El Cuervo

martes, 24 de abril de 2007


-¿Qué es este ajetreo, señor Don Quijote? ¿Dónde estamos? -clamé alarmado, mientras asomaba la cabeza por el borde del tintero.
-¿Calla, tinterillo! ¿No ves? Viajamos con Xemi (la hermana de Edu) y sus cinco amigas, en el espacioso coche de Belinda. Como dormías, no te has enterado de nada. Anoche Xemi estuvo hablando por el móvil con sus amigas. Hoy, sábado, es su cumpleaños y ellas le propusieron ir a celebrarlo a la casa de la abuela de un amigo que Andrea ha conocido por internet. Es un viejo caserón situado junto a un pantano extremeño, por lo que he podido escuchar.
-¿Cómo se llaman las amigas?
-La que conduce es Belinda. Es algo despistadilla, pero maja y estupenda. Y conduciendo es segura como Fernando Alonso, pues al ser extravertida tiene la ventaja de que sus ojos miran afuera, que es donde está la carretera, y no dentro de sí misma. De copiloto va Andrea, la amiga de Crepúsculo el dueño del caserón; es muy lista y no para de consultar el plano y de dar instrucciones a Belinda. Tras ellas están sentadas Mirta, menuda y graciosa, y a su lado Siria, simpática y enamoradiza. En la tercera fila, a nuestra izquierda, va Xemi charlando con Marcia, espigada y estudiosa, muy amiga suya.
-La verdad es que todas son unos bellezones y se las ve muy buenas chicas.
-Sin duda. Xemi lleva un libro entre sus manos y me parece que estan hablando de él.
-¿Y cómo se le habrá ocurrido a Xemi llevarnos con ella en este viaje? -pregunté.
-Por lo que le he oído, piensan divertirse en ese caserón jugando y charlando sobre temas diversos y, según ella, nosotros le inspiramos ideas nuevas.
-¡Qué bien!

Así, cotilleando, se nos pasó el viaje sin darnos cuenta. Medio kilómetro antes de llegar a nuestro destino, abandonamos la estrecha carretera que va hacia el embalse, y nos introdujimos por un camino en el terreno, cubierto de encinas y hierba, que rodea al pantano. Luego fuimos ascendiendo por la falda de un montículo hasta la cima en donde se alza el viejo caserón de blancas paredes, que el sol, próximo a su ocaso tras las lejanas montañas, teñía de naranja, reflejándose en las calmosas aguas del pantano. Al pie del caserón, flanqueado por dos palmeras, estaba aparcado un coche negro. Las chicas salieron cotorreando del coche de Belinda, con sus bolsas y mochilas. Xemi nos metió a Don Quijote y a mí, junto con el libro en una bolsa, y nos sacó fuera con todo el equipaje. La gruesa puerta de madera, pintada de negro, se abrió con un quejido lastimero. Crepúsculo, el amigo de Andrea, apareció bajo el dintel. Me impresionó su aspecto sombrío y ajado, embutido en un estrecho traje negro, así como su rostro afilado, parapetado tras unas gafas oscuras y coronado por unos lacios mechones de pelo azabache.
Andrea corrió hacia él con festivas exclamaciones y le besó. Él la besó a su vez y saludó a las chicas con expresión equívoca. Entramos en el zaguán y avanzamos por el pasillo que se abría a la derecha. Dejamos atrás la primera puerta -la de la cocina, según nos explicó Crepúsculo-, más adelante estaba la del salón comedor y al final se hallaba la puerta de salida al huerto. También habló de las dependencias que había en las dos plantas y la buhardilla; en otro momento enseñaría la casa. De momento, nos condujo al salón comedor. En él había una chimenea con fogón, en donde ardían varios troncos que despedían un grato olor a encina. El centro lo ocupaba una mesa alargada, de nogal, toscamente labrada, sobre la que se alzaba un candelabro dorado con siete velas encendidas. De las paredes colgaban varios cuadros con escenas de caza y sobre la puerta había una impresionante cabeza de jabalí disecada. Frente a ella, al otro lado del salón y arrimado a la pared, había un aparador con platos, vasos y mantelería. En torno a la sala, varias sillas, a juego con la mesa.En la pared opuesta al fogón se abría una ventana sobre el huerto, pudiéndose contemplar a través de ella los hermosos manzanos florecidos y el cárdeno cielo de poniente sobre las aguas grises del pantano. Las chicas depositaron sobre la mesa las bolsas de viandas, bebidas etc., y, en el suelo, los sacos de dormir y las mochilas. A Don Quijote y a mí, Xemi nos colocó en el centro del aparador.
Entre bromas y risas, las chicas prepararon la cena en un santiamén. Luego se sentaron. Crepúsculo y Andrea en el lado estrecho de la mesa, de espaldas a la puerta y de cara a nosotros. Xemi, entre Marcia y Siria, de espaldas a la ventana. Y Belinda y Mirta frente a ellas, de espaldas al fogón.

