La mosca

jueves, 31 de mayo de 2007
Pues no, no era Don Quijote y Tinterico los que, el otro día, subían por la escalera, sino Edu que volvía de clase. Traía consigo un periódico que dejó al papuchi Lucas quien, rápido, se puso a leerlo, sentado como estaba, con las piernas extendidas y apoyadas sobre otra silla. Saludé a Edu con un ladrido y luego salté y me senté en el regazo de Lucas. Lucas me pasó la mano desde la cabeza al rabo, justo medio metro de caricia.
Mientras él leía un largo artículo, yo me fijaba en una noticia casi camuflada en la página de al lado. ¿No lo creéis? Pues es verdad: con Lucas yo he aprendido muchas cosas, entre otras a leer. Algún día os contaré cómo. Es maravilloso saber leer, pero sobre todo leer. La lectura nos abre miles de ojos y ventanas a mundos fantásticos. La tele también me gusta. Con los programas que más me divierto son con los de debates políticos -como los de estos días pasados-, pues los líderes y candidatos se esfuerzan tanto en demostrar al pueblo que los de los demás partidos son incompetentes, zoquetes, interesados, embaucadores, charlatanes y otras lindezas, y emplean unos y otros, argumentos tan convincentes que el ciudadano de a pie o pata como yo, terminamos convencidos de que todos los políticos son malos y, lo mejor, es no votar a ninguno.
Los perros tenemos fama de vagos. Suele decirse: "¡Vaya vida de perro te llevas!" Pues no. Hay perros que somos diligentes como el que más, pero tampoco es cosa de andar como el tío calambre, moviéndose sin ton ni son. Es verdad que hay momentos en los que me dan envidia los árboles. Como un pino enorme que hay en el monte próximo al pueblo de Clara la mamuchi. Debe de tener más de quinientos años. Tiene un tronco de tres metros de ancho, y es altísimo y frondoso. Cuando lo contemplé la primera vez, desde abajo, como una hormiga a un gigante, pensé: "Hay que ver cuánta experiencia debe de tener este árbol. Cuántas cosas habrá visto a lo largo de su vida. Seguro que sabe más que todos los del pueblo juntos, por su edad y por lo alto que es." Lo malo es que la vida de un árbol debe de ser bastante aburrida, pues, aunque hay otros árboles cerca, es como si estuvieran solos. Bueno, eso es lo que nosotros creemos. ¿Quién sabe si quizás los árboles se comuniquen entre sí igual o mejor que nosotros? Si los observamos de cerca, vemos que, según las ocasiones, mueven las hojas y las ramas de diferentes formas. A veces parece que acarician, otras amenazan agresivas, otras tiritan como si tuvieran frío o miedo; en ocasiones silban, cantan y, en cualquier caso, se muestran felices o desgraciados. Les pasa a todas las plantas. Yo lo observo en casa, cuando Clara riega los tiestos. En un momento están tristes y sin brillo, pero cuando ven a Clara que llega con la jarra de agua a regarlas, se echan a temblar de emoción y, en cuanto notan el frescor, dan un respingo y se ponen tiesas y brillantes, como si renacieran.
Volviendo a lo que empecé a contar... (que no sé cuándo acabaré de hacerlo, pues me vienen tantas cosas a la cabeza que me hago un lío y no sé si contar primero una u otra. ¡Claro, como yo no he hecho la ESO!)
Pues eso. Al lado de lo que Lucas estaba leyendo, va y se planta una mosca gordota y barbuda. El otro día, cuando escribí sobre los animales buenos y malos, omití nombrar a la mosca entre los malos. Para mí es el peor bicho viviente, que no sé para qué existe, si no es para fastidiar, pues es asquerosa, pegajosa y cansina. Lucas cambió de color al verla. Se puso en tensión todo su cuerpo. Se levantó y se dirigió a la cocina desfilando y marcando el paso como cuando hizo la mili en el Sáhara, según él cuenta. Cogió una bayeta, la sacudió haciéndola restallar y volvió marcialmente al salón a vérselas con el enemigo. No sé si serían figuraciones mías, pero juraría que se oyeron en el aire los silbidos de La muerte tenía un precio.
Yo, por si las moscas (nunca mejor dicho) me escondí debajo de una silla -aunque sin dejar de mirar- porque allí iba a correr sangre y no quería que fuera precisamente la mía. Lucas descubrió a la mosca posada en el canto de la puerta acristalada del salón. Se acercó hasta ella, sigilosamente, con pasos de felino, la bayeta colgando de la mano. En menos que doy medio ladrido, Lucas levantó la mano y descargó tal bayetazo sobre la puerta que el trapo se partió por medio.
Al estrépito acudieron Clara, Xemi y Edu a ver qué había pasado. Lo que pasó fue que la puñetera mosca, la muy astuta, se escapó volando y tuvo la osadía de colocarse encima de la coronilla de Lucas que, como ya le clarea, percibió con mayor agudeza el molesto cosquilleo de sus patas y trompa.
Todos -incluida la mosca- se mondaban de risa, viendo a Lucas en semejante trance. Con súbita rapidez y virulencia de verdugo cabreado, Lucas se sacudió un despiadado latigazo en la cabeza, produciéndose unas dolorosas marcas rojizas en ella. La mosca maldita esquivó el trallazo y fue a posarse sobre uno de los espejeados cristalillos de la lámpara del techo. Los ojos de todos nosotros brincaban de risa, a excepción de los de Lucas que despedían rayos y centellas.
Tras inflar el pecho y resoplar como un búfalo, Lucas alzó el trapo letal y ya iba a descargarlo sobre el odioso insecto, cuando Clara, presurosa, le sujetó el brazo.
-¡Detente Abraham! -exclamó.
Gracias a su rápida maniobra evitó quedarse sin lámpara. Lucas, agotado y frustrado, se dejó caer en el sofá. Edu salió del salón y, en seguida, volvió con un spray matamoscas. Lo roció dos veces sobre la lámpara, y la mosca cayó fulminada dando volteretas, con lo que acabó el divertido espectáculo. A pesar de todo, sentí cierta envidia hacia la mosca, porque ella posee una cualidad en la que nos supera: puede volar. Bueno, yo a veces lo hago, pero no estoy seguro si estoy despierto o dormido.
¡Ah! y la noticia que leí en el periódico es que el juez Baltasar Garzón ha recibido una demanda de un tal Berenjenín, o un nombre parecido, acusando de impostor a un personajillo que se está haciendo pasar por Don Quijote, inventándose aventuras que él (el Berenjenillo) jamás escribió. El juez, al parecer, le ha contestado que, si quiere que tome en serio su demanda, tendrá que llevar al supuesto impostor ante su presencia para interrogarle, pues él no puede sin más ni más sentenciar ni hablar a tontas y a locas, por muy berenjenas que sean las demandantes.
De todas formas esto me ha dado una pista y he empezado a cavilar sobre la desaparición y paradero de nuestros amigos Don Quijote y Tinterico, tanto que de inmediato he puesto en marcha todas mis facultades detectivescas. Ya os tendré al corriente. Toby.
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La señal

