La familia de la Tía Pascuala - (Cap. VI y último)

martes, 19 de febrero de 2008
Por fin, Toby, por fin. ¡Que disparen campanas y echen a vuelo los cohetes! Hay motivos para el optimismo, digan lo que quieran Chinda, Rasputilla y el Zaratustrón. No todo es malo en el mundo, ni hay dolor que mil años dure, ni cristiano que lo aguante. ¿Que por qué te digo esto? Sigue leyendo, que ya te enterarás al final del mensaje. Pero, ahora, un poquito de paciencia y atiende cómo ha terminado el asunto de la Tía Pascuala y su familia.

Una vez que, con los pijamas tiesos como carámbanos, Don Quijote y un servidor acabamos de transmitirte el final del manuscrito de Chinda, a eso de las tres de la madrugada del 31 de enero, ya nos disponíamos a retirarnos a dormir en el cofre, cuando escuchamos una risita nerviosa, recorriendo la bóveda como un remolino.
-¿Has oído, Tinterico? -me susurró Don Quijote, mirando a las alturas.
-Sí -le contesté-. ¿No habrá sido un gato o un cuervo?
-No lo creo. No hace noche para andar por ahí arriba de juerguecita, ya sea gato, cuervo u otra criatura de este mundo o del...
Don Quijote no terminó la frase, porque una voz trompetuda penetró por la ventana de poniente:
-¿Dónde estás, amigo Merlín? Ji, ji, ji. ¿Dónde estás, chiquitín? Vamos, querido, soy Asmodeo tu vecino. Quisiera hablar contigo. Ji, ji, ji.
Las oscilantes llamaradas de los leños, en el fogón, arrojaban un rojizo resplandor sobre las paredes y suelo próximos. En las alturas relucían las estrellas, enmarcadas con los arcos ojivales de las ventanas; el resto era un denso velo de tinieblas.
-¿Tú amigo mío? Taimado bujarrón, ¿qué necesitarás de mí que tan modosito te muestras? -resonó la voz de Merlín desde la ventana de levante.
-¿No sabes que pronto estaremos en febrero?
-Sí ¿y qué mas? Ni me entristece la cuaresma, ni me alegra el carnaval.
-¿Ni tampoco San Valentín?... Déjalo, es broma.
-Suelta de una vez lo que tengas que decirme -le apremió Merlín.
-Verás. A pesar de que, sobre nosotros, se han contado muchas historias, hay una que afecta a nuestra buena reputación de forma muy especial. Ya sabes a lo que me refiero. Esa historia que sostiene que yo soy tu padre, fruto de mis lujuriosas relaciones con una monja.


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-Ya, ya. Esa es la mayor mentira, inventada por mis enemigos -protestó Merlín.
-Pero la cosa se ha complicado -continuó Asmodeo-. Tú bien sabes que mis ahijadas Chinda y Minga, hace ya más de cinco meses que faltan del castillo.
-Afortunadamente -contestó Merlín-, porque ¡vaya par de cacatúas están hechas! Cuando ellas están aquí, no hay bicho viviente que pegue ojo.
-Bueno, lo cierto es que Chinda y Minga, sorprendentemente, están tan asustadas que se han negado a volver al castillo, mientras estén en él las figurillas de Don Quijote y de Tinterico.
-¿Cómo van a volver, con el vapuleo que mis protegidos les propinaron en el centro médico y en las Oropéndolas? -dijo Merlín, explotando de risa- Pues sí que te luciste dotándolas con tus prodigiosos poderes. Seguro que el spray que les diste estaba caducado. ¡Hay que renovarse, viejo tartufo!
-Menos coña. De eso ya hablaremos en otra ocasión. Ahora lo que quiero es negociar contigo.
-¿Qué quieres que negociemos?
