La familia de la Tía Pascuala - (Cap. I)

jueves, 15 de noviembre de 2007



Hola, amigos Don Quijote y Tinterico, soy Toby. Vuestro úlimo mensaje me ha enardecido y levantado la moral al conocer que, lejos de sufrir calamidades en manos de las brujas, sois vosotros quienes habéis asestado un buen golpe en la cresta a esas vocingleras pajarracas, desbaratando los diabólicos planes y hechizos con que tenían asediados a los vecinos de Las Oropéndolas. Si no he contestado antes para felicitaros y alentaros a seguir luchando en el reino de la Mala Uva ha sido por mi dificultad en escribir, dada mi condición de perro. A ver cuándo Lucas termina el diccionario canino-español y español-canino que, me ha dicho, está preparando. Con su ayuda espero escribiros con mayor fluidez y prontitud.

Quiero aprovechar para poneros al tanto de unos extraños sucesos que últimamente están ocurriendo en este pueblo. La cosa es así:
El sábado pasado, cuando Lucas me llevaba de paseo, nos encontramos con un señor doctor en psiquiatría que ejerce en el hospital de la ciudad cercana. Tiene un chalet en las afueras de este pueblo y suele pasar aquí los fines de semana. Deben ser muy amigos, pues se alegraron mucho al verse, y a mí el doctor me acarició y alabó los ojos tan espabilados que tengo. Lucas bromeó diciéndole que, como la gente es cada vez más juiciosa, pronto lo mandarían al paro. El doctor se rió y le contestó que ojalá fuera así, pero que, por desgracia, las dolencias psíquicas iban en aumento.


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-Precisamente -añadió- ahora estoy muy enfrascado investigando sobre ciertas psicopatías atípicas que se están produciendo en este pueblo.
-No me digas -contestó Lucas alarmado- ¿y eso se pega?
-No, hombre, pero es curioso que haya afectado a un grupo de población de determinadas características. Como eres mi amigo y confío en tu discreción, voy a contarte algo sobre este asunto que me está quitando el sueño. Los médicos también necesitamos desahogarnos ¡qué caramba!, aunque la gente crea lo contrario.
-Por supuesto, los médicos sois personas de carne y hueso y necesitáis relajaros. Muchas veces nos olvidamos de ello.
-Bien, Lucas, pues resulta que varios chicos y chicas del pueblo se han visto afectados por un extraño síndrome que incluye alucinaciones, paranoias, crisis de pánico, ansiedad, etc., que les obliga a permanecer en casa en continua vigilancia de sus familiares, quienes, lógicamente, se hallan muy preocupados. Estoy realizando un seguimiento muy minucioso en búsqueda del diagnóstico y tratamiento acertado. Cuando les paso consulta suelo grabar sus declaraciones y comentarios para luego analizarlos y sacar conclusiones.
-Es tremendo lo que me cuentas...
-Tremendo e inexplicable. Aquí en el bolsillo llevo la pequeña grabadora en la que tengo registrados sus relatos para escucharlos y estudiarlos mientras paseo por el campo. Oye el de Delia, la primera que inició estas consultas. Se trata de una chica atractiva, alegre y vivaracha, que se peina con unos graciosos moñetes y tiene tal desenvoltura que resulta irresistible a los muchachos.
El doctor sacó la grabadora, pulsó un botón y empezó a sonar la voz cristalina de Delia:

"Fue una noche de primeros de octubre. Me despertó un chillido animalesco tan agudo que se me clavó en el cerebro como una aguja de fuego. Salté de la cama en la oscuridad. Salí, a tientas, al pasillo, largo como un túnel. Al fondo, los cristales de la ventana se encendían con intermitentes relámpagos y las ráfagas de lluvia parecían repetir palabras inquietantes pero ininteligibles, algo así como ¡lelála lelalíla lalála!. El fogonazo de un rayo, seguido de un formidable chasquido, me dejó paralizada. Pero más aún la negra silueta de una rata gigantesca que, en aquel momento, atravesó los cristales sin romperlos. La azulada luminosidad de los relámpagos me permitieron distinguir el húmedo y encrespado pelaje de la rata que avanzaba hacia mí con ojos de fuego y hocico amenazante. Sentí desvanecerme y corrí a mi habitación, cerré la puerta y me acurruqué bajo la ropa. Quedé inmersa en un sueño en el que me veía rechazada por los de mi panda, por falsa e intrigante. Cuando me desperté, recordé aquella terrible pesadilla y fui tambaleándome al baño. Me miré en el espejo y quedé horrorizada. ¡Mi cara era la de la rata!"

Al día siguiente -continuó el doctor- fue Dani, otro chico del pueblo, el que vino a mi consulta. Me pareció un joven sano y fuerte, de cuello ancho y cabeza rapada, con voz ronca que él procura hacer más áspera cuando está entre los amiguetes y sobre todo entre las chicas. Le gusta lucir sus musculosos brazos, adornados con tatuajes, por lo que suele llevar camisetas y chalecos sin mangas. Disfruta imponiendo su voluntad a cuantos le rodean, hacer chistes y mofas de los demás, tanto de compañeros más débiles o que no ríen sus gracias, como de profesores, autoridades, o gente que no le cae bien por fútiles motivos. Pero, hace poco, le ocurrió algo que le ha sumido en el espanto. Escucha la voz de Dani.
(El doctor puso de nuevo en marcha el reproductor de sonido).

"Hace varios días, una tarde cenicienta y nubosa, quedé con Mati, una amiga de la pandilla, para ir, con el coche, a ver una película. A la vuelta, ya de noche, me propuse impresionar a Mati. Me gusta correr con el coche, y siempre me he reído de tanta monserga con que quieren asustarnos de continuo. De la ciudad al pueblo se suele tardar veinte minutos en coche, pero le dije que yo emplearía sólo cinco.
-¿Cinco minutos? No seas fantasma y menos con este cacharro -me dijo Mati, dándome una palmadita en la nuca.
-¿Ah, no? Ya verás -contesté.
Una vez en la carretera que lleva al pueblo, aceleré al máximo. El motor bramaba como un toro, adelantando a cuantos coches encontrábamos a nuestro paso, sin respetar ninguna señal de tráfico. Los que se cruzaban con nosotros nos daban las luces largas. Cerca del pueblo la carretera bordea por su izquierda una chopera, mientras que por la derecha se alza sobre el terreno en un desnivel de varios metros. De pronto comenzó a llover. No sé cómo ni por qué me asaltó una extraña falta de ánimo. Era como si la lluvia, que se estrellaba contra el parabrisas, cayera también sobre mi cerebro, anublando mi conciencia y entorpeciendo el control de mí mismo, infundiéndome un sentimiento de pánico que me impulsó a dar un brutal frenazo.
-¿Qué te ocurre, Dani? -gritó Mati, sacudida por el violento vaivén, y mirándome espantada.
-No sé, no sé... Repentinamente me he sentido como un pelele en mi interior y he notado una fuerza arrastrándome hacia fuera de la carretera, mientras oía, junto con el ruido de la lluvia cayendo sobre el parabrisas, una voz lúgubre diciendo no sé qué cosas. Y ahora me veo incapaz de seguir conduciendo.
Mati, muy preocupada, se puso al volante y me llevó hasta casa. Desde ese incidente, me siento atenazado por el miedo y la confusión..."

Pocos días después fue Mati la que acudió a mi consulta. Me confesó no haber contado a nadie lo sucedido, pero había quedado profundamente impactada por lo de Dani. Me contó que lo que más le gustaba de Dani era su talante decidido, duro y descarado. Mas, después de aquello, le parecía como si él la hubiera defraudado. Sin duda, entre ella y Dani existe una oscura afinidad. Siempre se han apoyado mutuamente en sus burlas contra quienes no son de su agrado. Como él, su personalidad aparenta gran seguridad en sí misma y mucha autoestima, aunque...