miércoles, 23 de mayo de 2007


¡Vaya racha llevamos! Primero fue la extraña desaparición de Don Quijote y Tinterico. Y hace seis días la del yayo Daniel, el padre de Lucas el papuchi.
El jueves, 17 de mayo, a eso de las cuatro de la madrugada, sonó el teléfono como un quejido en la noche. Desde la caseta de la terraza, en la que duermo, oí las desnudas pisadas de Clara y de Lucas, corriendo por el pasillo, y el acelerado galopar de sus corazones. Luego, la entrecortada y afligida conversación telefónica.
El sosegado ritmo de la familia quedó alterado. El yayo Daniel había alcanzado los 103 años sin agobios de salud, pero esa noche, en su sueño, debió acercarse hasta las puertas del paraíso en primavera. Asomaría por ellas la cabeza, le gustó lo que vio y prefirió quedarse allí.
El viernes fue el entierro, y el domingo me llevó Lucas, tempranito, a dar un paseo. Caminamos en silencio un buen trecho entre hierbas, margaritas y amapolas cubiertas de rocío, llegando hasta la orilla misma del río. Él se sentó sobre una piedra plana y estuvo un rato contemplando el manso fluir del agua, traspasada por el tibio sol que se colaba entre nubes de tormenta.
De improviso empezó a hablarme como en un susurro que se fundía con el murmullo del río:

"Toby, quizás no te acuerdes de cuando te llevamos a ver al abuelo Daniel, hace ya tiempo. Tú eras un cachorrillo de pocos meses. El abuelo te acariciaba y tú le lamías las manos. Él fue una buena persona que, en su dilatada vida, conoció muchas cosas, buenas y malas, algunas terribles, que jamás llegó a comprender, como fue la locura de tantas guerras: el odio de unos pueblos contra otros y, peor aún, el odio entre hermanos, el triunfo de la fuerza... Él soñaba con un mundo sostenido por la razón, la justicia, la honradez, el trabajo, el respeto a las personas y a todas las cosas, y especialmente la cultura. A pesar de los años de penuria que le tocó vivir en su juventud y madurez, su mayor afán fue que sus hijos estudiaran y se prepararan adecuadamente.
Trabajó duro y, aunque modestamente, vivió feliz con su mujer y sus hijos. Luego los hijos nos fuimos casando, nos marchamos lejos de casa, y ellos se quedaron solos. Al morir nuestra madre, el abuelo decidió entrar en una residencia. En ella ha vivido varios años, respetado y querido por sus cuidadoras, a las que quería como hijas y a las que dedicaba poemillas que él componía.
Al cumplir los cien años, su visión quedó muy mermada, por lo que sólo salía de la habitación para bajar al comedor. En su habitación pasaba las horas, sentado en el sillón, enfrascado en sus recuerdos, reflexionando, como él decía.
El tema de la muerte le fascinaba. En mis frecuentes visitas hablábamos de cosas triviales, centradas principalmente en recuerdos remotos, curiosamente más vivos que otros más recientes. También hablábamos de sus creencias, pues era bastante religioso. No concebía que la persona desapareciera para siempre tras su muerte, por eso se aferraba a sus creencias. En cierta ocasión, un poco en broma, le propuse que, cuando muriera y, desde dondequiera que se encontrara, me enviara alguna señal, en prueba de que seguía existiendo en alguna parte.
Recuerdo que permaneció un minuto callado, con las manos entrelazadas, haciendo girar los pulgares en uno y otro sentido, mientras mantenía los ojos verdiazules mirando más allá del techo de la habitación. Luego, con voz cansada pero resuelta, me dijo: -No te preocupes. No sé ahora cómo lo haré, pero ten por seguro que te mandaré una señal.
Le dí una palmadita en la pierna y me eché a reir incrédulo.
Pasó el tiempo. Hace siete meses se cayó, se rompió el fémur y tuvieron que operarlo. Todos, incluido el cirujano, creían que se moriría en la operación. Aquella noche tuve un sueño revelador. Veía una impresora, cargada con un mazo de quinientas hojas, en las que, sin parar, imprimía la vida de mi padre. Las hojas impresas se iban amontonando y colocando perfectamente una sobre otra sin sobresalir lo más mínimo unas de otras. Cuando faltaban quince hojas más o menos por imprimir, la máquina se paró. Inmediatamente desperté, con la certeza de que a mi padre le quedaban aún varias páginas por vivir. Y así fue.
En la madrugada del 17 de mayo se acabó de imprimir su última página. Por la mañana nos presentamos en la sala del tanatorio. Allí nos esperaba el abuelillo, vestido de raso blanco, con rostro beatífico, como haciéndose el dormido.
El viernes 18, antes de partir para el pueblo familiar, a donde iba a ser enterrado, cogí el móvil y descubrí que tenía un mensaje nuevo. Lo leí. Me lo habían enviado a las 2:01 de la madrugada de ese día. El texto decía: "Papá está muy bien y muy simpático.Besos." Papá no era otro que el abuelo Daniel, claro. Este mismo texto me lo había enviado un hermano mío el día 9 de mayo, después de visitar a nuestro padre. Pero lo extraño del suceso está en lo siguiente. Yo tenía en el móvil archivados 16 mensajes: diez recibidos en fechas anteriores al del día 9 y cinco recibidos con posterioridad a aquél. Cuando la mañana del día 18 leí el mensaje recibido a las 2:01 de la madrugada, observé que el resto de los mensajes habían desaparecido.
De inmediato me vino a la memoria aquella conversación que tuve meses atrás con mi padre sobre la señal que él quedó en mandarme. Algo me impulsaba a pensar: sin duda mi padre ya se ha reunido con mi madre, le ha contado lo de la señal y ha sido ella la que se ha encargado de enviármela.
Durante el viaje hacia el pueblo, nuestro coche adelantó y fue adelantado varias veces por el coche fúnebre en que iba el abuelo. Extrañas coincidencias, ya que habíamos partido de distintas poblaciones y a diferentes horas. Parecía como si el conductor del coche fúnebre obedeciera órdenes de que corriera cerca de nosotros, a los que en absoluto conocía ni tampoco el coche que llevábamos.
En la puerta del cementerio nos juntamos los familiares. A mis hermanos les comenté lo del del mensaje. Les pareció raro y, por supuesto, descartaron que alguno de entre ellos fuera el autor de semejante broma.
Entramos en el recinto del camposanto, siguiendo al féretro que resplandecía bajo un sol andaluz, precursor de un verano achicharrante, y arrullado por un rezo de gozosos comentarios, pues no había motivo para el llanto.
Allí quedaron del abuelito Daniel los despojos, en su nueva casita, muy próxima a la de la abuelita Ana, de blancas, blanquísimas, paredes encaladas y engalanadas con rosas y claveles, en medio de un verde mar de olivos plateados."
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Confidencias perrunas

