El palco etéreo - (Cap. III y último)

martes, 12 de noviembre de 2013







-Aunque no suelen ser muchos los trasnochadores entre el domingo y el lunes, y mayormente con el tiempo tan chungo que tenemos -les grito a los espíritus compañeros, de vuelta de  la excursión nocturna al palco etéreo-, habréis podido observar cuántos flashes nos han disparado desde muchas ventanas y azoteas de Madrid y otros lugares, tratando de captar nuestra singular y  esplendorosa oblea espacial.
-¡No me extraña, Xiscu! -exclama Neñovet-, ¡como para pasar desapercibidos! Seguro que Íker Jiménez también nos ha fotografiado para sacarnos en Cuarto milenio. Con tu original ocurrencia de que cada uno de nosotros nos trajéramos grabada la información, captada en la excursión, en una larga banda o estela,  individualmente  coloreada con uno de los colores del arco iris,  nuestra oblea espacial es lo más parecido a  una espectacular rueda pirotécnica.
-¡Ja, ja! -me río con auténticas ganas- Creo que nos merecemos esta pequeña expansión en el  planeta Tierra, tan liberal y tentador, olvidándonos, unos instantes, del impecable, ultraperfecto y estricto proceder usado en nuestro mundo espiritual. No me negaréis que mi banda roja, ondeando como un surtidor de fuego y vida, ha de contener las secuencias de mayor impacto. Perdonadme, estoy bromeando. Sin duda que todas nuestras bandas contienen una preciosa información que veremos y comentaremos someramente en el palco etéreo, y  con mayor detenimiento cuando estemos en nuestro mundo de allá. ¡Mirad, mirad, cómo gira la oblea, igual que una flor gigante, engalanada con nuestras estelas, cual ocho pétalos de diversos colores!  La mía es roja, naranja la de Qutovoxu, amarilla la de Kuwutu, verde la de Tomiñvi, azul la de Neñovet, violeta la de Fañtduv, rosa la de Hemhu. Y también veo una blanca... ¿De quién es?
-Es mía -responde una voz no identificada-. Por cierto, ese Dunscotiano pretende atribuirnos afirmaciones que no son nuestras, sino suyas.
-¿Como qué? -pregunto yo.
-Como afirmar y defender que los  innumerables  y tremendos fallos, carencias, injusticias, crímenes, aberraciones y terribles padecimientos, tan normales en este planeta, existen por exigencias lógicas del sistema ideado y elegido, expresamente, por el Espíritu Supremo -contesta la voz no identificada.
-Y yo comparto su opinión -dice Fañtduv-:  la de que su autor ha elegido ese particular sistema, y respeta sus reglas, para que los espíritus, por Él creados, tengan la oportunidad de experimentar esa gran aventura de vivir en el mundo terrestre, con sus asperezas y sus encantos. ¿No es de agradecer esa opción, entre otras  muchas, muy distintas, que Él nos ofrece?  Estoy convencido de ello. Os lo digo yo que he vivido tal experiencia.
   Y bien, Xiscu, estamos impacientes por conocer y compartir los testimonios obtenidos en esta excursión nocturna. ¿Nos muestras ya los de tu estela roja?
-Un momento, que estamos aterrizando en el palco etéreo -les ruego. 

   ¡Shuiiiiiiiiiiissss!  ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!  

