Historia de otra escalera - (Cap. I)

martes, 28 de agosto de 2007
Si el invierno es tiempo de meditación -como diría ¿"Chespir"?- no es menos cierto que el verano es de disipación. Lo digo yo que, aunque perro, observo y saco conclusiones. Sin apenas darnos cuenta, el verano se nos pasa en futilidades. Esa es la razón de mi escasa, casi nula, comunicación con Tinterico y Don Quijote. Ahora, por unos días, nos hemos instalado en la casa de Clara, en este pueblo serrano. Las noches las paso en un local amplio y fresco, en los bajos de la casa de enfrente. Gracias a Edu -que es muy lagarto- el potho mensajero lo han colgado en la pared, frente a mi caseta, a la altura precisa para que tanto él como la cámara chivata, conectada al ordenador, puedan observarlo desde la ventana de su habitación y a través del ventanuco del local, y yo, por supuesto, desde mi caseta.
Anoche me volvieron a espabilar los destellos intermitentes de las hojas del potho, recibiendo otro mensaje de Tinterico. Ahí va el mensaje y mis saludos:

"Albricias, Toby, porque, a pesar de los maleficios de las brujidiablas, seguimos vivos y dueños de nuestros espíritus y, como tú muy bien

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supones, capaces de combatir la sinrazón. Ellas no descansan, maquinando discordias y alborotos allí donde reina la paz. Por el contrario, una vez recuperadas de las magulladuras que les propinaron en el centro médico, acordaron visitar un grupo de viviendas, llamado Las Oropéndolas, ubicado en una ciudad próxima al castillo en que ellas se albergan y tienen cautivas nuestras figurillas.
Rápidamente reanudaron sus andanzas acudiendo al árbol de los deseos para pedir información sobre los pacíficos residentes de esa urbanización. Escuchamos su cotorreo junto al árbol y salimos echando leches del cofre -en espíritu, claro, y con un pijama invisible, a rayas rojas el mío y con lunares azules el de Don Quijote- para enterarnos de sus siniestros planes. Devotas y sumisas se postraron ante la rama de las orejas y recitaron esta plegaria a su cacarañado cacique:
-Poderoso Asmodeo: nosotras tus siervas, Chinda y Minga, necesitamos conocer las intimidades de la gente que vive en Las Oropéndolas, al parecer un lugar urbano paradisíaco, en donde es fama que sus residentes son un dechado de educación exquisita, armonía y buen nivel crematístico. Muéstranos sus entresijos para incordiarlos como es debido.
En seguida los múltiples ojos de la rama óptica se encendieron y bailotearon a un ritmo frenético. Sus pupilas despidieron rayos de luz violácea, yendo a proyectar imágenes del recinto y sus vecinos sobre el muro próximo al dormitorio de las brujas.
En perspectiva aérea apareció el grupo de viviendas. Un gran rectángulo, con la puerta de acceso en uno de los lados más estrechos. Dentro del recinto hay un parque ajardinado rodeando a las piscinas, canchas y pistas. Y en torno al parque, varios bloques de viviendas distribuidos en portales de tres plantas, con cuatro pisos por planta.
La alegre música de fondo fue absorbida por la voz cazallera de Minga, que muy pronto prescindió del primitivo tono sumiso, sustituyéndolo por otro autoritario:
-Ya está bien de pamplinas y ¡al grano! Lo que nos interesa es conocer a la gente del portal A. ¿Vale? Queremos saber quiénes son, cuáles son sus apariencias y cómo son en realidad.
La rama de las bocas se agitó, al tiempo que los labios de cada una comenzaron a abrirse y cerrarse, recitando al unísono primero y luego por separado.
-Empecemos por la tercera planta. De derecha a izquierda están los pisos A, B, C y D, uno al lado del otro. Deberíamos comenzar hablando del A, pero lo haremos por el B, pues en él vive don Baldomero, promotor de la urbanización. Vedlo ahí. Ese hombre cincuentón, rechoncho y calvo, en pijama rosa con ovejitas amarillas, que apoya sus rollizos brazos en la barandilla del balcón y contempla con orgullo su magnífica obra: el conjunto residencial Las Oropéndolas. Él, con su opulento caudal, promovió la construcción de las viviendas que luego vendió al banco de don César, que vive en el segundo B, debajo del suyo.
-Don Baldomero es un lince -afirmó la voz campanuda de una boca de labios achocolatados que masticaba chicle sin parar-. Debe de estar podrido de dinero. Pero en el fondo no es feliz.Vive solo, en ese piso que se reservó para sí. Su mujer, neoyorquina americana...
-Un momento -gruñó Chinda- ¿es que hay neoyorquinas que no sean americanas?
-Por supuesto -atajó Minga impaciente- y suecas que son de Carajillo de Abajo.