lunes, 14 de mayo de 2007


Hola, amigos, soy Toby, el perrito compañero de Don Quijote y Tinterillo. ¿Que por qué escribo yo hoy? Muy sencillo. El otro día debieron entrar ladrones en nuestra casa, cuando no había nadie de la familia, o quizás fueran secuestradores o ¿quién sabe? extraterrestres venidos de Mitopía. Yo, por supuesto, estaría fuera, de lo contrario habría desencadenado el apocalipsis contra ellos antes de que tocaran ni un pelo de esta casa. Lo cierto es que se han llevado el tintero de Edu con Tinterillo dentro y a Don Quijote también, claro está. ¡Menudo disgusto tenemos toda la familia! Así que me he puesto como un loco a preparar por internet un cursillo acelerado de perro policía, para atrapar a los mangantes dondequiera se escondan. Entre tanto, Edu me ha pedido sustituya a Tinterillo para contar alguna historia en el blog. No sé si me lo habrá dicho en broma, pero yo le he tomado la palabra. Pasa una cosa y es que Edu no sabe que, desde hace tiempo, yo entro en su habitación, me echo en su cama, finjo que duermo, pero lo que realmente hago es observar su tejemaneje con el ordenador: dándole al teclado, mareando al ratón, pinchando aquí y allá, chateando con los amiguetes, que si ahora me la bajo, que si ahora me la subo al tejado con los gatos... Todo lo grabo en mi cabeza, por lo que no hay secreto informático que se me resista. ¡Menuda sorpresa cuando vea publicadas mis cuchufletas en el blog!
Reconozco que siento cierto apuro en descubrir intimidades mías, pues aunque algunas ya muchos las conocen, cuando alguien se pone a escribir se entrega a un estriptis mondo y lirondo. Pero, bueno, ya está bien de tiquismiquis y a lo hecho pecho, como diría Don Quijote. Y empiezo con esta reflexión:

No me gusta pensar mal de los humanos (y menos aún de mi familia), pero ¡pobrecitos! a veces parecen tontos. Hace un momento, mientras yo miraba a la calle desde la ventana del salón, veía de reojo a Lucas el papuchi, sentado en una silla con las piernas extendidas y los pies apoyados en otra. Tenía puesta una camisa floreada y un pantalón largo ¡con el calor que se nos ha echado encima de repente, que parece haberse adelantado el verano un mes! ¿No sería mejor que se desnudara, quedándose, como yo, con las pelotillas al aire y se bajara a dar un chapuzón en esa enorme bañera comunitaria que hay abajo en el parque? Pues nada, ahí sigue el hombre, con ese cacharro de cristales redondos sobre la nariz, que no sé para qué servirá, pues yo, un día cuando nadie me veía, cogí el de mamuchi Clara y por poco me muero del susto. Mientras miraba por uno de los cristales se puso delante una mosca y la vi tan grande, fea y asquerosa que pensé que me iba a devorar. Sin dudarlo un momento le di un mordisco al aparato para matarla. La mosca se escapó y sólo conseguí romper las lentes, ganándome una bronca de mamuchi.
¡Qué curioso es Lucas! Ahí está con un libro en la mano y un tubillo largo en la otra, garabateando en el papel. De todas formas, los humanos qué manías tan raras tienen. Xemi y Edu, los pobres, salen temprano cada día, cargados con un fardo de libros. Me parece muy bien, pero no comprendo por qué tienen que aprender ciertas cosas, como el inglés. ¿Por qué no habla todo el mundo la misma lengua? A mí todos los perros me entienden, ya sean blancos, negros o amarillos. En cambio los hombres ¡qué complicados son!
Lo que digo: el calor ya está aquí. No sé cuánto durará, pero la gente va por la calle como si estuviéramos en agosto. A mí me afecta más que a ellos y, cuando Lucas me saca de paseo al mediodía, la lengua me llega al suelo. A pesar de eso, me encanta salir a cualquier hora, para ladrar a mis anchas. En casa no me dejan hacerlo desde el balcón y, si lo hago, me arrean con un periódico enrollado. ¡Qué tirria le tengo al periódico, cualquier día me lo como! No comprenden que, si ladro, es por algo importante. Por ejemplo, ahora las vecinas salen al parque en bañador y se tumban panza arriba para ponerse morenas. En seguida noto un vaporcillo transparente desprendiéndose de su tripa, como cuando Clara asa chuletas. ¡Qué afán con tostarse! Ladro porque no puedo soportarlo. Ya me gustaría verlas cubiertas de pelo negro como yo, a ver si se tumbaban al sol. Ojalá pudiera bañarme y nadar, como cuando estuvimos en el pantano, siendo yo pequeñito. Un día ¡qué miedo pasé! conforme nadaba se me acercó una culebra enorme. Menos mal que Lucas la vio y la espantó. Otro día fue él quien se llevó el susto padre, pues, segun nadaba, vio entre unas rocas algo parecido a una serpiente. Dio tal brinco que pensé que saldría volando. Luego resultó que se trataba de un palo negro y retorcido.

