El extraño guardián del faro - Cap. I

sábado, 6 de septiembre de 2014








   -No podéis negarme, amigos -les dice don Carlos Civantos, el alcalde, tras refrescarse la garganta con la rubia y espumosa cerveza de su helada jarrita- que habéis descubierto, en este pueblo y paraje, una insólita y preciosa joya. ¿No es así?
   -Así es, amigo Carlos -reconoce Adrián, el biólogo, acercándose la suya a los labios.
   -Sí, don Carlos -corrobora Bea, mujer de Adrián, con sonrisa que acentúa la armonía de los delicados rasgos de su rostro-. En un principio, la verdad, cuando a Adrián le comunicó su empresa que, desde primeros de enero, había sido trasladado a la sucursal conservera que tienen en este pueblo, nos pareció un gran contratiempo, al tener que dejar nuestra querida Barcelona. Pero, tan pronto como conocimos la belleza de este lugar en la costa cántabra, con sus acantilados, su mar indómito, los verdes prados, sus avezados pescadores y gente curtida que lo habita, nos sentimos subyugados por él. Róber, nuestro hijo, también está muy contento con los profesores y compañeros del colegio que le han correspondido  al trasladarnos aquí.
   -Pues imagínate, Bea -interviene Remedios, la mujer del alcalde, muy expresiva, simpática y con una fluidez verbal arrolladora-, cuando, hace catorce años, tuvimos que dejar nuestra tierra olivarera de Jaén, sus calores, siestas y ronquíos, sus gazpachos y costumbres andaluzas, y nos vinimos para acá, con Paqui y Manuel bastante pequeños... Pero, es cierto, es un lugar precioso y una gente muy noble y sana.
   -¡Mami! -¿Vamos a ir este verano a Andalucía? -pregunta Paqui, que juega con su hermano Manuel y con Róber a averiguar acertijos, en la mesa de al lado.
   -Estás en todo, hija. Ya veremos. Eso depende de cómo os portéis.
  -Pues ya sabéis. A portarse bien, ¡ja, ja! -les dice Adrián- Y, continuando con el tema, es la pura verdad,  fue una gran suerte haber contado con el apoyo de su perspicaz y diligente alcalde. Y no lo digo por peloteo ni falsa lisonja, Carlos. Nos hiciste un gran favor brindándonos la posibilidad de habitar,  por un módico alquiler, una de las viviendas del edificio, próximo al faro de levante, en otros tiempos caserón del farero, y ahora tan moderno y acogedor, como ya nos explicasteis.
   -Nuestros vecinos, Leandro y Celinda -comenta Bea-, según nos contaron, también están muy contentos de haberse venido  a vivir aquí, a una de las viviendas del otro bloque del edificio. Ellos tuvieron que dejar Madrid, al obtener Leandro la plaza de profesor de historia en un instituto de este pueblo.
   -Y, hablando del rey de Roma... ¡Hola, Celinda y Leandro! -exclama Adrián, viéndolos entrar en la terraza del chiringuito.
   -¡Hola, chicos! Tomad asiento -les invita el alcalde-, que acabamos de improvisar, a las seis de la tarde de este fresco viernes de junio, un parlamento que, aunque pequeño, puede dar mucho de sí, ¡Ja, ja!

   Muy diligente, Juanito "El Pisha" se acerca a juntar otra mesa y sillas a las que  ocupan  la familia del alcalde y la de Adrián, mientras dice jocoso:
   -Aunque yo soy gaditano, si tienes prisa,  nadie corre como el Pisha, hermano. ¡A sentarse todos! Vosotros, Alicia y Enrique, sentaos en esa mesa, con vuestros amigos. Y venga, decidme qué os traigo. Os recomiendo, aparte de los refrescos, unas raciones de pescaíto frito a la gaditana, es decir, preparadas por Encarna la Lechu, mi mujer, ¡ahí es na!
   -Marchando, Juanito, unas raciones de pescaíto y que cada uno te diga lo que quiere beber -le dice el alcalde.

   Juanito, la Lechu y Pepi, su hija, se apresuran, como tres ardillas, tocando  todos los palillos  sin perder el compás ni la velocidad.
   -¡Vaya, vaya! -exclama Leandro- Ha sido un acierto el que hayáis abierto este chiringuito en lugar tan pintoresco, sobre un idílico prado y un paisaje de ensueño. ¿Verdad, Celinda?
   -Una idea genial de don Carlos, el alcalde, que Juanito el Pisha, su señora Encarna y Pepi, han sabido aderezar con ese toque andaluz, tan salao,  que es lógico que haya sido tan bien acogido. Se merecen un buen aplauso.

   Un aplauso que Celinda inicia, señalando al chiringuito y que prende, rápido, entre los demás clientes. Juanito y familia lo acogen con simpáticas muestras de agradecimiento, sonrisas y besos al aire. Otro tanto hace el alcalde, puesto de pie, con el brazo extendido y girando sobre sí mismo, con el mismo arte de un torero en el ruedo. Remedios  planta un beso en la boca a su marido, el alcalde, gesto que imita Encarna la Lechu con su Juanito.
   Los cinco vástagos de los tres matrimonios, desde su mesa, rompieron a aplaudir calurosamente y a alborotarse un poco, gritando vivas, bravos y ocurrentes frases de elogio hacia ellos.
  Una vez calmado el personal, los chicos y chicas, charlan entre ellos, se levantan de sus sillas y dicen que se van a dar un paseo por la senda que hay junto al acantilado, para ver unas cuevas con restos del paleolítico. Adrián y Bea miran a su hijo Róber con expresión preocupada. Pero enseguida, cambian de semblante, viéndolo sonreir y bromear con los demás chicos; especialmente con Alicia, la hija de Celinda y Leandro. 

   -¡Venga, démonos prisa, que nos van a cerrar las cuevas! ¡Ja, ja! -bromea Manuel.