-Atiende. Cuando mis ahijadas, Chinda y Minga, ignominiosamente, salieron de Las Oropéndolas, montadas en el triciclo, estaban tan desorientadas y abatidas que, al pasar junto a un convento de monjas de clausura, se les ocurrió tocar la campanilla de la portería. Acudió rauda la hermana portera a abrir la puerta y detrás de ella se presentó sor Celestina, la madre superiora. Chinda y Minga, adoptando una ejemplar mansedumbre, manifestaron que en la pasada madrugada había irrumpido en su habitación una luz cegadora y una voz que les decía: "Ovejitas mías, Chinda y Minga, quiero que entréis a formar parte de mi rebaño en el convento de monjas del Buen Pastor." Sor Celestina las acogió con los brazos abiertos. Les entregó la túnica de postulantas y les asignó una celda, así como tareas en la cocina y en el coro. A estas alturas no sé cuántas trifulcas habrán tenido con la comunidad, pero de lo que sí me he enterado es que la madre maestra, sor Ciriaca -que da clase de ascética y mística a postulantas y novicias, y es una monja culta y latiniparda- se ha propuesto leerles la historia del rey Arturo y los caballeros de la tabla redonda.
-¿Y qué tiene que ver el culo con las témporas?
-Mucho. Sor Ciriaca, por muy monja que sea, está inflada de vanidad. Ella disfruta alardeando, ante sus discípulas, de entendida en historias medievales. Si no lo impedimos, pronto circulará por doquier -de labios de sor Ciriaca- el rollo ese que supone que tú eres hijo mío y de una monja, como en esos mamotretos se cuenta. Aunque falso, ocasionaría un gran perjuicio a nuestra honra.
-Sobre ese particular, viejo galápago, -contestóle Merlín- puedo asegurarte que, tanto mis amigos como yo, sabemos muy bien que tal historia es una patraña, y nos trae al fresco que sor Ciriaca le cuente a tus brujas que tú te entendiste con la madre abadesa o con la hermana tornera. Ahora bien, si lo que pretendes es que las brujas vuelvan al castillo a cambio de que las figurillas de mis amigos sean devueltas a su casa, acepto el trato. Pero, primero, debemos contar con los interesados. ¿Te parece bien?
-Vale, vale. Convócalos.

Nosotros, sentados sobre la mesita, en el hueco entre el cofre y un cajón de higos secos de Almería, con nuestros pijamas invisibles, y amparados en las sombra, no habíamos perdido ni una coma de la cháchara de Asmodeo y Merlín. Así que aprovechamos para ponernos de acuerdo sobre las condiciones que deberíamos pedir a cambio del favor a las brujas.
-¡Hola, amigos! ¿Estáis despiertos? -nos saludó Merlín con voz meliflua, como la de una tierna madre.
-Sí -se apresuró Don Quijote a contestar-. Estamos impacientes por escucharte, gran Merlín.
-Mirad. El vecino de enfrente, Asmodeo, propone restituiros a vuestra casa, a cambio de que las brujas retornen a este castillo, sin que vosotros las molestéis; es decir, desapareciendo vosotros de aquí. ¿Aceptáis la propuesta?
-Por nuestra parte no hay inconveniente -contestó Don Quijote poniéndose de pie y arrebolándose su pijama con el resplandor del fogón-. Pero con dos condiciones.
-¿Qué condiciones?
-Expónlas, Tinterico -me ordenó Don Quijote.
-La primera -dije subiéndome en el cofre- es que se celebrará un debate en esta sala, al que deberán asistir: vos, príncipe de la magia; Asmodeo y sus invitados; y nosotros, con los doctos asesores que precisemos para aclarar y juzgar las actuaciones de los personajes que aparecen en los manuscritos de Cirilo, Zoilo y Chinda. La segunda condición: que nuestros paisanos afectados por el síndrome provocado por el agua de la Tía Pascuala queden, de inmediato, libres
de sus perniciosos efectos.
-Acepto vuestras condiciones, pues me parecen justas y necesarias -dijo Merlin.
-Yo también las respetaré, porque espero divertirme mucho descubriendo vuestra ignorancia -afirmó Asmodeo, carcajeándose-. ¿Cuándo queréis que se celebre el juicio?
-Mañana mismo, a las diez de la mañana, en esta sala -le respondí.
-De acuerdo -dijo Asmodeo-. Mañana nos veremos las caras.
Marchóse Asmodeo. Merlín se quedó un rato con nosotros. Le sugerimos que sería oportuno disponer la sala adecuadamente para tal evento. Sin titubear un segundo, Merlín chasqueó los dedos, quedando la sala surtida de cómodos y vistosos muebles: sofás, sillones, una gigantesca alfombra persa con bordados representando el mercadillo de los sábados y, sobre ella, una mesa redonda, monumental, cubierta de micrófonos, altavoces, grabadoras, cuadernos, bolígrafos y otras zarandajas. También había dos podios, uno a cada lado del fogón, para las intervenciones de los invitados.