Y ahí va otra reflexión:

La gente cree que los perros y demás animales somos tontitos, que no nos damos cuenta de nada, ni sentimos ni padecemos. ¡Qué equivocados están! Lo que sí es verdad es que nosotros tenemos muchas menos necesidades que ellos, porque procuramos no creárnoslas. Yo no quiero alardear de listo, ni criticar a mi familia humana, pues no está bien que, encima de que me mantienen y cuidan de mí, sea un desagradecido y hable mal de ellos. Sin embargo pienso: vamos a ver, ¿es que para vivir hace falta estar hecho un esclavo todo el día, trabajando sin resuello, levantándose antes de que sea de día? Y ¿qué pasa con eso? pues que el marido y la mujer apenas se ven. Cuando ella llega a casa, él no está, y cuando él llega, ella se va. Y, claro, cuando se juntan, están tan cabreados que, si ella le pregunta: "Pepe ¿qué tal te ha ido?" él sale por peteneras y le contesta: "¿Cómo quieres que me vaya?" A partir de ahí se enzarzan en una discusión, pudiendo ocurrir cualquier disparate. No es extraño que sea frecuente oír que uno le ha partido la cabeza a su mujer con el tiesto que le regaló por su cumpleaños; o que una señora ha envenenado al marido poniendo cerillas en la tortilla de patatas. Esto se evitaría si estuvieran juntos más tiempo en casa. Pero me dirían: eso no puede ser porque ganaríamos menos y así no se puede vivir, pues hoy día todo lo que se gana es poco. Sí claro, porque nadie se conforma con lo estrictamente necesario. Yo no necesito traje, ni zapatos, ni paraguas, ni coche, ni televisor, ni chalet, ni nada extraordinario y, no obstante, vivo perfectamente. Pero los humanos, si no están continuamente comprando cosas, se sienten desgraciados y se ponen enfermos. Por eso hay tantos medicamentos, toneladas y toneladas... No se dan cuenta de que la mayoría de las enfermedades las causan los medicamentos. Yo al veterinario no quiero verlo ni en sueños. De pequeñito, una veterinaria quiso coserme los ojos por los lados, porque decía que tenía los párpados demasiado abiertos. ¡Que se cosa ella el culo, si ése es su gusto, a mí que me deje como soy! La gente es muy ansiosa: el médico quiere tener muchos pacientes; a los tenderos les gusta que continuamente estemos comprándoles algo, de lo contrario se cabrean; los de los Bancos quisieran que gastáramos dinero sin parar, para que se lo pidamos a ellos y, a cambio, nos cobren cincuenta mil huevos por uno que nos presten. Digo "nos presten", como si yo fuera un señor, y es que me he identificado tanto con mi familia humana que pienso ser uno más de ellos.
Cómo será la cosa que hasta me estoy volviendo religioso como algunos humanos. El sábado por la tarde, mientras escribía esto, vi teñirse el cielo de color naranja y limón. Las campanas de la iglesia sonaban: din, dan, din, dan, y no pude evitar la curiosidad de asomarme por la ventana, sacando la cabeza fuera, tanto que por poco me caigo a la calle. Me emocioné contemplando a las cigüeñas aleteando en lo alto de la torre, donde han hecho un nido las muy puñeteras. Sentí ganas de ser más bueno, aunque desde luego yo procuro vivir como un santo, pues estoy solterísimo, no fumo, no tomo bebidas alcohólicas (cosa que estoy harto de insinuar a Lucas, el papillo, que se deje de pegarle al Tío de la Bota, porque luego se pone a decir tonterías y no hay quien lo calle). La gente cree que los animales no tenemos derecho a ir al Cielo, y están muy equivocados. En el Cielo hay perritos con alas y aureolas, como por ejemplo el perro de San Roque, que fue mártir, ya que le cortaron el rabo. Allí está el hermano Lobo que, de lobo feroz y carnicero exterminador de las gallinas del pueblo, se convirtió en un lobo manso como un corderillo. Otros animales santos son: el cerdito de San Antón, la ballena de Jonás, la burra de Balaham, el gallo de San Pedro, los peces que escuchaban los sermones de san Antonio desde el río, el buey y la mula del portal de Belén, el borriquillo con el que entró Jesús en Jerusalén, las golondrinas que le quitaron la corona de espinas, la paloma que se posó sobre su cabeza cuando le bautizaron, y también el burrito Platero que, aunque no lo han canonizado, era un bendito de las patas a la cabeza.
También es verdad que han existido animales cabrones, como la serpiente que engañó a Eva, aunque esa hijaputa no era otro sino el mismísimo demonio disfrazado de culebrón. Igualmente fueron malísimos los leones que se comían a los cristianos en el circo romano, pero no era para menos, pues a los pobres los tenían muertos de hambre. Lo que es cierto es que muchas veces se abusa de los animales, y eso no está bien. Bueno, acabo, que estoy oyendo subir a alguien por la escalera y no quiero que me cojan con las manos en el ordenador. ¿Serán Don Quijote y Tinterillo? Ya os contaré.
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El mejor regalo