   Y, entre risas y alegres gestos, caminan en dirección al pueblo, debiendo cruzar el bosque de hayas y encinas, así como  el sotobosque de acebos, endrinos, madroños y chaparros. A continuación, habrán de seguir la ruta de las cuevas,  tomando la senda que bordea el acantilado y rodea el monte, hasta volver a la zona del faro.
   -¡Manuel, Enrique y tú Róber! -les grita Remedios- Sois los chicos  del grupo. ¡Ojito que ninguno se desmande y que a nadie se le ocurra meterse con vosotros! A portarse bien y mucho cuidado de no acercarse al borde de los acantilados.
   -¡Vale, vale! Conocemos bien la ruta -contesta Manuel, alzando el brazo y moviendo la mano en señal de asentimiento.
   -¡Ea!, así es la gente joven: noble, despreocupada, alegre, feliz... Pero, ¡ay! qué poco dura la juventud! -exclama Remedios.
   -Bueno, mujer, tampoco somos tan mayores los demás, digo yo -puntualiza Celinda.
   -¡Ja, ja! No hagas mucho caso a mi mujer -dice el alcalde-. Los de Despeñaperros para abajo somos bastante exagerados.
   -A propósito, Carlos -le pregunta Leandro, el marido de Celinda-, perdona mi curiosidad, ¿cómo fue el meterte en política? ¿Por vocación o por otra razón? ¿Y por qué te enrolaste, precisamente, en el PP?
   -Bueno, bueno, eso es largo de contar, pero trataré de resumirlo -contesta don Carlos-. Nosotros nos vinimos a vivir aquí en el 2000. Somos de Jaén. Yo trabajaba, allí, en una fábrica de conservas de aceitunas. Sí, Adrián, como tú, aunque con distinto currículum. En el mío consta haber realizado unos cursos de administración de empresas y, también, que,  desde muy joven, he procurado enriquecer mi cultura de forma autodidacta. Me casé con Reme. Tuvimos a Paqui y a Manuel. Empecé a darle vueltas a la idea de mejorar nuestra situación. Indagué y me informé sobre dónde nos interesaría irnos a vivir y trabajar. Descubrí esta bonita ciudad, el encanto de su privilegiada ubicación en la costa cántabra, su industria, su gente y costumbres... Conseguí entrar a trabajar en una empresa relacionada con la que yo había dejado, también conservera, pero de pescado. En ella he permanecido hasta 2011. Pero yo siempre había sentido bullir, dentro de mí, el gusanillo de dedicarme a la política, quizás heredado de la familia de mi madre, muy inclinada a la causa republicana y socialista. Personalmente, cuando yo estudiaba la historia universal y de España, en el colegio y bachillerato, sacaba mis propias conclusiones sobre qué sistemas, tipos de gobierno, partidos políticos, etc., deberían ser adoptados, preferentemente, por los ciudadanos. Pero llegué a la conclusión de que la mayoría de la gente votaba o participaba en la política no por razones realmente lógicas y convincentes, sino movida por posturas  heredadas, ya sean culturales, religiosas, familiares, etcétera; o bien por el interés personal, el medro económico o social; e incluso por motivos tan vanos como el de sentirse importante. En mi caso, aunque os suene a autobombo, el motivo que me empujaba a entrar en ese mundo de la política era el pensar en la gran labor que podrían llevar a cabo los políticos para mejorar la situación de un Estado y sobre todo de sus ciudadanos, actuando guiados por la recta razón, es decir, no por criterios basados en ideologías arbitrarias, por mucho que las respalden las creencias o prácticas multiseculares, sino en criterios que defiendan la justicia, la honestidad, la solidaridad y el bien común...
   -Perdona, Carlos, que insista en la pregunta de Leandro -le dice Adrián-, ¿cómo es que te enrolaste en el partido de los peperos?
   -¡Ja,ja! -rióse el alcalde- Pues, veréis, fue una decisión debida a mi convencimiento de que lo importante es actuar siguiendo los dictados de la recta razón. En eso deben coincidir todas las ideologías, ya sean políticas, religiosas, culturales o lo que se quiera. Con este criterio y el sentido práctico que, para bien o para mal, siempre me ha guiado, observé que en este pueblo la mayoría se inclinaba por el partido popular, el cual se preveía que sería el más votado en las elecciones del 2011; por lo que no dudé en introducirme en sus filas con la debida antelación. Puse en marcha todo mi entusiasmo, imaginación, energías, gracejo andaluz y, por encima de todo, mi limpia y desinteresada entrega para ser útil y eficaz en servicio de la gente y del bien general de este hermoso pueblo. Los compañeros de partido me apoyaron y me colocaron a la cabecera de la lista de candidatos en las elecciones municipales. El partido del PP resultó el más votado en esta localidad, y así entré de alcalde. En mi opinión, las etiquetas es lo de menos ¿Qué os parece?
   -¡Fantástico! -aprobó, Leandro, aplaudiendo- Veni, vidi, vici!, como dijo Julio César. Ésa sí es una carrera política meteórica y apabullante. ¿Y cómo pudiste salvar las lógicas lagunas de inexperiencia en las complejas funciones, gestiones y obligaciones exigidas para el desempeño de la alcaldía de un pueblo grande e importante como éste?
   -Ya lo he dicho. Con desbordante entusiasmo y mucho interés por conocer y dar solución a los problemas y, sobre todo, actuando con honestidad a toda prueba. En este sentido me impuse como norma obrar de forma que nadie pudiera insinuar, en lo más mínimo, que me estaba aprovechando del cargo en mi propio interés. Por el contrario, en varios plenos, debatimos la cuantía justa que debería asignársele, como sueldo, al alcalde y concejales. Una vez aprobado, lo he respetado con todo rigor. Se estudiaron y fijaron las ordenanzas que obligan a una transparencia cristalina en las operaciones administrativas y financieras del ayuntamiento. En consecuencia, desde el primer día, he procurado gestionar los asuntos municipales lo mejor posible y con la máxima austeridad, rechazando ofertas, favores y regalos que me privaran de libertad para decidir sin impedimento alguno. Y evitando, con toda escrupulosidad, caer en injustos tratos de favor, nepotismos, amiguismos, tráfico de influencias y demás raleas contenidas en esa práctica abominable y, no obstante, tan frecuente y actual, llamada corrupción, que no es otra cosa que  invertir la razón de ser  del político: "el Estado al servicio del político" en lugar de "el político al servicio del Estado".
   -Inaudito. La verdad, Carlos, que tenía de ti un concepto muy equivocado. Eres un político realmente digno de serlo -reconoció Adrián-. Una verdadera "rara avis" en el panorama político nacional que, hoy por hoy, deja tanto que desear.
   -Así es -corroboró Leandro-. ¿Y qué medidas concretas, de interés para la ciudadanía, adoptaste?
 -Como primera medida -explicó el alcalde- procuré ajustar el presupuesto destinado a cubrir necesidades,  sin subida de impuestos, ni recortando nada en perjuicio de la calidad o cantidad de servicios sociales, tales como sanidad, educación, vivienda, subsistencia,  y tantos otros  que son derechos humanos incuestionables, reconocidos por la constitución y, ante todo, por la recta razón.
   -Carlos tiene una pinta que engaña -dice Reme, mirando a su marido, mientras le apretaba el brazo-. Sí, él bromea con todo el mundo y hace las cosas sin darse ninguna  importancia, ni esperar reconocimientos, dádivas, ni nada que le suponga una traba en el cumplimiento de sus obligaciones como alcalde.
   -Entonces, Carlos -dice Celinda-,  entendemos que las viviendas que nos alquiló el ayuntamiento, en condiciones tan ventajosas, son resultado también de ese plan social que pusiste en marcha, ¿no es así?
   -Sí, claro -responde Carlos-. Eso y otras iniciativas como la de abrir este chiringuito, la construcción de viviendas sociales, el incentivo y apoyo a la industria y turismo locales, así como otras muchas mejoras en los servicios municipales.
   -También hemos oído muchos y elogiosos comentarios hacia el ayuntamiento y su alcalde -añadió Leandro- con motivo de haber logrado erradicar, prácticamente, de este pueblo la insalubre   y nada pulcra costumbre de ensuciar las calles del pueblo y su bello entorno, especialmente esta zona, próxima al faro, arrojando restos de comida, plásticos, papeles y otras basuras.
   -¡Ah!, sí,sí -reconoció el alcalde-, pero, en justicia, debo declarar que el mérito de ese logro no ha sido mío...
   -¿No? ¿De quién, entonces? -pregunta Adrián, muy intrigado.
   -¿Es posible que no hayáis oído nada sobre ese asunto? -pregunta Reme.
  -Francamente, sí -contesta Celinda-. Algo me han contado sobre nuestro  vecino Celso Ruiz , el guardián del faro. Un hombre muy respetable, cultivado, correcto, que desempeña escrupulosamente su cometido. Aunque, también, tiene fama de persona muy independiente, introvertida y algo huraña. No sé hasta qué punto sea eso cierto, pero que ha contribuido, de manera decisiva,  en acabar con el problema de la limpieza e higiene del pueblo y su entorno.
  -Así es -aseguró el alcalde-. Celso llegó aquí hace justamente dos años, en junio de 2012. El faro había entrado en servicio el año 1869 y estuvo funcionando durante un siglo y pico. Cuando yo entré de alcalde, en el 2011, el faro se hallaba bien conservado, con algún que otro desperfecto de poca importancia, más bien superficial. Por eso se me ocurrió la idea de reformar el viejo caserón del farero, cerca del acantilado, y a unos cien metros del faro. El resultado fueron las ocho viviendas, de las que vosotros tenéis dos alquiladas. Otra idea fue la de restaurar el faro, a fin de realzarlo como monumento emblemático de nuestro pueblo, que sirviera como señuelo para atraer el turismo y, además, dar publicidad a nuestra industria, instalando  en el mismo una oficina informativa. Tanto las obras de reforma del caserón del farero, como del faro, se llevaron a cabo en poco tiempo. Y, tan pronto como se publicó la puesta en venta o alquiler de las viviendas, con precios tan interesantes, enseguida se vendieron o alquilaron. Por lo que se refiere al faro, en mi afán de evitar gastos extras al municipio, recurrí a la siguiente fórmula para conseguirlo. Publiqué un anuncio en los distintos medios, incluido internet, con este texto: "El ayuntamiento de este pueblo ofrece el puesto de guardián del faro, con derecho a vivienda y correspondientes servicios, aunque sin percepción de emolumentos dinerarios, a persona mayor de sesenta y cinco años, que presente el mejor proyecto para convertir el faro en un icono que atraiga a los turistas a visitar esta localidad y a consumir sus productos". Fueron numerosos los candidatos que se presentaron a realizar las pruebas, mas entre todos destacó  un señor, de nombre Celso Ruiz,  quien las superó con creces, ya que obtuvo unas calificaciones muy por encima de los demás aspirantes. Francamente, me impactó su figura desde el primer momento en que le vi. Alto, erguido, bien proporcionado, quizás demasiado delgado en un hombre de sesenta y cinco años. Y, lo más curioso, con un rostro que parecía ser el compendio de todos los rasgos raciales del mundo y una personalidad no menos desconcertante y paradójica. De aspecto muy introvertido, tímido, silencioso, aparentemente poco activo y de reacciones lentas. Impresión que quedaba desmentida, tan pronto como se le trataba un poco. Así que se le asignó el puesto, tras presentar, de forma muy escueta, aunque impecable, la documentación e información requeridas sobre su persona, familia, formación académica y vida laboral, que acreditaban ser licenciado en filosofía pura, investigador y profesor de metafísica. Pero la revelación de su auténtica y sorprendente valía y capacidad, la fue demostrando día a día, conforme iba resolviendo, de forma cuasi mágica, problemas de gran envergadura. Y el primer reto, al que tuvo que hacer frente, fue al de la limpieza urbana, particularmente, en la zona del faro. Don Celso, uniformado con traje azul marino, camisa blanca, corbata asalmonada, y luciendo en la pechera su condición de "Guardián del faro", solía acercarse al pueblo cada mañana, a eso de las nueve, para hacer algo de compra. En varias ocasiones, en que me encontré con él, me comentó que le resultaba deprimente y bochornoso el espectáculo de esa insalubre y nada cívica costumbre de ensuciar las calles arrojando basuras por doquier. Me aseguró que él resolvería el problema, sin ningún gasto extra por parte del ayuntamiento. Y lo logró gracias a la fuerza persuasiva de su respetable figura y la lógica aplastante de sus razonamientos desaprobando la conducta del infractor, cogido in fraganti. Mas para los indómitos y recalcitrantes enemigos de la pulcritud, del orden y de las normas de la convivencia ciudadana, don Celso recurrió a un arma secreta y mágica para disuadirlos de sus insolidarias prácticas, si damos crédito a los testimonios de algunos de los irredentos infractores.  Según contaron varios de ellos, poco después de sus incívicas prácticas, empezaron a padecer crisis de ansiedad, pesadillas, terrores y pánico, claramente relacionadas con aquéllas.
