Efectos secundarios

miércoles, 4 de julio de 2007
Mis sospechas se han confirmado. El grito de socorro, escuchado en el chalet de Marcia, era de Tinterico. ¿Cómo lo he descubierto? En la madrugada del sábado 30, una ráfaga de viento con ecos de música, risas y voces de fiesta, me arrebató el sueño en mi caseta de la terraza.Noté una claridad intermitente que se colaba por las juntas de la cortinilla. Saqué la cabeza por debajo de ella y ¡casi me da algo! La luz provenía de un potho copioso -que Clara tiene colgado del techo, frente a mi caseta- del que penden sus hojas como una verde melena. Mi asombro fue tremendo. Sobre las hojas habían aparecido letras encendidas de color rojo, formando palabras y frases alineadas. Tras unos segundos, las letras desaparecían y eran sustituidas por otras frases continuadoras del párrafo anterior. No me cabía duda, era un mensaje suyo.

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Gracias a que -como ya os conté- he aprendido a leer, pude enterarme del texto. Decía así:
"¡Toby, Toby, soy Tinterico! Te estoy mandando este mensaje desde el castillo de las brujidiablas, en el reino de la Mala Uva. Para darte tiempo a pensar cómo lo grabas, esperaré cinco minutos antes de continuar. Don Quijote -que está a mi lado- quiere que lo publiques donde tú sabes."
Aceleré al máximo mis perriles neuronas. Recordé, a velocidad de tornado epiléptico, las variadas técnicas de grabación de mensajes habidas en la historia y prehistoria: las pinturas rupestres, las tablas de Moisés, los papiros egipcios, los códices medievales, la voz de su amo y de todos sus antepasados, el loro de Patataria y... -¡eureka!- la cámara chivata que Edu tiene puesta ahí, en la ventana, observando la calle y conectada al ordenador. Salté sobre el taburete, me puse de pie y, con las patas delanteras, hice girar la cámara enfocándola al potho mensajero.
En seguida se reanudó el mensaje:
"Toby, la noche que las enlutadas mujeres se apoderaron del botín de Caraculiambro y yo grité pidiéndote ayuda, ellas nos llevaron volando dentro del fardel. Don Quijote y yo conseguimos salir del cofre, pero sólo nuestros espíritus. Asomamos la cabeza por un agujero del saco y pudimos ver cómo nos transportaban por tenebrosos pasadizos y pestilentes cloacas hasta el reino de la Mala Uva. Por lo que hemos escuchado a las brujas, son dos hermanas brujidiablas -la mayor se llama Chinda y la más joven Minga-. Trabajan a las órdenes de Asmodeo, el príncipe eternamente cabreado y colérico, cuyo único objetivo es el de hacer infeliz a todo bicho viviente.
Ellas habitan en el torreón de un ruinoso castillo que se alza sobre un monte desde el que se divisan varios pueblos. Sujetando el pesado fardel, las brujidiablas penetraron por una de las ojivales ventanas de la torre y bajaron volando hasta su guarida, una enorme estancia de grandes sillares de piedra que ocupa la mitad del torreón. En uno de los ángulos donde se junta el muro curvo de la torre y el muro plano, que la divide por el centro, se halla el dormitorio de las brujidiablas, con dos camas de negros barrotes y perinolas doradas, cerrado con unas gruesas cortinas rojas. En mitad del muro curvo, junto al suelo, hay un fogón con chimenea, troncos de leña, unas trébedes y una marmita. Al otro lado, en el muro plano, se abre una puerta que sale a la escalera de caracol, que recorre la torre desde las almenas hasta la mazmorra. Además de varias alacenas, se ven arcas, baúles, sillas y mesas, cubiertas de libros viejos y cachivaches. Posados en los huecos de las altas ventanas hay varios pajarracos, atentos a las manipulaciones de las brujas.
Rápidamente abrieron éstas el saco y colocaron los cacharros sobre una de las mesas. Nosotros nos sentamos sobre el cofre, aprovechando que éramos invisibles a las brujas. Desde allí contemplamos algo realmente admirable. En el centro de la estancia se levanta un árbol mágico. Las brujas lo llaman el árbol de los deseos. Sus ramas parten de lo alto del tronco, igual que las palmeras, con la singularidad de que las hojas de cada rama son distintas y caprichosas. Las hojas de la rama que está frente a nosotros son espejos; las de otra rama son manos; las de otra, ojos; otra está cubierta de orejas; y otra de bocas. Junto a la alcoba de las brujas hay un pequeño órgano de pedales, con el que ellas tocan escalofriantes melodías, coreadas por las hojas-boca, que se abren amenazantes cuando cantan. Varios gatos negros corren alocados tras ratones imaginarios.
Lo primero que han hecho las brujidiablas ha sido enviar un mensaje oral a Asmodeo, por medio del árbol de los deseos. Se han acercado a la rama de las orejas y han relatado lo que sigue:
""-¡Poderoso príncipe Asmodeo, azote del estúpido y engreído género humano! -comenzó proclamando la bruja mayor- Yo soy tu sierva Chinda, archibrujidiabla titulada por la universidad lechucense de Alcornocal de la Sierra, cuerno dorado de la cofradía de brujidiablas mutiladas, fundada por Recesvinta la Grande el año 666 de la era terciaria.