miércoles, 9 de mayo de 2007


-¡Mira, tinterillo, quién acaba de entrar por la ventana!
-¿Quién? -pregunté a Don Quijote, sacando del tintero un largo cuello de alimoche negro (si es que los hay).
-Es Toby que, una vez más, regresa de su excursión nocturna fin de semana.
-¿Y ese sobre que trae atado a la cintura?
-¿A ver? ¡Ven aquí, Toby!
Toby se acercó silbando, como si nunca hubiera roto un plato, y dejó a Don Quijote coger el sobre. Lo abrió y extrajo un largo escrito.
-¿Quién lo envía y qué pone? -pregunté.
-Es una carta que, desde la ínsula de Patataria, nos envía el candidato del partido del Sentido Común. Textualmente dice: "En Patataria se han realizado sondeos de opinión sobre el partido que será más votado en las próximas elecciones y todo apunta a que ganará el partido del Sentido Común. Y, como aquí es archirreconocida la extraordinaria facultad del hidalgo Don Quijote para resolver los más espinosos problemas de cada día, acudo a su merced para que apoye la candidatura de mi partido y me ayude a preparar un programa atractivo y eficaz para la renovación de Patataria, aportando soluciones a las necesidades más apremiantes. Según los muchos mensajes de las madres de los jóvenes habitantes de Patataria, incluidas las de tantos inmigrantes llegados de todas partes, ellas viven angustiadas ante el futuro sombrío de sus hijos. En primer lugar porque temen que mueran o queden inválidos en algún accidente de tráfico. Sufren también por la situación desesperada de muchos de sus hijos que, tras enormes sacrificios, no logran un trabajo digno, siéndoles prácticamente imposible el acceso a una vivienda. Deploran igualmente la ausencia de una floreciente industria. Y es una pesadilla para ellas el deterioro imparable del medio ambiente.
Mañana, primer domingo de mayo, ofreceremos una fiesta a las madres en la plaza de toros. Colocaremos una tribuna en el centro de la plaza con una pantalla de TV gigante para información de los asistentes. ¿Nos honraréis con vuestra grata visita e inestimable consejo? Os esperamos como agua de mayo. Firmado: el candidato del P.S.C."
-¿Qué te parece, tinterillo? ¿Qué hacemos? -dijo Don Quijote.
-Tanto hemos platicado sobre el tema patatario -respondí- que ya nos lo conocemos de pe a pa. Lo que nos pide el candidato está chupado. Sólo necesitamos completar unos pocos datos socioeconómicos, logísticos y prospectivos, así como realizar unos instantáneos contactos ultrapersonales con los señores implicados en el asunto y, a continuación, plasmar la información en un DVD, dotándola de realidad virtual paralela, cosa que Edu hará con los ojos cerrados.
-No me he enterado de nada, tinterillo, pero confío en lo mucho que has aprendido de tantas plumas como has alimentado en tu larga y concentrada existencia.
-¡Manos a la obra! -exclamé- pues sólo contamos con esta tarde del sábado. Su merced vuele con Toby a Patataria y recabe información. Yo, mientras, dialogaré por internet con determinados agricultores patatarios, así como con los marqueses de los Cándidos Pendones, dueños del latifundio que se extiende al otro lado de la sierra de Patataria, que lo tienen baldío y dedicado sólo a sus aficiones de cetrería y caza del lagarto.

Don Quijote se colgó del cuello una cámara digital y montó sobre Toby que, como una exhalación, se perdió tras el horizonte. Mientras, yo me puse a escribir y dibujar frenéticamente, rellenando en un periquete veinte folios, por las dos caras, como introducción del proyecto. Pasada media hora volvió Toby con la lengua fuera y Don Quijote destilando felicidad y agitando en el aire numerosas escrituras y contratos firmados por ricos propietarios de Patataria. En seguida completé el proyecto añadiendo los acuerdos logrados. Dejé intencionadamente el mazo de papeles sobre el escritorio de Edu, con una nota insinuante que decía: "Quizás podría servirte el contenido de estas páginas para alguna práctica de laboratorio si lo transfieres a un DVD, dándole realidad virtual. De todos modos alguien lo necesita urgentemente".
Después nos echamos a dormir. Tanto nos habíamos estrujado las neuronas que, hasta las nueve de la noche del domingo, estuvimos durmiendo de un tirón. Un portazo nos sacó de nuestros dulces sueños. Era Edu que salía con Xemi y los padres a dar un paseo en el coche. Asomé la cabeza y vi el DVD resplandeciente como un lucero de plata sobre los folios.
-¡Vamos, señor! -grité a Don Quijote, loco de contento- ¡Ya tenemos el DVD!
-Pues corramos como el viento a Patataria -exclamó el Hidalgo.