Era delicioso verlas comer y beber. Nosotros, discretamente, las observábamos, nos reíamos de sus ocurrencias y hacíamos comentarios, amparados en nuestra condición surreal. Crepúsculo, aunque también participaba en el jolgorio, dejaba traslucir un no sé qué inquietante. Cantaron a Xemi el cumpleaños feliz y brindaron con ella, las copas en alto. A continuación siguió la sobremesa.
Xemi contó que su profe de literatura les había encomendado un trabajo sobre Edgar Allan Poe y su relato El cuervo. Por ese motivo se había traído el libro, con el fin de que la ayudaran con algunas ideas. Leyó el relato a la oscilante luz de las velas. Don Quijote escuchaba atento, sin dejar de observar a Crepúsculo.
Cuando Xemi terminó la lectura, Crepúsculo propuso apagar las velas y que cada uno hiciera las preguntas y comentarios que se le ocurriera; y, para mayor morbo, se cubrirían la boca e imitarían voces extrañas de otro mundo, procurando no ser identificados. Don Quijote y yo nos congratulamos, pues así podríamos intervenir sin que se notase mucho.

Como nadie iniciaba el debate, me decidí yo a inaugurarlo. Carrespeé y, aunque me propuse sacar una vocecita delicada y femenina, me salió un vozarrón recio y cascado que parecía proceder de la cabeza de jabalí, colgada sobre la puerta, y no de mi esmirriado tintero.
-¡Grrr! -empecé- ¿Qué simbolismo os parece que Poe le da al cuervo y cuál es el sentido de esas palabras ¡Nunca más! que con tanta insistencia repite?
-Juraría -dijo Mirta- que quien ha hablado ha sido el cerdo que hay encima de la puerta.
-Creo -comentó Xemi, sin poder contener la risa- que el cuervo simboliza la terrible sentencia del destino, que niega al personaje del relato la posibilidad de encontrarse algún día con su amada Leonora, que acababa de morir.
Las amigas de Xemi mostraron estar de acuerdo con ella y, por añadidura, soltaron un chaparrón de disparatadas frases y sonidos ultratúmbicos.
Yo -recordando una clase que sobre E.A.Poe escuché al maestro don Serafín- quise emularlo y me lancé como un entendido en el tema:
-Xemi ha contestado muy bien -dije- pero creo que la verdadera intención del autor fue la de plasmar el drama de su propia vida...
Crepúsculo interrumpió mi intervención con una larga carcajada y en un tono amenazador que asustó a las chicas.
-¡Ja,ja,ja! ¿Sabéis lo que es el sino, la fatalidad, la predestinación? La vida de cada ser humano es una película terminada, que cada uno trae bajo el brazo en el momento de nacer. Nadie puede cambiarla en lo más mínimo. Si nace con la fortuna favorable, su vida se deslizará por un camino de rosas; pero si la fortuna le es adversa, nada ni nadie le librará de su inexorable condena. Ese sino, del que Poe no pudo verse libre en su corta y desgraciada vida, es lo que simboliza el cuervo. El mismo que, a lo largo de la historia, ha esclavizado y sigue esclavizando a tantos desgraciados. Sin ir más lejos, hace poco más de una semana, un estudiante ha llenado de sangre y horror la universidad de Virginia, conmoviendo al mundo entero...
Crepúsculo hizo una pausa. En el salón sólo se escuchaba el crepitar de las llamas en el fogón, dibujando diabólicas figuras que escapaban hacia la negra chimenea. El miedo nos obligaba a contener la respiración. Luego continuó:
-Es curioso el paralelismo entre Poe y el infeliz estudiante Cho Seung-Hui. Tanto Poe como el estudiante amaban la literatura. Poe fue expulsado de la universidad de Virginia, y a Cho lo tenían marginado en la misma universidad. A Poe, el destino le arrebató a su amada; a Cho, el mismo destino le prohibió acercarse a su amor. Poe fue incapaz de superar su alcoholismo; Cho tampoco consiguió librarse de su paranoico complejo... No cabe duda que ha sido el mismo cuervo el que anidó en la mente de Poe y en el corazón de Cho Seung-Hui. Y es el mismo cuervo el que revolotea sobre vosotras, cándidas criaturas: ¡Nunca más!. Todas vosotras estáis dominadas por un complejo, un temor, un descontento de vosotras mismas, que mantenéis en lo más recóndito de vuestro ser y que os hará fracasar. ¡Ja, ja, ja!

