormido, señor, estoy meditando. Sí, he oído a Toby. ¿Qué le pasa?
-Con eso de que ha aprendido a volar con las orejas, le ha dado por salir por la ventana de la terraza, donde tiene la caseta, a darse un garbeo los fines de semana por esos pueblos. Mira qué papel ha traído enrollado en el collar.
-Baje su merced la voz, que se va a despertar Edu. ¿Qué pone el papel?
-Pone lo siguiente: Elecciones municipales en la ínsula de Patataria. Dado que en la noche del 24 al 25 de marzo va a celebrarse un cara a cara en la plaza de la Constitución de esta Ínsula entre los candidatos representantes del Partido del Sentido Común y el Partido del Sentido Descomunal, para hacerse con el gobierno de la misma, nosotros los marginados, animales y cosas, seguidores del Partido Poco Común, queremos también presentar un candidato. Invitamos a quienes se sientan identificados con nuestra causa a asistir a los mítines a las 2 de la madrugada, durante esa hora que se perderá como consecuencia del cambio horario. ¿Qué hacemos, Tinterillo?
-Pienso, señor Don Quijote, que tanto Toby como nosotros deberíamos asistir para apoyar al Partido del Sentido Poco Común. Hay que ser solidarios con nuestros semejantes.
-Bien, pues date prisa, que sólo falta media hora, y la ínsula Patataria debe estar en el fin del mundo.
-¡Guau, guriguau, quiquiriguau, truculicacaracaguau!
-Dice Toby que Patataria está cerca, en tierras manchegas, y que él nos llevará volando -tradujo Don Quijote de corrido.
-Siendo así, ¡pin, pan, pun! Aquí me tiene su merced con aspecto de secretaria, parecida a Camila Parker.
-Subámonos, sin más, a pelo, sobre el prieto solomillo de Toby. ¡A volar!

Don Quijote se agarró al collar de Toby. Yo me aferré a la cintura de Don Quijote clavándome los herrajes de su armadura. Así salimos disparados por la ventana como un cohete canino. Gracias a la impresionante volocidad que alcanzó Toby batiendo las orejas, conseguimos aterrizar sobre la plaza de toros de Patataria justamente cuando el reloj de la torre, iluminada como una falla, marcaba las dos menos diez de la madrugada. La plaza era una feria de luces, colores, música, risas, voces y aplausos de los seguidores de los tres partidos, sentados en el graderío. Los del Partido del Sentido Descomunal, los menos numerosos, trajeados y encorbatados, ocupaban la derecha de la plaza, envueltos en una humareda de puros habanos y flashes, bajo una gran pancarta indicando: El poder para los poderosos. Los del Partido del Sentido Comun, más numerosos, ocupaban el centro, y entre ellos había de todo: gente comiendo pipas, jugando a las cartas, cantando y bailando; con camisetas variopintas y pancartas en las que se leía: La unión hace la fuerza; Todos a una; Hacienda somos todos; No por mucho madrugar amanece más temprano... y otras de ese talante. Nuestro mayor asombro fue al contemplar a los seguidores del Partido del Sentido Poco Común. Era una muchedumbre de animales, plantas y objetos, ocupando la izquierda de la plaza. Se veía de todo: toritos, gatos, perros, gallinas, monos, ranas, ramas de árboles, frutas y hortalizas, así como utensilios y cacharros de toda clase y épocas: arados romanos, trompetillas, maracas, ojos de cristal, trébedes, narrias, zapatos usados, chupetes, un numerosísimo grupo de bolas multicolores con una pancarta que decía: Somos mónadas ¡Viva la igualdad! Un torito tenía una tela extendida de cuerno a cuerno, indicando: ¡Abajo las corridas! Un grupo de ovejas llevaba otra pancarta que ponía: !Fuera los pinchos morunos! Un gato tuerto alzaba otra en la que se leía: A mí me vaciaron un ojo, y a su lado varios perritos con la leyenda: ¡Queremos volver a casa! Había, incluso, un zapato usado con un reproche desgarrador: Pie amigo, ¿por qué me tiraste a la basura?... Daban ganas de llorar.
En el centro de la plaza, sobre un estrado, cubierto con una alfombra roja, había tres mesas con sus correspondientes sillas. En ellas estaban sentados los candidatos de cada uno de los partidos. El del Partido del Sentido Descomunal, un hombre grueso, muy trajeado y con gafas oscuras, estaba a la derecha. En el centro, el candidato del Partido del Sentido Común: un hombre joven, sin corbata, inquieto, de aspecto simpático, que no paraba de tamborilear sobre la mesa. Y a la izquierda, el candidato del partido del Sentido Poco Común: un loro, algo viejo, pero con un plumaje largo y precioso. Nosotros, como quien no quiere la cosa, nos sentamos debajo de la mesa del loro. Toby estaba mosqueadísimo, mirando a todas partes.
Y empezaron los mítines.