-Ya hemos llegado - confirma Neñovet, frenando de forma que hace ondular las ocho estelas, como serpentinas de feria.
-Qué, ¿todos bien?  -les pregunto sin esperar respuesta- Pues, venga,  vayamos colocando nuestras estelas, enhiestas, una a continuación  de otra, en el orden de colores que he indicado y después de hacer cada cual su comentario sobre lo que ha grabado en la suya. Mirad el contenido de mi estela roja, en su cara delantera. No es muy halagüeño, ya que se trata de una espeluznante serie de crímenes, injusticias, corrupciones y pisoteos de los más elementales derechos humanos, a todos los niveles... 
-Pues, en mi anaranjada estela - dice a continuación Qutowosu- no son precisamente aromáticas frutas de la huerta valenciana lo que he recolectado...
-No es menos lamentable el contenido de mi estela amarilla -dice Kuwotu, colocando su banda  junto a la de Qutowosu-: Familias arrojadas a la calle, expulsadas de sus viviendas, con criaturas pequeñas y personas mayores enfermas,  porque  se han quedado sin trabajo y no pueden pagar la hipoteca o el alquiler...
-¿Y qué me decís de tantos jóvenes, mayores y ancianos, pidiendo limosna por las calles?  -pregunta Tomiñvi, poniendo su estela verde a continuación y mostrando las imágenes- ¿Y esos otros que se ven obligados a renunciar a la profesión que les ilusiona, por falta de recursos?...
-¡Ay, ay! -se queja Neñovet, depositando su azulada estela junto a la de Tomiñvi- ¡Son tantos los casos sangrantes que claman al cielo... porque reclamar a la justicia del Estado es como clamar en el desierto!  Personas  que no pueden curarse, por falta de dinero... Sentencias judiciales escandalosas, tales como el que delincuentes que merecen cadena perpetua u otra importante, estén paseando por el parque, mucho antes de  cumplir la condena en su totalidad... Y al contrario, sentencias desproporcionadas a los delitos cometidos e, incluso,  causas trágicamente ridículas... ¡Cuántos abusos del poder por parte de los dirigentes de los Estados, a lo largo de la historia! Parece anecdótico, pero con harta frecuencia se impone la razón de la fuerza y la picaresca, en lugar de la fuerza de la razón y la justicia. Y sus consecuencias, naturalmente,  son caóticas. Para que prevalezca la razón y la ética (que siempre irán juntas)  la sociedad deberá alcanzar un nivel básico de sentido común y de ciudadanía, traducido en el convencimiento de que el Estado lo forma el pueblo soberano; que el poder radica en el pueblo; que es el pueblo el que determina qué régimen de gobierno  y qué constitución debe adoptarse;  que la finalidad del Estado es prioritariamente la de asegurar los derechos fundamentales de todos sus ciudadanos (empezando por los más necesitados); que, en consecuencia, los recursos estatales deben servir para paliar o satisfacer cualquier necesidad respaldada por esos derechos, con preferencia a cualquier otra intención pública o privada. Y aunque todos los derechos fundamentales requieren ser atendidos y respetados con carácter urgente y satisfactorio, el derecho a la educación reviste una consideración muy especial y preferente, ya que la educación del pueblo constituye la cimentación del Estado. Una esmerada y sólida educación del pueblo aseguran el florecimiento y auge del Estado. Un Estado que no se sacrifique por la educación de su pueblo, a todos los niveles, acabará en la ruina y el descrédito, más pronto que tarde.
-¡Vaya, Neñovet! -exclama admirado Hemhu, agitando su estela rosa que planta junto a la de éste-, cualquiera diría que tú, hasta ahora, sólo te habías dedicado a la vida contemplativa en nuestro mundo espiritual y no a espiar a los políticos de este planeta. Por supuesto que comparto vuestras valoraciones y comentarios a toda esa información que habéis captado en vuestras bandas. Pero no os parecerá extraño que yo, que viví  en la Tierra como galgo, me haya preocupado de recabar información sobre el mundo animal. Y ahí tenéis  plasmado, en mi banda rosácea, el trágico panorama que he hallado. Ningún espíritu de nuestro mundo, que no haya tenido la experiencia de vivir en la Tierra, puede imaginar la inmensa cantidad de sufrimientos padecidos por los animales inferiores al hombre, en su vida terrestre, inferidos con maltratos crueles, injustos, monstruosos, aunque se hayan intentado justificar con gratuitos pretextos, como que los animales son cosas o máquinas, nacidos para servir, alimentar o divertir los bajos instintos de los humanos. Monstruosa e injusta mentira. Todos los animales, aunque sea un insignificante mosquito, tiene un espíritu igual que el del ser humano, o lo que es lo mismo, como el nuestro. Sólo que ellos han aceptado vivir esa experiencia con todas sus consecuencias. En el ser humano está el rectificar sus convicciones y su comportamiento hacia ellos...
-También en mi estela violácea -comenta Fañtduv,  colocándola  entre la de Neñovet y la de Hemhu que, impaciente, se le había adelantado- podéis ver casos conmovedores parecidos a los captados por Hemhu y por los demás compañeros, pero he preferido centrarme  en ese otro tipo de conflictos, tan antiguos y perennes como es la existencia del ser humano sobre la Tierra,  ocasionados por las creencias y sentimientos religiosos, mal entendidos y peor impuestos. Es algo demencial, más temible que cualquier otra aberración. Yo, que viví en la Tierra como monje escolástico medieval, defendí siempre que la filosofía no es criada de la teología, como otros escolásticos sostenían. Ya que la recta razón se impone a cualquier creencia basada en la supuesta autoridad de quien la respalda. Porque ¿quién, sino la recta razón podría  convencer a un ser humano sobre la autenticidad de esa supuesta autoridad? No obstante, observad en mi estela cuántos atropellos e injusticias se han cometido en la historia de la humanidad, y se siguen cometiendo, invocando creencias no fundamentadas en la razón. Y a nivel individual, ¡cuántos sufrimientos y estados desesperados de conciencia, responsables de desequilibrios en la personalidad  o de auténticas demencias, ocasionados por códigos morales inhumanos, parapetados en los amenazadores castigos del infierno!  Cuestión candente, y de inaplazable solución,  que las máximas autoridades de todas las religiones deberían plantearse con rigurosa actitud crítica y racional, emprendiendo una valiente revisión, para eliminar o modificar cualquier creencia o norma moral no respaldada por la recta razón. 
 Esa es la cara doliente de mi estela,  igual que las que vosotros habéis mostrado. Pero lejos de nosotros tratar de sembrar el menor pesimismo. Girad, por favor, vuestras estelas, como yo hago con la mía. Ved qué alegre y gozoso aspecto tienen estas otras caras del reverso. En ellas ha quedado plasmada una inmensa cantidad de acciones y sentimientos, orientados todos hacia el bien y la racionalidad auténticos. Qué océano de  humildes y callados actos (verdaderamente humanos y propios, también, de espíritus puros), derrochando generosidad, ternura, entusiasmo, alegría, afán de superación, de entendimiento y  de valentía para vencer esa fuerza de gravedad del ser humano, llamada egoísmo, sustituyéndola por esa otra, llamada amor...


