El enigma del pinar - (Cap. III)

lunes, 8 de agosto de 2011








-¡Menuda nochecita de lluvia y viento! -comentó Samuel, mientras trajinaba en la cocina con el delantal salpicado de mariquitas rojas-. Vosotros no os habéis enterado, pues estabais de siete sueños, pero yo, mientras freía las torrijas, pensaba que la cabaña iba a volar de un momento a otro con nosotros dentro. ¡Quién diría que hoy es 20 de abril, miércoles santo!
-Te equivocas, amigo -contestó Don Quijote, paseando, nervioso, de un lado a otro de la cabaña. No he pegado ojo en toda la noche, pensando en Aarón, nuestro vecino del pinar, en su desdichada existencia, y en los motivos, terribles, sin duda, que le han empujado a confinarse en él, refugiándose en esa tartana. ¿No estará preso de las malas artes de algún maligno encantador? No sé, no sé. Noto en mis tripas un raro presentimiento...
-Verdad es -dije yo- que, si penosa fue la etapa de su vida, que hasta ahora nos ha contado, no debió de ser muy halagüeña la que le siguió, a juzgar por la radical decisión que adoptó. ¡Si, por lo menos, nos permitiera ayudarle! Desde que escuchamos su relato, encaramados en el pino, han pasado ya ocho meses, y desde entonces nos rehuye y evita encontrarse con nosotros cuando va al pueblo en busca de provisiones. Quizás tema que lo engatusemos otra vez y le sonsaquemos el resto de su intrincada historia, que, a decir verdad, tengo interés por conocer.
-¡Vaya! -exclamó Samuel, colocando, primorosamente, las torrijas en un hermoso plato floreado que sacó de la alacena- Parece como si un duende amigo nos haya inspirado, a los tres, el mismo pensamiento y solidaria intención. Ése ha sido el motivo por el que, de madrugada, me he puesto a freír las torrijas: para hacer una visita a Aarón, invitarle, y tratar, cautamente, de doblegar su enfermiza altivez, para que nos cuente algo más de su zarandeado currículum.

-¡Toc, toc, toc! -Unos golpecitos en la puerta interrumpieron nuestra charla.

Don Quijote acudió diligente a descorrer el pestillo. Entreabrió la puerta. Una bocanada de aire húmedo y salado se coló por la angosta abertura, al mismo tiempo que la voz firme y serena de un desconocido. Era un hombre corpulento, envuelto en un impermeable azul marino, con la capucha cubriéndole la frente.
-Buenos días, señor -saludó-. Le agradecería una pequeña información, si es que me la puede facilitar...
-Pase dentro, por favor -le invitó Don Quijote- y póngase a resguardo de la lluvia que, aunque menuda, termina calando hasta los huesos.
-Muchas gracias por su amable hospitalidad -dijo el hombre, entrando en la cabaña, al tiempo que hacía una reverencia a todos nosotros-. Permítanme que me presente. Mi nombre es Ricardo. He venido desde Maddrid, donde resido, hasta este hermoso paraje, con un propósito disparatado, lo reconozco...
-Calma, calma, don Ricardo -le animó Don Quijote, estrechándole la mano-. No se dé por vencido, habiendo ya realizado la mitad de la tarea. Precisamente ha acudido a esta cabaña, en la que sus moradores no presumen de que ella sea un faro cegador y festivalero, destinado a ensalzar a intrépidos navegantes, pero, eso sí, nos consideramos modestos farolillos dispuestos a prestar alguna luz a náufragos desorientados. Aquí, donde me ve con este mono de nazareno, soy nada menos que Don Quijote en versión tinteril. El joven rubicundo del mono color plata y delantal estampado de mariquitas rojas es Samuel, con medio milenio a su espalda, aunque no los aparente -Samuel saludó con nítida sonrisa y alzando la mano-. Y ese otro compañero, de aspecto canijo y body verde pistacho, es Tinterico, quien -a pesar de lo dicho- también engaña, pues aunque su fisonomía es cambiante como la Luna, su espíritu permanece siempre en la fase de plenilunio.

Yo, educadamente, me puse de pie lo más erguido que pude y le saludé con doble inclinación de cabeza, al estilo oriental. Y, sin más, lo acogimos en nuestra morada con las mejores muestras de simpatía.