El del Sentido Descomunal prometió transformar la ínsula, rural y atrasada, en zona turística e industrial floreciente, con una ciudad moderna y vanguardista. Los pinos y almendros que pueblan la sierra serían sustituidos por amplias pistas de esquí que estarían constantemente cubiertas de nieve, gracias a una sofisticada fábrica de nieve alimentada del agua del río, la cual sólo se aprovecha para el cultivo de la patata, único y mezquino producto obtenido de los extensos campos de Patataria. En ellos, en el futuro, en lugar de patatas crecerían espléndidos hoteles y chalets, para los turistas que acudirían como enjambres de abejas a las flores. También propuso aprovechar lo que se pudiera de esa población que compone el partido de la izquierda para cubrir algunas necesidades básicas de la ínsula, y el resto inservible destruírlo o expulsarlo fuera de ella. Los del Partido del Sentido Descomunal se levantaron de sus asientos aplaudiendo entusiasmados, mientras que los de los otros partidos, especialmente los de la izquierda, protestaron con ladridos, maullidos, cacareos y golpes de cacharros contra las gradas.

Luego habló el candidato del Partido del Sentido Común. Defendió el mantenimiento de la tradicional industria patatera, los campos feraces, el fecundo y refrescante río, la sierra con sus árboles embellecedores y vivificantes; así como las arraigadas costumbres de cortar ramas de árboles, y sus aficiones al consumo de sabrosas carnes y a las festivas corridas de toros. También prometía la creación de nuevos centros sociales y mejores servicios.
Fue, igualmente, muy aplaudido por sus seguidores, aunque silbado por los de la derecha y caceroleado por los de la izquierda.

Finalmente tomó la palabra el loro del Partido del Sentido Poco Común:
-Nosotros siempre hemos sido los esclavos del hombre... y... y... y...
Un "¡Ohhh!" multitudinario de bochorno y decepción se escapó de las gargantas de los seguidores del loro, que en seguida fue engullido por la brutal carcajada de los otros dos partidos. Pero Don Quijote, sin pensárselo dos veces, dio un brinco y se plantó sobre la mesa del loro, mirando desafiante al graderío. Tras blandir la lanza por encima de su cabeza, arreó tal golpe en la mesa que todos enmudecieron y borraron de sus caras hasta la más leve sonrisa.
-¿Por qué se ríen, caballeros? -preguntó Don Quijote al auditorio, con voz firme y campanuda- ¿Quizás porque el compañero loro les resulte cómico y despreciable, ya que está catalogado dentro de la especie de aves parlantes, y el pobre se ha quedado sin palabras? Ese es un grave defecto del engreído género humano: su maniático y erróneo afán de catalogar, de generalizar, de etiquetar, juzgando a los demás, sean personas, animales o cosas, de acuerdo con los consabidos atributos o sambenitos que leen en su etiqueta. No tenéis en cuenta que cada ser tiene una individualidad, ya sea hombre, animal o lo que sea. Lo importante es el individuo, y en cada individuo su espíritu. Lo que recubre al espíritu es lo que menos vale: puede ser carne rolliza u hojalata. ¿Véis a este perrito? -dijo señalando a Toby que, en ese momento, dando una voltereta en el aire, se subió en la mesa y dio dos ladridos-. Él está catalogado como animal canino, pero tiene mejores sentimientos e inteligencia que muchos hombres. ¿Véis a esta señorita con aspecto de princesa británica? Pues no es más que un tintero. Pero ¡vaya tintero!: se sabe de carrerilla la lista de los reyes godos y los afluentes de Río de Janeiro. Y este loro, cuya candidatura respalda la mayoría de los asistentes, ¿cuál no será su valor, discreción y belleza, cuando la gran Sevilla le dedicó una torre ingente a su nombre?
-¡Cuidado, señor, que me parece que se está acercando mucho a los Cerros de Úbeda! -le susurré, no pudiéndome contener más.
-No importa -contestó, impasible, y continuó con su discurso-. Contemplad, caballeros, ese inmenso colectivo. Leed sus numerosas pancartas acusadoras. El hombre se ha erigido sobre el pináculo del mundo, autoproclamándose rey, emperador, incluso dios... Sin darse cuenta de que la base de su trono - que no es otra que los seres representados por ésos que véis ahí protestando- se tambalea y amenaza con la ruina. Por eso, caballeros, pido para ellos un voto, si no de amor, al menos de respeto.