  -Así es -corroboraba Juanito el Pisha, que momentáneamente, se había acercado a la mesa y escuchaba, atento, mientras recogía y limpiaba la mesa vecina-. Yo he escuchado a numerosos de esos infractores que contaban haber estado atormentados con sueños raros y tremendos,  tales como el verse, arrojando basuras en calles  y zonas de las afueras, como la del faro; y, a continuación, descubrir que el agua del mar cambiaba de color,  transformándose, repentinamente, en una inmensa deposición pestilente y repulsiva. Otros soñaban que, a su alrededor, veían crecer árboles y arbustos, cuyas flores y frutos eran desperdicios, mondas de frutas, restos de comida, plásticos y papeles sucios, que se disputaba una multitud de ratas y sabandijas. Pesadillas que les producían un sentimiento de culpabilidad y opresión,  obligándolos a despertarse con síntomas de asfixia.
   -¿Es posible? -exclama, incrédula, Celinda.
   -Yo sí lo creo -afirma Bea- Pues, aunque con don Celso apenas he hablado, de no ser las habituales frases de cortesía, es verdad que siempre me ha parecido una persona bastante rara y misteriosa.
   -¡Bueno, bueno! ¡ja, ja! -apunta Adrián, su marido, riendo- Lo que le faltaba a Bea  por oír,  para que se le despierte su fantasía calenturienta y su afición a los temas de parapsicología, ovnis, alienígenas y demás pompas mágicas.
   -Otra como nuestra hija Alicia -comenta Celinda-, que no se pierde nada que pongan  en la tele sobre ese tipo de historias. ¿Verdad Leandro?
   -Así es -manifiesta Leandro-. En mi opinión, el gusto o afición por esos temas es típico de adolescentes o personas muy imaginativas, dotadas de una sensibilidad especial. Y perdona, Bea, si mi apreciación difiere un poco de la tuya. Yo, sobre esos temas y los que se refieren a las creencias religiosas, soy bastante agnóstico. Ni las creo, ni las dejo de creer, pues carezco de evidencias. Quizás haya influido en mí, el haberme dedicado a la enseñanza e investigación de la historia, es decir, a realidades muy concretas y tangibles.
   -Pues yo, en cambio -replica Adrián-, me mojo más que tú, Leandro. No soy agnóstico, sino que estoy plenamente convencido de que, realmente, sólo existe este mundo que vemos y palpamos. Lo de los dioses, espíritus, paraísos e infiernos, no son más que mitos heredados de nuestros ancestros de las cavernas. Tras la muerte de cada uno y la desaparición del universo, no quedará más que nihilismo absoluto.
   -Bueno, Adrián -le amonesta Bea, su mujer-, no empecemos a dar la nota. Copia de Leandro. Él no se adhiere a teorías o creencias de mundos o seres espirituales,  pero respeta las opiniones de quienes piensan y creen en realidades que trascienden las de este mundo sensible, en que estamos inmersos.
   -Perdona, Adrián, que discrepe de tu postura -dice el alcalde- y me ponga del lado de tu mujer y de Leandro. Prefiero no decantarme ni aseverar nada sobre cosas de las que no tengo certeza, ni elementos de juicio suficientes para afirmarlas o negarlas. Pero no es menos cierto, también, que nuestra mente tiene que enfrentarse a planteamientos a los que se ve precisado e inclinado a responder, aunque sólo sea para justificar su condición de ser racional.  Tampoco veo lógico negar la existencia de posibles realidades que trasciendan las de este mundo sensible, sin contar con razones convincentes para ello. Ahora bien, lo que jamás sostendré ni apoyaré son creencias que quieran imponerme, no por la fuerza de la razón sino por razón de la fuerza, de la ignorancia, mitos o teorías, sin auténtico fundamento racional.
   -Chico, tu discurso parece más bien el de un filósofo que el de un político; y, para nada, el de un conservero de aceitunas o de anchoas. ¡Ja, ja! -le dice Adrián, con sorna- ¿Dónde has aprendido todo eso?
   -Bueno, amigo Adrián, hay un poco de todo. Ya he dicho que desde muy joven he tenido curiosidad y afición a los libros, y sobre todo a leer y reflexionar sobre esos temas y cuestiones. Pero debo confesar que mi  postura sobre los mismos se ha reafirmado desde que he conocido a don Celso, el guardián del faro.
   Él, desde que llegó aquí, no ha dejado de sorprenderme... ¿Cómo se explican los fenómenos paranormales, padecidos por los infractores, tras ser amonestados por Celso, según ellos contaron? Y hay más. Tan pronto como Celso se hizo cargo del faro, se puso manos a la obra para transformarlo en una joya, por fuera y por dentro, que causara verdadera admiración entre los vecinos del pueblo y forasteros. Y lo consiguió con creces. Una maravilla que nadie sabe cómo ni cuándo la realizó. Recubrió el faro, en su exterior, con una sustancia que cambia de color, luz y brillo, de acuerdo con los reflejos y luminosidad recibidas del mar, del cielo y de la actividad de todo el entorno. Y lo realmente extraordinario es el espectáculo que logró plasmar dentro del faro. Es una sensación parecida a cuando se contempla una película en tres dimensiones, para que os hagáis una somera idea de esa fabulosa experiencia. Celso me invitó a visitar el faro, preferentemente de madrugada. Así que una noche me acerqué allí, con el todoterreno, a eso de las cuatro. Llamé a la puerta y oí su voz que me gritaba desde dentro: "-Empuja la puerta. ¡Está abierta!". Entré, con cierto recelo, en la sala inferior, sumida en absoluta oscuridad, cuando, de repente, me sentí aturdido al recibir una cascada de sonidos melodiosos que, enseguida, me entonaron el espíritu, agudizando su sensibilidad y capacidad receptiva. De inmediato, se iluminó el interior del faro con una luz plateada. Mientras que la escalera de caracol, que permite el acceso hasta la plataforma en que se halla la linterna del faro, aparecía envuelta, de abajo a arriba, por un cilindro de dos metros de diámetro de niebla azulada. No distinguía a Celso, pero sí oía su voz,  diciéndome que observara atentamente todo lo que, a continuación, iba a desarrollarse ante mi vista, de forma vertiginosa. Vi, en el zenit de la bóveda del interior del faro, un minúsculo punto rosáceo que, rápidamente, fue agrandándose hasta alcanzar el tamaño de un balón que gira y gira, sobre sí mismo, enrojeciéndose más y más. De improviso, estalla, descomponiéndose en miles de partículas que salen disparadas, rectilíneamente en distintas direcciones a partir del punto central primigenio. Enseguida me doy cuenta de que, cada una de esas partículas, es una esferita que gira y se agita interiormente, movidas por fuerzas que, claramente, persiguen un fin lógico, ya que sus efectos originan nuevos efectos que, a su vez consiguen otros y otros, sucesivamente, con logros cada vez más complejos y perfectos.
   -¿Qué le parece, don Carlos, la forma dialéctica como se despliega la realidad de vuestro universo?-me pregunta Celso.
   -¿Vuestro universo dices? ¿Es que tú no perteneces a éste en que estamos? Pero, antes que nada, dime dónde te escondes, que no te veo, y cómo has montado este teatro?
   -¡Ja,ja! Es mucho lo que tenéis aún que aprender los humanos, aunque creáis que ya lo sabéis casi todo -dijo burlón.
  -Chico, voy a empezar a pensar que eres un extraterrestre. Al menos espero que no seas peligroso...
   -No tema, don Carlos, soy Celso, el modesto guardián del faro. Sólo que cada cual tiene sus convicciones y sus habilidades para defenderlas, ¡ja, ja!.
   -Vale, vale. Reconoco que me estás, por lo pronto, desconcertando. Continúa con tu prodigiosa  y magnífica representación, pero comprenderás que, a estas horas, en un faro solitario, al borde de un acantilado, y viendo y escuchando cosas como las que me has mostrado, no es para menos que me sienta acojonado. Perdona la expresión.
   -Ésta tu reacción recelosa, nacida del miedo ante lo desconocido e ignorado, confirma la validez de la demostración que te estoy ofreciendo -simple símil virtual- sobre el nacimiento, evolución y desarrollo de la realidad de este universo bigbanguino. Empezaste descubriendo un puntito rosáceo allá arriba, en la bóveda plateada. Si ese puntito se  hubiera tratado de un trocito de esa materia inerte, amorfa, sin sentido lógico ninguno, jamás habría salido de su absurda y nula existencia. Pero, afortunadamente, ya has visto cuánto ha dado de sí. ¿Por qué? Porque no se trataba de un trozo insignificante de burda materia absurda, sino del germen que contenía dentro de sí el sistema lógico y ontológico de un universo que llamáis sensible, aunque su entidad es ideal. Ideal y espiritual, pues si es ideal es espiritual. Y quien piense lo contrario que me lo rebata. Sí, y tú mismo, don Carlos, con tu recelo y tu miedo ante este inocente retablillo, me estás demostrando que no temes los inesperados efectos o consecuencias de las reacciones de ese fragmento de materia inerte o amorfa, sino a las actuaciones de una mente pensante. ¿Comprendes lo que pretendo hacerte ver?
   -Creo que está claro -reconocí-. Que la realidad, en constante desarrollo y evolución, de este nuestro mundo, es resultado del espíritu, no de una materia, prácticamente inexistente.
   -Así es, don Carlos -añadió Celso- Es absurdo pensar que el pensamiento, el ser pensante, el espíritu o el sistema lógico, sea el resultado de la evolución ciega de la materia. Si partimos de un trozo de materia inerte, sin la menor sombra o atisbo de idea, ¿Cómo esperar que de ella se origine alguna ley, fuerza, propiedad, ni nada que requiera una concepción lógica por básica que sea?
   -Pero lo que no veo tan claro -le dije- es que éste nuestro universo o realidad,  en la que estamos inmersos, sea un sistema ideado y realizado por un espíritu supremo, personal, eterno y omnipotente. Y ya que se trata de especulaciones, se me ocurre pensar que toda la realidad existente es un todo espiritual, inteligente, que sigue las pautas lógicas exigidas por su propia realidad, y que toda ella, ya sean cosas inertes, seres vivos,  o entidades puramente estéticas, éticas o de cualquier índole, son manifestaciones, sueños o quimeras de ese todo o ser espiritual.
   -Muy agudo, don Carlos -me alabó Celso-. Sí, la teoría panteísta no es nueva. Pero si reflexionas, un poco, sobre los postulados y resultados de ese sistema ¿no te parece incoherente el hecho de que los espíritus con conciencia propia, entre ellos los humanos, formen parte de ese Dios panteístico, y no obstante, reconozcan sus reducidos límites, la ignorancia de su origen y, además, una fuerte inclinación a afirmar su subordinación y dependencia de un ser supremo que le ha dado la existencia?
   -Sí, claro -no tuve, por menos, que admitir-, no sería lógico.
   -¿Entonces? -dejó la conclusión en suspenso.
   -Vale, Celso -le dije rendido-. Todo, nosotros incluidos, somos obra de ese ser supremo. ¿Así que era esto lo que me querías demostrar con toda esta fantástica demostración de ingenio y fantasía?
   -Eso... y más -contestó Celso, surgiendo de entre la niebla plateada, cubierto con una túnica blanca-. ¿Y qué te parece, en su conjunto, este universo vuestro, particularmente cuanto se refiere al planeta Tierra?
   -Maravilloso y mágico, y, sin embargo -le contesté, con la sensación de sentirme ebrio-, tan lógico, por  el derroche de ingenio para idearlo y el poder que supone el conseguir, a partir de unos pocos y simples elementos, construir un sistema tan complejo y, al mismo tiempo, tan preciso y teleológico, que puede afirmarse que no hay en sus resultados una sola, ni mínima partícula o actividad, que no tenga su propia razón de ser y una finalidad dentro de ese todo. Aunque también es cierto que muchos de esos resultados son calamitosos, dañinos, detestables e incomprensibles para la gran mayoría del género humano.
   -Así es, así es, ¡ja, ja! -reconoció Celso- Un mundo fantástico, rebosante de realidades indescriptiblemente bellas, buenas y apetecibles, pero también de realidades terriblemente abominables y dolorosas... Pues, ahora, te voy a mostrar otro esquema de universo, que también existe, bastante alejado del vuestro. Acompáñame. Vamos a subir por la escalera de caracol, cubierta por la niebla azulada.