-Siéntese, don Ricardo, por favor -le rogó Samuel, acercándole un taburete-. ¿Le apetece tomar algo?
-Gracias, gracias, señores, pero, de momento no deseo tomar nada. Tanta amabilidad me ha sorprendido gratamente -dijo, echándose hacia atrás la capucha y tomando asiento.
-¿Y qué tipo de información anda buscando por estos solitarios parajes -preguntóle Samuel.
-Ante todo, dejadme que os tutee -rogó Ricardo-, ya que me habéis obsequiado con tan acogedor recibimiento. Tengo 44 años. Como ya os he dicho, resido en Madrid, en donde soy profesor e investigador sobre cuestiones de psicología, una ciencia tan vasta y apasionante como su objeto, la mente o espíritu humano, del que, a pesar de lo que cree la gente, apenas sabemos nada. Esa es la razón fundamental de mi viaje: estoy ahora centrado en la compleja e inexplicable entidad de yo; su ámbito, sus límites o fronteras; dónde empieza y termina el yo, y dónde se alza el no-yo; ¿puede el yo actuar o querer en sentidos opuestos, si no simultáneamente, en breve lapso de tiempo, sea cual sea el aspecto que se considere, ya sea lógico, ético, estético, etcétera...?
-¡Peliagudo berenjenal por el que te paseas, amigo! -exclamó Don Quijote, atusándose los cuatro pelos de su barba- ¿Y tienes esperanzas de alcanzar alguna luz en cuestiones tan recónditas y escurridizas como peces asustados?
-Por supuesto que es un reto a nuestra mente, tan desacostumbrada y reacia a exploraciones no trilladas y a posibles descubrimientos incómodos, intolerables o heterodoxos para nuestra sociedad y cultura actual. Pero estoy persuadido de que el investigador auténtico, debe arriesgarse, como un escalador sin red, sea cual sea el posible resultado, sobre todo cuando el objetivo destella en la oscuridad como un mágico señuelo.
-Nos tienes intrigados, Ricardo -dijo Samuel, poniendo sobre la mesa el plato con las torrijas y un vaso de leche-. No entendemos qué relación pueda existir entre tus investigaciones y el hecho de venir a esta playa precisamente. Pero, antes que nada, a ver qué te parecen estas torrijas de receta medieval y extremeña.
-Gracias, Samuel -dijo Ricardo, llevándose a la boca una torrija-. Realmente deliciosa.
Y, tras una pausa, continuó:
-Ese mágico señuelo al que me refiero se trata de un sueño. Un sueño tan veterano como yo mismo, pues se me ha venido repitiendo cada noche, salvo raras temporadas, a lo largo de mis 44 años. Un sueño que siempre se inicia con imágenes de un pueblo junto al mar, semejante al de aquí, embellecido también por un faro y un templo gótico a uno y otro extremo; y, siguiendo la playa, la estampa, majestuosa e inquietante, de un pinar de planta triangular...
Samuel, Don Quijote y yo nos miramos sorprendidos.
-¿Y qué personas aparecen en su sueño? -pregunté impaciente.
-Como en todo sueño -explicó Ricardo- el protagonista del sueño es el soñador, en mi caso yo. Pero con la particularidad de que ese yo de mis sueños no se ajusta al yo de mi estado de vigilia, es decir cuando estoy despierto. Me veo con una personalidad opuesta a la que creo poseer estando despierto. En el sueño me siento un ser resentido, lleno de despecho y rencor, con una maraña de complejos enterrados en mi ser, cual retorcidas y amargas raíces enroscadas como serpientes. Me siento atormentado con las vivencias de una infancia recluida en un orfanato y con una concepción de la vida nihilista y absurda, convencido de que el destino de nuestra existencia no es otro que la muerte y la destrucción sin ninguna otra esperanza; y que las aspiraciones del ser humano se inflan hasta lo sublime, ilusoriamente basadas en leyes lógicas, físicas y metafísicas, pero que acaban estallando y diluyéndose como pompas de jabón en el océano de la nada. Es precisamente la conciencia y convencimiento de ese fracaso existencial lo que le ha impulsado a exhibírseme cada noche, con regodeo, en su desesperada e incendiaria actitud. Por supuesto que en esos sueños aparecen otras personas, escenarios y tramas, como si se tratara de la historia paralela de otra vida mía, pero con tales visos de realidad y verismo que han logrado empujarme a realizar este viaje. Es lo que pretendo: comprobar si existe cerca de aquí un pinar de semejantes características y alguna rara avis que merodee por sus proximidades...
-¡Tate, tate! -exclamó Don Quijote- que me parece que el nudo gordiano va a resultar un juego de niños de guardería en comparación con el que vamos a tener que desenmarañar en este laberinto que, con lo que nos cuenta Ricardo, se nos ha enrevesado mucho más de lo que ya teníamos en perspectiva.
-Inaudito -dijo Samuel, entusiasmado-. Ricardo nos ha mostrado otra pieza clave para recomponer el puzle que ya teníamos entre manos.
-¿Qué estáis diciendo? -preguntó Ricardo, sorprendido- ¿Acaso tenéis algún indicio sobre el problema que me acucia?
-Sí, y algo más que indicios. ¿Verdad Tinterico? -dijo Samuel mirándome y señalando a mi broche grabador-receptor-emisor que, nuevamente, pendía de mi cuello.
-Efectivamente -aprobé, mostrando a Ricardo el broche, sostenido entre mis dedos-. Esta minúscula joya encierra un relato que, posiblemente, te resulte familar ¿Quieres escucharlo?
-Perdonad mi recelo, amigos -manifestó Ricardo-. Observo en vosotros buenas intenciones, pero no creo posible que dispongáis de información relacionada con este asunto. No puede ser. Más bien se trata de un error, a no ser que me estéis tomando el pelo.
-Ah, no, hermano Ricardo -se apresuró Don Quijote a explicarle-. Cómo se nota que eres muy joven y muy de estos tiempos. Hoy día la gente en general y, sobre todo, la gente joven en particular es muy reacia a creer cuentos maravillosos, lo cual es una actitud muy sensata y loable. Pero tan escépticos pretenden ser que rechazan de plano todo lo que queda fuera de sus cuadriculados esquemas positivistas. No se dan cuenta de que la imaginación siempre descubrirá realidades sorprendentes, más grandes y más bellas que las que nos ofrece la fría lógica y la miope experiencia.
-Te felicito, amigo Don Quijote. Acabas de dar una lección a un investigador en psicología -dijo Ricardo con evidente entusiasmo-. ¿Y qué relato es ése que guarda tu compañero en su precioso colgante? Por favor, amigos, estoy impaciente por escucharlo.
-¡Adelante, Tinterico! -me animó Samuel- Pon en marcha tu emisor para que Ricardo escuche el relato del misterioso personaje del pinar.

Tomé entre mis dedos el broche. Presioné en determinados puntos de su superficie y, en seguida, se inició el relato tal como se lo escuchamos a Aarón, con sus risas, desplantes y largos tragos. También se apreciaba el relajante rumor del océano, los agudos chillidos de las gaviotas y la aparatosa aparición de la tormenta que acabó con nuestra tertulia aérea por una buena temporada.
Sentí un raro cosquilleo recorrer mi tinteril espalda. También los demás debieron sentir algo, a juzgar por gestos que me resultan familiares. Ricardo se acomodó en el asiento. Montó una pierna sobre la otra, cruzó los brazos y entornó los párpados para concentrarse mejor. Su atención, interés y admiración en cuanto escuchaba, eran patentes. Muy pronto nos percatamos de que el personaje Aarón le resultaba muy familiar. Frecuentemente, Ricardo movía la cabeza asintiendo; otras lo hacía negativamente, e incluso daba señales de rechazo y censura. Pero, aunque los distintos hechos, situaciones, anécdotas y diálogos despertaban en Ricardo claras muestras de encontrados sentimientos, observábamos que en él prevalecía una evidente satisfacción escuchando aquel inesperado y errático relato.
Finalizado el primer capítulo, al cabo de una hora, pregunté a Ricardo:
-¿Qué te ha parecido? ¿Ha suscitado en ti alguna vivencia?
-¡Increíble! -contestó con expresión de asombro- Jamás podría esperar que se dieran coincidencias tan estrechas entre una historia, narrada por alguien que desconozco, y los sueños que se han paseado por mi mente durante los años de mi niñez y adolescencia.Y lo que Aarón cuenta de su llegada a estas playas y su instalación en el pinar se ajusta plenamente a la secuencia contemplada por mí en uno de mis sueños.
-¿Quieres que hagamos un descanso? -preguntóle Samuel.
-No, por favor. Estoy impaciente por comprobar si el rumbo iniciado en el relato continúa coincidiendo con el de mis posteriores sueños.
-Perfecto -dije, volviendo a poner en marcha el broche que, obediente, dio comienzo al segundo capítulo de esta historia.
Si la primera parte provocó en Ricardo intensas emociones, ésta segunda las despertó en mayor medida. Su actitud, concentrada y atenta, fue permanente durante la hora larga de su narración. La expresión de su rostro y la tensión de su cuerpo y de sus miembros se alteraban continuamente. Le vimos sonreír plácidamente, reír a carcajadas, concentrarse con evidente preocupación; y, también, identificarse con Aarón, especialmente en su etapa idílica con Delia. No obstante, la normal expresión de su semblante era la de rechazo a la rencorosa y negativa actitud de Aarón.
-Y esta es toda la información que, hasta ahora, hemos logrado de nuestro vecino Aarón -dije, apagando y cerrando mi broche transmisor, mientras observaba a Ricardo, que con seria expresión mantenía su mirada puesta en el horizonte marino, súbitamente azul y luminoso.
-Gracias, amigos -dijo, tras su momentáneo embeleso-. No sé cómo corresponder a vuestra preciosa y desinteresada ayuda... Realmente estoy desconcertado y ansioso por conocer a vuestro misterioso vecino, tan ligado a mis sueños...
-¡Vayamos allá, sin más dilaciones! -exclamó Samuel, levantándose del taburete y cogiendo una bolsa en la que introdujo una fiambrera con las torrijas.