En ese momento sonaron las tres campanadas en el reloj de la torre, sin que hubieran sonado antes las dos. Sin saber cómo, desapareció de nuestra vista aquel fantástico parlamento, y nosotros nos vimos, repentinamente, en la habitación de Edu que seguía soñando en su cama.

Leer más…

En busca de... ¿La primavera?

sábado, 24 de marzo de 2007


-Por fin te encontré, tinterillo. ¿Qué haces tan temprano en la habitaión de la hermana de Edu, con esa bata amarilla, fisgoneando en los libros de la chica?
-Es que, cuando ella y Edu se han marchado a clase, he sentido frío; por lo que -viendo que su merced dormía a pesar de estar de pie- me he acercado a esta habitación a calentarme con la bata de Xemi y, de paso -lo reconozco- a curiosear un poco...
-¿Y qué has descubierto?
-Ahí, sobre el escritorio, ha dejado la chica un paquetito con un bonito dibujo y la frase "Felicidades papá".
-¿Y eso?
-Es que hoy es el día del padre.
-¡Qué bonito! A la madre la he visto en la cocina preparando comida extra. Y el padre ¿qué estará haciendo ahora?
-Con Toby de paseo.
-Nosotros también podríamos salir.
-Hoy es mejor quedarse en casa porque este invierno holgazán quiere despedirse, a última hora, con nieve y ventisca. Además acabo de encontrarme con Alicia.
-¿Qué Alicia es ésa?
-Una niña que se fue al país de las maravillas. Vive dentro de ese libro naranja, ahí en la estantería. Alicia me ha dicho que nosostros podemos entrar en ese país cuando nos parezca, ya que somos personajes de ficción. También tienen entrada libre los niños, los jubilados y todos los aficionados a fantasear.
-¿Y los políticos?
-No sé. Quizás.
-¿Y por dónde se entra?
-Un momento. Voy a llamarla.

Me encaramé en la estantería y toqué suavemente en la ventana, pintada en el lomo del libro. En seguida apareció Alicia, sonriente, rubia y celeste, como un rayo de sol iluminando la mañana gris. Abrió la ventana. Un remolino de aire nos succionó colocándonos junto a Alicia sobre el paseo de un delicioso parque florido. Luego nos preguntó qué nos gustaría admirar allí. Don Quijote, sin vacilación, dijo que queríamos ver al auténtico Don Quijote, de quien él se consideraba un insignificante eco.
-¡Ah! -exclamó Alicia- siento no poder complaceros. Los personajes literarios españoles no residen en este país, sino en el "Mundillo surreal de las letras hispanas" que está a continuación de éste, al final del paseo.

Nos despedimos de Alicia. Yo le di un beso, Don Quijote su bendición. Recorrimos el largo paseo, llegando hasta un arco de piedra artísticamente labrado, parecido a la Puerta de Alcalá. Un señor trajeado con negra levita, esclavina y birrete con borla, hacía guardia ante ella.
-¡Buenos días tengan ustedes! -nos dijo-. Sean bienvenidos al "Mundillo surreal de las letras hispanas." ¿Quiénes son ustedes?
Don Quijoté no dudó un momento:
-Somos unos parientes del universalmente famoso Don Quijote de la Mancha; deseamos saludarlo y, asimismo, quisiéramos aprovechar la ocasión para admirar las egregias obras y personajes de este glorioso país que tanto ha dado y dará que hablar en el orbe entero.
-Perfecto, caballero. También nosotros, los privilegiados habitantes de este mundillo, nos sentimos muy honrados con vuestra visita. Si les parece, les enseño primero la ingente Factoría de las Palabritas. Es la ciudad que ven abajo, en el valle.

