Dos sueños y un despertar

miércoles, 3 de septiembre de 2008

-¡Sueña más bajo, Lucas, que no me dejas dormir ni soñar! -le digo a Lucas, en mi lengua perruna y con un hilillo de voz imperceptible.

Desde que Lucas duerme en el suelo del salón, al lado de la colchoneta en la que estoy echado, me entero de todos los pensamientos y sueños que pasan por su cabeza.
Ahora mismo acaba de despertarse. Ha cogido el móvil -que lo suele dejar junto al colchón-, lo ha abierto y ha consultado la hora. Luego me ha enfocado con la lucecilla de la pantalla y ha debido de notar un ligero temblor en mis orejas. Mira hacia el balcón que da al parquecito comunitario y nota un relente fresco en demasía. Se levanta y empuja la hoja acristalada, reduciendo la abertura. Toma un paño, de los muchos que Clara tiene plegados sobre una silla para mi aseo, y me arropa con él. Me hago el dormido, pero no puedo evitar un ligero refunfuño. Lucas vuelve a su colchón, moviendo con gran cuidado sus flacas piernas, sobre las que bailotea el corto pijama veraniego. A mí me entra tal risa que tengo que apretar el morro contra la colchoneta para que aquélla no se me escape. Finalmente se tiende a lo largo del colchón y se cubre con la sábana. Pronto recupera su sibilante ronquido, rítmico y apausado, como un cansino murmurio.


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Quizás porque en esta noche de agosto hay eclipse de luna, las hojas del potho mensajero se iluminan a medias. No obstante, queridos míos, espero que recibáis, sin problema, cuanto en estos momentos hablamos, pensamos o soñamos, gracias al maravilloso broche receptor de Tinterico. Pues, nada, ahí van nuestros sueños.

"El sueño de Toby

Sueño que es 21 de septiembre y que aún es verano en aquella playa sureña. Allá hemos ido toda la familia a pasar unos días con vosotros.
Nos obsequiáis con ricos berberechos en la cabaña de Samuel. Después salimos a la playa y, agarrados a su estrellada capa, volamos por encima del pueblo, de blancura cegadora. Pasamos rozando las copas del brillante pinar. Contemplamos los dorados viñedos, el santuario de plata, el faro inquietante y el mar... El mar azul, anaranjado, blanco, negro, inmenso.
Nos reímos viendo a Don Quijote haciendo el pino, con el agua por el ombligo, luciendo un bañador amarillo con lunares rojos.
Paseamos, después, por la playa. Yo marcho ligero, delante de todos, escuchando disimuladamente a Clara y Xemi cómo me piropean:

-Mira a Toby -dice Clara- con qué garbo camina, meciéndosele las orejitas como dos aguilillas; el morrito negro y brillante cual un azabache; y sus ojos, vivarachos y expresivos, de duende de cuento.
-Sí -contesta Xemi-, yo los he visto llorar, reir, preguntar, responder, aprobar, condenar, protestar, amar, odiar...
-Fíjate -continúa Clara alabándome- cómo camina con paso firme y rítmico, como si tuviera muelles en sus patitas.
-Y el rabito -añade Xemi- enroscado como una interrogación. ¿Contestará alguien, algún día, a sus preguntas?
-Es posible -dice Clara, riendo.

Xemi llega hasta mí y desliza su mano suave desde mi cabeza hasta el final de mi rabito, sin que ni un grano de arena sobresalga en mi recta espalda capitolina.

Sueño que, al cabo de una semana, volvemos a casa y encontranos el pueblo transformado en un lugar limpio, bonito, en el que personas y animales conviven amigablemente.

Sueño que ladro alegre y feliz. Siento necesidad de ladrar a todo bicho viviente, pero sobre todo a las máquinas, especialmente a las que van despendoladas por esas calles. Mis ladridos tienen diversos matices y sentidos. Mi familia los conoce perfectamente. Uno es el ladrido angustiado y desesperado que lanzo cuando presencio una disputa o discusión. No las soporto, sobre todo si los que discuten son de mi familia. Odio las trifulcas y enfrentamientos. Ladro con ladrido firme y amenazante, a los cuatro vientos, contra la injusticia, la fuerza bruta y abusiva, ya provenga de personas o de otros animales; en especial la procedente de los perros grandes y acosadores que se creen con derecho a todo, consentidos por sus amos.
Pero, la mayoría de las veces, ladro con un ladrido amable y amistoso: para dar los buenos días, saludar y demostrar afecto a la buena gente; para agradecer, para pedir ayuda, comida, agua o una golosina. Y, sobre todo, ladro de gozo cuando llega a casa una persona querida.

Sueño con algo que he oído a Edu: que hay sabios científicos haciendo experimentos para insertar neuronas artificiales en el cerebro de los animales que les permitirán hablar, pensar, escribir, resolver problemas, jugar al ajedrez, etc. Aunque, modestia aparte, yo hace mucho tiempo que realizo cosas así. A mi manera, claro.