Ricardo volvió a enfundarse en el impermeable, bajándose la capucha hasta cubrirle la mitad del rostro. Salimos de la cabaña y nos encaminamos hacia el pinar, escuchando los admirativos elogios de Ricardo a la vista del fantástico paisaje marino, ahora soleado, que se iba abriendo a nuestro paso y, al parecer, tan coincidente con el de sus sueños.
Habíamos ya caminado como media hora, cuando al doblar a la izquierda de la cadena de dunas, apareció ante nosotros el majestuoso pinar, a unos trescientos metros de la playa, verde y destellante, como un fantástico prisma de esmeralda, de bases triangulares. Ricardo se detuvo y lo contempló extasiado.
-¡Sí, sí, es el pinar de mis sueños! -susurró.
Continuamos avanzando hasta llegar a tocar el altivo tronco, delgado y recto, como diseñado a cartabón, y que era arista central de aquel prisma gigante.
No viendo la autocaravana de Aarón junto a ninguno de los lados visibles del pinar, continuamos buscando hasta rodear el pinar por el lado trasero. Tampoco estaba allí. Don Quijote, rápido y decidido, penetró hasta el centro del pinar, donde se puso a vocear como un político en plena campaña electoral:
-¡Aarón! ¿Dónde estás? Somos tus amigos y convecinos. Venimos a invitarte a tomar unas torrijas en agradable compañía.

Ricardo reía nervioso y emocionado, observando entre los pinos a Don Quijote que botaba como un mono, clamando a las alturas.
El ronco fragor de un pesado carruaje, acercándose por el camino, que unía la lejana carretera y el pinar, captó nuestra atención.
-No cabe duda -aseguró Samuel, observando detenidamente el carruaje-. Es la autocaravana de Aarón.
-¡Salga de ahí, don Alonso! -le grité a Don Quijote- Ya hemos localizado a Aarón.

Salió Don Quijote fuera del pinar, poniéndose junto a nosotros en espera de la inminente llegada de Aarón. Ricardo no apartaba su mirada del conductor del carruaje, ansioso por descubrir los rasgos de su rostro, cada vez más perfilados.
-¡No puede ser! Ése no es Aarón -susurró Samuel.
-Más bien parece un árabe, con ese turbante y chilaba blancos, y esa luenga y bífida barba cenicienta -remaché, respaldando la opinión de Samuel.
-¡Es él, es él, estoy seguro! -exclamaba Ricardo, que no apartaba sus ojos desorbitados de aquel hombre.
-Sea quien sea -declaró Don Quijote-, aquí va a encontrar cuatro amigos dispuestos a prestarle cuanto esté en nuestra mano.

El recién llegado detuvo la autocaravana varios metros más adelante de donde nos hallábamos, salió de ella, saltando como una rana, y se acercó hasta nosotros.
-¡Vaya! Parece que fue ayer cuando estuvimos departiendo amigablemente en lo alto de ese pino gigante, ¡ja, ja! -dijo como ocurrente saludo el del arabesco pelaje- Ya veo que vosotros seguís con el mismo loock de aquella ocasión. La única diferencia que noto es que contáis con un nuevo cofrade que, por cierto, me resulta familiar, aunque, ahora mismo, no caigo en el motivo...
-A ti, en cambio -contestó Samuel-, nos resulta difícil identificarte, con esa barba y atuendos... ¿Obedecen a un posible cambio en tus convicciones, o se trata de un efecto colateral de la crisis?
-Nada de crisis -contestó orgulloso-. Mis buenos euros me ha costado esta ropa en el mercadillo, aparte de que para mí encierra un significado decisivo. ¿Y qué os trae ahora por aquí?
-Aunque te extrañe -respondió Don Quijote con presteza- el innato y natural sentimiento de fraternidad y amistad que todo ser humano bien nacido debe sentir hacia sus semejantes, mayormente si son vecinos, torturados por demoníacas garrapatas espirituales.
-Estoy absolutamente convencido -replicó Aarón- de que ni vos, señor enderezador de entuertos, ni ninguno de tus acompañantes, me va a liberar de los demonios a los que te refieres, ni quiero que me liberen, pues nada ni nadie mejor que ellos van a llevarme, a mí y a cuanto me rodea, al inexorable final que a todos nos aguarda: la nada.
-Bien, pero si tan seguro estás de ese trágico final -le razonó Samuel- no seas estúpido y aprovecha el tiempo que te reste, hasta que llegue ese momento, en algo que te reporte alguna satisfacción.
-Si eso es todo lo que podéis ofrecerme, ya podéis marcharos por donde habéis venido, porque esas cataplasmas las vengo empleando desde mi debut en el gran teatro del mundo y, no obstante, mis demonios se quedan tan frescos y oreados, sesteando en mis hamacas interiores.
Pero, vale, me habéis cogido en una hora tonta y tengo ganas de divertirme un poco con vuestras charlas y figuras esperpénticas, aprovechando ese sol, absurdamente hermoso, que nos contempla burlón desde ahí arriba, antes de que todo se vaya al carajo. Improvisemos un botellón, como Dios manda, en honor de este sol.

Dicho esto, Aarón corrió a abrir la puerta central del carruaje, entró dentro y lanzó fuera, una tras otra, hasta cinco sillas y una mesa plegables.
Rápido, Samuel, extendió la mesa y colocó sobre ella la fuente de torrijas, mientras Don Quijote y un servidor poníamos las sillas alrededor. Luego apareció Aarón con dos botellas y cinco vasos de plástico que dejó sobre la mesa. Él se sentó tras la mesa, de espaldas al pinar. A su izquierda lo hizo Samuel. Don Quijote y yo a la derecha. Y Ricardo frente a Aarón, de espaldas al mar, con su impermeable y capucha encasquetada hasta las cejas.

-¡Muy buena la torrija! -alabó Aarón, saboreándola- Y os aconsejo que toméis alguna antes de que yo dé cuenta de ellas. Y este vino sureño es la mejor panacea contra todos los males, excepto la muerte -dijo, vaciando el vaso de un trago.
-¿Quién sabe? -apunté, echando mis tres cuartos a copas- A lo mejor la vence o, al menos, la hace más dulce.
-¡Vamos! Que no decaiga el buen ánimo, don Aarón -exclamó Don Quijote, volviendo a llenarle el vaso-, pues con ese atuendo morisco, esa barba nazarí, ese piquito de juglar y el fino olfato de catador de caldos, pareces la viva imagen de mi antepasado Benengeli.

Aarón tomó el vaso y, mientras lo acercaba a sus labios, brindó, enigmático:
-¡Por ella!
Ricardo, vaso en alto, se puso de pie. Samuel hizo otro tanto. Don Quijote y yo les imitamos, aunque subidos sobre nuestras sillas.
-¡Por la vida! -exclamó Ricardo, entusiasmado.
-¡Viva la vida para siempre! -añadimos nosotros tres, apurando el vaso.
(¡Huy -pensaba yo- ya veremos cómo reacciona mi sangre tinnteril con el pelotazo que me acabo de endiñar!)