Una vez que Merlín se fue, nos encerramos en el cofre, dedicándonos a organizar el desarrollo del debate.
De madrugada, cuando las cobrizas barbas de Apolo aún no habían acariciado las ventanas de las ojivas, Don Quijote y un servidor acudimos al árbol de los deseos a pedir que se nos concediera un atuendo y aspecto en consonancia con el evento. Se produjo un fogonazo y nuestros pijamas quedaron mudados en flamantes trajes de chaqueta negra, pantalón gris oscuro a rayas, camisa blanca, pajarita naranja y sombrero negro de copa. Sólo nos diferenciaba la estatura, más alta y esbelta la de Don Quijote, y más baja y rechoncha la mía; así como el color del pelo y la barba: blancos los suyos, y negros los míos.
A las 9:50 se encendieron los focos, convirtiendo la sala en un ascua tornasolada, al mismo tiempo que la rama de las bocas hacía vibrar el castillo con los sones de la Traviata.
A las diez en punto entró Asmodeo por la ventana de poniente, montado en un buitre negro con collar de nieve. Merlín lo hizo por la de levante, dentro de una pompa de jabón heno de pravia, envuelta en arcoiris.
Asmodeo, calvo y barrigudo, elegantemente ataviado con un traje gris plata, camisa rosa y corbata azul cielo, fumando un rollizo habano, se sentó en el sofá a la izquierda del fogón. Merlín llegó vestido con una roja túnica y verde capuchón, capa azul marino, salpicada de estrellitas de plata, barba y melena blancas, y sosteniendo un largo bastón. Se sentó en el sofá de la derecha. Nosotros ocupamos las sillas centrales, frente al fogón.


Don Quijote, en pie firme y con la afilada barba apuntando a una lechuza cobijada en la oscura hornacina que hay sobre el fogón, inauguró el debate en los siguientes términos:
-Hoy, uno de febrero del año 2008, quedará señalado en los anales de este castillo como una de las efemérides más notables de su historia. ¿Por qué motivo? Porque, reunidos en esta sala: Asmodeo, Merlín, Tinterico, yo (copia modestilla del auténtico Don Quijote), así como cuantos asesores fueren requeridos, se procederá a enjuiciar los comportamientos de Chinda, Minga y otros personajes relacionados con la Tía Pascuala, que aparecen en los manuscritos de Cirilo, Zoilo y Chinda. Manuscritos que, suponemos, han sido leídos y meditados por los señores participantes en el debate. La actuación de dichos personajes han suscitado muchas cuestiones, pero nos ceñiremos a la que consideramos más relevante como tema de nuestro debate, que a continuación resumo:
Cirilo y Pascuala creen que cuanto ocurre en el mundo obedece a leyes inexorables, que encadenan a las personas a circunstancias y condiciones que las obligan a actuar en un sentido determinado, por lo que no son responsables de sus actos.
-¿Has terminado ya, alguacilillo? -preguntó Asmodeo, dando un chupetón al puro y lanzando una bocanada de humo que sumió la sala en la niebla.
-¡Ojo con lo que dices, gordinflón -clamó Don Quijote- que el hábito no hace al monje y, aquí donde me ves con este traje de agente de seguros, puedo hacer que te tragues el puro por arriba o por abajo!
-Tiene toda la razón mi ahijado Don Quijote -dijo Merlín encarándose con Asmodeo-. Y si vuelves a incordiar, la batalla de Lepanto va a ser un juego de muñecas frente a lo que aquí se pueda armar.
-¡Huy, huy, qué miedo me dáis! -masculló Asmodeo, tosiendo y dándose puñetazos en el pecho como otro King Kong- Dejadme que me ría un poco, ja, ja, ja. Los humanos sois patéticos y ridículos. Os creéis señores de vuestros actos y de vosotros mismos, cuando en realidad sólo sois hojas movidas por el viento. Pero de esto prefiero que os hable un amigo mío, captador de los pálpitos y ritmos del ser. ¡Adelante, Rasputilla Remolinos!

En seguida dio una palmada y apareció ante el fogón un joven tirillas, con largas y finas patillas (y piernillas) luciendo cuatro pelos en la barba, camisa lila, pantalón bombacho canario, un lanudo gorro de astracán, y dando saltos como un cosaco.