   Fañtduv  calló, de pronto, como si la emoción le impidiera articular palabra. Después pasó a colocar su estela violácea entre la azul de Neñovet y la rosada de Hemhu. 

   El sol, que ya nos había saludado con unos tímidos rayos madrugadores, aguantó un rato observándonos, antes de esconderse tras una parda nube, que empezó a regarnos con un menudo aguacero. Enseguida, Hemhu y Fañtduv doblaron las ocho estelas coloreadas, componiendo un original y artístico arco iris.
   Con éstas y otras pláticas, que continuamos manteniendo, nos dieron las tres de la tarde, hora en que Adelaida y Abelardo se sentaron a la mesa, con ánimo y semblante muy dispar. Ella derrochando entusiasmo y locuacidad. Él con hosco y preocupado aspecto. 
   Una vez más, Abelardo se quedó mirando al techo del salón, levantó la mano con el índice señalando hacia arriba y comentó:
   
-¿No los oyes? Son como susurros y cuchicheos... Desde ayer por la tarde los vengo escuchando de forma continuada...
-Eso que oyes, Abelardo, vuelvo a repetirte, son las palomas -le dice Adelaida.
-No lo creo. Las palomas no emiten palabras. Y yo capto muchas de las que hablan.
-¿En serio? ¿Y qué dicen? ¿Que también van a desahuciarlas a ellas? ¡Ja, ja!
-No sé -contesta Abelardo mientras extiende la servilleta blanca sobre su regazo-. Y, si no fueran las palomas ¿quiénes podrían ser?
-¡Ay, Abelardo, qué cosas tienes! Son, simplemente, figuraciones tuyas. El tiempo no pasa en balde... Y, hablando del tiempo, a las seis en punto, me dijeron que llegaría el coche de Telecinco a recogerme. Así que voy a darme prisa en comer, para prepararme un poco. Me van a ver en toda España y no puedo presentarme de cualquier manera. Pero eso es lo de menos. Quien quiero que me vea guapa y curiosa es él...
-Allá tú con tus ilusiones. Pero creo que deberías ser más realista. No le veo sentido a que, después de veintiocho años, aparezca Iván por arte de magia.
-¿Ilusiones dices? Naturalmente, Abelardo. ¿Qué es la vida sin ilusiones, sino insufrible agonía?

   Durante varios minutos, Adelaida y Abelardo permanecieron silenciosos. Adelaida, con aspecto algo excitado, se apresuró a concluir la comida y  prepararse para ir al programa de la tele. Luego, se peinó y maquilló con mimo; se puso un traje entallado, de chaqueta y falda, azul cobalto, completado con blusa blanca. A eso de las seis menos cuarto sonó el telefonillo. Era el conductor del coche de Telecinco. Adelaida se miró coquetamente en el espejo del taquillón de entrada. Luego volvió al salón, cogió el bolso, se acercó a Abelardo, lo besó y le dijo, sonriente:
-Espero que, esta noche, cuando vuelva, tengas preparado algo especial, para celebrar la nueva etapa que vamos a emprender en nuestra vida.
Abelardo se limitó a decir:
-¿Tú crees?