-Bueno, ya vale de preludios y oberturas para arpa y orquesta -amonestó Aarón con destemplanza- y dejadme que continúe con mi truncada historia, que es lo que a vosotros os interesa, ¿no es así?
-¡Adelante, adelante, amigo Aarón! -dijo Samuel, sentándose con palpable placer y los demás secundamos- Somos todo oídos.

-¡Misterios del destino! -rompió, al fin, el silencio Aarón tras una prolongada pausa de concentración, con la mirada puesta en la lejana, sinuosa e inquieta línea de espuma de la marejada- En poco más de un mes mi trayectoria volvió a cambiar. Como ya os conté, el asesinato de mis padres adoptivos me dejó huérfano por segunda vez, aunque con la notable ventaja de que, ahora, contaba con una afortunada herencia. ¿Por qué los mataron? Jamás llegó a averiguarse, pero ya conocéis mis ideas. Vivimos en un mundo absurdo, violento e injusto, poblado de encarnizados lobos, disfrazados de corderos. Un mundo hipócrita en el que ondean banderas y abundan los gestos y palabras de amor y solidaridad, cuando la realidad es que a todos nos mueve el egoísmo y el rencor. Un mundo que no sé por qué se ha molestado en existir, si, antes o después, estallará como pompa de jabón.
Por eso, viéndome poderoso con mi dorada herencia, tomé una decisión coherente con mis ideas. Ante todo me desentendería de enojosas ocupaciones y preocupaciones derivadas de los negocios. Vendí la almazara, la casa de Sevilla, los olivares y demás fincas, a excepción de La Cortijá. Lo convertí todo en dinero que deposité en el banco. Una fortuna con la que podía vivir como un marajá, sin temor a que se agotara, aun cuando viviera cien años.
Como podréis suponer, tan pronto como volví de Inglaterra le pedí a Delia que se viniera a vivir conmigo a la casa de La Cortijá. Ella accedió de buena gana. Le propuse mi idea de montar allí un teatro-bar, en el que trabajarían los sirvientes que, hasta entonces, habían estado con Felipe y Manuela, incluida Marcelina, su madre. Ella prefirió no hacerlo. Delia, yo y algunos amigos, antiguos o nuevos, actuaríamos en el tablao-escenario, dando rienda suelta, de forma espectacular y divertida, a nuestras inquietudes interiores, tormentosas y asfixiantes presiones, rechazos y repulsas, así como al volcán explosivo de mi ser.
Como botón de muestra de esas esperpénticas y desesperadas actuaciones teatrales, que ponía en escena a diario, os contaré la que representé una noche, allá por 1991, cuando el teatro-bar llevaba ya funcionando cinco años, pocos días antes de que Delia me abandonara, desapareciendo de mi existencia, ella que había sido mi única razón para seguir viviendo.
-Claro, claro... Delia, tu exclusiva razón para poder soportar esta vida... -musitaba Ricardo, pensativo y cabizbajo.
-¿Qué runruneas forastero? ¿Qué sabes tú de Delia? -Ricardo miró a Aarón, insinuando una enigmática sonrisa.
-¡Bah -exclamó, despectivo, Aarón, y continuó con su relato:
Yo aparecía metamorfoseado, como un largo y enorme gusano, de boca inmensa, evolucionando en el dilatado tablao-escenario, mientras se escuchaba por los altavoces un atronador estruendo, mezcla confusa de cataclismos, griterío humano, feroces aullidos, voces lastimeras y terroríficas; lamentos, que ululaban como viento siberiano, de niños, mujeres, ancianos y adultos, atormentados, heridos, machacados... ¿Sabéis quién soy? Soy la vida animal y humana en su primer día sobre la Tierra. Es un mundo atroz e inmisericorde. Rayos, terremotos, inundaciones, huracanes, hambres, sequías, enfermedades, persecuciones a muerte de animales contra animales, de animales contra hombres, de hombres contra animales, de hombres contra hombres...
Hay que matar para vivir, para divertirse, devorando y aplastando a los débiles, escoria de las razas. Hay que agruparse para vencer a los fuertes. ¡Muerte y destrucción a los enemigos! ¡Muerte a los que nos acosan y atacan!

-¿Por qué fue hecho así el mundo? ¿Para qué? ¿Quién puede contestarme? -preguntaba yo provocando al público- A ver, ése que ha levantado el dedo ¿cuál es tu opinión?
-Porque el mundo -me contestaba a mí mismo, imitando el tono y aplomo de un científico- en sus comienzos, era como un puzle, cuyas piezas estaban sin colocar...
-Porque los dioses estaban cabreados -decía, imitando a un hechicero...
-Porque los creadores fueron unos chapuceros y no supieron hacerlo mejor -razonaba, imitando a un filósofo...
-Es decir -resumía yo, ondulando mi encanutado cuerpo de oruga-, la portentosa creación del mundo mereció una cacerolada, abucheo, desaprobación y censura de los innumerables espectadores, justamente indignados ante tamaño atropello. Pero... un momento -añadía yo poniéndome el índice en la oreja-. Se oyen cantos de sirenas: ¡shuiiiiiiiiii!, ¡shuiiiiii!, ¡shuiiiii!...
-¡Qué bonito es todo! -parecía escucharse- ¡Que enmudezca esa voz pesimista y atrabiliaria! El mundo es muy bueno. La vida es bella. El universo es fantástico, inmejorable. ¡Aplastad a ese gusano agorero, a esa chicharra cansina y aguasiestas!
-Estáis ciegas, sirenas mentirosas -contestaba yo-. Todo eso que alabáis como bello y fantástico no es más que la superficie, brillante y tornasolada. En cuanto escarbéis un poco, no encontraréis más que fango, gusanera y podredumbre.
-¿Es que no es bella y amable la vida de un gracioso niño; de una bella mujer; de un hombre atlético e inteligente; del sol, del mar, de las estrellas, de las obras de arte, del amor, de la música, del viento, de una flor, de una palabra de consuelo, del descubrimiento de un prodigio, de la solución de un problema?
-No. No puede haber belleza, verdad, ni consuelo alguno en aquello que es engañoso y efímero, como es todo lo que vemos, todo cuanto nos rodea.
-Calla, necio -interviene el hechicero-. A los dioses hay que tenerlos contentos con ofrendas y sacrificios. Así evitaremos desastres, enfermedades y otros males.
-No es eso -dice el sacerdote-. Somos hijos de Dios. Él nos ha creado para que seamos eternamente felices. Pero a cambio de que seamos virtuosos y tengamos fe en su palabra redentora; de que imitemos a su Hijo en el amor al prójimo, muriendo por él si es preciso...
-Ya, ya. Y matándolo cuando tiene creencias distintas a la fe que predicas o resulta peligroso para el sistema socio-político. Pero es igual. Con fe o sin fe, el final es el mismo: la muerte, la desaparición, poco a poco, lentamente, pero inexorable y definitiva.
-¡Enmudece, energúmeno, demoníaco poseso! ¿Por qué ese afán en querer verlo todo negro, negativo, nefasto, repulsivo, traidor, amenazador, con ánimo resentido y desconfiado de todo y de todos? ¿Por qué iban a tratar de engañarte las religiones?
-¿Eres cándido o taimado? Muy sencillo: para que la plebe ignorante se someta, dócil, al grupo privilegiado, mimado por las circunstancias, que tiene la batuta. Para ayudar a los gobernantes de las sociedades, rígidas cariátides con sonrisas de piedra. La sociedad es necesaria, los gobernantes son necesarios, las religiones son necesarias. ¡Viva la arquitectura!
-¡Viva yo, caramba! -gritó uno del público.
-¡Guau, guau! -ladró un perro.
-¿Queréis que siga? -pregunté, poniendo los brazos en jarras a la altura de mi ombligo de oruga-. A la plebe también la hace dócil la ignorancia, los mitos y costumbres adormecedoras, estupefacientes y embotadoras de las mentes.
-¿Como qué?
-Sin comentarios. Pero, además, están los sutiles hilos, fuertes como grilletes, con que se manejan las marionetas humanas. Ahí va alguna pista: ¡Hemos inventado el dinero!-Yo soy el banco-Tienes una vaca-Si te presto dinero, puedes comprar cien-Si me prestas cien, te devuelvo ciento diez-Necesito una casa, pero no tengo dinero- Toma el dinero y compra la casa-Ya es mía la mitad de la casa-Dame la otra mitad del dinero-No tengo dinero- Pues te quedas sin casa y sin el dinero que me has pagado-Llora, patalea o suicídate-Esto son lentejas-El Estado es una bella dama de acero...
-¡Perfecto! -exclama el señor banquero, y su exclamación es repetida, como un eco aprobatorio, por el coro privilegiado y pelota que vela por la buena marcha de la sociedad, envuelto en blancas volutas de inciensos y nicotinas.
-¿Ah, sí? A mi no me engañáis. Conozco muy bien vuestras artimañas y golferías. Todo es mentira. La única verdad es que todo será arrastrado por el negro sunami, el siniestro manto de la muerte. El mundo es de los fuertes, los poderosos, los triunfadores. Nada es bueno ni malo. Lo que importa es prevalecer por encima de los demás, sea como sea, por los medios que sea y el mayor tiempo posible. Al final, la muerte y la desaparición nos iguala a todos: "Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir..." ¡Cómo se burla la vida de todos los seres que han participado en ella! Al poeta se le congeló su último verso inútil en los labios yertos, asfixiado por una vulgar inhalación de CO2. El terremoto sacude brutalmente el magnífico templo dorado. El pontífice abandona su oración y corre despavorido. El pináculo de la torre cae sobre él, aplastándolo, mientras un caótico fragor le envuelve, cual una sarcástica carcajada.
Miles de hormigas, enloquecidas por el hambre, devoran al político, ebrio y adormecido con su propio discurso: "Confiad en mí. Todos vuestros problemas serán resueltos, todas vuestras necesidades cubiertas, todas vuestras aspiraciones colmadas... A cambio yo seré ensalzado, yo seré reconocido como el salvador, guía y caudillo del pueblo. Mi nombre quedará registrado en los libros de historia con letras de oro. Y mi patrimonio crecerá y multiplicará, siendo envidiado y maldecido por los demás".