-Y yo soy Minga, archidiablesa del condado de los Bacines, que junto con mi hermana Chinda ta vamos a cantar una copla muy divertida. ¡A la una, a las dos y a las tres!
Y, al pie de la rama, cantaron desafinadamente mal, las dos hermanas:
-Don Quijote y Tinterico, presos están en un cofre que tenemos bien guardado, para que nadie lo robe. Se acabaron sus hazañas en defensa de los pobres, de los huérfanos y viudas, de lo recto y de lo noble. Ya puedes dormir tranquilo, gran torturador del orbe, porque nosotras velamos para que el mal siempre ronde.
Luego continuó Chinda diciendo:
-También tenemos otra grata noticia. Y es que la misión que nos encomendaste de jorobar refinadamente al pueblo de Florindogil del Río -al que acaban de concederle la medalla de ciudadanía ejemplar- la estamos bordando con encajes de bolillos. Ya llevamos tres semanas jodiéndolos, pero son como cabestros, ahí nadie protesta. Bueno, hasta ahora.
-Sí -dijo Minga, empalmando el carrete-. Tal como nos ordenaste, hemos conseguido que la gente enferme, y no pararemos hasta que se desencadenen las discordias y queden desprestigiadas las autoridades, empezando por los médicos.
-Nuestro modus operandi -añadió pedante Chinda- ha sido el siguiente. Al amanecer nos acercamos a la rama de las manos, tocamos con la varilla a una de ellas diciendo: "Queremos un ramo de flores caprichosas" y en seguida nos suelta un ramillete. Salimos volando por la ventana norte. Llegamos las primeras al centro médico. Entramos en la consulta cuando la doctora nos llama. Con amplia sonrisa acercamos el ramillete a la doctora y a la enfermera que aspiran el aroma agradecidas. De inmediato quedan privadas de conocimiento, cambiando su apariencia en lila (la doctora) y en jazmín (la enfermera) y quedando incorporadas al ramillete, que colocamos con primor sobre la mesa. Simultáneamente nuestra apariencia se cambia. Yo adopto la de la doctora y Minga la de la enfermera. A continuación iniciamos la consulta. ¡Los vamos a volver locos!
-Lo pasamos en grande -continuó Minga-. ¿Te acuerdas, Chinda, de aquel pobre diablo -con perdón- que muy tembloroso relató que, desde que se le murió el pájaro, sentía pánico a conducir, por temor a atropellar a alguna avecilla?
-¡Ah sí! Le receté unas cápsulas que le tranquilizaron tanto que se durmió conduciendo, atropelló cincuenta y cuatro gallinas y se quedó empotrado contra el pilón de una granja. Ahora está con la cabeza vendada, una pierna rota y un brazo en cabestrillo.
-¿Y la señora de los insomnios?
-También tuvo gracia. Le prescribí unas pastillas que le producen alucinaciones. Cuando anda por la calle cree que es una moneda de un euro, y en cuanto ve a alguien, se esconde por temor a que se la echen al bolsillo.
-Es que eres demoníaca. ¡Qué envidia!
-Bueno, Minga, tú tampoco te quedas atrás, pues con las pastillas contra el colesterol que le endiñaste al jubilado famélico del ojo de cristal, no sé si llegará a fin de mes, porque, aparte de que no se tiene en pie, sus riñones están como dos brevas.
-¿Y qué me dices de la chica acomplejada a la que has recetado unos sobres que le producen tartamudez y la han dejado calva? Qué mala leche, tía. ¡Ja,ja,ja!
-¿Y tú, el brevaje que le has mandado a ese albañil con alergia a los gatos? Ahora cree que es un perro y, en cuanto ve a un gato, salta tras él ladrando por calles y tejados, dejando los ladrillos a medio poner.
-¿Y a esa señora menopáusica y depresiva, que antes se pasaba todo el día durmiendo? Con tus pastillas ahora sale a la calle en minishort y top-les, y se pasa las noches bailando sevillanas.
-Entonces su vida ha mejorado, ¿no?
-Pero no por mucho tiempo, pues su vecino la va a degollar en cualquier momento.
-Drogas cojoneras hemos repartido a porrillo entre la gente joven. A unos les da por una cosa y a otros por otra: maullar, rebuznar, eructar, cazurrear, joder a diestro y siniestro, despellejar con la lengua a todo lo que se mueve, etc.
-Podríamos seguir relatando...
Repentinamente se escuchó una voz, como la de un trueno gordo, procedente de la chimenea:
-¡Chinda y Minga, escuchadme! Soy Asmodeo. Me estáis divirtiendo mucho con vuestras anécdotas. Pero ¿qué pasa con el alcalde? ¿Es que le tenéis miedo?
-¿Miedo? -exclamaron a dúo.
-Como no me contáis ninguna faena que le hayáis hecho...
-Sólo le hemos hecho una pequeñita, ¡ji,ji,ji! -contestó Chinda.
-¿Cuál? -preguntó Asmodeo.
-Como el alcalde está muy ufano de su virilidad y hace mucha propaganda -a través incluso de la radio local y el boletín municipal- de lo bien que se lo pasa con su mujer desde que le hicieron la vasectomía, le hemos jugado una putadilla. El otro día vino su mujer a la consulta y le mandé una píldora que le ha producido un bombo como si estuviera de siete meses. El alcalde ahora anda dándose cornadas contra las paredes.
-Chicas, sois realmente diabólicas. Así, así me gusta.""