-Ya vale, Rasputilla, y céntrate en el tema que estamos tratando -le amonestó Asmodeo.

-¡Ah, sí, perdonad! Efectivamente, Cirilo y Pascuala actuaron tal y como el destino lo había decidido. Cuanto Cirilo realizó en su vida lo hizo obfligado por una cadena de circunstancias y causas no elegidas por él, sino que se las impuso el destino. ¿Qué culpa tuvo él de que sus padres lo abandonaran en la inclusa, se criara en el hospicio, se encontrara con Rogelio Candiles, con Pepillo el Rubio, que estallara la guerra civil, etc.? ¿Por qué Cirilo mató a Pepillo el Rubio? -por citar un ejemplo- Decidme.
-Un momento -intervino Don Quijote-. Veamos, hermano Tinterico: de igual manera que Asmodeo se ha permitido la libertad de invitar como abogado de las brujas a don Remolinos ¿a quién te parece que podríamos llamar nosotros, que sea buen conocedor de este tema?
-Pues... -dije, tamborileando en la mesa, mientras repasaba de memoria un largo elenco de expertos entendidos, que yo había conocido en mi dilatada vida tinteril- ¡Ya está! Creo que el Monje Enigmático encaja aquí como anillo al dedo.
-Ea, señor Merlín -le rogó Don Quijote-, tráiganos, por favor, al Monje Enigmático, ya sea a nado o en volandas.
Merlín, muy sonriente, levantó el báculo, agarró el borde de su capa y, dando un fuerte tirón, emprendió un ascenso giratorio, como un tornado. Dio un topetazo en la cúpula y, en seguida, bajó, desplegó la capa y apareció bajo ella el Monje Enigmático, un joven rubio y lampiño, cubierto con un sayal y capuchón blancos.
-¡A ver, a ver! -exclamó Asmodeo, escudriñando al monje- ¿Quién eres? Juraría que te conozco.
-Puede que sí. Todo lo que es, también puede ser conocido -dijo el joven monje, enigmático- Y, bien, contesto a la pregunta de Rasputilla: Cirilo Expósito, aunque poseía unas oscuras y tentadoras razones para matar a Pepillo el Rubio, en definitiva lo mató libremente, porque él quiso. Nadie le obligó a ello.
-¿Ah, no? -respondió Rasputilla- Se supone que todos los que estamos aquí conocemos bien la historia que nos ocupa. Dime, entonces, Monje Enigmático ¿es verdad que Cirilo mató a Pepillo un día de primeros de julio del año 1936?
-Efectivamente -admitió el monje-, es una realidad que siempre será verdad.
-Si tal suceso es verdadero -arguyó Rasputilla- quiere decirse que, un mes antes de que ocurriera, era verdad que Cirilo mataría a Pepillo un día de primeros de julio de 1936. ¿Sí o no?
-Sí, claro, -aceptó el monje- y, mil años antes de que ocurriera, era también verdad.
-Entonces, eso quiere decir que Cirilo, necesariamente, tendría que matar a Pepillo ese día de primeros de julio de 1936, de lo contrario no habría sido verdad, antes de que el suceso ocurriera. Pero, de hecho, era verdad.
-No nos líes, tramposo Rasputilla -protestó Don Quijote-. Si Cirilo hubiera querido, no habría matado a Pepillo y, en tal caso, la verdad habría sido lo contrario a lo que ocurrió.
-Precisamente ahí radica la fuerza del destino -le respondió Rasputilla-: que, aunque Cirilo pudo querer otra cosa, lo que en realidad quiso fue lo que ocurrió, que mató a Pepillo tal día.
-No estoy de acuerdo con lo que dices -replicó el monje-, porque estás dando al destino un sentido que no tiene en absoluto. El destino no es el decreto inicial que predetermina lo que va a suceder necesariamente, sino el acta final de lo que ha sucedido por causas que pueden ser necesarias o libres. El hecho de que alguien conozca el acta final, antes de que se produzcan los hechos, no supone que ese alguien influya en ellos.
-¿No? Emplearé, señor monje, otros argumentos que seguramente serán más de su agrado. Fue el mismo Cristo el que respaldó la teoría determinista.
-No me digas. ¿En qué lugar de la Biblia aparece tal doctrina?