"Dos días después del incidente de Dani -relató la voz grabada de Mati- me levanté mareada y con vértigos. Había pasado la noche acuciada por angustiosas pesadillas. Llegué al baño, me quité la ropa y entré en la bañera. Por mi cabeza seguían desfilando confusas imágenes de cipreses bajo la lluvia, risas y palabras sin sentido... Abrí el grifo de la ducha y quedé horrorizada: ¡el agua que caía sobre mí era amarillenta y pestilente!"

Hay más afectados. Otro día se presentó en la consulta Iván, un muchacho gordito, de aspecto bonacible y bastante juicioso. Lo vi muy deprimido, y su relato también me impresionó:

"Acudo a usted -empezó diciendo- porque veo que así no puedo vivir. Desde mediados de octubre me ocurren cosas muy raras. El sábado por la noche estuve con varios amiguetes en un viejo local, fumando y bebiendo. Como de costumbre, acabé siendo el hazmerreir de todos. Si no es haciendo gracias a mi costa no se divierten. Por eso cogí, a escondidas, una botella de ginebra, me la guardé bajo el jersey y me escabullí del local. Era una noche tibia y sin luna. Marché a las afueras y me adentré entre los maizales por un camino polvoriento y solitario. Llegué a una finca con manzanos, me senté al pie de uno de ellos, apoyando la espalda contra su tronco. A lo lejos veía la oscura silueta de las casas y de la torre del pueblo recortándose contra un cielo estrellado y distante. Sentía una tristeza inmensa y me puse a beber y fumar sin control alguno. Una brisa cálida movía las hojas del maizal, como un ejército de esqueletos. De pronto veo alzarse entre ellos un chorro de humo pajizo enrrollándose sobre sí mismo hasta formar una bola voluminosa.
-Hola, Iván.
-¿Quién eres? -pregunté.
-Siempre juntos y no me reconoces? Soy yo, es decir, tú... ¡ja, ja, ja!
La bola de humo avanzó unos metros hacia mí, adoptando formas simiescas.
-Lo que estás haciendo -dijo con voz quebradiza- es lo mejor que puedes hacer: beber y fumar, beber y fumar. Siempre te lo he dicho: ¡nunca serás nada! ¿Para qué molestarte?...
Sin dejar de mirar a la bola de humo, seguí fumando y bebiendo. Negros pensamientos tropezaban en mi mente unos contra otros, girando en un remolino que yo quería frenar bebiendo hasta acabar la botella. Furioso y borracho me levanté y arrojé la botella contra aquella figura de humo. Seguía sintiendo sed. Algo más arriba se oía fluir el agua de la profunda acequia, rebosante hasta el borde. Tambaleándome llegué hasta situarme a un metro de ella.
-Mira qué fresca y acogedora -oí que me decía la bola de humo-. ¡Échate en sus brazos, no seas tonto!
Giré la cara y su pestoso aliento me produjo náuseas. Me dejé caer en la hierba. Permanecí un largo rato confuso y como hipnotizado por el agua, sobre la que vi desvanecerse la figura de humo mientras repetía palabras ininteligibles, pero turbadoras."

-Realmente increíble -exclamó Lucas.
-Pues aún no he terminado. Atiende al testimonio de Manu, un chico también muy desenvuelto en su manera de hablar y de actuar. Alto, delgado, nervioso, muy extravertido y muy bien aceptado por sus amigos y compañeros de trabajo. Con él se ríen mucho por las imitaciones y parodias de gente conocida. Pues verás lo que cuenta que le ocurrió. El lunes, 15 de octubre, Manu salió de su casa y se dirigió al lugar donde trabaja...
(El doctor nuevamente apretó el botón de sonido del reproductor).