Un murmullo, como de enjambre de abejas, que fue creciendo hasta convertirse en pavorosa jauría, sofocó mi voz haciéndola inaudible.
-¡Calla majadero! ¡Suicídate, si tan asqueado estás de todo! ¡Nosotros queremos vivir! ¡Queremos gozar de la vida! ¡Comer hasta reventar! ¡Beber como cosacos! ¡Aparearnos de noche y de día! ¡No queremos quejumbrosas monsergas, fúnebres responsos, ni lágrimas amargas! ¡Vivir y gozar es lo que queremos! ¡Que no se le ocurra a ti ni a nadie llevarnos al despeñadero! No somos un rebaño de estúpidas ovejas. Lo que debes hacer es inundar nuestros gaznates con vinos de gran reserva y licores caleidoscópicos que nos hagan soñar mundos fantásticos. Llena nuestras barrigas hasta la saciedad. Haz una señal para que bajen de sus aposentos y desfilen, desnudas, las hermosas huríes del paraíso de Mahoma. Que el rock, duro como el pedernal, suene y despida rayos y centellas, haciéndonos retemblar con eléctricas sacudidas de pies a cabeza. ¡No queremos pensar! ¡Queremos vivir y bailar de coronilla sobre la grava!

-¡Vale, vale! -grité, saliendo fuera del gusano, alzando y haciendo oscilar mis brazos como aspas de un molino- Tenéis razón. Si al final nos espera la muerte y la nada, disfrutemos ahora que estamos vivos! ¡Vamos, camareros y demás personal! Abrid los grifos, descorchad botellas y servid sin restricción alguna a nuestros invitados en todos sus deseos y caprichos. Hoy es carpe diem gratis para todos. Que empiece la orgía dionisíaca.

- ¡Viva Aarón! ¡Viva la alegría y el placer! ¡Viva el rey pródigo y espléndido!

Los aplausos y griterío atronaron, a lo largo y ancho de la Cortijá durante un buen rato. Y os juro que a mi público no le defraudé aquel día, ni en tantos otros. No obstante Leandro y demás personal de servicio, procuraban mantener la buena marcha del negocio con mente fría, práctica y honesta. Por lo que mi heredada fortuna tardó años en desmoronarse, a pesar de mi incontrolada dilapidación.
Pero, a pesar de todo, había en el centro de mi ser un eje incandescente que me hacía girar y mantenerme en la existencia. Un eje con dos polos: Delia-yo, tan unidos y compenetrados que llegué a pensar que constituíamos la fórmula de un nuevo cuerpo químico. Yo mismo no llegaba a explicarme qué era lo que mantenía a Delia a mi lado.
Pero me equivocaba. Cada día que amanecía, yo me apartaba más y más del sentir general de la sociedad, de sus normas, leyes, usos y costumbres. Y, tan convencido estaba de que, cuanto procediera de esa sociedad no era sino falsedad y mentira, que mi afán y obsesión de verla saltar por los aires y desaparecer en el espacio ilusorio, amenazaba con devorarme en cualquier momento.
Delia que, desde que la conocí, había apoyado siempre mis decisiones, pareceres, discursos y manifestaciones, por irrelevantes que fueran, sin cuestionarlas apenas, comenzó a mostrarse más callada y esquiva conmigo, a raíz de la representación que os he descrito. Las dulces facciones de su rostro, su sonrisa fresca y radiante, su mirada alegre y luminosa, parecieron ensombrecerse.
-¿Qué te pasa, Delia? ¿Por qué estás tan taciturna? ¿Por qué no sonríes como antes? Sigo siendo el de siempre. ¿Qué hago o digo ahora que no te agrada? Sabes que tú lo eres todo para mí: mi aire, mi sol, mi agua, mi vida... todo.
-Tú, Aarón, lo sabes muy bien -me contestó, al borde de las lágrimas-. Cuando te conocí, entendí e hice mía, durante mucho tiempo, tu rebeldía contra la falsedad que nos rodea. Pero también hace tiempo que trato de hacerte ver que, a pesar de todo, debemos mantenernos a flote, haciendo frente al tremendo sunami que se nos viene encima. Tú, en cambio, persistes en tu actitud negativa, predicando en el desierto, dando patadas al aire, cada día más misántropo y arisco, más intolerante y hostil. Te guste o no te guste, te pongas como te pongas, el mundo es y seguirá siendo como es. No, Aarón. Has emprendido un camino sin retorno que te llevará a la ruina y destrucción definitiva. Porque todavía te aprecio, porque hay algo en ti que siempre vislumbré y aún me parece que palpita bajo esa montaña de negra desesperanza que te rodea, si sigues sintiendo algo por mí, demuéstramelo. Da un giro de 180º a tu vida. Lucha por expulsar de ti todo ese rencor y rechazo a cuanto existe. Acéptalo con humilde conformismo y confianza, como hacemos la inmensa mayoría. De lo contrario, y con mucho dolor por mi parte, tendré que abandonarte.