-En varios lugares. Por ejemplo, cuando Jesús ruega por sus discípulos, diciendo: "Y ninguno de ellos pereció, si no es el hijo de la perdición (Judas), para que la Escritura se cumpliese". Lo que quiere decir que, Judas estaba predestinado a traicionar a Jesús, de lo contrario las Escrituras no habrían dicho la verdad.
-Eres muy capcioso, Rasputilla. Pero has de saber que el sentido de las palabras no es siempre el que, a primera vista, parece tener. A menudo se habla de forma inapropiada, porque, como dice el refrán: "A buen entendedor, sobran las palabras." Si yo digo que las estrellas están allá arriba, me entiendes perfectamente ¿verdad? Y, sin embargo, no es verdad que estén arriba ni abajo. El sentido recto de la frase de Jesús es que la acción libre y voluntaria de Judas, al traicionarle, era conocida por Dios, como es lógico, antes de que ocurriera; y por eso pudo revelarla a los profetas bíblicos. Pero es obvio que Judas traicionó a Jesús no porque Dios lo conociera desde siempre; sino que Dios conocía, desde siempre, que un día Judas, voluntaria y libremente, traicionaría a Jesús.
-Ya, ya. A fin de cuentas, las historias que cuentan las religiones son cuentos piadosos para adormecer mentes ignorantes -dijo Rasputilla, tratando de reforzar su postura-. Pero son muchos los pensadores y científicos que han demostrado que cuanto acaece en el mundo viene determinado por las leyes físicas. Todos los seres, incluidos el hombre, consisten en un conjunto de partículas, movidas por dichas leyes. En consecuencia, alguien que, en un momento concreto, conozca la posición de esas partículas, podría conocer todo lo que ha de ocurrir en el futuro, porque, necesariamente, ocurrirá lo que las leyes físicas determinen.
-Sigo sin estar de acuerdo -manifestó el monje-. No todo en el mundo obedece a leyes físicas. Hay otras leyes que no son físicas. ¿Qué ley física determina que 2+2 sean 4? Existen, además, las leyes lógicas, las leyes del corazón, las leyes éticas y estéticas, las leyes de la libre voluntad, etc. ¿Qué serían las leyes físicas sin las lógicas? Un caos. Las leyes físicas podrán oprimirnos hasta dejarnos con un hilo de vida, pero son incapaces de arrancarle al corazón el sentimiento del amor, mientras dispongamos de un hálito. Las leyes físicas podrán ser grilletes que esclavicen nuestras facultades, pero, siempre y a pesar de todo, nuestra voluntad tiene la última palabra.
-Además -intervino Merlín- existen las leyes de la fantasía y la imaginación, señor sabelotodo Rasputilla, y tú, Asmodeo, vil gusano de cloacas. No hay leyes físicas ni de otro tipo que se atrevan a poner cortapisas a la fantasía, porque sus leyes, precisamente, son las de no soportar ley alguna.
-¡Bravo, padrino! -exclamó Don Quijote, aplaudiendo- Ah, si estuvieran aquí el gran Benengeli y el Manco de Lepanto. ¡Qué besos te habrían dado por lo que acabas de decir, sublime Merlín!
-Bueno, bueno, señores de la oposición... No os frotéis las manos.
-Perdone, amo Asmodeo -le susurró por lo bajini Rasputilla-. No estamos en el congreso, sino en el castillo de las brujas.
-Vale, chaval, he tenido un lapsus -dijo, con disimulo, Asmodeo-. Pero tú sí que te has cubierto de gloria con tu retórica de guardería. Con ella no convencerías, ni a los niños con chupete, de que la cigüeña es la más alta en un corral de gallinas. Anda y ponte a bailar junto al árbol de los deseos, que es lo tuyo.
-¿Tenéis algo más que aducir a favor del determinismo? -preguntó Don Quijote a Asmodeo.
-De momento, tengamos un breve descanso -contestó el calvo Asmodeo-. Vamos a caldear el ambiente de esta sala, que se ha quedado chuchurrío y desangelado. ¡Venga, árbol de los deseos, que empiece ya el espectáculo!