Era fantástico. Bajo un cielo y un sol primaveral, se alzaba una ciudad de música y color.
-Como pueden ustedes observar -añadió el señor del birrete- la ciudad cuenta con veintiseis largas calles, tantas como letras del abecedario. En cada calle se encuentran las casas en donde nacen y residen las palabras cuya letra inicial coincide con el nombre de la calle en cuestión. Como pueden apreciar, son enormes bloques de celdillas, divididos en franjas multicoloreadas. En las celdillas más altas, junto a la techumbre, residen las parejas macho y hembra engendradoras de la prole de palabras de la misma serie, las cuales habitan las celdillas situadas debajo de la celdilla de la pareja generadora.
-Según eso -comentó Don Quijote- las palabras de la calle X y W vivirán muy holgadas. ¡Qué xodías las muy warras!
-No crea -contestó el del birrete-. En las calles menos densas se producen y alojan los signos de puntuación, que también son muy solicitados.
-¿Solicitados? -interrogué.
-Sí. Verán ustedes. Cada vez que en el mundo real precisan utilizar una palabra, llega a nuestro prisma central -el monumental edificio de vidrio que ven en el centro de la ciudad- por vía rayo luminoso instantáneo, la solicitud de dicha palabra. El surreacadémico correspondiente (en el prisma hay veintiseis surreacadémicos, y yo soy el presidente) recibe el pedido y lo transmite, de inmediato, a la correspondiente pareja engendradora. Ella suministra el pedido ipso facto, pues en esta factoría tenemos un stock de seguridad a prueba de diluvio universal de pedidos. Las palabras solicitadas salen hacia su destino en forma de vaho irisado, siguiendo escrupulosamente el procedimiento "calcetín", es decir que tan pronto como el cliente solicita la palabra ya la está recibiendo.
-Habrá parejas engendradoras que no descansen noche y día para atender tantos pedidos.
-Por supuesto.Hay palabras más solicitadas que otras, dependiendo de registros, poblaciones, gremios, nivel cultural, etc. Curiosamente, en la ciudad ya han bautizado a algunas franjas de celdillas con motes significativos, como por ejemplo: casa de cultas, de pitagorinas, de líricas, de beatas, de pijas, de antiguas, de rancias, de gamberras, de perracas, etc.
-Y en sus ratos de ocio ¿cómo matan el tiempo ustedes y las palabras? -pregunté.
-Muchas palabras se reúnen en las plazas y parques, y juegan a juntarse formando crucigramas, canciones, poemas y frases ingeniosas. Hace un rato me he cruzado con un grupo de palabrillas, una llamada Al, otra Corro, otra La, y otra Patata. Pueden suponer a qué jugaban. Y nosotros, los surreacadémicos, cuando el trabajo nos lo permite -especialmente por la noche- solemos dirigir discursos, en el salón del Parnaso, a las palabras que padecen insomnio.
-¡Qué imaginación! Entran ganas de quedarse a vivir en este mundillo -dije.
-Pues quédense, por favor, no se corten ustedes. Aquí tienen vivienda segura.
-Es que a mi compañero le corresponde la Q y a mí la T, y no podemos vivir separados.
-¡Ah, ya! En ese caso... ¿quieren ver más de cerca la ciudad?
-Con lo que hemos divisado desde aquí y sus valiosas explicaciones nos es ya suficiente, ilustre y amable señor -contestó Don Quijote-. Ahora, si nos lo permite, quisiéramos visitar a nuestro pariente. No le molestamos más.
-Como ustedes prefieran. Para llegar a la residencia de Don Quijote deberán seguir la avenida de los Cerezos, que arranca de esta puerta por la que han entrado. A la izquierda se halla el Campo de las Creaciones. Ya verán la hilera de viviendas de los personajes de ficción, con su parcela anexa, en donde tienen instalado el escenario de la obra que a diario representan.
-¡Gracias por su preciosa contribución a la cultura de los pueblos, merecedora del mayor reconocimiento y ponderación! -exclamó don Quijote.