Fue como si un rayo acabara de fulminarme; como si una montaña de arena hubiera caído sobre mí. Le volví la espalda, me acerqué al bar. Cogí dos botellas de whisky y corrí por entre los olivos hasta el mirador de las higueras, junto al pozo del agua ferruginosa. Me senté al pie de una de ellas y me bebí las dos botellas, un tras otra. En aquel refugio, poblado de tiernos recuerdos, permanecí semiinconsciente hasta que Leandro, tras minuciosa búsqueda, me encontró y reanimó. Mi primer pensamiento fue para Delia. Le pregunté por ella. Me dijo que no la había visto desde hacía dos días. Traté de convencerme de que lo que ella pretendía era obligarme de alguna forma a cambiar, y que, en cualquier momento, volvería a mi lado.
Pero no fue así. Pasaron los días, las semanas, meses y años. No volví a verla, ni a tener noticia alguna de ella.
Hice de tripas corazón y continué con mi espectáculo surrealista, mordaz y corrosivo, que un público curioso acudía allí, movido por eso, y por desesperación o tedio.
Ahora, sin Delia, más desesperado que nunca, mi horizonte se redujo en torno a mi cabeza, como un casquete de hierro, que me dejaba ciego y sin respiración. No obstante, no me desmoroné ni me quedé arrumbado en la playa, como una medusa despreciable. Por el contrario, cambié el decorado del escenario. Ahora aparecía como un altivo capitán pirata, con un parche plateado en el ojo izquierdo, sombrero blanco de ala semicaída, holgada blusa roja remangada, pantalón bermudas negro, curvo cuchillo al cinto y un trabuco corto entre mis manos.
De esta guisa me presentaba al público que, receloso, procuraba colocarse a discreta distancia, tratando de adivinar el significado de mi nuevo atuendo.
-¿Tenemos plenos motivos para estar permanentemente cabreados, asqueados e insoportablemente ofendidos e indignados contra el entramado existencial que se nos ha impuesto?
-¡¡¡Síííííííííííí!!! -contestaba al unísono el numeroso público del teatro-bar Meteorito con hielo (como últimamente lo había rebautizado)- ¡Estamos contigo, Aarón! ¡Apoyamos tu protesta! -declaraban cual en un referéndum in artículo mortis.
Yo disparaba al aire atronadores trabucazos, mientras ordenaba a los camareros, particularmente a Leandro, con gestos que ellos entendían, que abastecieran de viandas y bebidas al personal, hasta el hartazgo. Yo hacía malabarismos y piruetas ingeniosas para animar a los asistentes a dar rienda suelta a sus más recónditos instintos, liberándolos de inhibiciones y pudores. Y era yo el primero en dar ejemplo, comiendo, bebiendo y actuando como un simio en plena selva.

-¡Inaudito! -exclamó don Quijote- Perdona que te interrumpa, amigo Aarón, pero no he podido contenerme. ¿Es que ésa tu rebelde y destructiva actitud te hacía sentirte más feliz y satisfecho de ti mismo?
-Lo de la satisfacción y felicidad es algo muy relativo. ¿O es que no es grato el sabor de la venganza, del odio y el rencor contra quien nos ha hecho la puñeta, así como el de machacar a todo bicho viviente que pretenda oprimirnos, señor caballero andante?
-Sí, tienes razón, aunque sólo en parte. Estoy convencido de que por encima de esa satisfacción, primitiva y feroz, que cualquier sabandija que se arrastra por el cieno puede experimentar, existe la satisfacción plena y limpia de pensar, actuar y comunicarse de acuerdo con la recta razón.
-¡Recta razón! ¡ja, ja, ja! -burlóse Aarón- ¿Cuál es la recta razón y quién actúa de acuerdo con ella? ¿Acaso las instituciones religiosas? ¿Los filósofos? ¿Los caballeros andantes? ¿Los reyes y gobernantes? ¿La naturaleza quizás? Espera un momento que voy a traerte una marmita llena de respuestas a todas esas preguntas.

Repentinamente, Aarón se puso de pie, dio un salto olímpico, se encaramó sobre el techo de la autocaravana y se puso a cantar, a pleno pulmón, emulando a Plácido Domingo:
-¡Granada, tierra soñada por mí! Mi cantar se vuelve gitano cuando es para ti. ¡Mi cantar, lleno de melancolía...!
-Este hombre está más sonado que yo en mis mejores tiempos... -reconoció Don Quijote.

Aarón descendió de la autocaravana, volvió a tomar asiento y continuó relatando, a grandes rasgos, las vicisitudes vividas posteriormente:
-Y, a ese ritmo frenético, turbulento y atormentado, viví a lo largo de mis últimos veinte años, cada instante, como un torrente demoledor que arrasaba las existencias de cuantos me rodeaban en aquel teatro-bar. Aunque -como ellos mismos reconocían- yo los redimía de sus molestas represiones y opresiones existenciales, liberándolos de las pesadas cadenas de una sociedad hipócrita y celosa de sus propios intereses; aparte de que yo les regalaba comida, bebida y diversión de forma espléndida y continuada.
Pero, al final, ocurrió lo que tenía que ocurrir. Mi largueza y esplendidez devoró la fortuna heredada de Feliipe y Manuela, que parecía inagotable.
Fue en la primavera del pasado año cuando Leandro y otros leales sirvientes, me informaron del grave problema económico que se nos había presentado: el Banco había rechazado varios cheques, firmados por mí, porque no había fondos. De la noche a la mañana me había quedado en la ruina. No disponía de dinero para pagar sus sueldos. Por otro lado, mi espectáculo no sólo había perdido interés y aceptación, sino que, incluso, despertaba hostilidades y amenazas. La situación llegó a hacerse intolerable.
Por si fuera poco, mi asiduo sueño de cada noche, se me hacía más y más exasperante, viéndome sentir y actuar como un hombre espejo de perfección, que había logrado modelarse con supremo esfuerzo y tesón, hasta convertirse en un triunfador, un eminente catedrático e investigador en Psicología. Sueño que siempre se iniciaba con las imágenes de un extraño pinar, como éste en el que nos encontramos.