Asmodeo emitió un chiflido y, de inmediato, las ramas de las bocas se enderezó, dando comienzo a un repertorio de cante flamenco, siendo acompañadas por la rama de las manos con castañuelas y palmitas sordas. Sobre el tablero de la mesa apareció Farruquito y cinco bailarinas con minifaldas. Durante diez minutos bailaron y taconearon como remolinos vivientes; mientras dos ardillas, con cofia y delantalitos blancos, portando sendas bandejas, se pusieron a repartir bebidas y aperitivos. A Merlín le trajeron una copa de un licor azulado que, al beberlo, se le escapaban mariposas blancas por boca y oídos. A Don Quijote le sirvieron un chupito de fierabrás, a mí una ración de calamares en su tinta, al monje una cazuela de sopas de ajo, a Rasputilla una copa de anís del mono (porque no tenían vodka) y a Asmodeo una queimada de tequila echando llamaradas.
Cesó el tablao y los cantos flamencos, aunque las bocas del árbol continuaron canturreando una sinfonía del más allá.

-Ha sido un detallazo por tu parte, Asmodeo -reconoció Merlín-. Pero ahora, debemos continuar con el debate.
Don Quijote se puso de pie y, con voz fierabrante, anunció:
-Del manuscrito de marras se deduce que Chinda y Minga se oponían a la creencia que Cirilo y Pascuala tenían en el destino, convencidas de que nadie puede mejorarlo, pero sí empeorarlo. Teoría que, al parecer, también la defiende Asmodeo ¿no es así?
-No es teoría -gruñó Asmodeo, soltando un eructo flameado, seguido de otra larga calada al puro-. Se trata de una obviedad. Los seres humanos están hechos de barro y basura. Ellos creen que con ese minúsculo impulso que sienten dentro de sí, al que llaman voluntad, pueden obrar libremente. Son unos ilusos. No digo sois, porque ninguno de los presentes llegáis, ni siquiera, a monigotes humanos.
-¡Cuidado con lo que eructas -le amenazó Don Quijote- que aquí, tal como nos ves, somos lo suficientemente humanos como para darnos cuenta del estiércol con que te alimentas.
-Sí. Mejor será que pongas freno a tu lengua, Asmodeo, porque la tienes muy larga y muy pestosa, y te la podemos pisotear -añadió Merlín.
-Ya veremos quién pisotea a quién. Pero, vale, voy a ceder la palabra a otro portavoz mío, que conoce esta otra cuestión mejor que a su propia madre.

Asmodeo dio tres golpes con los nudillos sobre la mesa y, en seguida, apareció delante del fogón un mocetón de poderosa cabeza rapada, con el musculoso y desnudo torso tatuado con serpientes y águilas, pantalón negro de cuero y una mandolina colgada del hombro.
-A ver, Zaratustrón el Rapsoda -dijo Asmodeo presentándolo- demuestra a estos ignorantes que conoces la verdad del mundo y de la vida, muy distinta y contraria a la idea que siempre les han inculcado.
Zaratustrón rasgueó la mandolina y continuó tocándola durante toda su intervención.
-Escuchad mi voz y mi música -comenzó diciendo Zaratustrón-. Abrid vuestra mente a mis palabras. Si las aceptáis, ellas pueden haceros realmente libres. Atended. Yo salí de Persia trotando sobre cuatro pezuñas, cargado de alfombras enrolladas, pues no era sino un manso camello. Después pasé a África, transformándome en fiero león. A continuación pasé a este país, convirtiéndome en un niño de siete años, muy sonriente, con gafas enormes y vestido de marinerito. Finalmente, al traspasar esa ventana de ahí arriba, ha sido cuando he adoptado la apariencia de este chicarrón que veis aquí. Curioso ¿verdad? Es la historia del ser humano. Esta es la última fase, la más importante, cuando se convierte en "superhombre". Hasta llegar a esa fase, el hombre ha debido padecer y vencer muchas batallas. Primero tuvo que luchar contra la filosofía dogmática, la de Platón, con su teoría del "Bien en sí", "el espíritu puro" y " el mundo de las ideas." Después el cristianismo adoptó esa filosofía que da más realidad al hombre abstracto, congelado en la cámara frigorífica de las ideas puras, que al hombre concreto, vivo y caliente, que suda y lucha bajo el sol. A esa filosofía le colgaron una moral contranatural, que se opone a la vida y a los instintos vitales. Una doctrina que trata de convencer a los niños, que acaban de abrir los ojos a la vida -maravillosa y deslumbradora-, de que ellos y cuanto ven y sienten es pecado. Pecado comer, pecado beber, pecado mirar, pensar, hablar y, sobre todo, gozar. Desde que el niño nace, oye constantemente la voz amenazadora del profeta: "¡No! ¡Eso está prohibido! Esos instintos, ese anhelo de placer, de libertad, de deseos de volar, de rebelarse contra las leyes, son fruto de ese pecado con que has nacido... La vida que tus sentidos y tus instintos quieren vivir es una ilusión diabólica, una trampa que lleva a la destrucción y a la muerte. Debes cercenar los instintos animales, mutilando tu ser hasta quedar convertido en el hombre ideal, puro y abstracto, limpio de todo pecado, peregrino hacia el cielo, en donde te espera "el Bien en sí."