Avanzamos por la avenida, aspirando la fragancia de los cerezos y observando que los nombres de los personajes figuraban en el dintel de la puerta principal de cada casa, las cuales también estaban colocadas en orden alfabético, según el nombre del personaje. Muchos de los nombres nos sonaban, unos más y otros menos. Las casas eran de distintas calidades y tipos, conforme a la categoría del personaje o grupo. A alguno nos pareció verlo tras los visillos, pero en la puerta de casa no vimos a ninguno, hasta que llegamos ante la casa de Augusto -protagonista de Niebla- que se hallaba sentado en el porche de su chalet. Al vernos se levantó del asiento y se acercó a saludarnos.
-¡Vaya, qué curioso! Es usted clavadito a mi amigo Don Quijote de la Mancha -dijo Augusto dirigiéndose a mi compañero.
-No podría ser de otra forma, observador caballero. Yo soy pariente de don Alonso Quijano, y esta señorita es mi sobrina Tinterilla, una joven muy culta que, sin duda, conoce la historia de usted y sus adláteres al dedillo.
-¿Y cómo es eso posisble, si yo soy cerca de tres siglos más joven que ustedes? -preguntó Augusto.
-Misterios de la surreal existencia -dije yo.
-Pues a vuestro pariente me lo he encontrado, hace una hora, cabalgando con Sancho Panza, camino del Más Allá. Me han dicho que iban a felicitar a su padre y entregarle un regalito.
-¿A su padre? -exclamé-. ¡Hay que ver cómo se extienden ciertas modas!
-O séase que hoy va a ser difícil hablar con nuestro pariente -dedujo Don Quijote.
-Efectivamente -contestó Augusto.
-No importa, -añadió Don Quijote- el motivo de su ausencia es con mucho, superior al de nuestra presencia en este lugar. Ellos han ido a felicitar a su padre Cervantes, gesto digno de todo elogio, pues es de bien nacidos el ser agradecidos. Y vos ¿no habéis felicitado a vuestro padre?
-Bueno -contestó Augusto- es que el mío, don Miguel de Unamuno, amenazó con matarme y, de hecho, me mató.
-¿Ah, sí? Eso es grave -dijo Don Quijote.
-Un momento -tercié yo-. A usted lo mató porque así lo exigía el argumento de la obra, pero en realidad don Miguel lo quiso a usted más que a un hijo de carne y hueso. Él le procuró una existencia eterna en el Cielo de las letras. ¿Le parece poco?
-De acuerdo, de acuerdo. Retiro lo dicho y me retracto de ello.
-Mi sobrina Tinterilla ha hablado como un libro abierto. Es la pura verdad: a los verdaderos padres hay que honrarlos y venerarlos. Y hay ciertos padres que realmente son más padres que los simplemente biológicos. Ya vendremos otro día a visitar a nuestro padre el artesano andaluz, a nuestros parientes y a usted también.
-Cuando queráis, amigos, -dijo Augusto emocionado- venid pronto y nos tomaremos unas copas en el mesón del Buscón Don Pablos, que está ahí cerca.

Nos despedimos de Augusto. Pasamos, sin hacer ruido, junto a Alicia que leía un libro. Dejé la bata de Xemi, con olor a primavera, en su habitación. Y nosotros nos fuimos contentos a nuestro rincón.
Leer más…

El miedo

miércoles, 14 de marzo de 2007


-Como la ventolera de los últimos días parece haber amainado, y hoy domingo 11 de marzo luce un sol de precoz primavera que invita a salir del agujero a todo bicho viviente, ¿qué te parece, tinterillo, si nos damos un garbeo por el mundo para estirar las piernas y aprender algo nuevo? ¿Has viajado alguna vez en tren?
-Sí, claro, igual que vuestra merced mi señor Don Quijote, cuando nos trajeron de Andalucía; pero como vinimos metidos en una caja, yo al menos no me enteré de nada.
-Es verdad. Pues oye. Hoy que Edu y familia están fuera, podemos hacer un viajecito en tren.
-El tren ultrarrápido La Mancha-Exprés pasa por la estación del pueblo a las diez. ¿Qué apariencia desea que adoptemos?
-Hoy tengo ganas de marcha, tinterillo, así que elige bien.
-¿Le hace de pareja folklórica?
-No sé qué es eso, pero vale si es de tu gusto. ¡Ajajá! Ya está.

Don Quijote quedó transformado en alguien parecido a un pariente de Chiquito de la Calzada, con camisa floreada, pantalón a cuadritos muy ajustado, sombrero cordobés y flamante guitarra. Yo con bata de cola blanca con lunares rojos, pañuelo y clavel en la cabeza, y unas castañuelas ligeras como ratones con calambre. Menos mal que Toby tampoco estaba en casa. Salimos a la calle. La gente nos miraba con curiosidad. Dos chicas con gafas se acercaron a pedirnos un autógrafo. Llegamos a la estación. Sólo había un hermoso gato blanco, tumbado al sol. Pronto apareció el tren, igual que una enorme pitón hambrienta. Subimos en el vagón de cabecera y ocupamos los dos primeros asientos de la derecha, de espaldas a la cabina del maquinista y de cara al resto de los viajeros. Al otro lado, también mirando a los viajeros, estaba sentado un hombre con aspecto de monje o disciplinante, con hábito negro y capuchón calado hasta las cejas, enfrascado en la lectura de un libro viejo. Los demás pasajeros del vagón, unos cincuenta, hombres, mujeres y algún que otro niño, los veíamos serios y con mirada ensimismada o perdida en el paisaje. El tren arrancó como un obús. Don Quijote me miró interrogante. Yo pregunté al del capuchón:
-Perdone, ¿este tren va a Barcelona?
-¿A Barcelona? Je, je. -contestó sin levantar los ojos del libro.