   Le seguí. Entramos en el cilindro de niebla azulada y nos colocamos en el primer rellano de la escalera, la cual había cambiado su color negro en un rojo de encendido coral.
   -¿Ves este espacio azulado y cóncavo que nos rodea? Pues, atención, porque, enseguida vamos a presenciar una representación virtual de ese otro modelo de universo. Mira allá arriba, en el centro de la bóveda del cilindro. Al igual que en el boceto de vuestro universo, que antes has visto, el inicio es semejante a aquél. El puntito rosado, su crecimiento, estallido y descomposición en innumerables esferitas que siguen distintas trayectorias y giran con variados movimientos y órbitas; y, entre ellas, una  que se desarrolla y evoluciona, dando origen a vida vegetal, animal y de seres inteligentes. De forma análoga a la de este universo y mundo vuestro. Pero...
  Hizo una pausa y le pregunté impaciente:
   -Pero ¿qué?
   -Sí. Es como el vuestro, pero con un particularidad, fundamental y decisiva, que hace que los resultados de uno y del otro sean abismalmente diferentes. En este otro, como puedes observar, todo es paz, armonía, satisfacción y plenitud total. Mientras que en el vuestro abundan, a todos los niveles, sociales y estatales, las situaciones precarias, dramáticas y terriblemente trágicas de todo tipo.
   -¿Y por qué esa diferencia tan descomunal? -le pregunté intrigado.
   -Sé que esta entrevista y espectáculo, que, a horas tan avanzadas de la noche, estamos manteniendo    -me contestó, reposadamente, para mayor desesperación mía-, cuando te marches, van a parecerte tan oníricos y surrealistas, que creerás haberlos soñado. Eso ya es cosa tuya cómo te lo tomes y si das o no crédito a lo visto y oído. La diferencia en los resultados de uno y otro modelo de universo, ambos reales, estriba en lo siguiente:
   En el modelo que corresponde a vuestro universo, los seres humanos y animales irracionales, como soléis catalogarlos, actúan movidos por un egoísmo feroz, salvo excepciones muy excepcionales, muchas veces camufladas con hipócritas apariencias y maneras. Las consecuencias en las conductas de los irracionales son habituales las de imponerse a  los demás por la fuerza y la fiereza hasta la muerte, movidos por rivalidad o por asegurar su sustento. Y entre los seres humanos, también es el egoísmo el motor principal y permanente en la mayoría de sus actuaciones.
   Por el contrario, en este otro modelo de universo que, esquemáticamente, te he mostrado, nada ni nadie se mueve por egoísmo, salvo en aquellas acciones estrictamente necesarias y normales para desarrollarse y vivir de forma digna y racional. En él, toda acción  está orientada y dirigida hacia el bien de los demás, de manera que el egoísmo es algo desconocido y absurdo, sustituido por conceptos y actitudes llamadas solidaridad, generosidad, comprensión, perdón, reconocimiento, cooperación, ayuda... Aunque también es cierto que que en ese otro universo no existen, propiamente, necesidades personales que no pueda cada cual solucionar  por sí mismo.
   -Por favor, Celso -le interrumpí, no pudiendo aguantar más sus, para mí, bucólicas baladas de la Arcadia-, eso lo has soñado, o es efecto de alguna bebida espiritosa que acabas de tomarte. ¿Estás bromeando y tomándome el pelo? Sin esa fuerza del egoísmo, que tú te empeñas en denostar y definir como la raíz de todos los males de nuestro universo y mundo terrestre, habría sido imposible que la vida se hubiera desarrollado en él. Pues, empezando por lo más básico, ¿qué habría pasado  si el ser humano y el animal irracional no hubieran sido excitados por el instinto de la propia conservación y de la especie, con el acicate del apetito por la comida y el sexo? Sencillamente que ni la vida animal, ni la humana, habrían prosperado en circunstancias similares a las terrestres.
   -Por supuesto, don Carlos -me replicó respetuoso-, ya que este universo vuestro ha sido diseñado de acuerdo con una serie de condiciones, principios y reglas lógicas, previstos para la consecución de los objetivos fijados en su concepción; por supuesto, también todos esos engañosos estímulos. Lo que, además, explica que, aparte de los pretendidos resultados positivos y beneficiosos, se den también otros negativos y rechazables, que no son pocos.
   En cambio, en este otro modelo, se ha eliminado el egoísmo, sustituyéndose por una fuerza básica y determinante también, pero contraria al egoísmo, que es el amor, la desinteresada solidaridad, la preocupación por el bien de los demás... Algo que, lo comprendo, es inimaginable desde las perspectiva común de los seres animales, irracionales y racionales, del mundo terrestre. Pero no es una utopía, es una realidad existente en el universo de este otro modelo; y que, por lo demás, es igual que el vuestro, a excepción de esa maravillosa carencia, sustituida en éste por el instinto altruista auténtico. El magnífico resultado conseguido, contémplalo en esta demostración fantástica de imágenes, melodías, colorido y ambiente de paz, felicidad y armonía total. En él carecen de sentido palabras como el odio, maltratos, crímenes, rencores, envidias, venganzas, crueldades, fraudes, robos, corrupciones, engaños, calumnias, guerras, desesperaciones, suicidios, drogadicciones, etcétera. Nada de eso tiene cabida en él, pues es obvio que, al no existir egoísmo, sino el amor, el realizar una mala acción contra alguien, supondría inferirse a sí mismo un daño absurdo, comparable a darse voluntarios cabezazos contra una pared.
   -Pero, Celso -le pregunté, francamente admirado por su tono de voz y pasmoso aplomo- ¿en serio que no me estás tomando el pelo? ¿De dónde te sacas este exaltado discurso y esta teatral parafernalia de prestidigitador de feria?
   -¡Ja, ja! Me haces reír, don Carlos. No te tomo el pelo en absoluto. Ignorar cosas de las que nada sabíamos, porque nunca las habíamos visto ni experimentado, no es ningún oprobio. Lo que nunca debería hacerse es considerar algo como irrefutable y verdadero por el mero hecho de que siempre se ha aceptado como dogma de fe. Y también lo contrario: rechazar como falsa y sin fundamento una proposición o aseveración, por el mero hecho de que no exista evidencia de la misma, o se carezca de elementos de juicio para afirmar o negar su existencia o naturaleza. Yo, don Carlos, puedo asegurarte que tengo mis motivos para afirmar lo que digo. Pero, cada cual es libre de pensar y creer lo que considere oportuno.