Los que, con tal ahínco defienden esa doctrina, no se dan cuenta de que ella no es sino una más de las perspectivas posibles que el ser humano puede adoptar en la visión de la vida y del mundo. Cada ser humano es libre de adoptar su propia perspectiva, y no tiene por qué aceptar la perspectiva que los dogmáticos quieran imponerle. ¡Ilusos e infelices borregos! ¿Pecado la vida? ¿Pecado los instintos, las pasiones y, en definitiva, el ser humano?¿Por qué? ¿Porque la vida está hecha de bien y de mal, de gozo y dolor? El mal es tan necesario como el bien, y el placer como el daño. Pero el hombre, dotado de la chispa del intelecto y del huracán del libre albedrío, puede y debe situarse más allá del bien y del mal, no soportando leyes ni barreras impuestas por nadie, sino sólo las que él mismo se imponga. Pero ese hombre no será cualquier hombre, ciertamente, sino el "superhombre." Él será el dueño de la vida y del universo, no el camello ni el león, a los que el hombre ha imitado en el pasado y aún sigue imitándolos en la actualidad. Chinda y Minga, a pesar de su modesta condición y carencia de cultura, han demostrado poseer el fuego de la rebeldía, imprescindible para salir del rebaño.
-¡Alto ahí, Zaratustrón, no te embales! -clamó Don Quijote poniéndose de pie y levantando el brazo- que no todo el monte es orégano, por muchas sierpes y buitres te adornen los brazos. Tómate un respiro y deja meter baza a nuestro monje, que suspira por intervenir, pero no hay forma de que sueltes el carrete ni te bajes del camello.
-No faltaría más -dijo el rapsoda con un toque de cuerdas y madera, fin de concierto-. ¡Adelante, adelante! Soy todo oídos.
-Gracias por tu deferencia -comenzó el monje diciendo-. Y, ante todo, debo felicitarte por algunas de tus acertadas afirmaciones, como la que haces sobre el individuo concreto. Realmente no hay más hombre que el individuo concreto, con su grandeza y sus limitaciones. El hombre ideal no existe, afortunadamente. ¡Qué aburrido sería el mundo si todos los hombres y mujeres fueran copia fiel del hombre y la mujer ideales! También estoy de acuerdo contigo en que cada cual tiene su personal perspectiva del mundo y de la vida; y no es justo que alguien pretenda imponer la propia pespectiva a la fuerza. Cada cual tiene su intelecto y libre voluntad, como muy bien has declarado. Y me parece asimismo acertado lo que dices sobre la evolución del conocimiento y libre albedrío de los humanos.
Pero no acepto tus contradicciones. Tú rechazas el hombre ideal y abstracto de los filósofos dogmáticos, como tú los llamas; pero pretendes sustituirlo por otro hombre ideal: "el superhombre", cuya esencia es la misma que la de aquel hombre ideal, sólo que en la del "superhombre" tienen preeminencia los instintos a la razón. Según la idea de superhombre que has expuesto, deduzco que se trata de un hombre que no acepta ley alguna, pero que quiere imponer las suyas.
Se quiera o no, existen leyes inapelables: metafísicas, físicas, lógicas, del corazón y, como muy bien dice Merlín, las de la fantasía. Y, aunque el mal sea un componente inevitable de esta vida, nuestro intelecto, progresivamente evolucionado, nos enseñará cómo detectarlo y esquivarlo al máximo, de igual forma que nos indicará cuál es el bien auténtico y cómo perseguirlo.