El tren alcanzó en seguida una velocidad insospechada. Apenas podíamos distinguir por la ventanilla lo que parecía adivinarse en la lejanía. Nuestro asombro creció al observar cómo el tren pasaba brincando el Estrecho de Gibraltar, se adentraba por las arenas del desierto, subía y bajaba dunas, atropellando espejismos y cuanto encontraba a su paso.
-Mira, tinterillo, un camello.
-Perdone, pero eso es un dromedario.
Llegamos a las playas atlánticas. El tren surcó el océano en medio de un cañón de espumas.
-¿Ese nadador no es David Meca?
-¿Y quién es ése?
El tren se deslizaba, ahora, limpia y serenamente sobre la superficie marina como una tabla de shurf. Entramos en América del Sur. Gracias a los muchos árboles talados no tuvimos problema para atravesar la amazonía. En seguida nos presentamos en el polo norte. A nuestro paso los icebergs saltaban por los aires, hechos añicos, tampoco sin problema porque estaban blanditos. Cruzamos Siberia, escalamos el Himalaya como una montaña rusa.
-¡Qué poco ha faltado para pillar a esa hermosa cabra con barbas!

Llegamos a Nueva Zelanda hasta el pie de un imponente volcán. El tren no se detuvo, sino que fue subiendo en espiral hasta la cumbre. Allí se abría brutalmente un inmenso cráter de negras fauces. Fue entonces cuando el tren se paró, quedando colgado en la cima como un cangilón en lo alto de una noria fantástica. En ese momento el hombre del capuchón se levantó del asiento, abrió la puerta de la cabina y dijo en alta voz:
-Mirad. Como podéis comprobar, este tren no lleva maquinista. Yo soy quien lo dirige. Todos vosotros sois mis esclavos. Mi trabajo me ha costado. Día a día, minuto a minuto, he logrado meteros el miedo en el alma, de una u otra forma. Sois míos, no tenéis libertad. Por eso ahora os bajaré conmigo hasta mi reino.
Don Quijote que, la verdad sea dicha, llevaba un viaje muy calladito, no pudo contenerse:
-Un momento, caballero de la fúnebre túnica y altaneras ínfulas, ¿a quién dice que le ha metido miedo?
-A todos los que viajáis en este tren. ¿Quieres pruebas? Mira el rostro de pánico de cada viajero. No importa la profesión o actividad que hayáis ejercido. Aquí hay de todo: médico, albañil, actriz, piloto, bombero, modelo, político, cirujano, pintor, cantante, conductor de autobús, de tren, profesores, estudiantes, amas de casa, jubilados, etc., pero todos coincidís en sentiros fracasados, atenazados por el miedo, faltos de fuerzas; notáis que la voz se os apaga en vuestra seca garganta, que os tiemblan y os sudan las manos, que os falta el aire, que la mente se os queda en blanco, y que os domina un sentimiento de incapacidad, de no servir para nada... Sois obra mía y por eso os llevaré conmigo en el tren, recorriendo los nueve círculos dantescos hasta el fondo del averno. ¡Ja, ja, ja!

Tras esta perorata, Don Quijote le replicó.
-¿Ah, sí? Pues debe saber, don malasombra, que sentir miedo es una afección muy humana, y lo que no es humano es provocar la enfermedad del miedo, cosa propia de microbios y bacterias malignas, a los cuales hay que aplastar como a asquerosas chinches. Así que, ahora, mi prima Mariquilla Castañuela, yo y todos estos respetables pasajeros vamos a despedir a vuestra insoportable Pestilencia, dedicándole una canción en cada uno de esos círculos que, por cierto, ya ha tenido tiempo su bajeza para restaurarlos un poco desde que Dante los visitó.