   Me sentí casi como un niño o ignorante rematado, y me eché a reír.
   -Bien, Celso, me has dado una gran lección. Ahora acabo de entender la afirmación del filósofo: "sólo sé que no sé nada". Y, para serte sincero, también he descubierto algo en ti, que espero algún día llegar a entender o ver con mayor claridad. Ya tendremos otras charlas como ésta, si no te parece mal.
   -Por favor, don Carlos, todo lo contrario. Yo disfruto dialogando sobre estos temas con personas interesadas por los mismos.

   A continuación, dio una palmada  y desapareció aquella fantástica demostración. El interior del faro quedó apenas iluminado con la mortecina luz de la lámpara que Celso tenía sobre su escritorio. Me despedí de él, agradeciéndole su interesante e instructiva entrevista, mientras que él me deseó que descansara, reiterando su invitación a visitarle siempre que lo deseara.
   Cuando salí fuera, serían ya las cinco de la madrugada. Ya había andado unos treinta metros, cuando, movido por la curiosidad, volví la cabeza y miré hacia el faro. El telón de fondo era un cielo tenuemente azulado, limpio de nubes, que, por segundos, se encendía y resplandecía más y más. Sobre él se recortaba la contundente y emblemática figura del faro. Y sobre la plataforma de la linterna, la recortada imagen de Celso, con su nívea túnica, que me evocaba historias de fantasmas, leídas o escuchadas en mi niñez. Él captó el giro de mi cabeza para mirarle, y me correspondió alzando el brazo, con el índice apuntando al lucero plateado que destellaba en las alturas.
   Y, bien, tras esta experiencia tan peculiar, ¿no os parece que la correcta actitud, ante el tema sobre el que charlamos, sea la de tratarlo con respeto y no con ligereza?
   -Bueno, bueno -intervino Adrián-. Si nos tomamos en serio los jueguecitos de magia y discursos de prestidigitadores calenturientos, videntes y aficionados a fabulaciones místicas, redentoras y apocalípticas, mejor es que nos enclaustremos en un monasterio de monjes tibetanos; nos dediquemos al absurdo y aburrido quehacer del rezo, monótono, deprimente y estúpido; y esperemos el feliz momento de reventar por un atracón de hastío y tedio.
   -Por favor, Adrián -le atajó Beatriz-, sé más comedido y respetuoso con las opiniones y posturas de los demás sobre temas que nos trascienden y de los que nadie posee certeza absoluta para negar su veracidad.
   -Quizás, algún día o momento de nuestra existencia, conozcamos la verdad, sin velos ni sombras, de la realidad absoluta -aventuró el alcalde.
   -O, quizá, no, amigo Carlos -manifestó Leandro.
   -¡Vamos, chicos y chicas! -anima Reme- Que levanten  la mano los que estén a favor de una u otra postura, como se hace en las juntas de vecinos, ¡ja, ja! Es broma.  Y otra cosa, Carlos, son las ocho de la tarde, y a las nueve tienes una reunión con los de la junta de festejos, para organizar las próximas fiestas.
   -Sí, Reme, gracias por recordármelo. Sentimos mucho tener que abandonar esta tertulia tan interesante, con amigos tan bien avenidos y desprovistos de todo egoísmo, ¡ja, ja! Ya continuaremos otro día con nuestras disquisiciones -prometió el alcalde, añadiendo a continuación- ¡Eh, Juanito, esto corre de mi cuenta; ya sabes, deja el pabellón bien alto!
   -Vale, jefe, váyase tranquilo. El pabellón va a quedar por encima del faro.
   -¡Ja, ja, ja! -rieron todos la ocurrencia de Juanito.
 