"Como todos los días, me levanté a las siete de la mañana, me aseé y vestí para ir a la oficina. Me sentía extraño, esa es la verdad, cosa que atribuí a la resaca del fin de semana. Me lo había pasado muy bien con los amiguetes que se rieron mucho con mis chirigotas. Cogí el coche y fui a la empresa en la que trabajo desde hace un año. Saludé al portero que, desde su garita, me observó inquisitivo, como si no me conociera. Subí a mi departamento, en la segunda planta, y me dirigí a mi mesa.
-Hola, Julio, ¿qué tal? -saludé a mi compañero, vecino de mesa.
-Ho... hola -contestó titubeando y sorprendido-, ¿nos conocemos?
-¿Qué pasa, macho, estás de coña? -le pregunté mirándole fijamente.
-No. Perdona, ¿eres el sustituto de Vicente?
-¿Vicente? ¡Qué buen humor tiene Julio, a pesar de ser lunes!, ¿eh chicas? -grité a Rosa y María, sentadas en las mesas del fondo.
Ellas se rieron educadamente, aunque con expresión de sorpresa en sus rostros.
Me quedé serio y taciturno con las manos entrelazadas sobre la mesa. A los pocos minutos llegó el jefe del departamento, el señor Vázquez.
-Buenos días -saludó.
Me miró y se acercó a mi mesa.
-Así que usted va a sustituir a Vicente. ¿Qué tal? -me dijo sonriente y alargando su mano-. Le veo un poco aturdido... ¿Se encuentra bien?
-Yo... no sé... Me van a perdonar un momento.
Me levanté de la mesa y me dirigí tembloroso hacia la puerta, tratando de huir de aquella locura. Me volví para decir adiós y la visión me dejó helado. Las mesas estaban ocupadas por viejos deformes, enanos, andrajosos, que reían con sus bocas desdentadas, burlándose de mí."

-Sí, Lucas -dijo el doctor-, se trata de casos escalofriantes. Más que nada por haber afectado a gente joven, como una caprichosa pandemia. He atendido a varios chicos más, pero los más significativos son éstos que te he comentado. Bueno... también es curioso el testimonio de Isabelita: una joven sencilla, discreta, muy tímida y, por supuesto, que rehuye todo protagonismo. Hasta el punto de preferir guardar sus problemas para ella sola y no compartirlos con nadie. Conmigo se franqueó porque llegó a un extremo de real desesperación. Ella es bastante atractiva, sin embargo tiene un gran complejo por razón de su aspecto físico. Se ve gorda, y piensa que a los demás ella les resulta indiferente e incluso desagradable, sobre todo a los chicos. Tanto le obsesiona su físico que ha recurrido a las más drásticas dietas. En verano se unió a una pandilla de chicos y chicas, sin ningún entusiasmo, arrastrada por una amiga y huyendo del aislamiento. Sin embargo, no consigue arrancarse la idea de que ha nacido para el fracaso y que nada podrá evitarlo.
Hace quince días vino a mi consulta. Se sentó frente a mí y le pregunté qué le ocurría. Durante unos segundos me miró con ojos angustiados, temblándole los labios. Luego agachó la cabeza y se echó a llorar. Descubrí en su cara un acné en plena erupción. Se serenó un poco y me relató lo que vas a escuchar:

"Fué la pasada semana cuando mi mal se agravó. Días atrás me había sentido atormentada por la dieta rigurosa que venía observando. Ayer me desperté rabiosa, con deseos de devorar, de hincharme comiendo hasta reventar. Aproveché que no había nadie en casa; busqué en los armarios de la cocina y estuve una hora comiendo chocolate y cuanto me apetecía, hasta sentirme llena como un globo. Por la noche me desperté aterrorizada. Todo el cuerpo me picaba. Había soñado que mi cuerpo se había convertido en un hormiguero con multitud de agujeros al exterior, por donde entraban y salían negras hormigas de poderosas mandíbulas. Me tiré de la cama y fui al baño. Encendí la luz. Mi rostro, pecho y abdomen estaban cubiertos de ardientes pustulillas. Sentí náuseas y me incliné sobre el inodoro con ganas de vomitar. Pero lo que siento deslizarse como una culebra dentro de mí, no consigo arrojarlo..."