Don Quijote no aguantó un segundo más la charlatanería de Crepúsculo. Me guiñó un ojo y, acto seguido, nos hicimos visibles en aquel salón. Don Quijote con la apariencia de John Travolta, versión años setenta, y yo con la de un bailarín de hip-hop. Don Quijote arremetió contra Crepúsculo quien, asombrosamente, se empequeñeció transformándose en un cuervo negrísimo y aturdido que se puso a revolotear y graznar, como alma en pena, por encima de nuestras cabezas. Siria corrió y abrió la ventana. Don Quijote travoltado brincó y arreó un castañazo al cuervo que escapó por la ventana y se perdió graznando por encima de los manzanos.

Andrea derramó una lagrimilla viendo desvanecerse su ligue cibernético tras las brumas del pantano, pero en seguida recuperó la alegría al son de la música que Belinda hizo sonar en su coche. Felizmente y a ritmo frenético, las chicas, Don Quijote y yo estuvimos bailando toda la noche hasta que un mágico sol llenó de luz y colores aquel bello lugar.
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Utopía

martes, 17 de abril de 2007


-¡Válgame Dios, tinterillo! ¡Mira quién ha venido a visitarnos!
-Espere, señor, que estoy saliendo ya del tintero. Con las prisas, me he confundido de ropas y, ya ve, con esta chilaba blanca y las babuchas rojas, parezco el moro Muza. Pero, ¿qué veo? ¡Si es nada menos que Sancho Panza, montado sobre Clavileño!
-¡Buenas y santas noches tengan sus mercedes! -saludó Sancho, con sonrisa de oreja a oreja, luciendo camisa blanca remangada hasta los codos, pantalón de pana verde, faja roja y unas alforjas colgadas de las ancas de Clavileño.
-¿Cómo has llegado hasta aquí, amigo Sancho? -preguntó Don Quijote- ¿Por qué vienes solo sobre ese mágico caballo de madera, sin la protectora compañía de mi pariente don Alonso Quijano?
-Os lo voy a contar con la mayor brevedad, -dijo Sancho- ya que tengo fama de largar demasiado y le he jurado a mi señor Don Quijote mantenerme dentro de los límites de la discreción, abreviando al máximo, pues en la tardanza está el peligro, y lo bueno, si breve, dos veces bueno y quien mucho abarca poco aprieta. Bien, pues resulta que Don Quijote se enteró, por Augusto el de Niebla, que habíais ido a vernos hace cosa de un mes. Y, como mi señor es extremadamente caballeroso, ha querido devolveros la visita, pero ha surgido un problema, y es que le dio por estudiar inglés, se enganchó al internet y se pasa las horas chateando con un mister inglés muy sabio, llamado Tomasius, quien le ha dicho que conoce un planeta -el nombre creo que es Mitopía- igualito, igualito que la Tierra, con la diferencia de que allí todo es perfecto. Como el Tomasius sabe que Don Quijote es muy aventurero y valeroso, le ha animado a que vayamos a ese planeta con este velocísimo caballo. A Don Quijote le ha parecido una idea estupenda, pero dice que con la primavera le han atacado las alergias del cerezo, por lo que me ha encomendado que os pida a vosotros que me acompañéis a Mitopía, para ver si allí atan a los perros con longaniza, y si realmente es como lo pinta Tomasius. Otro día iremos los cuatro a copiar al pie de la letra todo lo que ellos hacen y luego difundirlo en la Tierra, que falta hace. Tomasius ha mandado a Don Alonso este mapa de la vía Láctea con el camino que tenemos que recorrer.
-Ya, ya -dije dándomelas de astrónomo y señalando en el mapa- Mitopía está ahí en la nebulosa de Orión, a 1600 años luz.
-¡Eso está a la vuelta de la esquina! -exclamó Don Quijote- Con este caballo volador estamos allí en un santiamén.
-¿Vamos entonces? -pregunté sin tenerlas todas conmigo.
-¡Vamos allá!