   Una vez que Carlos y Reme se marcharon al pueblo, Bea propone dar un paseo por el sendero junto a los acantilados.
   -Sí, a ver si nos encontramos con los chicos, pues ya llevan varias horas por ahí, y Paqui y Manuel deben marcharse ya a su casa.
   -Claro, claro -reconoce Encarna-, pues, desde donde ellos se encuentren hasta el pueblo, habrá una buena tirada, y pronto se hará de noche.
   -¡Vamos, Leandro -exclama Adrián-, levantémonos, que la jefa ha tocado diana cuando más a gusto nos hallábamos disfrutando de la tibia brisa del levante marino, ¡ja, ja! -exclama Adrián.
   -Bea tiene razón, amigo Adrián -contesta Leandro-, aparte de que es bueno mover las piernas, que ya llevamos bastante tiempo sentados y picoteando.
   -Si os parece -propone Celinda, con seductora sonrisa- podríais ir vosotros, Bea y Leandro, que estáis más animados; mientras Adrián y yo os esperaremos aquí o en el parque del caserón.
   -Por mí no hay problema -dice Leandro.
   -Por mí, tampoco -contesta Adrián, muy entusiasmado-. Así aprovecho para explicarle a Celinda algo de mi personal teoría de la evolución.
   -Bueno... si estáis todos de acuerdo, no seré yo quien me oponga -aceptó Bea, con semblante de disgusto mal disimulado.

   Y mientras tanto, amigos terrestres, yo, Celso, el guardián del faro, desde la atalaya, en donde, en otros tiempos se hallaba la linterna guía de tripulantes desorientados, me dispongo a cotillear, como decís los humanos, sobre lo que dicen los miembros del grupo reunido con el alcalde, así como lo que hacen y dicen mis vecinos y sus retoños. Pues en ciencia y tecnología os llevamos mucho de adelanto, amigos terrícolas, como ahora podréis comprobar, ¡je, je!
    Ante todo, permitidme que me desahogue un poco, anticipando algo de mis impresiones sobre vuestro mundo y sobre vosotros los humanos. Sin lugar a dudas, son realmente desconcertantes las reacciones y respuestas del ser humano a un determinado estímulo o provocación. Normalmente, no es la lógica racional la que os dicta la adecuada respuesta, sino los instintos, los sentimientos y, muy concretamente, el egoísmo, los que os zarandean a su antojo. ¡Qué derroche de energías perdidas! ¡Y qué consecuencias tan tremendas, dolorosas, desazonadoras, exasperantes y vacías de algo positivo para avanzar un poco en la construcción de un mundo con cimientos firmes, anclados en la racionalidad, la ética y el altruismo!       No obstante, nunca pensé que la experiencia de visitar este mundo terrestre, pueda resultar tan gratificante, instructiva y útil para enriquecer y ampliar el horizonte de sapiencia y creatividad de quienes habitamos ese otro universo... Concretamente en mi caso, me sobrecoge el hecho de que en este planeta  sus pobladores convivan, sobrevivan y estén a merced de tantas y variadas fuerzas furiosas y demoledoras, ya sean tectónicas, sísmicas, oceánicas, meteorológicas; así como bajo la amenaza de millones de peligrosos depredadores, virus, bacterias y condiciones insostenibles.Y, por otro lado, reconozco también, que esas fuerzas desatadas y esas terribles condiciones han sido los que, a lo largo de milenios, han tallado, moldeado y poblado de hermosa orografía, vegetación, fauna y población humana, a lugares como  este privilegiado paraje, en el que ahora me encuentro. Y también reconozco la grandeza y heroicidad de ese Ulises, que cada ser humano, por modesto que sea, lleva dentro de sí, debatiéndose en su odisea de cada día. Todas las vidas humanas son historias que, aunque no lo parezcan, son dramáticas y trágicas..., y sin embargo, de agreste belleza. En nada parecidas a las modélicas, intachables, pero también monótonas y aburridamente perfectas, del universo al que pertenezco.