Don Quijote emitió un silbido y Rocinante apareció, diligente, con una bolsa de tela colgando a ambos lados de sus costillares a modo de serón. Toby saltó sobre el cuello del caballo, el cual, sonriente, meció la cabeza y nos miró enseñándonos los dientes. Don Quijote y yo nos introdujimos en el serón, uno a cada lado. Yo trajeado como un ejecutivo, con gafas oscuras y un maletín en el que llevaba el proyecto y el DVD. Toby ladró y sacudíó las riendas de Rocinante que saltó por la ventana y voló a 250.000 km por hora. Ni que decir tiene que, en un suspiro, llegamos a Patataria. Eran las nueve y media de la tarde cuando nos posamos sobre el paseo del parque que precede a la plaza de toros. Los asistentes debían estar impacientes, a juzgar por las voces coreando: "¡Que empiece ya, que el público se va!".
Un alguacilillo de la plaza debió descubrirnos y alertó a las autoridades, pues de inmediato, toda una batería de cohetes, morteros y bombas pirotécnicas estalló en el cielo crepuscular, dibujando surtidores de palomitas de colores y aspas de fuego, mientras la banda municipal tocaba los acordes de Madrecita María del Carmen, coreada por todos los presentes que nos recibieron de pie y aplaudiendo a rabiar..
Entramos en la plaza y avanzamos hasta la tribuna. Saltamos ágilmente sobre la tarima y el candidato se acercó hasta nosotros. Rocinante, derrengado, se echó al pie de aquélla, mientras Toby se marcó unos remolinos en la arena, tratando de morderse el rabo.
El candidato rogó silencio a través de los altavoces y explicó la razón de nuestra presencia. Después cedió la palabra a Don Quijote. Yo me senté frente a la gran pantalla, a la mesa en la que había un ordenador y un aparato reproductor de DVD. Coloqué el disco y empezó la emisión, al mismo tiempo que Don Quijote iniciaba el discurso con voz firme y persuasiva.
-Hemos venido a Patataria -dijo-, invitados por el candidato del P.S.C., a felicitar a las madres de los habitantes de esta ínsula y ofrecerles nuestro regalo. Según nos ha informado el candidato, del cielo de Patataria pende una amenazadora espada que os angustia y arrebata el sosiego. Esa espada tiene seis filos que acabarán despedazando la ínsula si no se pone remedio urgente a los seis problemas siguientes. Uno: el gran número de jóvenes que aquí se encuentra en situación de paro. Dos: la práctica imposibilidad que tienen los jóvenes de adquirir una vivienda. Tres: la total ausencia de industria. Cuatro: la existencia dentro del término de la ínsula de un latifundio enorme al otro lado de la sierra. Cinco: el desastroso deterioro del medio ambiente, causado principalmente por la emisión de gases de los automóviles. Seis: la terrible masacre de vidas, especialmente jóvenes, que mueren o quedan inválidas en accidentes de tráfico... Pues bien, -continuó tras una breve pausa y señalando a la pantalla- observad las dilatadas extensiones de terreno improductivo, apenas adornado con míseros arbustos, propiedad de los marqueses de los Cándidos Pendones. Hemos negociado con ellos, llegando al acuerdo de que ellos cederán el terreno a la comunidad patataria a cambio de que el señor marqués ostente el cargo de presidente del consejo de administración de la factoría RAILCARRSOLAR, que se ubicará al sur del latifundio.
-¡Vivan los marqueses! -gritó un pelota.
-¡Viva la factoría! -chilló otro saltando.
-¡Vivan los patatarios, coño! -remató un tercero.
-También se establecerán -continuó Don Quijote levantando la mano- al norte de la gran campa, unos laboratorios especializados en la elaboración de jarabe afrodisíaco de patata, cuya materia prima será suministrada por los productores que experimentan exagerados excedentes de patatas. También se elaborarán en los laboratorios cremas para el cutis con babas de caracol, aprovechando la abundancia que de estos moluscos hay en la sierra, al pie de los almendros. Recientemente se ha descubierto que la baba de caracol es muy eficaz contra las arrugas, como pueden observar en las imágenes que el señor Tintergates nos está mostrando en la pantalla. Pero ¡ojo! deben adoptarse ciertas precauciones, ya que una indiscriminada aplicación sobre la frente pudiera provocar la aparición de cuernecillos retráctiles, aunque no irreversibles.
-¡Abajo esa propuesta! -vociferó un aludido- ¡Terminarían con nosotros!
-De ninguna manera -aclaró Don Quijote-, por el contrario, los caracoles serán alimentados y mimados con exquisitez, siendo sus babillas recogidas, sin detrimento alguno de sus blandos y aerodinámicos cuerpos. -Y continuó diciendo-:
En la factoría RAILCARRSOLAR se fabricarán coches y camiones alimentados por energía solar, los cuales, en sus desplazamientos por carretera, se deslizarán por un rail al que irán férreamente abrazados con un puño mecánico imposible de abrir sin una orden expresa del conductor. Las carreteras dispondrán de dos raíles, uno de ida y otro de vuelta. La velocidad de crucero será de 150 km/hr. Cada vehículo estará dotado de un potente imán, cuyos polos positivo y negativo se situarán automáticamente en la parte delantera o trasera, de forma que siempre adoptará por delante el mismo signo que el coche o camión que le preceda lleve por detrás, con lo que mutuamente irán discretamente separados, haciendo imposible la colisión. La energía solar se captará mediante grandes placas solares colocadas en las cumbres de la sierra y se acumulará en depósitos que surtirán de electricidad a los raíles. Como podéis observar en la pantalla, coches y camiones se mueven por las carreteras de Patataria a un ritmo preciso, seguro y hermoso como un reloj magnífico.
En cuanto al problema de la vivienda, la solución es fácil. Al igual que las otras inversiones, será un plan urbanístico carente de especulación, llevado a cabo por y para los trabajadores.
En definitiva, -ya lo estáis viendo en la pantalla- la terrible espada que pende sobre Patataria se transformará en un sol de bendiciones. Las dificultades de la puesta en práctica de este proyecto son barbillas que los diestros barberos del P.S.C. habrán de esquilar. Por nuestra parte nos sentimos recompensados con la confianza que habéis puesto en nosotros y muy ilusionados con que nuestras sugerencias sean un pequeño obsequio a las madres de Patataria. ¡Felicidades!

La plaza de toros, llena hasta la bandera, estalló en un aplauso unánime, mezclado de vivas, bravos, agitación de pañuelos, y lanzamiento de gorras, camisas y flores al albero. El candidato, eufórico, nos abrazó y besó, incluso a Rocinante y a Toby. Don Quijote y yo nos acomodados en el serón. Toby sacudió las riendas y, sin más, despegamos de la plaza, siendo despedidos con lágrimas, ¡olés!, cohetes y la canción ¡Patataria, Patataria, Patataria de mi corazón!, cantada por todos los presentes con la música de Clavelitos.
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La sonrisa de Hawking