   Y mientras Adelaida cerraba la puerta, él se levantó de la silla y fue al ventanal del salón. Observó el cielo, ahora sin nubes, recibiendo una grata sensación al contemplar los edificios humedecidos, brillando al sol de   la tarde, que parecía anunciar una primavera no muy lejana. El estridente ruido de arranque de un vehículo le hizo mirar a la calle.  Era el furgón de Telecinco, saliendo del aparcamiento.
   Sin apenas darse cuenta, Abelardo se ve envuelto en una maraña de recuerdos y sentimientos, a su juicio, responsables de la personalidad acomplejada, indecisa y oprimida por la autorepresión que, no le cabe duda, le ha llevado a tantas frustraciones y mediocridad en su vida. Pero, al tratar de identificar la causa inmediata y directa que le impulsó a llevar a cabo la desaparición de Iván, no se ve claramente responsable de aquella acción.
-¿Cómo pude llegar a incubar y engendrar un plan de venganza tan canallesco contra Adelaida, haciendo desaparecer a Iván? -se pregunta Abelardo en un monólogo interior, que parece resumir y remedar el runrún de su conciencia a lo largo de veintiocho años, semejante al molesto roer de una carcoma-. Desde entonces, esa duda, semejante a una enorme bola erizada de púas, me ha estado horadando el alma. ¿Por qué voy a ser yo el responsable de tal fechoría? ¿Es, acaso, responsable el ciego de su tropiezo? ¿O el mentecato, de no entender? ¿El antipático, de su antipatía? ¿El feo, de su fealdad? ¿El no agraciado, de su falta de gracia? ¿El que yerra, de sus equivocaciones? ¿Por qué voy yo a ser responsable de no haber sabido elegir, en cada importante coyuntura de mi vida, la opción más razonable y correcta? ¿Fui yo, acaso, responsable de que Adelaida no se quedara embarazada hasta pasados cinco años de casados? Si, como ella decía, yo era un cobarde y falto de hombría ¿qué debí hacer para remediarlo? ¿No demostré hombría al superar las circunstancias opresoras y paralizantes, recibidas de la mentalidad retrógrada de mis padres y de la sociedad, en gran parte  oscurantista, de aquella época? ¿No demostré sobrada hombría al realizar con éxito mis estudios universitarios y alcanzar la plaza de bibliotecario? ¿No fue por afecto hacia Adelaida, y por levantar su ánimo decaído, la razón por la que invité a Ángello, en aquel verano de 1980, a pasar unos días con nosotros, en la Costa Brava. ¿Fui yo, por eso, el responsable de que Adelaida me engañara con Ángello? ¿O de que, en marzo de 1985, me dijera que Iván no era hijo mío? Ante declaración  tan cruel e injusta ¿qué opción debí elegir?  Si opté por planear y llevar a cabo aquella vengativa acción contra Adelaida, lo hice porque estaba convencido de que era la reacción más lógica y adecuada por mi parte. ¿Fui yo responsable de pensar así en aquel momento?

   Enfrascado en estas y otras contiendas interiores, en que su esquizoide conciencia actuaba ya como compasiva abogada o como rigurosa fiscal,  estuvo Abelardo  paseando por el pasillo, cada vez más tenebroso, hasta que, a las diez de la noche, movido por una irreprimible curiosidad, entró en el salón, se acercó al televisor y seleccionó el programa de telecinco "Hay una cosa que te quiero decir".


   Y, mientras tanto, desde el palco etéreo, los ocho espíritus compadecíamos, solidariamente, las cuitas de Abelardo. Aunque, a excepción de Fañtduv y de Hemhu, el resto de los compañeros no comprendíamos cómo el tímido y manso Ducesf, espíritu de Abelardo y gran amigo nuestro en el mundo espiritual, llegara a tales extremos éticamente reprobables.



   -En mi opinión -manifiesta Fañtduv-, basándome en la experiencia que tuve cuando viví en la Tierra, estoy persuadido de que, a pesar de la clarividencia y capacidad de decidir libremente del espíritu, las trabas corpóreas y demás obstáculos del mundo terrestre, dificultan en tal grado el libre ejercicio de las facultades espirituales, que resultan normales y explicables esas acciones y decisiones aberrantes en los comportamientos humanos y animales terrestres.  Esas trabas corpóreas y terrestres explicarían, además, el que sean muchos los humanos convencidos o, al menos, que aseguran que, tras la muerte de una persona y, con mayor motivo, de un animal, no sobrevive nada de ese ser. Y con mayor motivo, teniendo en cuenta las situaciones tan terribles, crueles, injustas, demenciales y absurdas que, con frecuencia, se presentan al ser humano y animal en la Tierra.

   Pero también es cierto que, a pesar de lo dicho,  son muchos, muchísimos, los humanos que luchan y trabajan heroicamente por ajustar sus actos a la recta razón, a lo largo de su vida terrestre. Y no pocos los que, después de años y años actuando de forma errática y descerebrada, terminan descubriendo las pautas racionales a seguir en la aventura de la vida. Tengo la esperanza y casi la seguridad de que, en un futuro no excesivamente lejano, la actitud racional  se considerará tan imprescindible y natural que llegará a ser deseada, buscada y recibida, como agua de mayo, por la generalidad de los seres humanos.  Yo, personalmente, estoy convencido de que el género humano, desde que apareció sobre la Tierra, ha tenido una constante y progresiva aspiración y aproximación a esa meta, hasta ahora utópica. De hecho, yo que viví aquí hace mil años, he podido apreciar ese gigantesco avance y acercamiento al imperio de una conciencia y actitud, gradualmente más racional, de la humanidad.