Saltamos sobre Clavileño. Don Quijote se agarró a la faja de Sancho, y yo a las aletas de la armadura del hidalgo, sentándome en las alforjas de Sancho, que por cierto despedían un ligero olor a pies. Sancho leyó unas instrucciones escritas al margen del mapa, dio un cuarto de vuelta a la clavija situada en el cuello del caballo, y salimos zumbando por la ventana, derechitos hacia Mitopía, envueltos en un fragor de relinchos olivareros y gemidos de tablas y hojalatas; yo con la capucha de la chilaba al viento, a las cuatro de la madrugada de aquella noche abrileña. Clavileño esquivaba meteoritos, satélites y demás cuerpos celestes a tal velocidad que las puntas de las babuchas se me enderezaban en ángulo recto, no sé si hacia arriba o hacia abajo. Fue un espectáculo maravilloso cuando, en la mañana radiante de aquel sol orionino, fuimos descendiendo sobre Mitopía. Era una esfera en la que destacaban el blanco de la nieve, el azul de los océanos y el verde de los continentes cubiertos de frondosa vegetación, sin zona desértica alguna. Sancho que, fiel a su promesa, se había mantenido silencioso durante el viaje, rompió el silencio con una exclamación:
-¡La cantidad de hanegas de trigo que deben cosechar estos jodidos mitopinos!
A continuación dio otro cuarto de vuelta a la clavija y Clavileño comenzó a bajar, lentamente, en espiral. Mitopizamos sobre el blando césped del parque central de una fantástica ciudad, rodeado de hermosos árboles cubiertos de flores y adornado con los surtidores de preciosas fuentes. Más allá del parque se alzaban edificios artísticamente construidos con materiales coloreados y relucientes como diamantes. Alrededor del parque había una multitud de individuos de aspectos humano, pero ataviados con variedad de ropas que sorprendían por la fantasía de su diseño. Todos muy sonrientes, aplaudían y nos aclamaban, tocando instrumentos y cantando la canción de Manolo Escobar ¡Y viva España!. A la izquierda, al final del parque, había un grupo de caballos blancos, monos y avestruces jugando, a los que Clavileño no les quitaba ojo. Nos apeamos de Clavileño y observamos que, por el otro extremo del parque avanzaba hacia nosotros, a toda marcha, un carro tirado por dos leones, dirigido por un señor con túnica celeste. Frenó en seco a dos metros de donde estábamos, bajó del carruaje y nos saludó:
-Bienvenidos a Mitopía, señor Don Quijote y señor Don Sancho Panza -habló con ligero acento orionino algo metálico, pero sorprendentemente en correcto castellano-. Usted debe ser Mr. Tomasius -dijo mirándome.
-No, no. Yo soy... Tintoretius.
-Encantado. Mi nombre es Aldous y soy ministro de relaciones interespaciales de Mitopía. Comoquiera que Mr. Tomasius me envió un e-mail galáctico anunciando vuestra visita, creí que él también vendría. Pues nada, ya están ustedes aquí. Subamos al carruaje y acomodémonos en los asientos.
Los leones nos miraron complacientes y nos saludaron a su manera:
-¡¡Berengenuchusss!!
-¿Y Clavileño dónde se queda? -preguntó Sancho, preocupado, cogiendo las alforjas que se las echó a la espalda.
-¡Ah! no se preocupen por él. Ya verán qué bien se lo pasa con esos amigos -dijo dando una palmada en las ancas a Clavileño, que se fue trotando hasta donde jugaban los caballos con los monos y las avestruces.