Después todo quedó en silencio. Las brujidiablas apagaron el fogón y se retiraron a dormir en su alcoba.
Nosotros aprovechamos la oscuridad para acercarnos al árbol de los deseos. Don Quijote golpeó con la varita en una de las manos de la rama pródiga diciendo:
-Queremos cien folios con el siguiente bando: "Vecinos de Florindogil, ruego a quienes en las últimas semanas hayan experimentado detrimento en su salud o reacciones nocivas, acudan al centro médico para presentar la pertinente reclamación. El alcalde."
La mano obediente, mientras frotaba el índice con el pulgar, fue soltando uno a uno los cien folios con el bando escrito en letras góticas rojas y verdes.
Rápidamente hemos tomado apariencia de golondrinas cabezonas y salimos volando por la ventana norte con los folios a cuestas. Una vez en el pueblo, colocamos los bandos en los puntos más estratégicos, incluida la casa del alcalde.

A otro día, con la fresca, salieron las brujidiablas por la misma ventana, rumbo al centro médico, con un ramillete de amapolas y margaritas. Don Quijote y yo, con cuerpos agolondrinados, volamos tras ellas. Las brujas entraron por la puerta del centro y procedieron como tenían por costumbre. Se presentaron ante la doctora y la enfermera, las adormecieron y transformaron su aspecto en florecillas silvestres. Ellas, a su vez, tomaron el aspecto de aquéllas. Nosotros permanecimos sobre el alféizar de la ventana, a la espera de que llegaran los perjudicados reclamantes. No hubo mucho que esperar. Un rumor como el de un sunami viviente se apoderó de la sala. Llamaron a la puerta. La Chinda dijo "adelante". Eran el alcalde y su "embarazada" señora. Dejaron la puerta abierta de par en par ante el tumulto de la multitud sublevada. El alcalde se encaró con la doctora y la enfermera:
-Yo, mi señora y todos esos pacientes -dijo señalando afuera- hemos venido a que nos restituyan la salud que nos han robado.
-Oiga -contestó Chinda-, su señora no está enferma. Sólo está embarazada.
-¿Ah, sí? Explíqueme cómo.
En aquel momento Don Quijote y un servidor nos lanzamos a arrebatar con el pico el ramillete. Volvimos a la ventana y dejamos caer el ramo a la calle, observando cómo recobraban su auténtica apariencia la doctora y la enfermera, que se quedaron sentadas y aturdidas en el bordillo de la acera. Y vimos, también, recuperar su siniestro aspecto las dos brujidiablas, que fueron arrastradas por el alcalde y su señora a la sala de espera, donde las pisotearon, arrancaron los pelos y les dieron tremendos puntapiés, gracias a los cuales, lograron levantar el vuelo y volver maltrechas al castillo, mucho más tarde que nosotros.

Una vez que las quejumbrosas y derrengadas brujas se acostaron, Don Quijote y yo descendimos hasta el árbol de los deseos. Nos pusimos ante la rama de los espejos, observando que sobre uno de ellos incidía un rayo de luna esplendorosa que, desde la ventana sur de la torre nos miraba curiosa.
Y, con su ayuda, os estamos enviando este mensaje, desde el reino de la Mala Uva, en el que permaneceremos mientras nuestras figurillas tinteriles sigan en poder de las brujidiablas. Tinterico."


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