-Perdona, Fatñduv -digo, extendiendo la mano y señalando al centro de la oblea que, momentáneamente, se había oscurecido-. Como  podéis observar, Abelardo acaba de encender el televisor y  ha presionado el botón de Telecinco. Se le ve en actitud expectante y ansiosa. Escuchad. Ya comienza la sintonía e imágenes de "Hay una cosa que te quiero decir". Ahora aparece el presentador, Jorge Javier Vázquez. Un hombre que conoce bien su oficio de presentador y comunicador, y se le reconocen notables cualidades para ello. Siempre correcto y ameno en la exposición de las numerosas historias, más o menos interesantes, pero siempre humanas, y derrochando amabilidad y cercanía hacia los protagonistas del programa. Como suele ocurrir ante cualquier actuación humana, y con mayor razón si va dirigida a un público para su diversión o provecho, son muchos los que le aplauden y reconocen sus méritos, aunque también no son pocos los que critican su marcada intención sentimentaloide, así como la irrelevancia de muchas de las historias que presenta.

-¡Vaya, vaya, Xiscu, de lo que nos estamos enterando! -exclama Kuwotu, riendo- ¿Así que eres un fan tan entregado y entusiasta de Jorge Javier Vázquez, que no te pierdes ninguno de sus programas en nuestro mundo de allá, eh? ¡Ja, ja! 
-Bueno, no es para tanto. Pero, sí, lo reconozco, me van un poco esos programas. Ya debatiremos este asunto en otra ocasión. Ahora, vamos a verlo y oirlo en vivo y en directo, con mucha atención, pues no me negaréis que todos vosotros estáis intrigados con cuál será el desenlace  de esta historia y el destino de sus protagonistas. ¡Vamos allá!  


-El caso que hoy nos ocupa -comienza diciendo el presentador Jorge Javier, trajeado de gris alpaca y camisa carioca- reviste unas características muy especiales, que nos han empujado a adelantarlo a hoy lunes, 18 de marzo, y a emitirlo en directo. ¡Adelante, Iván! -exclama, elevando la voz, Jorge Javier.



   Mientras el público aplaude, aparece Iván, un joven de buena planta, de aspecto risueño y relajado, portando unas ligeras gafas y vestido con pantalón beige claro y cazadora negra. Jorge Javier le estrecha la mano y le acompaña a sentarse al otro lado de la mampara que divide el plató y en la que está la pantalla.

   A continuación, Jorge Javier, se acerca al pasillo de entrada y pregunta al emisario si la invitada, de nombre Adelaida, ha aceptado la invitación. Éste le contesta afirmativamente. Entra una señora, visiblemente emocionada, a la que el presentador saluda con gran afecto y la invita a sentarse frente a la pantalla en la que, en aquel momento, se iniciaba el vídeo en que aparecía ella recibiendo el sobre con la invitación al programa, en su domicilio en Madrid.
-Como podéis observar -comenta Jorge Javier- la alegría y esperanza reflejada en la cara de Adelaida es patente. Ojalá esta noche sea, para ella y  para quien la ha invitado, una gran noche.

   Seguidamente, una vez que cesan los aplausos, el presentador  comienza a exponer los motivos por los que Iván ha acudido al programa de "Hay una cosa que te quiero decir":