   Y ahora, sigamos el rastro a estos vecinos, amigos míos, empezando por su alcalde. Los pobres desconocen lo fácil que es para nosotros confundirlos o modificar sus percepciones sin que ellos se enteren.
   Carlos y Reme, como ya sabéis, se han marchado a la reunión sobre los festejos. Adrián y Celinda se han quedado en el chiringuito..., mientras Bea y Leandro van en busca de los chicos. Veamos si todo se resuelve satisfactoriamente, pues, ya veo que en este mundo vuestro, de tales premisas, puede concluirse cualquier resultado imprevisto.
   ¡Ja, ja! Carlos y Reme pensaban que, en el salón de plenos del ayuntamiento, iban a encontrarse con los de la junta de festejos. Lo que no saben es que me he permitido hacer uso de mis conocimientos y habilidades, propias de mi naturaleza y ciencia adquirida en mi universo, y he logrado modificar el tipo de reunión, de sus asistentes e, incluso, la mente y voluntad de los mismos, aunque de forma pasajera. Y, en lugar de ellos, quienes esperan al alcalde son una representación de los peces gordos que mueven la economía de esta ciudad: bancos, empresas privadas, organismos sociales y municipales.
   Repentinamente, Carlos el alcalde, conforme entra en el edificio en que se ubica el salón, donde va a celebrarse la reunión, se siente, de pronto, imbuido de unas extraños conocimientos y convencimientos, referidos a los problemas económicos de la localidad y, al mismo tiempo,  poseedor de las soluciones sorprendentemente eficaces y rápidas, al mismo tiempo que extremadamente sencillas y sin complicación alguna. Carlos y Reme entran en el salón y saludan cortésmente a los presentes. Después, Reme, discretamente, se sienta al fondo del mismo. Carlos sube al estrado y ocupa el sillón central, en medio de los concejales.
   Extrañamente, él puede leer, como en un libro abierto, la mente de cada uno de los allí presentes.
  Éstos exponen sus planes y proyectos en pro de la solución de los problemas económicos de la localidad, sorprendiendo a Carlos la increíble coincidencia de sus razonamientos y los que, sin saber cómo ni porqué, se han afincado en su mente, como solución ideal. Una solución, tan simple y efectiva como es la fórmula siguiente:
   "Debido a ese impulso innato e incontrolado del ser humano, que comparte con los demás animales inferiores, el afán del hombre es el de aventajar a todos sus congéneres de una forma o de otra. Siempre ha sido así, desde los tiempos de las cavernas. Mas con el paso de siglos y milenios de evolución y progreso cultural, el ser humano se ha socializado, formando sociedades que van desde la familia hasta los organismos internacionales, pasando por los municipios, provincias, estados y otras comunidades. Esta evolución social ha exigido, también,  adoptar códigos legislativos para organizar y regular la convivencia ciudadana. Lo natural y lógico es que, en ese tácito contrato social,  el objetivo inequívoco y sagrado, perseguido al agruparse en sociedad, no puede ser otro que lograr el bienestar común para todos los ciudadanos que la componen, y no de unos pocos.
   Y es tan obvio el procedimiento para que este mundo terrestre funcione de manera que se convierta en un auténtico paraíso, como es el sustituir ese egoísmo animal, con que todos nacen, por sentimientos de altruismo, amor y solidaridad, que resulta difícil  entender cómo los humanos no lo han hecho realidad hace muchos años".

   De momento, estoy haciendo por este pueblo lo que está en mi mano, el infundir en las mentes de determinadas personas, pensamientos y  sentimientos que les empujen a actuar de acuerdo con normas de comportamiento éticas y racionales. No es cuestión de magia lo que yo hago, ni tampoco una práctica contraria o al margen de la norma natural y universal de comportamiento. De sobra es conocida, en todo este planeta, la gran influencia que ejercen muchos agentes exteriores al ser humano pensante, en la inducción y modificación de ideas, pensamientos, actitudes, inclinaciones, hábitos, etc. Lo que yo hago también está en esa misma línea.
   Ahora voy a enviar, desde este faro, mi haz de luz curioso y cotillo sobre Adrián y Celinda, que han preferido seguir sentados en la terraza del chiringuito. Parece que ellos están manteniendo una conversación muy animada, acompañada de whisky con hielo y gintonic:
 
   -¡Ay, Celinda! Esto de los hijos y de las madres tiene tela, como diría Juanito el Pisha -exclama Adrián- ¿No es así?
   -Y de los padres también, ¡ja, ja! ¿o no? -le contesta Celinda.
   -Sin duda -reconoce Adrián-. La vida se ríe de nosotros. ¡Cómo nos engaña, cuando nos promete tantas cosas y nos forjamos ilusiones!
   -Es cierto y válido para todos los aspectos de la vida -reconoce Celinda.
   -Sí, pero especialmente en el tema de las amistades y enamoramientos -opina Adrián-. ¿Por qué será que, en un elevado porcentaje de parejas que inician su relación muy enamorados, con el paso de los años no se soportan?
   -Creo que está claro -sostiene Celinda-, porque, en un principio, cuando hacemos el inventario de los pros y contras del candidato o candidata, valoramos unas cualidades que, tarde o temprano, terminan aburriéndonos. Y, con el paso del tiempo, nos  animamos a buscar otras más atractivas...
   -Búsqueda muy lógica y legítima, sugerida por la ley de la conservación de las especies, ¿no crees? -dice Adrián, tras un buen trago de su refresco.
   -Pues, no sé si será por eso, ¿qué más da? -contesta Celinda, riendo y tomando, a su vez, un sorbo de gintonic.
   -¿Sabes una cosa, Celinda?
   -¿Qué?
   -Nada... hum... que tu marido, Leandro, me cae muy bien, pero...
   -¿Pero, qué?
   -Pues, eso... que lo veo tan diferente a ti... Él tan flemático y entregado a sus investigaciones sobre temas de historia... Y tú, en cambio, tan vital y dinámica...
   -¡Es lo que hay! Lo mismo te digo, Adrián. Te veo tan despegado de Bea...
   -Sí, es lo que hay, como tú bien dices... Mira qué hermosa luna, de blancura jaspeante, se levanta sobre el horizonte marino. ¿Te parece que nos vayamos acercando a nuestras casas, mientras la contemplamos y seguimos con nuestra charla?
   Sí, vamos... Aprovechemos este precioso crepúsculo -susurró Celinda.

   ¡Qué emotivos y líricos momentos! ¡Qué sensaciones de exaltada euforia, beatitud, entusiasmo y placentera compenetración, en ese beso largo y profundo que se dan, ante esa luna mágica y embrujadora -continúo relatando yo, Celso, mientras se escucha el rumor del oleaje, estrellándose contra el acantilado, y la tibia brisa del levante marino les acaricia.
   Y, ahora, les toca a los chicos -me digo a mí mismo, mientras dirijo hacia ellos el haz luminoso de mi energía escrutadora-. Pasado el segundo Fuerte, el grupo de chicos ha seguido el sendero que bordea los acantilados, con dirección al faro del que yo soy guardián. Cerca de la roca, puntiaguda y enhiesta como un menhir, que se alza al borde del acantilado, descubren una cueva milenaria, de acceso imposible para ellos. Se conforman con observarla de lejos, sentados sobre la hierba, en un recodo del sendero, mientras escuchan a Manuel los comentarios sobre los restos arqueológicos descubiertos en aquélla, según las explicaciones escuchadas al profe del instituto. Impresionantes y espectaculares las vistas que desde allí se les ofrece. En la lejanía, tras el horizonte marino de poniente, el encendido casquete del sol está a punto de desaparecer, al ritmo del oleaje, que se estrella contra los acantilados, y los agudos chillidos de las gaviotas. Los chicos contemplan el majestuoso espectáculo, con recogido silencio. De pronto, la voz de Róber, entrecortada y presa de una gran emoción, irrumpe en el silencio.