Una vez sentados en el cómodo sofá acolchado, que corría adosado al cuadrilátero de aquella especie de carroza rociera, el ministro -sentado de espalda a los leones, a los que hizo unas indicaciones sobre el itinerario- inició su charla informativa:
-Así que los terrestres estáis preocupados por los arduos problemas que padece la Tierra y su población, y queréis conocer la fórmula que nos ha permitido alcanzar en Mitopía el alto grado de prosperidad y satisfacción a nivel planetario, social e individual, que gozamos. ¿No es así?
-Así es -contesté por los tres-. ¿Cómo está organizada la vida aquí, señor Aldous?
-Vamos a ver. Mitopía es un planeta de dimensiones y características similares a las de vuestra Tierra, pero con las siguientes diferencias. La población es de dos mil millones de habitantes, una cantidad que se mantiene invariable en el correr de los siglos, debido a lo siguiente: La vida del mitopiense alcanza exactamente los 120 años; cada pareja se casa, para engendrar, a los 40 años; cada pareja sólo tendrá dos hijos, varón y hembra.
-¿Qué pasa? -comentó Sancho- ¿Es que los mitopinos la tienen de madera?
-¡Ja,ja! -rióse Aldous- No, al contrario, somos sexualmente muy activos y enamoradizos, pues gozamos de excelente salud, pero la fertilidad está controlada desde los centros cibernéticos de cada departamento.
-Explíquese, caballero, que me temo que nos estamos quedando en ayunas -le rogó Don Quijote, muy intrigado con tan novedosas noticias.
-Escuchen. En Mitopía, tanto las personas como demás seres de vida animal son vegetarianos.
-¡A ver, a ver, a ver! -intervino Sancho- No mezcle señor Aldoncius las chulas con las meninas. ¿Dice que en este planeta no se come carne?
-Así es, señor Panza: nadie. Los hombres se alimentan de los frutos de los árboles, de cereales, legumbres, hortalizas y de algunos productos elaborados por los animales, como son la leche de las hembras mamíferas, también la miel y los huevos, así como otros alimentos que algunos animales han aprendido a elaborar, tales como albóndigas, purés, etc.
-¡No me diga que los leones comen lechuga y los mosquitos pican a las aceitunas! -añadió Don Quijote.
-Sí, señor, -confirmó Aldous- los animales de Mitopía se han adaptado a esa saludable dieta. Por eso precisamente han abandonado toda ferocidad. Ningún animal persigue a otro, pues dispone de abundante pasto en los ubérrimos campos de todos los continentes.
-¿Y los peces, qué comen? -pregunté.
-Algas y sales minerales -contestó Aldous.
-Pero entonces -insistí- si los animales no se comen unos a otros, la población crecerá monstruosamente.
-En absoluto -dijo-. Pasa como con las personas. Su número se mantiene en la cantidad ideal. Cada animal cumple un ciclo vital determinado, según la especie. Nace, crece, se reproduce de acuerdo con la norma mitopina de sus genes, y muere, igual que ocurre con las plantas.
-Según eso ¿a qué se dedican los animales?
-Prestan un importante servicio a la comunidad mitopiense. Ya veis, por ejemplo, estos leones y esos otros animales que circulan por la pista. Cada animal realiza trabajos de acuerdo con sus aptitudes. Hay aves que hacen transporte aéreo, telecomunicaciones, labores de altura, aves que reparten las nubes según las necesidades de cada zona; elefantes gruístas; serpientes limpiadoras de canalones y tuberías; gallos despertadores; grillos generadores de electricidad; peces dedicados a mantener activas las corrientes marinas, etc. Todos realizan alguna labor útil.
-¡Qué maravilla! -exclamó Don Quijote- ¿Las arañas también trabajan?
-Son muy hacendosas. La tela de esta túnica la han tejido ellas.
-¿Es posible? -exclamamos los tres.

Nuestro asombro crecía conforme escuchábamos a Aldous y contemplábamos la belleza y feracidad de los campos, la coloreada brillantez de las construcciones y magníficas obras de ingeniería y de cuanto surgía a nuestro paso.
-Volviendo a los hombres, -volví a intervenir- dice su señoría que aquí todos están muy sanos. ¿No padecen enfermedades?
-Ninguna. Como nuestra alimentación es de origen vegetal y no empleamos ningún producto tóxico como fertilizante ni utilizamos combustibles peligrosos, nuestros organismos cuentan con defensas sobradas para eliminar cualquier posible infección. Desde los cien a los ciento veinte años el hombre envejece al igual que las plantas y, sin drama alguno, muere su cuerpo. Entonces se le incinera, y sus cenizas se depositan en el valle de la vida: un campo poblado de árboles de flores peremnes. Allí se acercan las parejas a las que corresponde tener un hijo. Se dan un paseo y aspiran el polen de las flores que los hace fértiles.
-¿Y quiénes y en qué trabajan las personas? -pregunté de nuevo.
-Conforme a las aptitudes de cada cual -contestó Aldous- los centros cibernéticos de cada departamento destinan a cada cual al centro formativo más adecuado. Una vez terminados los estudios, alternará el trabajo propio de su profesión con trabajos de servicios comunes. Aquí nadie cobra por trabajar, ni existe la propiedad privada. Todo es de todos y, por eso, todos procuran cuidar los bienes como propios.
-¿Es que aquí no hay follones y malandrines? ¿Todos sois cristianos cumplidores de los santos mandamientos? ¿No hay envidias, odios, engaños, maledicencias, putadas y puestas de largos cuernos? -preguntó, escéptico, Don Quijote.
-No, no hay nada de eso. No puede haberlo. Aquí cada persona posee una serie de valores personales, los cuales suman mil puntos en total. Alguien puede tener diez puntos en una cualidad determinada, pero en otra sólo tres o uno. Otro, en cambio, posee todo lo contrario, pero, siempre, el total de sus cualidades sumarán mil puntos, porque así funciona nuestra naturaleza mitopina. Por eso nos respetamos unos a otros e incluso nos queremos desinteresadamente, porque sabemos que esencialmente todos somos semejantes, aunque cada cual es un individuo irrepetible y es un fin en sí. Es imposible que aquí existan discordias ni maltratos.
-¿Y cómo sabe cada uno qué grado tienen sus aptitudes y las de los demás?
-Muy sencillo. Uno mira a los ojos del otro, o en un espejo a los propios, se toca dos veces la nariz con el índice y verá iluminarse en la frente del otro o en la propia, una pantalla en la que aparece la relación de cualidades con sus puntos correspondientes. Comprobará que siempre suman mil.
-¿Y entre los distintos departamentos de Mitopía existen siempre relaciones amistosas?
-Por supuesto. Las relaciones frías, tensas u hostiles entre departamentos, ciudades o pueblos no se conciben. Y es que la actitud egoísta o de oposición a los demás no tiene sentido, por ser algo repugnante y negativo, carente de atractivo.
-¿Y qué creencias religiosas tienen en Mitopía? -preguntó Don Quijote.
-Creemos que Dios es el autor del universo; que toda persona y animal tiene un espíritu que ocupará distintos cuerpos en sucesivas vidas, hasta que Dios lo lleve a la última esfera, en donde recordará y revivirá todas sus vidas y se reunirá con sus familiares y allegados en una existencia plena.