-Realmente es tremendo y cuesta creerlo -dijo Lucas, visiblemente conmovido-. ¿Y no has descubierto alguna relación entre estos casos?
-Hasta ahora -le contestó el doctor- lo que he averiguado es que todos los chicos pertenecen a la misma pandilla.
-¿Y qué habrá motivado esos fenómenos tan extraños?
-No sé si algún día se descubra. A veces ocurren cosas singulares que nunca llegan a aclararse. No obstante... -añadió el doctor, haciendo una larga pausa, como si repentinamente se acordara de algo.
-¿Hay algún indicio? -preguntó Lucas, impaciente por conocer más detalles sobre el asunto.
-Bueno, sí... Hace pocos días fui llamado de urgencia para atender a un señor ya jubilado, aficionado a la pintura. Su mujer, muy alarmada, me contó que su marido, desde el mes de junio, venía dando muestras de confusión mental, alucinaciones, mezcla de lo real y lo soñado, lagunas en la memoria, etc. Desde entonces ha abandonado los pinceles, está como ensimismado, desorientado y con una gran ansiedad.
Me acerqué a visitarlo. El pintor estaba sentado en el sofá, con la mirada perdida más allá del monte lejano que se divisa a través de la ventana del salón. Traté de ganarme su confianza mostrándome no como médico, sino como un amigo interesado por sus pinturas. Alabé los cuadros que tenía colgados en el salón, todos pintados por él. Le hice preguntas sobre cada uno de ellos, logrando pacientemente que fijara su atención en el tema y obteniendo respuestas cada vez más coherentes y lúcidas. Ante tan esperanzadora reacción, su mujer, con alegre semblante, salió del salón y volvió rápida con varios cuadros más. Los fui examinando, siguiendo la táctica adoptada y haciendo incluso algún comentario jocoso que fue premiado con una sonrisa del pintor y respuestas más animadas.
-Este cuadro -dijo su mujer, poniéndome en las manos un lienzo sin marco y visiblemente inacabado- fue el último que pintó. Mejor dicho, que estaba pintando, pues lo dejó sin terminar. Después ya no ha cogido los pinceles para nada.
El cuadro representa una casa de aire sombrío e inquietante, franqueada por cipreses y cercada con una negra verja de hierro y tupidos arbustos. Me llamó la atención unas manchas amarillentas, diseminadas a lo largo del lienzo, como salpicaduras de un líquido extraño. Tuve la ocurrencia de mostrárselo al pintor con intención de hacerle alguna pregunta sobre el mismo.
El pintor miró el cuadro. Su rostro se distorsionó en una mueca indescriptible y sus ojos desorbitados parecían que fueran a estallar de un momento a otro. Se cubrió la cara con las manos y gritó:
"-¡El agua de la Tía Pascuala, no! ¡El agua de la Tía Pascuala, no, no, no!..."

Aquella inesperada reacción del pintor despertó en mí la curiosidad de comprobar cómo reaccionarían ante aquel cuadro los chicos afectados por un síndrome tan similar al de este hombre.
Pedí a la mujer del pintor que me dejara el lienzo durante unos días. Cité por separado a cada chico afectado y los sometí a la prueba. Curiosamente, todos se comportaron de forma parecida. Contestaban con calma y coherencia a mis preguntas, pero cuando les mostraba el cuadro de la casa de los cipreses, se apoderaba de ellos un temblor irrefrenable, se cubrían la cara o agachaban la cabeza, llenos de espanto y gritando palabras ininteligibles.

Y hasta aquí la conversación entre Lucas y su amigo el doctor.
Pues, nada, amigos, estas son las novedades. Ya os contaré cómo evoluciona el tema.
Decidme qué opinión os merece. Toby.

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