¿Matar el tiempo?

domingo, 14 de enero de 2007

Anoche me ocurrió algo muy extraño. Serían las tres de la madrugada cuando el rítmico silbido de la respiración de Edu, que dormía en su cama como un bendito, me desveló hasta el punto de que todos mis sentidos tinteriles se abrieron cual hormigueros tras una tormenta de verano.
Al azulado resplandor del piloto del ordenador distinguía el afilado perfil de Don Quijote velando sus armas. Sin saber cómo ni por qué, una idea que revoloteaba por la habitación (quizás escapada de un sueño de Edu y espantada por Don Quijote) vino a precipitarse dentro de mi tintero. La volátil idea era la de "Matando el tiempo", título que Edu ha dado a su blog. Parece demencial pero esa idea me arrebató el sueño. No sé cuántas horas estuve dándole vueltas al tema, lo cierto es que la claridad del alba teñía de rosa las paredes de la habitación cuando escuché la susurrante y abocinada voz de Don Quijote:

-Oye, tinterillo ¿qué te pasa, que tan agitado te siento?
-¡Ay señor Don Quijote!, no otra cosa sino que me ha dado en pensar en la frase de "Matando el tiempo" con que Edu titula su página blog, y voy a volverme loco (mejorando lo presente) haciendo cábalas sobre todo lo que se dice del tiempo: que si no existe, que si es oro, que si es fugaz, que si es eterno y, sobre todo, que si se le puede matar y si es lícito hacerlo... ¿Qué opina vuestra merced?
Don Quijote me miraba de soslayo, sin inclinar un ápice su torso erguido y desafiante. Al fin rompió el silencio y me habló en tono solemne:
-¡Hum, hum! Me caes bien, tinterillo, pues observo que tienes curiosidad y humildad. Por eso te invito a dar un paseo sobre mi etéreo hipógrifo Rocinante, en esta luminosa mañana que Dios nos regala. Así aprovecharé para aclararte esas cuestiones que tanto te agobian.
A continuación hizo sonar sus dedos, al mismo tiempo que me ordenaba:
-¡Vamos, espíritu tinteril, sal del pilón!
Una vez fuera, Don Quijote contempló con agrado mi fisonomía -que no era otra sino la del bachiller Sansón Carrasco- y me acomodó sobre Rocinante. Luego montó él sin soltar la lanza, dio una palmada al caballo y, mientras volábamos por aires manchegos, dio rienda suelta a su discurso:
-Verás, querido bachiller tinteril, el tiempo no sólo existe sino que es el todo de nuestra humana existencia. Lo que dice nuestro amigo Edu sobre "matar el tiempo" es un decir gracioso, algo así como espantar el aburrimiento y llenar el tiempo con algo positivo, divirtiendo el ánimo, lo cual -realizado con ponderación- es loable e incluso santo.
-¿Entonces?
-El tiempo de cada uno es sagrado. El tiempo hay que vivificarlo y enriquecerlo. Lo contrario no es matarlo, sino asesinarlo. Y eso es execrable. Cuando los humanos nacemos traemos sobre la espalda una bolsa invisible. Cada día, desde que amanece, la vamos llenando de acciones buenas o malas, o la dejamos vacía, lo que también es malo. Esa bolsa es el tiempo asignado a cada uno.
-¡Qué cosas más raras tenéis los humanos, don Alonso!
-¡Ea!
Entretenidos con esta plática, llegamos sin darnos cuenta a Madrid. Perezosa y blandamente Rocinante se dejó caer en el parque del Retiro. Desde allí nos acercamos a la plaza de la Cibeles. Rocinante guiñó el ojo a un caballo o yegua (¿o son leones?) de la fuente de la diosa: pero ninguno se dio por aludido. Nuestra entidad debía ser muy sutil pues nadie -ni peatones ni automovilistas- se extrañaba de nuestra presencia, lo que ya es raro con la pinta que llevábamos.
-Abre bien los ojos, bachillerillo, -me advirtió Don Quijote-. ¿Ves esa linda muchachita que camina, presurosa y sonriente, a coger el autobús?
-Sí, es muy bonita.
-Pues ella trabaja en una residencia de ancianos. Todo el día lo pasa derrochando su cariño con ellos, tratando de hacerles la vida un poco más llevadera. Cuando vuelva a casa, su bolsa del tiempo relucirá como un sol dorado. Entonces se abrirá y miles de mariposas -azules, rosas, amarillas, rojas...- ascenderán al cielo. Igual que ella hay muchas otras personas, que ahora van por la calle o están en sus casas: anónimos y esforzados estudiantes sin más recursos que sus esfuerzos y su fe en un mañana prometedor: humildes obreros y amas de casa; insignificantes criaturillas perdidas por esos mundos, padeciendo hambres, miedos, enfermedades, guerras, odios, calamidades... pero todos defendiendo, con toda su alma, su excelso título de persona humana. Todos ellos llenan su tiempo de vida y de verdadera riqueza.
-¿Y los otros?
-¿Los otros? Ah, sí. ¿Ves ese estirado personaje del mercedes? Es un señor muy importante, pero no tiene más aspiración que el enriquecer su hacienda, aunque sea a costa de los demás. Ese otro ha dejado a su mujer y a sus niños llorando; es un malvado maltratador sin otra capacidad que la de odiar. Aquel otro, un político corrupto. El de más allá, un clérigo hipócrita y egoísta...
Todos éstos, cuando vuelvan a sus casas con su bolsa del tiempo hinchada de basura pestilente, sentirán un vacío terrible. De ellos, sí puede decirse con toda propiedad que matan el tiempo.
-Pero no todo lo que hagan unos y otros será exclusivamente malo o bueno; habrá de todo, digo yo -le repliqué-. Su merced o yo, sin ir más lejos, hacemos, pensamos y decimos, además de muchas sandeces, algo juicioso de vez en cuando.
-Alabo tu discreción, tinterillo. Quizás algún día te nombre secretario mío particular. Y medita seriamente sobre cuanto has escuchado, porque como decía Arquímedes: "hay cosas que colgando parecen bolsas".
-¿Eso lo dijo Arquímedes?
-No lo sé. Pero pudo decirlo.

Y, sin más, nos volvimos por donde habíamos venido, con el estómago vacío pero con el tiempo henchido de felicidad.
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