-Bueno, pues eso -continuó, sin inmutarse, la del chicle-. Su mujer lo dejó plantado y se marchó a U.S.A. con sus dos hijas.
-¡Alto ahí! -gritó Minga-. Queremos ver las imágenes de las hijas de don Baldomero.
-¡Marchando un primer plano de Kuki y de Barbarita!
Ipso facto aparecieron, en un ángulo de la pantalla, los agraciados rostros y cuerpos modélicos de las jóvenes veinteañeras, Kuki rubia y morena Barbarita.
-Me pido la rubia -se adelantó Minga.
-Pues yo la morena -dijo Chinda.
-¡Entendido! -resonó un vozarrón en lo alto de la torre.
-En el tercero A -intervino la voz ácida de una boca de labios limón- y a la derecha de don Baldomero, vive la señora Susina. Una viuda de cuarenta y cinco años, de buen ver pero mal mirar, pues es algo bizca. Es muy recatada y pía. De su difunto marido -un militar que le doblaba la edad- heredó el piso y la pensión. Su hijo Leonardo la ha convencido para que pague a don César el alquiler del piso tercero D, pues de esa forma espera terminar antes la carrera de psicología canina que está estudiando, y así poder montar muy pronto un consultorio para perros con problemas psíquicos. Don César, frío y calculador, ha exigido a Susina avale con su vivienda los pagos del alquiler. Ella, la muy cándida, ha aceptado por las buenas. Además -emulando a Isabel la Católica- ha hecho a san Canuto la heroica promesa de no cambiarse de enagua interior hasta tanto Leonardo no acabe la carrera. Con una importante diferencia: que, aunque no se quite la enagua, se bañará con ella puesta y se la secará con el secador del pelo.
Por otro lado, Susina forcejea, en las entretelas de su alma, tratando de espantar una idea que considera una cobarde traición a su santo marido: la de arrojarse en los rollizos brazos de don Baldomero, quien parece mirarla con ojos lascivos. "Pues espabila y dale cuartelillo -le dice su hijo- que chollos así no se dan a diario". Pero ella se santigua como si escuchara al diablo.
-Lo que hay que oir, madre, ¿y quién vive en el tercero C, entre Leonardo y don Baldomero? -preguntó ansiosa Minga.
-Ahí residen el señor Porreto, su mujer Quirica y Alicia, hija de ambos. Una familia desconcertante -comenzó a relatar otra boca con labios de plomo y voz de trompeta.
-¿Y qué tienen de particular? -inquirió Chinda.
-La familia Porreto, -continuó la voz, en do de pecho, haciendo pausas como si pregonara un bando- se levanta cada mañana a las cinco. Salen de casa trajeados. Él con gafas oscuras. Portando un maletín negro. Quirica muy enjoyada. Con largos pendientes de cristalitos tallados. Como una lámpara andante. Alicia uniformada con blusa blanca. Corbata y falda azul marino. Si ven a algún vecino. Normalmente a Baudelio el conserje. Lo saludan cortésmente. Pasan al garaje y cogen el coche. Dejan a Alicia en el colegio Inglés. Quirica se baja en un tanatorio. Allí se pone una chilaba morada. Cubre su cabeza con un pañuelo blanco. Se coloca unas gafas negras. Y limpia el tanatorio. Porreto llega a una granja avícola de las afueras. Se cambia el traje por un mono caqui. Se pone a empaquetar huevos que da gusto verlo. A las ocho de la tarde. La familia Porreto regresa a Las Oropéndolas. Impecablemente trajeados. Saludando cortésmente. Y así un día y otro día.
-¡Hum, hum! qué familia tan rara -comentó Minga-. Y en la segunda planta ¿qué percal tenemos?
-¡Huy, la segunda planta! ¡La de los ejecutivos! ja, ja -exclamó otra voz de labios rezumando tinta-. Debajo del piso de Leonardo, en el segundo D, habita Elvira, una solterona de cuarenta y dos años, muy morena, de voz y rasgos varoniles. Es agente de seguros. Posee una rara habilidad para captar adeptos y, sobre todo, para modificar -sin que el asegurado se entere- las condiciones, originariamente contratadas, por otras nefastas para el asegurado pero ventajosas para la compañía de seguros. Por sus gestiones cobra sustanciosas comisiones. Es muy cerebral y maquiavélica. Su mente no para de maquinar planes, incluso dormida...
-Interesante, muy interesante -dijo Chinda- ¿Y en el segundo C?