Dicho esto, Don Quijote se volvió hacia los pasajeros, improvisó unos acordes con la guitarra y entonó la canción Clavelitos. Los rostros se transfiguraron con preciosas sonrisas; las voces vibraban entusiasmadas; yo tocaba las castañuelas frenéticamente. El tren se despendoló girando por los apepinados círculos. En el segundo círculo cantamos ¡Ay Macarena!. En el tercero Dónde estará mi carro. En el cuarto, Don Quijote arreó un guitarrazo al tío del capirote, sentándolo de culo. En el quinto, el tío del capirote saltó en marcha desde la cabina al abismo. En el sexto, uno de los pasajeros -que aseguraba ser maquinista recuperado- tomó los mandos del tren y enderezó la ruta antes de llegar al séptimo círculo. Mientras todos cantábamos y bailábamos Suspiros de España -que, por cierto, su autor es paisano mío- el tren emprendió un recorrido subterráneo delicioso, camino de las antípodas. Al cabo de media hora y tres minutos salimos por la Cueva de Montesinos. El experto maquinista, ya libre de sus miedos, colocó el tren en su vía de cada día. A Don Quijote y a mí nos dejaron en la estación del pueblo entre besos, abrazos y alguna lagrimilla, y ellos continuaron felices su viaje.
Leer más…

Metamorfosis

miércoles, 7 de marzo de 2007


"Buenos días, radioyentes. En esta fresca y dominical mañana del cuatro de marzo acaba de llegar a nuestra redacción una noticia heladora. Anoche, en el pueblo de Peñascones del Riorranas, mientras muchos contemplábamos el eclipse de luna, un hombre de cincuenta años arrojó una cazuela de agua hirviendo al rostro de su mujer, en presencia del hijo y de la hija que nada pudieron hacer por evitarlo."

-¿Has oído, tinterillo?
-Sí, es tremendo, pero... ¿no son ahora las diez de la noche del sábado tres de marzo?
-Pues, es verdad, eso es lo que marca el reloj de la mesa de Edu.
-Entonces, ¿de dónde habrá partido la noticia?
-¿Quién sabe? Ten en cuenta que nuestros oídos son ultrasensibles.
-En ese caso quiere decirse que nos están avisando sobre algo que aún no ha ocurrido para que actuemos con celérrima celeridad.
-¿Eclipse en la luna? ¿Maltratadores en la Tierra? ¡Ay, cómo siento despertarse en mis entrañas la antigua vocación de caballero andante! ¡Sal de ahí rápido, tinterillo, como Dios te dé a entender, y vámonos echando leches a Peñascones de Riorranas a batirnos con ese monstruo de siete cuernos!
-Permítame su merced que piense un segundo... Como se trata de desfacer un entuerto futurible, que pudiera quedar en un pudo haber sido y no fue, creo que lo mejor es que viajemos volando en el caballo Rayodeluna del Caballero de los Espejos. Yo, naturalmente, seré el referido caballero.
-Has elegido muy cuerdamente, pues es gran amigo mío, además de muy esforzado y con recursos para cualquier eventualidad.
-Sí, igual que Mc Giver. Pues, nada, ¡allá voy!
¡Qué maravilla de caballo, plateado y etéreo! Menos mal que Rocinante está de siete sueños, pues ya sabes lo pelusón que es. Y tú, tinterillo, nunca te ví tan elegante y fardón con semejante sombrero a lo Alatriste y esa capa alicatada con espejos a dos bandas.
-Vale ya de lisonjas, don Alonso, monte en las ancas de Rayodeluna y agárrese donde pueda, que Peñascones de Riorranas está a cincuenta leguas de aquí, y me temo que este caballo es tan rápido que puede llegar a morderse la cola dando vueltas al mundo.

Salimos disparados por la ventana y avanzamos sin dejar de mirar a la luna gitana que, por cierto, aún tenía enterito el pandero, de manera que su luz amarilla daba energía al caballo a través de los espejos. A pesar de la increíble velocidad, tuvimos tiempo para parlotear un poco antes de llegar a Peñascones.
-Oye, tinterillo, ¿tú crees que una persona malvada puede ser al mismo tiempo atractiva?
-¡Hombre!, yo he oído decir que hay setas muy hermosas que, no obstante, son venenosas; pero creo que la persona mala, aunque su apariencia sea agradable, su espíritu debe ser espantoso.
-Si pudiera verse el espíritu de cada uno...
-Por supuesto que se puede ver.
-¿Y cómo?
-Precisamente con los espejos de esta capa.
-¡No me digas!