miércoles, 2 de mayo de 2007


-¿Te has fijado, tinterillo, qué foto tan entrañable trae el periódico que Edu ha dejado sobre la mesa?
-¿Qué foto? -pregunté a Don Quijote, asomando mi cabeza, lisa y brillante como una negra aceituna, por el borde del tintero.
-Ésa, -contestó, señalando con la lanza- la del hombre de aspecto tullido, flotando en el aire, con una sonrisa de beatífica satisfacción que da envidia verlo.
-¡Ah, sí! Es Stephen Hawking, el astrofísico inglés que, a pesar de su invalidez, ha experimentado el efecto de la ingravidez en el centro espacial de La Florida, durante cuatro minutos.
-¡Qué valiente y divertido debe ser ese hombre!
-Ahí donde lo ves -comenté-, con un cuerpo desvencijado como el nuestro y arrumbado en una silla de ruedas desde hace cuarenta y tantos años, ha escudriñado los entresijos del universo y continúa desentrañándolo, con una lucidez y agudeza geniales.
-Es admirable su sonrisa pícara y feliz -observó Don Quijote-. ¿Cuál será su secreto? Me gustaría conocerlo personalmente.
-Si a su merced le parece bien -dije-, esta misma noche podríamos hacerle una visita.
-¿Y cómo podríamos localizarlo?
-Eso es fácil -contesté-. Edu ha ideado un diminuto artilugio como un botón de cristal, que él llama goforyou -eso que está ahí junto al ordenador-. Se pasa el botón sobre los ojos de la foto de Hawking. Le damos la orden de : "queremos que nos lleves a ver a Hawking". Nos metemos el goforyou en el bolsillo y, automáticamente, él nos lleva en un instante hasta el científico.
-¿Así de fácil? ¡Qué inventos hace Edu!
-Si es del agrado de su merced, dormimos hasta las tres de la madrugada y salimos con la fresca en su búsqueda. Ahora son las tres de la tarde.
-¿Y para qué tan larga espera, tinterillo? Vámonos ya, sin más dilación a Gran Bretaña o adondequiera que estuviere el señor Hawking.
-Un momento, que no estoy preparado - le rogué.
Salí fuera del tintero, vestido de astronauta, con escafandra y casco blancos, estilo Una odisea en el espacio, y un largo cordón enrollado en la cintura, cuyo extremo até a la de Don Quijote. Abrimos la ventana y nos colocamos sobre el alféizar. Di la orden de marcha al botón y, de inmediato, fuimos propulsados hacia nuestro objetivo a velocidad refleja. Mientras sobrevolábamos los campos manchegos pregunté a Don Quijote:
-¿Sabe su merced qué es un agujero negro?
-En mis tiempos -respondió- podría serlo la cueva de Montesinos. Hoy día se le aplica a cualquier asunto oscuro...
-Ya, pero los descubiertos por Hawking son estrellas colapsadas, que no dejan escapar la luz, ni los gases, ni nada; por el contrario, todo se lo tragan. Según él, hay muchos en el universo.
-Pues, si el señor Hawking nos da permiso, nos cepillamos a todos esos agujeros hambrones de una pasada y dejamos el espacio limpio como una patena.
-¡Es increíble! -exclamé sorprendido-. Ya se ve, ahí abajo, en ese edificio, la ventana del despacho del señor Hawking. Como hace una tarde soleada de abril, la tiene abierta. Mire cómo disfruta del sol, recostado en su silla de ruedas.
-¡Qué majo! -dijo Don Quijote- Parece que duerme.

Suavemente, como pompas de jabón, nos dejamos caer sobre la escurrida tripilla del doctor Hawking. Lo contemplamos durante breves momentos. Dormía plácidamente, sin abandonar la sonrisa.
-¡Hola, señor Hawking! -le susurré, rascándole bajo la barbilla.
-¿Quiénes son ustedes? -preguntó en inglés, abriendo los ojos, sorprendidos y alegres, como los de un niño ante un juguete inesperado.
-Somos -le dije- dos españolillos: el hidalgo Don Quijote y un servidor, un tintero ejerciendo hoy de astronauta.
-¡Ah, ya! Don Quijote de la Mancha y el intrépido astronauta don Pedro Duque. ¡Bienvenidos, amigos! A los españoles os aprecio mucho por lo sufridos que sois y por la imaginación y el buen humor que tenéis. Vosotros podríais ser estupendos astrofísicos, ya que para ello es muy importante la fantasía.
-¿Sí? -preguntamos a dúo.
-Sí -contestó Hawking-, porque si no hubiera preguntas imaginativas y atrevidas, nunca avanzaría la ciencia. España es estupenda: Mallorca, Granada, la paella, el cocido, la tortilla española, el gazpacho...
-Y el vino manchego... -añadió Don Quijote.
-¡Yes, yes! -dijo Hawking, riendo-. Y bien, ¿qué queréis preguntarme? porque a algo habréis venido. Vamos, digo yo.
-Bueno... -titubeé sin saber cómo empezar- resulta que hemos visto una foto suya, en el periódico, experimentando la ingravidez, y nos ha sorprendido lo feliz que se le ve dando volteretas en el aire.
-Sí, como cuando mantearon a Sancho Panza... -recordó Don Quijote.
-Por eso queríamos preguntarle -añadí- cuál es el maravilloso secreto, el mágico recurso que su merced posee, gracias al cual ha logrado brillar como un sol en el cielo de la ciencia, a pesar de haber sufrido tantas carencias.
-Sencillamente -contestó acentuando la sonrisa- el entusiasmo y la pasión por alcanzar algo que siempre me ha atraído. La firme decisión vence todas las dificultades. En mi caso, las circunstancias adversas de mi enfermedad me dieron una mayor independencia y más capacidad para concentrarme en la búsqueda de mi objetivo.
-¿Y cómo se mostraba tan feliz flotando en el aire? -preguntó Don Quijote con gran curiosidad.
-Usted, mister Don Quijote -contestóle Hawking- cuando volaba con Clavileño o galopaba sobre Rocinante contra los gigantes, ¿no se sentía reventar de gozo y exaltación? ¿Y por qué?
-Sin duda alguna -asintió Don Quijote-, porque estaba ejercitando la misión para la que había nacido, la de defender la justicia y la honestidad.
-¿Y qué sueño le gustaría realizar, señor Hawking? -me atreví a preguntar.
-Me gustaría realizar un viaje por los inmensos espacios, visitar las galaxias, los planetas y tantos astros interesantes que pueblan el universo; y, por supuesto, ver de cerca los agujeros negros.
-Eso es pan comido -dijo Don Quijote-. Aquí mi compañero el tinternauta tiene un aparatejo que, en un tristrás, nos lleva a donde le ordenemos.
-Qué curioso. ¿Puedo verlo?
-Mire, señor Hawking - le dije enseñándole el goforyou-. Es un invento español. Basta con frotarlo sobre la imagen del objetivo hacia el que pretendamos dirigirnos y él nos conduce sin la menor vacilación.
-¡Caramba, qué cosas inventáis los españoles! Vamos a ver... Un momento.
El señor Hawking pulsó el mando manual y, en el acto, apareció en la pantalla de un pequeño ordenador incorporado a su silla, un círculo, parecido al iris de un ojo humano bordeado de diminutas llamas dobladas hacia el gran disco negro que ocupaba la mayor parte de aquel extraño iris.
-Éste es -continuó diciendo- un ejemplar de los muchos agujeros negros que hay en nuestro universo. Está lindando con la región de los pequeños universos, la del tiempo imaginario. ¿Probamos con vuestro invento?
-Creo -dije mientras masajeaba con el goforyou la imagen del negro agujero- que deberíamos viajar en la silla del señor Hawking.
-Es una idea muy acertada -alabó Hawking- De esa forma, aunque el goforyou nos propulse y guíe, yo puedo combinar su programa con los cambios que me parezca introducir en la dirección de la silla.
-¡Adelante pues! -exclamó Don Quijote.