-Iván  es un joven que, según la información que, desde pequeño, escuchó a su familia adoptiva, en París, él había nacido en España, hace ahora 32 años. Según ellos le contaron, sus padres biológicos lo abandonaron. Motivo por el que fueron ellos quienes lo criaron, educaron,  le dieron estudios y, sobre todo, mucho cariño. Trágicamente, en el año 2000, murieron, en un atentado criminal,  los cuatro miembros de la familia que le adoptó. Nunca se ha llegado a conocer el móvil de ese atentado. Iván, viéndose solo y sin familia en el mundo, se esforzó cuanto pudo en reaccionar de forma positiva ante aquellas calamitosas circunstancias. Él fue declarado heredero universal de todo el patrimonio de la familia. Por lo que no tuvo problemas económicos para dedicarse exclusivamente a continuar la carrera de medicina que el curso anterior había iniciado. Terminada la carrera, Iván se doctoró exitosamente en la especialidad de cardiología; y pronto logró, por oposición, una plaza en un hospital de París. Hace cosa de un mes, estando en casa de Beatrice,  se le ocurrió  fisgonear en las habitaciones y cuartos cerrados de la vivienda. Al descubrir una portezuela, apenas visible,  que había en el techo, al final del pasillo, se le despertó la curiosidad sobre qué podría haber tras ella. Cogió una linterna, se encaramó en una escalera de mano, que había en la terraza, empujó hacia arriba la portezuela y se introdujo en el desván. Entre otros enseres halló una maleta. La abrió y, entre otras prendas, le llamó mucho la atención un pantalón bermudas azul y un niky rojo, de una talla como para un niño de cinco años. El hallazgo le intrigó no poco, ya que en su familia de adopción no había habido ningún otro niño, a no ser él, en fechas relativamente recientes. Pero su mayor sorpresa fue cuando vio, bordado en el niky, con letras en color azul y en español, el nombre de un colegio. Este hallazgo le impactó de tal forma que, sin pérdida de tiempo, se propuso aclarar el enigma. Enterado de que, en España, existía un programa de televisión, en la cadena de Telecinco, que solía presentar casos de personas que buscaban  a otras o de índole parecida, Iván no dudó en acudir a nosotros, con la esperanza de lograr una respuesta positiva. Se realizaron las indagaciones pertinentes y dimos con una persona que quizás -ojalá- tenga alguna  posible relación con él.
   Y, ahora, Adelaida, me dirijo a usted. ¿Qué tal se encuentra? -le dice, acercándose a ella- La veo muy tranquila y animada. ¿Tiene alguna idea o atisbo de quién o por qué la hayan invitado a entrevistarse en este programa?
-Pues mira, Jorge Javier, y perdona que te tutee -le contesta Adelaida-, francamente he aceptado la invitación movida por una secreta esperanza, que mantengo desde hace casi treinta años y mantendré hasta verla cumplida, o hasta que me muera. Pero no quiero hacerme demasiadas ilusiones. Por eso, primero, prefiero ver y escuchar a quien me haya invitado a venir aquí, antes de publicar qué es lo que me ocurrió hasta el punto de verme precisada a agarrarme a esa esperanza para seguir viviendo...
-Por favor, Adelaida -le pide el presentador-, ¿no puedes darnos alguna pista sobre el objeto de esa esperanza?
-Lo siento, Jorge Javier. Se trata de un asunto tan sumamente personal e íntimo, guardado en mi corazón, que no quiero airear en absoluto, a no ser que se produjera el milagro de cumplirse esa mi secreta esperanza.
-Adelaida, tu decisión es sagrada y debemos respetarla -dice, y añade a continuación-: Descubramos el rostro de la persona que te ha invitado. ¡Por favor, levantad la solapa del sobre!

   De inmediato, desaparece  la imagen del sobre, quedando al descubierto la de un joven sonriente, de agradables facciones. Adelaida no puede disimular la emoción que la embarga. Abre mucho los ojos, concentrando su atención en cada rasgo del rostro de Iván, con evidentes muestras de sorpresa y asentimiento.
-¿Te recuerda a alguien conocido? -le pregunta Jorge Javier.
   Adelaida acerca las manos a su cara, sin dejar de mirar la imagen del joven. Al cabo de un minuto exclama entre sollozos:
-¡Es él, es él!
-¿Y quién es él? -dice Jorge Javier, tocado también por la emoción.
   Adelaida, durante una prolongada pausa, continúa mirando la imagen de la pantalla, sollozando en silencio, incapaz de articular palabra alguna. Un aplauso general le ayuda a controlar su intensa emoción. Hace una profunda inspiración, carraspea y, sin dejar de mirar a la pantalla, se desahoga diciendo:
-El trece de junio de 1985, a las dos de la tarde, mi marido, como a diario solía hacer, recogió del colegio a nuestro hijo Iván, y lo llevó a jugar un rato al parquecito infantil, próximo al cole, como hacían muchos de sus compañeros, todos uniformados con pantalón azul marino y niky rojo, en el que destacaba, bordado con letras azules, el nombre del colegio: "Colegio Mar de amapolas". En un momento de distracción de mi marido, alguien se llevó a nuestro hijo. Han pasado veintiocho años desde entonces, pero yo he mantenido tan grabados y estudiados, en mi alma, los rasgos externos e internos de mi niño que, ahora, a la vista de ese rostro, mi intuición e instinto de madre me están asegurando que él es mi pequeño Iván... ¡Ay, sí, sí, sí! ¡Es mi hijo! ¡Dejadme que lo abrace!