El verdadero superhombre no es el que hace siempre su real gana, sino el que, libremente, se somete a las leyes metafísicas, físicas, lógicas y propias de un corazón realmente humano. Por eso, las actuaciones de los personajes de los manuscritos en cuestión, en particular las de Chinda y Minga, son inaceptables. Ese superhombre, que Zaratustrón propone, está condenado al caos y al fracaso más estrepitosos, como a diario lo venimos comprobando; sin necesidad de echar mano a ejemplos tristemente históricos. No es extraño que un ser detestable, como Asmodeo, disfrute viéndose rodeado de fanáticos gusanos, que se regodean en la propia podredumbre y en el daño a los demás.
-Explica, entonces, monje abogado de pleitos pobres -protestó Zaratustrón-, cuál es la razón de que el mal exista en el mundo y si el hombre puede o no desterrarlo.
-Naturalmente debe de evitarlo y tratar de eliminarlo, dentro de sus posibilidades; pero también es cierto que el mal no puede borrarse de este mundo definitivamente, porque es necesario que exista. La razón la conozco muy bien, pero no pienso regalarte los oídos revelándotela.
-¡Tú no la conoces, monje pretencioso! -gritó Asmodeo- Yo sí.
-No te tires pegotes, Asmodeo -le atacó Merlín-. Sobre ese particular sabes tú tanto como yo, es decir, nada.
-Sí que la sabe, pero para su eterna desgracia -sentenció el monje.
-Me parece que el debate ha llegado a su fin -concluyó Don Quijote-, ya que los participantes, o bien no saben qué más decir, o bien no quieren decirlo. De cualquier forma, ha quedado suficientemente aclarado el asunto debatido.
Y que nadie, especialmente Asmodeo, deje en el olvido la segunda condición exigida por nosotros para que Chinda y Minga puedan volver al castillo: los afectados por el agua de la Tía Pascuala deberán recuperar plenamente la salud. De lo contrario, Merlín se las verá con Asmodeo.
-Así es, amigo -confirmó Merlín-. No creo que Asmodeo se desmande. Espero que cumpla su compromiso, si no quiere tener verbena con cohetes y trueno gordo.
-¿Cómo no? -dijo mansamente Asmodeo- Aunque tengo fama de embustero, cumpliré gustoso mi palabra, pues prefiero tener a mis brujas contentas en el castillo y a salvo de esos maniáticos titiriteros amigos tuyos.
-Si es así, yo también me marcharé lejos de tu pestilente proximidad -dijo Merlín-. Y, si mis amigos lo desean, puedo llevarlos a su casa, volando por los aires y recitando líricos poemas.
-Yo, igualmente, me ofrezco a transportarlos -dijo el Monje Enigmático, introduciendo las manos en las mangas.
-¿Tienes coche o caballo? -le preguntó Don Quijote.
-No, no lo tengo -respondió el monje-. Me gusta caminar, porque el caminar me ayuda a pensar. Además, así dispondríamos de tiempo para dialogar y poder informaros sobre cosas que probablemente desconocéis.
-¿Y cómo te las arreglarías para llevarnos? -inquirió Don Quijote.
-Vuestras figurillas las llevaría en esta bolsa -dijo, sacando de la manga una bolsa de tela oscura-. Y vuestros espíritus caminarían junto a mí, con la apariencia que os plazca adoptar.
-Muy agradecidos, amigo monje. Sobre aquella mesita, arrimada a la pared del fondo, está el cofre con nuestras figurillas -señaló Don Quijote.
-Mientras el monje coloca el cofre en la bolsa y se prepara para la caminata -sugerí a Don Quijote- su merced se despide de Merlín, de Asmodeo, del árbol de los deseos y demás asistentes -incluidos los gatos, ratones, cuervos y palomas del castillo- y yo aprovecho para mandar el mensaje a Toby.
-De acuerdo -aprobó Don Quijote- pero de Asmodeo que se despidan el Rasputilla enclenque y el Zaratustrón pelón. A mí que me espere fumando.

Y esto es todo. Con este mensaje concluye la historia de la familia de la Tía Pascuala. Confiemos en que Asmodeo cumpla su palabra y que la gente afectada del extraño síndrome quede curada y sin secuelas. Ya te contaremos, de viva voz, cuanto escuchemos al discreto y enigmático monje, que deberá de ser muy interesante. Hasta pronto. Tinterico.

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