Nos quedamos en silencio y conmovidos. Sin darnos cuenta, los leones nos habían paseado durante varias horas, recorriendo muchas millas por aquel deleitoso país, y ahora nos habían devuelto al parque de donde habíamos partido. El grupo de animales del extremo del parque se lo estaba pasando en grande con Clavileño que hacía las piruetas más disparatadas.
-Bueno, amigos, si queréis, podemos continuar dialogando en mi casa, mientras tomamos un merecido refrigerio -nos invitó Aldous muy cortésmente.
-No lo toméis como un desprecio, señor Aldoncius -dijo Sancho- pero yo tengo un estómago delicado que no tolera ninguna hierba, ya sea de secano o de regadío, y Don Quijote y Tintericio me temo que prefieren continuar con sus ayunos. No obstante, en agradecimiento de su amorosa acogida y sabrosas pláticas, le he traído estos dos hermosos quesos manchegos -dijo sacándolos de las alforjas.
A continuación dio Sancho un silbido. Clavileño, obediente, se presentó ligero ante nosotros. Abrazamos a Aldous. Subimos en el caballo y nos lanzamos como una centella desde la nebulosa de Orión, rumbo a nuestra amada Tierra herida...
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Resurrección

martes, 10 de abril de 2007


¡Buruburu!¡Buruburubú!... ¡Buruburu! ¡Burubú!...
-¿Qué es eso, tinterillo?
-Es la trompeta de Juanillón o, al menos, el sonido es el mismo.
-¿Y qué trompeta es ésa?
-Como estamos en Semana Santa, existe la costumbre en algunos pueblos de que, precediendo a las procesiones, vaya un penitente tocando una larga trompeta, tan larga que la tienen que sujetar dos mozos por la parte delantera.
-¿Quieres, tinterillo, que nos acerquemos a ver la procesión? ¡Como nos han traído a este pueblo, y esta tarde ha salido toda la familia por ahí, incluído Toby!...
-Me parece bien, aparte de que, desde hace tiempo, deseo charlar un rato con Jesús Nazareno.
-No se hable más, ahora tenemos la oportunidad. ¿Cómo crees que deberíamos presentarnos ante Él?
-Pienso que lo más adecuado es que adoptemos aspecto de periodistas, con grabadora y demás artilugios.
-Pues no perdamos tiempo. A la de... ¡ya!

Y aquí nos encontramos, a las diez de la noche del viernes santo, apoyados en el borde pétreo de la fuente de la Plaza Mayor, que está iluminada con numerosas farolas, y nosotros ataviados con cazadora y bufanda -ya que hace un frío que pela- verde y roja, respectivamente, las de Don Quijote; azul y amarilla, respectivamente, las mías; rodeados de multitud de rostros: curiosos, impacientes, tristes, alegres, preocupados, silenciosos, bulliciosos los más y oteando todos hacia la calle Mayor, por la que ya resuenan los tambores y trompetas del primer grupo de cofrades, revestidos de túnicas naranja, delante del paso de Jesús montado en el jumento.
-Mira, tinterillo, ya se ve a Jesús. ¿Nos acercamos?
-Espere. Detrás de ese paso vienen cofrades de verde, delante de la Oración del Huerto. Es mejor que nos subamos en ese otro.