   Y, rompiendo todos los protocolos del programa, Adelaida corre al otro lado de la pantalla hasta donde se halla Iván. Éste se pone de pie y abraza a Adelaida, quien, entre lágrimas y sollozos, no cesa de repetir:
-Sí, Iván, tú eres mi niño, hijo de mi corazón, que algún desalmado te me robó cuando eras tan pequeñito. ¡Gracias, Dios mío, qué feliz me siento! -exclama Adelaida, sin dejar de besarlo.
   El público aplaude y vitorea ante cuadro tan conmovedor, puesto de pie, sin intención de finalizar su entusiasmada ovación, hasta que el presentador, con sus ruegos y ademanes, logra que el personal se siente y permanezca en silencio.
-Dijo un filósofo -apunta Jorge Javier, tratando de captar la atención del público- que "el corazón tiene razones que la razón no conoce". Frase que parece pensada, expresamente, para definir la reacción que acabamos de presenciar en Adelaida. Sí, porque tú estás convencida de que este joven, Iván, es tu hijo, pues tu corazón te lo asegura, sin dejar resquicio alguno a la menor sombra de que no lo sea. Pero quizás no piensen así todos. Lo digo porque, según el relato que Iván ha contado al programa, parece ser que fueron sus padres biológicos quienes lo abandonaron.
-¡Santo Dios! ¿Abelardo o yo abandonar a nuestro hijito? ¿Qué fiera, sin entrañas, podría realizar tamaña crueldad? No, esa versión es totalmente falsa, Iván. Alguien te ha mentido o te la ha contado sin conocer bien la verdad.
-Y tu marido ¿cómo no ha venido contigo? ¿Está, quizás, entre el público? -pregunta Jorge Javier con extrañeza.
-No ha venido, porque dice que no quiere hacerse ilusiones. Piensa que Iván jamás aparecerá -contesta Adelaida.
-¿Y tú, Iván, lo ves todo tan claro como lo ve Adelaida?  -le dice Jorge Javier, deseoso de conocer su auténtica postura.
-Afortunadamente, Jorge Javier, debo contestarte que lo veo tan claro como ella e, incluso, con más claridad que ella -le contesta Iván. Pues, volviendo al sabio pensamiento de ese filósofo, que antes has citado,  tengo que reconocer que Adelaida posee las razones de su corazón que, sin duda, son superiores a las del mío. Pero  yo poseo, además, razones  racionales que respaldan a aquéllas. Y son éstas: Aunque viendo y escuchando a Adelaida es más que suficiente para quedar convencido de que ella es mi madre, existe una prueba decisiva que lo evidencia. Ella ha manifestado que el nombre bordado en el niky rojo es "Colegio Mar de amapolas", nombre nada corriente y que coincide justamente con el que está bordado en el niky, encontrado en casa de mi madre adoptiva, como vais a poder comprobar.

   Y, diciendo esto, sacó de una bolsa, que había llevado al programa, el uniforme escolar y lo entregó a Jorge Javier para que lo examinara.
-"Colegio Mar de amapolas". Exactamente es el nombre bordado en este niky rojo que Iván presenta como prueba irrefutable. Una prueba contundente que ruego mostréis a todos, a través de la pantalla -dice a los cámaras Jorge Javier.
 
   De inmediato, aparece extendido en la pantalla el niky rojo, destacando el nombre del colegio, bordado en azul marino. Adelaida, como un resorte, se levanta del asiento y coge el uniforme de Iván. Extiende el niky y observa detenidamente el nombre del colegio. Después coge el pantalón y estrecha ambas prendas contra su pecho, mientras suenan nuevos aplausos de los asistentes.

-Tras este emotivo y afortunado reencuentro con Adelaida, tu madre, te agradeceremos, Iván, nos completes la información sobre la muerte de tu familia de adopción y  cómo te las arreglaste, una vez solo, para hacer frente a las nuevas circunstancias, obligaciones académicas,  así como las burocráticas, derivadas de la herencia que recibiste a la muerte de todos los miembros de esa familia.
-La información que  yo puedo añadir -contesta Iván  en correcto castellano, aunque con acento francés-,  no creo sea mayor ni más interesante que la reseña tan acertada que has expuesto a los aquí presentes y telespectadores. La muerte de mi familia de adopción tuvo lugar en junio del año 2000. A mediados de ese mes terminé mi primer curso de medicina  con bastante éxito. Para celebrarlo, y como premio por mis buenos resultados, mis padres de adopción, Ángello y Beatrice, y los tíos de ésta, Brigitte y Jean Marie, acordaron llevarme con ellos a Niza a pasar unos días de veraneo. Primero yo pasaría los días 15 al 19 de junio en casa de un compañero de curso, en Fontainebleau. Y el día 20 mis padres y tíos
me recogerían al pasar por esa ciudad y continuaríamos el viaje hasta Niza. Mas, por desgracia, en la mañana del día 20, cuando el coche de Ángello, con los cuatro familiares, había recorrido unos 60 kilómetros, desde el aparcamiento próximo a la casa de Beatrice, de improviso se produjo una formidable explosión, antes de llegar a Fontainebleau, quedando el coche envuelto en terribles llamaradas, con  los cuatro viajeros dentro, sin que nada pudieran hacer los que se acercaron a auxiliarlos. Los padres de mi amigo me apoyaron generosamente en cuanto necesité. Ellos me ayudaron y asesoraron para solventar los problemas burocráticos y judiciales que, súbitamente, se me habían planteado. Con su apoyo logré normalizar mi situación y pronto recuperé el ritmo rutinario y tranquilo, adaptado a mi nueva situación, que me permitió, superar con éxito todos los cursos de mi carrera. Sobre el atentado sólo puedo añadir que, desde que ocurrió, nada ha podido averiguar la policía ni  las autoridades judiciales sobre la autoría y móviles de esa criminal fechoría. ¿Hubo alguien, enemistado o que tuviera cuentas pendientes con algún miembro de mi familia, hasta el punto de llegar a acabar con todos sus miembros? En realidad, yo con quien mas contacto he tenido, desde que me adoptaron, ha sido con los tíos de Beatrice, Brigitte y Jean Marie. Ángello había trabajado, durante varios años en un hotel suizo, en el que conoció a Beatrice, pero poco antes de adoptarme, se fue a París a vivir con Beatrice. Allí trabajaba Ańgello como guía turístico y Beatrice como funcionaria en un juzgado...
-¿Dices que se llamaba Ángello tu padre de adopción? -pregunta Adelaida, sorprendida.
-Sí. Él había nacido en Italia y dominaba muy bien, aparte del italiano, el inglés y los idiomas cantonales de Suiza, conocimientos preciosos por los que le concedieron la plaza de guía turístico.
-Ya, ya... -musitó Adelaida, sin hacer más comentarios.
-Por eso digo -continuó Iván- que desconozco si por parte de Ángello o Beatrice hubiera existido alguna relación hostil con alguien, que explicara aquel trágico atentado; pues, yo que convivía con Brigitte y Hans, puedo asegurar que no es posible que nadie tuviera animadversión alguna contra estas personas. Esta fue la segunda tragedia que me había tocado vivir. Tragedias que no entendí entonces y sigo sin entender. Pero como dicen en La France: C'est la vie!
-Perdona, Iván, que te interrumpa un momento -se disculpa Jorge Javier- Me gustaría que respondieras a una curiosidad que me asalta en estos momentos. Cuando alguien te llevó a Francia, arrancándote de tus padres, de tu colegio, de tus amiguitos... ¿No conservas en tu memoria algún recuerdo de aquel tiempo y entorno cuando estabas con tus padres, ya sean en forma de imágenes, palabras, sentimientos, actuaciones...? Concretamente, la imagen de tu padre, en aquellos tristes momentos en que te separaron de él, ¿se te borró, totalmente, del recuerdo?
-Sí, conservo en mi memoria una imagen que se me quedó muy bien grabada. La imagen de alguien a quien yo quería mucho, no sé si la de mi padre biológico,  en el momento en que me dejó con Ángello, en el coche. Una imagen que, cada vez que he pensado en ella, me ha hecho llorar...
   