Esos fueron los motivos que me empujaron a tomar una tajante determinación. Propuse a Leandro y demás sirvientes quedarse, en calidad de propietarios, con la finca de La Cortijá, incluidas las instalaciones y negocio del bar-teatro, en compensación de mi deuda con ellos. Aceptaron sin la menor objección y cerramos el acuerdo ante un notario.
Pocos días después, a mediados de junio del año pasado, preparé la autocaravana, que abastecí con las provisiones y cacharros que creí oportunos, sobre todo botellas de whisky. Cogí dos mil euros, que tenía guardados en una cartera, y, sin decir nada a nadie, me marché una madrugada de La Cortijá, sin otro rumbo que los exiguos indicios de este pinar y lugar costero, vislumbrados en mis sueños. Y aquí llegué hace diez meses, con la vana esperanza de descifrar el misterio de este lugar, ya que no el de mi existencia...

Aarón, los codos apoyados sobre la mesa, se cubrió la cara con las manos. Después de un silencioso minuto, cruzóse de brazos y quedó con la mirada perdida en el horizonte marino.

Ricardo levantó la barbilla, miró a Aarón y le dijo, a guisa de comentario:
-Realmente es difícil admitir que semejante historia no sea fruto de una mente calenturienta y desorbitada, pero yo sí te creo.
-¿Ah, sí? ¿Y por qué habrías de creerme?
-Porque, aparte de esa etapa reciente de tu vida, que acabas de contarnos, estos amigos me han invitado a escuchar la grabación del relato de las anteriores etapas y, sorprendentemente, coinciden en sus menores vicisitudes e incidentes, con las que yo he vivido como protagonista, en mis sueños de cada noche, desde que tengo uso de razón, de forma paralela a lo que tú cuentas haber vivido. Aunque exceptuando un hecho muy relevante que no se ajusta a lo que yo soñé.

El rostro de Aarón se transformó. Quedóse lívido, mirando a Ricardo con ojos desorbitados.
-¿Qué mentira estás urdiendo? ¿Quién eres tú?

Y, sin esperar respuesta, se abalanzó sobre Ricardo y le descubrió el rostro echándole la capucha hacia atrás.
-¿Tú? No, no es posible. Tú eres ése en el que yo me veo transformado cada noche, en mis sueños. Ese yo modélico, idealizado e inalcanzable, que me exaspera hasta la locura.. ¿O es que tú y éstos que te acompañan sois unos farsantes que habéis venido a acabar conmigo de una puta vez? Pues, nada, ¡adelante! Aquí me tenéis, disparad sobre mí, o lanzaos como cuatro lobos hambrientos y devoradme. Así llegaré a la nada por vía ultrarrápida y ligero de carnes.
-Un momento, Aaron, tranquilízate -le dijo Ricardo, poniéndose de pie y agarrando sus brazos. Precisamente estoy aquí por la misma razón que tú. Ciertamente yo soy ese profesor e investigador en psicología, en el que, en tus sueños te transformas y prestas tu yo. Yo también te necesito para encontrar la paz definitiva que tanto necesito. Tu testimonio y vivencias van a ser una preciosa ayuda para mí, al igual que puede serlo para ti la aclaración de tus sueños, que no son otra cosa que la película de mi vida.
-¡No, no te creo! -le gritó Aarón- Eres un impostor que tratas de obtener algún provecho de mi existencia errática, condenada a la perdición y la nada. ¡Fuera de aquí, fuera de mi vida tú y los demás! ¡Dejadme, en mi soledad, rumiar mis recuerdos, afilados y al rojo vivo, como encendidos puñales! ¡Marchaos por donde habéis venido, farsantes embusteros!
-No, Aarón, yo no soy el embustero -replicó Ricardo-, sino tú, más bien.
-¿Yo? ¿Por qué? ¿En qué he mentido a ti ni a nadie? -preguntó Aarón.
-Vuelve a sentarte, Aarón, por favor -trató Ricardo de apaciguarle-. Yo también voy a hacerlo y voy a refrescarte la memoria sobre un hecho de gran relevancia, que tú y yo conocemos tal y como ocurrió, y que no se parece en nada a la versión que tú has dado del mismo, en tus declaraciones y relatos.
-No me digas. A ver si va a resultar que eres mi ángel de la guarda, no te jode -contestó, irónico, Aarón-. ¡Vamos! suelta tu cuentecito, que tengo ganas de reírme un poco con tus sandeces. Adelante.
-¡Ojalá que cuanto he soñado, cada noche, desde que nací, no hubiera sido más que pura invención de mi mente! Pero tú, Aarón, con tus relatos, me has confirmado que, cuanto yo he soñado, es fiel reflejo de lo que tú has vivido. Y, por el contrario, tus sueños son réplica exacta de lo vivido por mí. No te quepa duda. Ese personaje que, en tus sueños, ha crecido, noche a noche, esforzándose por superarse, luchando por controlar sus instintos y pasiones, y labrarse una personalidad consciente y segura de su valía y con un claro objetivo en la vida: investigar y tratar de desentrañar y entender el sentido de la misma, el por qué y para qué vivimos, ese personaje no ha sido otro que yo, el cual, simultáneamente y no sé por qué inexplicable motivo, también eres tú...
-Por favor, no sigas añadiendo disparatadas invenciones a esta historia mía, que no tiene más pies ni cabeza que los que pueda tener un meteorito errático, destinado a arder y desvanecerse en la nada, tras un topetazo contra su propia sombra.
-¡Ojalá -añadió Ricardo- haya sido sólo fruto de mi imaginación la vida desesperanzada, soñada por mí, noche a noche, y soportada por ti día a día! Mas, para demostrarte la justa correspondencia entre ambas, voy a revelar la verdad de un episodio, determinante y crucial en el rumbo de tu existencia, del cual diste tú en tu relato una versión falsa y deformada, de consecuencias catastróficas, especialmente para ti que te ha hecho caer en un pozo sin escapatoria posible.
Tú sabes que me estoy refiriendo al episodio de tu estancia en Inglaterra. Una vez en la residencia de estudiantes, e iniciado el curso en la universidad privada, te propusiste estudiar en serio, sometiéndote dócilmente a la disciplina de ambos centros. Mas ¿cuál era tu verdadera intención? ¿Aprovechar el tiempo para superar el curso con brillantes resultados? ¿O, más bien, pretendiendo labrarte fama de joven modelo ante profesores y colegas, pensando en una futura coartada?
-¡Calla! -le ordenó Aarón, con semblante descompuesto.
-No callaré, Aarón -continuó Ricardo-. A los demás conseguiste engañarlos. A mí, no. Escucha:
Cuando supiste que la intención de Felipe y Manuela era la de enviarte a Inglaterra para separarte de Delia, un volcán de odio y deseo de venganza estalló en tu corazón contra ellos. Sentiste una irreprimible necesidad de acabar con ellos, pero, sin duda, con una mente muy fría y lúcida que te mostraba la doble utilidad de esa acción: estar con Delia sin que nadie te lo impidiera y apoderarte de la fortuna de Felipe y Manuela de la manera más simple e impune. No perdiste un solo segundo para llevarla a cabo. Consultaste la sección de anuncios y oscuras actividades de ciertos periódicos y revistas. Así lograste contactar con Valia, un sicario frío y desalmado, aunque limpio, rápido y disimulado como un felino. Llegaste a un trato con él. Él liquidaría a Felipe y Manuela. Tú le pagarías un millón y medio de pesetas, del dinero que Felipe te había ingresado en la cuenta que te abrió al enviarte a Irlanda para los posibles gastos imprevistos que te surgieran. Informaste a Valia, detalladamente, sobre la ubicación de la finca de La Cortijá, plano del edificio, carreteras y lugares anexos. Le diste instrucciones sobre la doble llamada al teléfono de la casa de Sevilla, con intervalo de un minuto, de acuerdo con lo escuchado a Fernanda cuando la aparición en el pozo.
Valia llegó a Sevilla, en vuelo desde Londres, el 31 de octubre por la mañana. Todo cuanto él hizo allí, lo sé, como tú también lo supiste, porque él te lo contó minuciosamente, cuando fue a cobrar el precio de su trabajo.
Tú habías elegido el 31 de octubre porque sabías que, como todos los años, Fernanda y su hija Verónica se marchaban al pueblo a visitar el cementerio a otro día, fiesta de Todos los Santos. Esta circunstancia pasaría desapercibida por parte de Felipe y Manuela cuando oyeron la doble llamada de teléfono. Manuela pensaría, ilusionada, que esa noche, a las tres de la madrugada, volvería a encontrarse con el espíritu de su madre en el pozo del agua ferruginosa. Y Felipe, que estaba al cabo de la calle, esperaba como agua de mayo un nuevo encuentro con Verónica, para ver y acariciar su cuerpo sedoso y angelical.
Una vez que Valia llegó al aeropuerto de Sevilla, buscó en los aparcamientos un coche de características poco llamativas y con aspecto de llevar varios días aparcado. Empleando una minúscula ganzúa y mucha destreza y sangre fría, abrió la puerta del conductor. Hizo el puente en los cables de encendido y el coche se puso en marcha, de inmediato. Valia dedicó la mañana a ensayar los recorridos de carreteras, calles, lugares, especialmente de La Cortijá, tiempos y horarios, para no cometer fallo alguno sobre el plan previsto.
A las 15:30, hora en la que, habitualmente, comían Felipe y Manuela, Valia realizó las dos llamadas telefónicas, según lo acordado entre Fernanda y Manuela.
Felipe y Manuela debieron de salir de su casa de Sevilla, en el todoterreno, a la 1:30 de la madrugada del 1 de noviembre. A las 2.00 dejarían la carretera general y entrarían en la comarcal que rodea La Cortijá. Valia te dio detalles minuciosos de su fechoría: dejó el coche camuflado entre unos arbustos cerca de La Cortijá. Fue andando hasta pocos metros de la puerta de la verja de hierro, escondiéndose, amparado en la oscuridad. Muy pronto escuchó el ruido de un coche, acercándose a La Cortijá. No podían ser otros que Felipe y Manuela. El coche se detuvo ante la puerta de la verja. Durante unos segundos el coche se iluminó por dentro. Felipe salió del coche y se dispuso a abrir la puerta de la verja. En ese momento surgió de las tinieblas un encapuchado, portando una pistola con silenciador. Felipe se volvió hacia donde había escuchado el ruido. El encapuchado le disparó certeramente en la frente y Felipe cayó de bruces contra el suelo. Manuela salió del coche, gritando enloquecida. El encapuchado le disparó al cuello, segándole la yugular. Después, el encapuchado, friamente, se sacó del bolsillo una cámara digital y les hizo varias fotos.
Rápido, el encapuchado corrió hasta "su" coche, lo puso en marcha y, con las luces apagadas, salió a la carretera, asegurándose de que no se aproximaba ningún vehículo. Luego se dirigió al aeropuerto, dejó el coche en el parking y tomó el primer vuelo hacia Londres.
Todo lo que seguidamente ocurrió, fue contado correctamente por ti, Aarón.