Don Quijote se introdujo hasta la cintura en el bolsillo derecho de la chaqueta de Hawking y yo en el izquierdo, quedando sentados sobre el abdomen del científico, mirándonos de frente y viendo, de lado, la cara de Hawking que reía a más no poder.
Con un estrépito de hierros, chirridos de muelles y gritos astronáuticos, salimos despedidos por la ventana, la silla dando vueltas como loca, con las cuatro ruedas dobladas hacia afuera, girando cual hélices furiosas.
En cuestión de segundos recorrimos el sistema solar, la vía láctea y no sé cuantas galaxias. ¡Qué maravilloso el universo, contemplado desde perspectivas y escalas distintas a las terrestres! ¡Qué variedad de luces, colores, melodías y ritmos procedentes de los innumerables astros que danzan por el espacio. La cara de Hawking irradiaba una felicidad que podría palparse con las manos. Las suyas, inquietas, no dejaban de tocar los botones del mando de la silla que, a su antojo, la lanzaba en picado hacia uno u otro cuerpo celeste, que contemplábamos de cerca, descubriendo fantásticas civilizaciones y seres parecidos a los humanos en alguno de aquellos mundos. Luego alzaba la silla en el espacio y la dirigía hacia un cometa anaranjado o hacia una verde nebulosa. Después entramos en un cielo que iba pasando de un azul intenso a un morado gradualmente más oscuro. Frente a nosotros descubrimos el ojo que Hawking nos había mostrado en el ordenador, pero vivo e inmenso, girando como una rueda de fuego de diversos colores en su borde circular, cuyas llamas se doblaban hacia el interior del negro y amenazador agujero.
-¿A dónde vamos, señor Hawkin? -pregunté con cierto canguelo.
Hawking se limitó a aumentar su pícara sonrisa y acelerar al máximo la velocidad de la silla.
-¡Esto sí es volar y no los trotecillos de Clavileño! ¿Agujeros hambrientos? ¡Marchando un bocata con ruedas! ¡Allá vamos! -gritaba Don Quijote alucinado.

Conforme nos aproximábamos al agujero, sentíamos que una fuerza brutal nos succionaba y nos comprimía como un churro.
-¿Quú us ústu? -pregunté alarmado.
-¿Ústu us lu luchu! -gritó Don Quijote.
-¡Ju, ju, ju! ¡Ju, ju, ju! -reía Hawking sin tomarse un respiro.

En seguida pasamos desde aquel agujero a la región de los pequeños universos que flotaban como verdes islotes en un cielo plateado, envueltos en la bruma del tiempo imaginario. Recuperamos nuestra fisonomía y volumen normal. Hawking dirigió la silla hacia uno de los islotes. Era el universo de los sueños del pasado imposible. Allí visitamos varios mundos, sacando en conclusión que cada uno de ellos se correspondía con mundos de nuestro gran universo del tiempo real. Buscamos el correspondiente a nuestra Tierra, pero alguien nos quitó la intención al sugerirnos que era más interesante el pequeño universo de los sueños futuribles. Con la ayuda del goforyou nos dirigimos al mundo que en este otro islote correspondía a la Tierra y, curiosamnte, nos encontramos con un planeta muy parecido a Mitopía. Al señor Hawking le gustó, aunque noté que su sonrisa se adornaba de escepticismo.
Dejamos la región de los pequeños universos y continuamos nuestro viaje hacia el más allá, vecino de aquéllos. Nos vimos precisados a pasar por otro agujero negro, muy artístico por cierto, algo así como el arco de Trajano, pero circular. Entramos en él y, como en el anterior, nos sentimos estrujados y centrifugados como en una batidora, pasando maltrechos a otro gran universo estructuralmente muy parecido al nuestro, por lo que pudimos apreciar en la rápida incursión que hicimos por él, pero con un no sé qué distinto, como si todo el conjunto estuviera desempeñando una función diferente al nuestro. Esa imperceptible impresión me empujó a preguntar ingenuamente a Hawking.
-¿No podría ser que el espacio ilimitado esté poblado de multitud de universos que sean como órganos de un ser inmenso?
Hawking me miró comprensivo y me contestó:
-Muchas cosas son posibles, pero es la ciencia la que tiene la última palabra. Hasta ahora no es mucho el camino recorrido, pero un futuro apasionante aguarda a la Humanidad.
-Pues tenga por descontado, señor Hawking -declaró solemnemente Don Quijote- que, tanto a mi compañero tinterillo como a un servidor, nos tendrá siempre la ciencia a su disposición para cualquier misión que precisen en beneficio del progreso universal.
Hawking acercó su dedo índice a las manos de Don Quijote con expresión agradecida. Después, acentuando la sonrisa, dijo:
-¡Bueno, chicos! Por hoy ya hemos visto bastante. Ahora volvamos a casa aprovechando las holgadas compuertas de los agujeros blancos.
Y, con una ligera presión del mando manual, giró la silla y la enfiló rumbo a nuestra Tierra, derrengada como él mismo, pero también resuelta y sonriente como él...
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