Don Quijote avanzó entre el gentío. Yo lo seguí y, al llegar junto al paso de la Oración, dimos un salto y nos encaramamos sobre la tarima andante, sin que ni los costaleros ni cristiano alguno rechistara lo más mínimo ante nuestro atrevimiento. Nos aproximamos a Jesús, arrodillado ante una roca, con un cáliz en las manos, a espaldas de unos olivos, bajo los que dormitaban los apóstoles.
-¡Hola, amigo Don Quijote y amigo tinterillo! -nos dijo Jesús- ¿Cómo os habéis vestido de esa manera?
-¡Carammba! -exclamó Don Quijote- creíamos que no nos reconocerías con esta pinta.
-Hombre, -dijo Jesús- yo conozco a todos, sea cual sea su aspecto exterior.¿Y qué queréis preguntarme? ¿No tenéis bastante con lo que escribieron los evangelistas?
-Es que -me atreví a responder- hay muchas cuestiones que no las vemos claras.
-¿Cuáles?
Viendo Jesús nuestro apuro, nos alargó el cáliz.
-Vamos, tomad un trago. No temáis, es vino bueno.
-Gracias, pero yo... -le dije azorado- sólo bebo tinta.
-Toma y bebe. ¡Un día es un día!
-Se lo dí a Don Quijote, luego bebí yo, -¡qué rico estaba!- y, lo mejor, el brío y calor que sentimos. Al punto desapareció nuestro recelo y cortedad.
-A ver, Jesús, -pregunté decidido- ¿a ti qué te parecen estas procesiones tan... pintorescas que se repiten cada año?
-Yo las veo bien -afirmó Jesús-. La gente necesita que alguien como yo les levante la moral.
-¿Y crees que, con este teatro ambulante, mejorará su tedio, su escepticismo y desesperanza? -inquirí.
-Sí, porque con ellas, cada año, recuerdo a mis hermanos los hombres que, aunque sus padecimientos y dificultades sean muchas, mayores fueron las que yo tuve que soportar y, sin embargo, las superé. Y, si yo triunfé sobre la muerte, también ellos triunfarán, así como las demás criaturas, pues yo soy la cabeza y todos los demás formáis el resto de mi cuerpo.
-¿Y cómo se entiende que, después de tantos milagros, curaciones y enseñanzas como dedicaste a tu pueblo, ellos, tras aclamarte como rey cuando entraste en Jerusalén, a otro día gritaban que te crucificaran? -volví a preguntar.
-Porque así de voluble es el corazón humano -contestó Jesús-. En un momento es capaz de realizar las más nobles acciones, pero, en el siguiente, puede dejarse arrastrar por sus pasiones y estropearlo todo.
-¿Y por qué Dios no hizo al hombre necesariamente bueno e inteligente, sin capacidad de obrar de modo incorrecto? De esa forma la vida en la Tierra habría sido maravillosa, ¿no es así? -sugerí.
-Cierto -contestó con santa paciencia-; pero, a pesar de las desastrosas consecuencias que puedan derivarse de su libertad de acción, la posibilidad de que también realice valiosas acciones justifica con creces el haber sido dotado de libre albedrío.
-Yo -intervino Don Quijote- lo que no veo muy claro es lo del bien y la verdad. Yo mantuve muchas discusiones con el cura de mi pueblo sobre estos temas, mas seguí con mis dudas. Por eso precisamente me decidí a abrazar la orden de caballería, para tener una actitud firme y definida en la vida, y así librarme de la inseguridad y vacilación. Pero, lo confieso, siempre estuve sumido en un mar de dudas, porque veo que para unos el bien y la verdad son una cosa, mientras que para otros es algo muy distinto. ¿Cómo se explica que haya tantas religiones en el mundo? ¿Por qué dentro del cristianismo hay tantas diferencias de iglesias, movimientos, sectas, etc.? ¿Por qué la doctrina que tú predicaste era sencilla y, en cambio, la que nos enseñaron después es complicada, llena de preceptos, normas, ritos, cultos, jerarquías y demás? ¿Por qué tú nos aseguraste que habías venido a redimir y salvar al hombre y, por el contrario, la iglesia amenaza constantemente con el infierno? ¿Por qué...?
-Bueno, mi querido Don Quijote, -le atajó sonriente Jesús- no es tan complicado descubrir cuál es la opción correcta: el bien auténtico es bueno para todos; y la verdad auténtica es verdadera para todos. Además, la auténtica verdad se identifica con el bien auténtico. Por eso mi doctrina se resume esencialmente en el Amor, el cual incluye la verdad y el bien auténticos. Todo lo demás es secundario.
-¡Toma nota, tinterillo, -me ordenó Don Quijote- que las palabras de Jesús son oro puro y no hay que confundirlas con las de cualquier metal dorado, por mucho que nos las abrillanten!
-¿Te molestan nuestras preguntas, Jesús? -le dije con cortedad.
-No, al contrario. Dios ha dado al hombre una mente curiosa, llena de preguntas. Esa es la mejor tarea en la vida: preguntar humildemente. Dios dará siempre la respuesta justa, os lo aseguro.
-Desde este huerto -dije señalando a los pasos que venían detrás del nuestro- se ven las escenas más dramáticas de tu pasión: cuando te llevaron ante Pilatos; los azotes y coronación de espinas; las burlas de los soldados; el griterío del pueblo prefiriendo a Barrabás; el doloroso camino hacia el calvario con la cruz a cuestas; la crucifixión y muerte... ¿Qué pensabas cuando sufrías aquellos injustos maltratos? ¿Por qué los aceptaste sin replicar?
-¡Es verdad! -añadió, vehemente, Don Quijote- Si hubieras querido, un leve movimiento de tu dedo o una sola palabra habría bastado para confundir y paralizar a aquellos malhechores. ¡Ay, si llego yo a estar allí!
-Difícilmente lo entenderíais -contestó Jesús, sin abandonar la sonrisa-. En aquellos momentos yo asumía la responsabilidad de todas las malas acciones de la Humanidad y me ofrecía a Dios Padre como reo dispuesto a acatar el castigo que restablecería su amistad con los hombres.
-Y tu madre... ¡cuánto sufriría también!
-Sí, porque ella sufrió por mí y por los hombres.
-Gracias, Jesús, -le dije-. Nos marchamos, pues ya es tarde y la procesión toca a su fin.