Cuando llegamos a Peñascones de Riorranas, la luna estaba oscurecida casi por completo, por lo que Rayodeluna perdió energía y se dejó caer en el parque municipal como sobre un colchón de plumas. Sin ningún titubeo llegamos al jardín de la casa del maltratador. Nos asomamos por la ventana que da al salón y vimos al hijo y a la hija, con semblante triste y preocupado, dialogando en voz baja:
-Papá -decía la chica- cada día trata peor a mamá. La desprecia, le riñe, todo lo que hace y dice le parece mal... Después de la bronca de esta tarde, aún no ha vuelto, y son ya las once y media. ¿Donde andará? ¿Qué estará haciendo?
-Seguro que tomando copas por esos bares... ¡Qué pena!

Luego nos asomamos desde otra ventana al interior de la cocina. Allí estaba la mujerita, llorando mientras llenaba de agua una cazuela para prepararse una infusión.
Nos retiramos de la casa. Una corona violácea cubría la luna. Llegamos hasta el puente árabe. El agua del río escarpado se estrellaba contra las piedras, produciendo voces y ecos indescifrables. La negra silueta de un hombre, sentado sobre el ancho pretil del puente, se recortaba contra el cielo, mientras reía y canturreaba borracho.
-No sé qué es peorrr... si tirarrrme al río... o volverrrr a la jaula de los loooros...
-¡Deténgase, caballero, que el puente es asaz encumbrado y las rocas del río más duras que su cabeza! -clamó imperativo don Quijote.
El hombre volvió la cabeza y quedó perplejo viendo nuestras fantasmales figuras.
-¿De qué cirrrco os habéis escapaaado, payaaasos?
-¡Ojo con lo que dices, malandrín, -le espetó don Quijote- que nosotros somos defensores de los débiles, látigo de mequetrefes y montaraces, y venimos del rincón de la cordura para encaminarte hacia ella, espabilando el candil de tu mente y alguna posible ascuilla de humanidad que aún quede enterrada entre las cenizas de tu corazón, mostrándote algo que debes conocer.
-¿Y qué es?
-Mira -dijo don Quijote señalando el primer espejo de la banda superior de mi capa.

Yo me había colocado de espaldas a ellos, con los brazos en cruz, sujetando la capa por los bordes. En ese momento, la luna se encendió con luz lechosa, iluminando el rostro del hombre. Él se vio reflejado en el espejo. Era un rostro joven, alegre y amable.
-Ese soy yo, cuando me casé -dijo entusiasmado el malhechor.
-Ciertamente -añadió don Quijote- ¿y qué ves en el espejo de abajo, en la otra banda?
-Un gracioso pajarillo. Un ruiseñor quizás. Es bonito y feliz.
-Esa era la imagen de tu espíritu en aquella época. Mira ahora el segundo espejo de arriba. ¿Qué ves?
-Me veo tal como era, siendo pequeños mis hijos. ¡Qué buenos recuerdos tengo de entonces!
-¿Y en el espejo que está debajo?
-Se ve una paloma azulada. También es bella.
-Ahora pasa a los siguientes espejos...
-En el tercero me veo cabreado. Llegué a insultar a mi mujer: no soportaba que me contradijera; además dejó de agradarme. En el cuarto espejo estoy furioso: durante una discusión le di una bofetada.
-Pues mira qué imágenes de tu espíritu alcanzaste: la de un cuervo siniestro y la de una sucia rata. Contempla, finalmente, el último espejo de arriba.
-¡No puede ser! Me veo enloquecido, arrojando agua hirviendo en la cara a mi mujer. ¡Eso no es verdad, eso no lo he hecho yo!
-Calla y mira en qué se ha transformado tu espíritu.
-Es un monstruo. Tiene cuerpo de asqueroso gusano con pinzas y cola de alacrán.
-Ése vas a ser tú dentro de breves momentos, cuando llegues a tu casa.
-¡No, antes me arrojo al río!
-No lo hagas. Tu mujer y tus hijos te siguen queriendo a pesar de todo. Lo del último espejo aún no ha sucedido. Todavía puedes volver a ser un jilguero amable y feliz. No es imposible ni tan difícil. Arroja al río la intolerancia, el egoísmo y el rencor que llenan tu corazón. Pon en él comprensión, generosidad y amor...

El hombre se inclinó ante don Quijote y le estrechó la mano. Luego marchó camino de casa con rostro arrepentido, iluminado por una radiante luna de plata.
Leer más…