   Iván agacha la cabeza, presa de una gran emoción. Adelaida, lo abraza, sin poder contener las lágrimas, mientras que, durante un buen rato, el público les aplaude y vitorea.
   Finalmente, Jorge Javier, también emocionado,  los besa y despide con unas cálidas palabras  de felicitación y deseos de buenos augurios.
   
   El mismo coche y conductor, que llevó a Adelaida al programa de Telecinco, se encarga de retornarlos a casa.

   Mientras suben en el ascensor, Adelaida le dice a Iván:
-Verás qué sorpresa se va a llevar tu padre. ¿Tienes ganas de verlo?
-¿Cómo no, mamá? Estoy impaciente por verlo y abrazarlo. ¡El pobre...!
-Sí, hijo. Qué estúpidos somos los humanos. ¡Con lo fácil que podríamos ser felices! -dice Adelaida, enigmáticamente.

   Cuando salen del ascensor, al rellano de la última planta, se encuentran con que la puerta de la vivienda está abierta. Entran en ella, mas Abelardo no está allí.
-¡Qué raro! -exclama Adelaida- ¿A dónde habrá ido, si ya son las doce y media de la noche?

   Adelaida coge una linterna y vuelven a salir al rellano.  Luego se dirige al corto tramo de escalera que asciende hasta la terraza y dirige el haz de luz de la linterna hacia la puerta, observando que se halla abierta, cuando, normalmente, está cerrada con llave. Suben a la terraza y avanzan unos pasos hasta el centro de la misma: un cuadrilátero amplio, rodeado de jardineras con arbustos y tiestos con plantas floreadas, dos bancos enfrentados, una caseta trastera y una fuente.
-Mira, mamá, en ese banco parece que hay un hombre echado... -le dice Iván.
   Rápida, Adelaida, enfoca la linterna hacia el banco.  
- ¡Ay, Dios mío, si es tu padre! Y parece dormido...
   Se acercan a él. Abelardo se halla extendido a lo largo del banco, con expresión sonriente, los ojos muy abiertos, dirigidos a una luna casi llena, y una mano sobre el pecho, apretando un folio de papel blanco, en el que está escrito con grandes letras: "Perdonadme. Me voy con ellos".

   En ese momento, escuchan como un susurro que viene de arriba.
-Mamá ¿no has oído eso?  Me ha parecido que decían: "¡Hasta pronto!"
-Son las palomas, hijo, que preludian  la primavera -le tranquiliza Adelaida.

                                             Fin del último capítulo.


   Feliz otoño, amigos. Un abrazo y hasta pronto. Dunscotiano.


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