Y sueño que, a lo mejor, es verdad lo que cuenta ese diablo arrepentido: que también, dentro de nosotros los animalillos, se esconde un ángel. Y que un día volveremos al paraíso. ¿Por qué no?


El sueño de Lucas

Sueño que es la tarde del 21 de julio. Una tarde llena de sol, cálida y calmosa. En el parquecito comunitario los vecinos disfrutan bañándose, tostándose al sol y cotorreando.
En casa estoy yo solo con Toby. A las cinco estamos citados en el centro veterinario para cortarle el pelo. Todos los de casa se han marchado a la ciudad próxima a algún asunto. Tengo la certeza de que ellos piensan ilusionados en lo guapo que van a encontrar a Toby, con su pelito cortado, cuando vuelvan a casa.
Bajo con Toby las escaleras, sujeto con la correa. Salimos a la calle y cierro la puerta del parque. Toby saluda con sus acostumbrados ladridos. Caminamos, felices, cinco metros hasta la esquina de la calle en que se halla el veterinario. De pronto me sorprende un perro enorme, de ancho cuello, poderosa cabeza y boca descomunal, que llega corriendo detrás de nosotros con pésimas intenciones. Rápido tomo en brazos a Toby y trato de espantar al tremendo animal, dando patadas al aire. El acosador no se inmuta. Da vueltas en torno mío, saltando y poniéndome las zarpas encima, empecinado en arrebatarme a Toby.
¡Tántas veces me he visto acosado por grandes perros, y he logrado espantarlos, que también ahora confío librarme pronto de éste! Espero que, en seguida, llegue su dueño pidiendo disculpas y el consabido: "No tema , no hace nada, sólo quiere jugar".
Pero no. Los ojos de este perro no son de un animal. Son ojos vacíos de todo sentimiento. Son ojos de una máquina desalmada.
Toby ladra desesperado, me araña en los brazos, tratando de defenderse y defenderme de aquel mazacote agresivo.
Mas la bestia no ceja en su empeño y persiste en sus vueltas y empujones. Los coches pasan a nuestro lado, pero nadie se detiene a ayudarnos.
Con el forcejeo, pierdo el equilibrio y caigo sobre el asfalto. Inexplicablemente, Toby se suelta de la correa y corre unos metros; pero, como un relámpago, aquella bestia autómata se le echa encima y lo coge por la cinturilla con su espantosa bocaza.
Durante unas décimas de segundo, para mí eternas, siento un terrible dolor, como si el alma se me rompiera en pedazos. Veo a la mastodóntica fiera alejarse, galopando, con mi pequeño Toby en su boca maldita, que me mira con los ojitos llenos de espanto. Noto en mi corazón acumularse el dolor de todos los que tanto queréis a Toby.
Corro desesperado tras aquel depredador asesino, llorando y lamentando nuestra desgracia. La fiera rodea el largo edificio vecino, volviendo hasta el punto de partida, en donde, al parecer, se halla su dueña. Inesperadamente, y quizás por ese motivo, el execrable verdugo deja un momento a Toby sobre la acera. Lo veo correr, sangrando despedazado. Hago un supremo esfuerzo y consigo alcanzarlo y estrecharlo entre mis brazos.
De nuevo vuelve a acosarme la maldita fiera, más pertinaz que en el primer ataque, si cabe. Pero ahora yo estoy ciego de dolor y furia, y respondo a puntapié limpio contra sus morros, consiguiendo liberarme de ella y correr con Toby hasta el centro veterinario.

El despertar

La claridad del alba y un ligero rechinar de plásticos me saca de mi pesadilla. Veo a Toby fuera de su colchoneta que se acerca hacia mí, arrastrando sus patitas traseras como dos trapitos negros colgando marchitos.
Sin llegar a incorporarme del colchón, levanto el brazo y cojo un papel que sobresale del borde de la mesa.
Vuelvo a leerlo una vez más, con voz queda, con una fugaz esperanza de que todo haya sido un sueño:

Informe clínico: (...) Dada la dificultad de estabilizar de nuevo la columna y conseguir cicatrización ósea teniendo en cuenta la fractura conminuta y la infección local, y dada la escasa probabilidad de recuperación al haber perdido la sensibilidad profunda, aun con una nueva intervención quirúrgica, se recomienda hacer eutanasia activa.

Toby me mira preocupado, con ojos llorosos. Entreabre la boca y le oigo susurrar, con voz desgarrada, algo que le entiendo puntualmente:
-Sí, queridos míos, el 21 de julio fue un día realmente aciago para nosotros. El día en que aquella abominable máquina de cuatro patas destrozó mi vidita."

Un beso. Toby.
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