Le dimos un abrazo y bajamos del paso, deslizándonos por la túnica de uno de los costaleros, que resoplaba cansado, aunque alegre.
Entramos en la iglesia y esperamos a que colocaran cada paso en su correspondiente capilla. Llegamos hasta el santo sepulcro y nos sentamos a contemplar el cuerpo yacente de Jesús. Su semblante dulce, a pesar de las heridas, nos impresionó. La gente se fue marchando y nos quedamos solos. No sé cuántas horas estaríamos allí, pues, sin darnos cuenta, nos dormimos sentados. Cuando despertamos nos hallábamos en el campo, fuera de las murallas medievales del pueblo. Sentados sobre una piedra cubierta de musgo, sentíamos la tibia caricia del sol, mientras contemplábamos el monte cubierto de hierba mojada por el rocío, que desciende hasta el valle donde se precipita el río que va cantando entre las rocas.
Permanecíamos silenciosos, tratando de digerir nuestra pasada conversación con Jesús. En esto que una voz familiar nos saludó por detrás nuestro.
-¡Hola, amigos! Hermosa mañana ¿verdad?
Nos volvimos y lo reconocimos de inmediato.
-¿Cómo estás aquí, si la otra noche te dejamos tendido, sin vida, en el sepulcro? -se apresuró a preguntar Don Quijote.
-¿Es que -contestó- no habéis notado en el paisaje que hoy es domingo de resurrección y que todo es nuevo?
-Pero eso son bellas metáforas -dije.
-A los hombres -añadió Don Quijote- lo que de verdad les importa es resucitar cada día de sus desgracias, fracasos y problemas, y -por descontado- resucitar realmente a una vida mejor después de muertos.
-Para lo primero explicó Jesús- yo he dado ejemplo de cómo enfrentarse a las adversidades: con una voluntad firme de superarse y de quererse a sí mismo, sin dejar de querer a los demás. De lo segundo me encargo yo. Todos resucitaréis, igual que yo he resucitado. En confianza, amigos -susurró- ¿creéis que yo fui un pobre tonto o un loco alucinado que no sabía lo que hacía o decía, o peor aún, un malvado que quiso embaucar a la Humanidad con vanas esperanzas?
-No. Nadie que te conozca un poco podría pensar eso de tí, si está en su sano juicio -sentenció Don Quijote.
-Hacedme caso, -nos dijo Jesús mientras levantaba las manos despidiéndose- vivid como os he recomendado y con esa certera esperanza. Ya nos veremos.

Luego le vimos caminar y alejarse hasta perderse en el horizonte, rompiendo el puro aire de aquella luminosa mañana.
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