   -¿Qué música es ésa?  -pregunta, con transfigurado semblante.

   Todos lo miran, extrañados.
   -¿No la oís? Es música de piano. La oigo en la lejanía... Anoche, de madrugada, también la escuché en casa, cuando estaba acostado, con la ventana que da hacia el mar, totalmente abierta.
   -¿Música de piano, junto al solitario mar? ¡Ja, ja! -exclama Manuel, sin poder contener la risa- A ver ¿nos la puedes tararear?
   -Pues, sí... Se me han grabado los primeros acordes, porque me resultan conocidos. Son como el comienzo de un himno sin letra... Algo así como martillazos de piano... ¡Chánchachan! ¡Chan, chacha, chacha, chánchachan! ¡Chánchachan!...
   Todos se quedan paralizados, escuchándolo con curiosidad y extrañeza.
   -Pues, ¡qué raro! -exclama Alicia, la hija de Celinda y Leandro- porque, en esas casas donde vivimos, ninguna de las ocho familias que las habitamos, que yo sepa, tenemos piano.
   -¿No será Celso, el guardián del faro? Puede que tenga un piano y lo toque cuando le parezca, quizá por la noche, si se desvela -apunta Paqui, la hermana de Manuel-. Según mi padre, es un hombre algo misterioso y desconcertante...

   ¡Vaya, qué reputación me he labrado en este pueblo!-no puedo dejar de comentarme conmigo mismo, sobre esta solitaria atalaya- La verdad que les he dado sobrados motivos para ello. Mas por lo que se refiere a las musiquitas que Róber dice oír, no sé nada de nada. Quizá se trate, simplemente, de fantasías propias de la adolescencia. O, también, pudiera ser una estrategia, debida a su visible timidez, para lograr protagonismo entre los demás chicos y chicas...
   Ya se ponen todos de pie, para reemprender la marcha, cuando ven acercarse a Bea y a Leandro.

   -Bueno, chicos -les grita Bea, treinta metros antes de llegar hasta el grupo-,  ¿cómo estáis, todavía, por aquí? ¿No veis que ya está anocheciendo?
   -Es que... -titubea Alicia, rompiendo el silencio- Róber parece ser que ha tenido una rara experiencia que nos acaba de contar.
   -Sí, Róber, hace un momento, nos ha revelado su secreta vocación por el piano, ¡ja, ja! -bromea Enrique.
   -A ver, Róber, ¿qué experiencia es ésa? -le pregunta Bea, acercándose a su hijo y poniéndole las manos sobre los hombros- Si es como dice Enrique, estupendo.
   -Pues sí... -contesta Róber, con evidente nerviosismo- Se trata de una música de piano que oigo en la lejanía, con gran nitidez... La suelo escuchar cuando menos lo pienso; pero, especialmente, en momentos en que todo está en silencio y yo concentrado en algo que cautiva mi atención... como puede ser la luna, el murmullo del mar; o por la noche cuando estoy en la cama, con la ventana abierta. Pero, incluso, durante el día y aunque esté acompañado, como me ha ocurrido ahora...
   -¿Y qué música es ésa? -le pregunta Leandro.
   -Es música de piano, que empiezo a escuchar en un tono suave, casi imperceptible, pero que, enseguida, va creciendo hasta atronarme los oídos. Suena más o menos así: ¡Chánchachan! ¡Chan, chacha, chacha, chánchachan!... -canta, tarareando.
   -¿No es eso música de Chopin? -pregunta Leandro a Bea.
   -Sí. Juraría que se trata de la célebre polonesa -opina Bea-. Pero ¿por qué te inquieta? -pregunta a su hijo.
   -Porque, al mismo tiempo que la escucho, siento como si, junto a mí, hubiera algún ser invisible, atormentado, que me está pidiendo que le ayude... Es una situación que me estremece y me produce inquietud y temor a que vuelva a repetirse...
   -Pero, hijo, ¿por qué vas a tener miedo?
   -Eso no es más que una "anábasis"- aventura Leandro-, como me decía el médico, cuando yo estudiaba el bachillerato y mi madre me llevaba a su consulta, por algo que me inquietaba y ponía nervioso, cosa rara en mí. Con esa palabreja quería decir que se trataba de tonterías que los adolescentes se forjan en sus cabecitas por culpa de la edad y del esfuerzo del estudio, como supone, por ejemplo, traducir un párrafo de la Anábasis de Jenofonte.

   El comentario de Leandro arranca una  carcajada general, incluida una tímida sonrisa de Róber.
   -Mañana, todos a nadar un buen rato, en la piscina de nuestra comunidad -añade Leandro-, para que los pajarillos salgan volando de vuestras cabezas. ¿Vale?
   -¡Vale! -responde Manuel, por todos- Paqui y yo nos marchamos ya, por ese otro sendero que se desvía hacia el pueblo, pues pronto va a anochecer.
   -De acuerdo -aprueba Leandro-. Mañana nos vemos.
   -¡Adiós, hasta mañana! -se despiden unos de otros, mientras Paqui y Manuel emprenden el camino de regreso al pueblo.
   -¡Mirad hacia el horizonte de levante, qué luna, como un enorme globo  de oro, está soltando las amarras! -grita Enrique, entusiasmado.
   -Es preciosa, ¿verdad, Róber? -dice Alicia.
   -Sí... y misteriosa -susurra Róber, mirando a Alicia y luego a su madre-. Infunde miedo.
   -¿miedo? -dice Bea, tratando de tranquilizarlo- Es una bellísima imagen de la luna llena.

   Aunque ya eran las once de la noche, el grupo camina por el sendero sin dificultad, gracias a la clara luminosidad de la luna y a las ocurrentes bromas y comentarios, especialmente de Alicia y Enrique, que se las ingeniaban para mantener distraído a Róber.  Muy pronto llegaron a la explanada en que se hallan las viviendas del reformado antiguo caserón del farero. Treinta metros más adelante, y ocupando el saliente de la explanada más avanzado hacia el mar, se alza el faro altivo, dándoles la bienvenida, con el guiño de luces intermitentes de las ventanas que yo, Celso, provoco, percatado de la llegada de mis vecino.
   Traspasada la verja del caserón, en que se hallan sus viviendas, Alicia y y Enrique, viendo a su madre y a Adrián sentados en uno de los bancos del parque interior, corren hacia ellos, mientras Róber se separa de ellos y sigue hasta el cuadrilátero en donde está la piscina, junto al bloque del fondo, el de las antiguas dependencias del caserón.
   Al pie de un frondoso castaño, a pocos metros de la piscina, Róber se sienta, apoyando su espalda contra el tronco, manteniendo la cara levantada, como si contemplara o escuchara, extasiado, algo procedente de aquel  bloque del fondo que, aunque su fachada había sido pintada hacía poco, sus dependencias se mantenían cerradas e inalterables, desde hacía décadas.
   Bea corre hacia donde está Róber, alarmando a Adrián,  Celinda y sus hijos, que acuden, también,  hasta el chico.
 
   -¡Róber, hijo! ¿Qué pasa ahora? ¿Por qué vienes hasta aquí y te quedas mirando, como hipnotizado, hacia esas puertas?
   -Porque, desde que he traspasado la verja, estoy escuchando esa música de piano, martilleándome el cerebro y comunicándome la tristeza y rabia de alguien... Es algo que no sé por que me pasa. No sé si es real o sólo está dentro de mi cabeza..., pero me aterra.

Fin del Capítulo I
                                                                     



Un abrazo, amigos. Dunscotiano.

                                                                                                       

                                                          
                              
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