-¡Sí! Así tuvo lugar el final trágico de Felipe y Manuela -reconoció Aarón, poniéndose de pie y acercándose desafiante hasta Ricardo-. Yo urdí, preparé el plan minuciosamente, y acordé con Valia su ejecución, siguiendo la misma lógica que tú, aunque en sentido opuesto. Y la misma motivación, es decir, el egoísmo, aunque el tuyo es disimulado y bendecido por la sociedad hipócrita. ¡Ja, ja! Así que tú eres el Ricardo de mis sueños, paradigma de virtud y perfección, esculpido a golpe de disciplinado y exquisito buril, labrándote una personalidad triunfadora, aclamada por esta sociedad de cartón piedra, enajenada y farandulera. ¿Sabes una cosa? Ambos corremos por el mismo círculo, aunque en opuesto sentido, ¿qué más da? Ambos acabaremos en el mismo punto final: ¡la nada! !Allí os espero, a ti y a todos!

Y, diciendo esto, Aarón se lanzó, en frenética carrera y con alucinado semblante, derecho al mar.

-¡Espera, Aarón, no lo hagas -le gritaba Ricardo, saltando del asiento y corriendo tras él, reacción que nosotros secundamos igualmente-. ¡Por favor, Aarón, detente, permanece a mi lado, sin ti no soy nadie! ¡Mira quién se acerca, corriendo, descalza y sin aliento, por la playa! ¡Es Delia, nuestra querida Delia! ¡Vuelve, Aarón, vuelve!
Ricardo cayó de rodillas sobre el agua, viendo a Aarón, que había avanzado más allá de cien metros, hundirse bajo las aguas profundas y no volver a emerger.

Una joven de atractiva figura, con ajustado pantalón verde y blanca blusa, había llegado hasta Ricardo y trataba de consolarlo, abrazándolo y besándolo.

-¿Qué ocurre, Ricardo, qué ocurre?
-¿No has visto, Delia -repetía Ricardo, llorando inconsolable, y señalando con la mano a la lejanía- Aarón ha desaparecido bajo las aguas... ¡Dios santo! ¿Qué va a ser de él, qué va a ser de mí?

Nosotros, desde la orilla, presenciamos la dramática escena, conmovidos nuestros ánimos ante tamaño desenlace y la inesperada aparición de Delia.

-Pero tú, Delia -le preguntaba Ricardo, intrigado-, ¿cómo has venido hasta aquí? ¿quién te ha hablado de este lugar?
-Rosaura -decía Delia-. Una señora de Osuna, a la que he llegado a descubrir y conocer tras mis pesquisas e indagaciones, encaminadas a aclarar tus orígenes y tu familia. Ella me ha acompañado hasta aquí, pero se ha quedado en el hotel. Ella me ha aclarado cuanto se refiere a tu origen y el de Aarón, así como vuestra enigmática relación con estos lugares.
-¿Y cómo lo sabe ella?
-Porque... Porque ella es madre tuya y de Aarón.

Aquellas palabras nos dejaron, momentáneamente, mudos y sin aliento.

Tanto que prefiero no añadir nada más en este capítulo, pues cuanto sigue está entretejido tan solidariamente entre sí que no tolera fisuras ni cabos sueltos.

Os prometo que ese cuarto y último capítulo verá la luz muy pronto, mucho antes de que el amenazante cometa o pedrusco, espacial y damoclesiano, asome sus siniestras barbas de hielo, por el horizonte cascabelero del mítico 2012.

Ánimo, amigos, a seguir ejercitándose para hacer frente a cualquier eventualidad, incluida la crisis, también damoclesiana...
Un abrazo. Tinterico.






















































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