-Debajo de la familia Porreto habitan el señor Lechúguez, su elegante esposa Ferina (Ceferina) y su hijo Pompi (diminutivo cariñoso de Pompeyo) -irrumpió una siseante y jugosa voz de frescos y arqueados labios de raja de sandía-. El señor Lechúguez es jefe de sección del departamento comercial de una boyante empresa de molinillos de viento y otras aplicaciones eólicas. Es un hombre alto, algo fofo, de rasgos orientales, con calva galopante como una jaca jerezana, que él trata de disimular con el sofisticado peinado de los negros, solidarios y escasos pelos de sus sienes que enrosca como un birrete judío. Su máxima preocupación es la de pregonar al mundo la exquisitez de su persona y familia. Aunque alardea de palabra fácil,vasta cultura y tener varios cursos de derecho, los gazapos gramaticales se le suelen colar como conejos de monte en las notas y borradores que entrega a su secretario Onofre, quien se encarga de corregirlos, cristianarlos y sellarlos con sepulcral sigilo. El señor Lechúguez está convencido de su superioridad sobre el resto de los mortales. El glamur es su afán de cada día. Al pobre Onofre lo abruma en la oficina hablándole de las ropas de marca que ellos se compran; de que el cocido que Ferina prepara es a base de jabugo; que en sus vacaciones se hospedan en hoteles galácticos; que su señora es un fiel trasunto de Pitágoras, aunque de belleza algo picassiana. Ferina trabaja en el banco de don César que -lo que son las cosas- vive en el piso de al lado. Según Lechúguez, ella es una musa de la contabilidad, mano derecha de don César. Pero la realidad es que Ferina es una curranta a la que don César machaca con sus constantes impertinencias: servirle un café cada media hora, limpiar la mesa cuando retira los pies de encima, coger el teléfono mientras él se espabila, cortarle los pelillos de la nariz y de las orejas, limarle las uñas. Don César la anima a ser más lanzada. Le pide una minucia: que le complazca en sus caprichos concupiscentes que le asaltan durante la jornada laboral. Ferina lo ha consultado con Lechúguez, quien no sólo no se ha opuesto sino que la alienta en la brillante carrera hacia la ansiada meta: llegar a jefa de contabilidad.
"Pompi, nuestro hijo, -dice Lechúguez a Onofre, inflado de orgullo- fue de pequeño un niño prodigio y ahora es sin duda un genio, para quien la astronomía no tiene secretos. Sus ideas sobre la constitución del universo son originalísimas. Según el niño, existen multitud de universos, todos perimórficos (es decir, con forma de pera) que giran a modo de peonzas sobre las ramas de un fantástico árbol que flota en las inmensidades del espacio. La vía láctea se halla en una zona minúscula y exterior del perímetro mayor de la pera de nuestro universo. Y en ella está el sistema solar, unos cuantos granitos de arena -entre ellos la Tierra- danzando sobre la misma piel de la pera. Una consecuencia de la forma de pera de nuestro universo y su proximidad a otro universo vecino es que, cada cinco mil años, nuestro universo completa uno de sus giros rotatorios, quedando la Tierra, durante unos años, bajo el influjo del universo vecino que gira en sentido contrario al nuestro. Eso explicaría el cambio climático y otras turbulencias que últimamente venimos acusando los terrícolas. Pompi espera dirigir muy pronto un programa en televisión sobre temas astrofísicos, cosa que será realidad tan pronto como el C.S.I.C. haya examinado su genial teoría."
-Encantadora la familia Lechúguez -aplaudió Chinda- ¿Y qué más nos podéis contar del vecino de al lado, don César el del segundo B?
La sibilante voz de unos labios de hojalata contestó a Chinda:
-Ya sabeisss... Nada masss y nada menosss que don César el banquero, director de su propio banco. No está casado ni tiene hijos. Vive por y para el dinero. Sus pulmones son de estaño, su corazón de cobre. Don Baldomero, el vecino de arriba, depositó en el banco de don César los millones logrados en la venta de la urbanización. Nadie pondría en duda que uno y otro son uña y carne. Frecuentemente se les ve juntos en el casino, jugando al ajedrez. Don Baldomero ha confesado a don César que él es soltero y no tiene familiares que lo hereden (cosa absolutamente falsa). Esta confidencia ha alborotado al buitre que anida en el cerebro de bronce de don César. Los millones de don Baldomero pasarían a ser propiedad de su banco... Chissssssssss!
-¿Entonces Ferina, la mujer de Lechúguez, qué es para don César? -preguntó Chinda con tono ingenuo.
-Nada. El redondo roce de un euro entre sus dedos despiertan en él sensaciones más placenteras.
-Difícil lo vamos a tener con este tío -dijo Minga; y continuó impaciente-: ¡Vamos con el último de la planta, el segundo A, y abreviad, que os estáis alargando demasiado, cansinas!
-Perdonad, pero la boca de amapola está ahora mismo durmiendo y no puede informaros.
-¡No me toquéis las enaguas! -protestó Minga- que me lío a puntapiés y os dejo los morros como pimientos del Padrón!
-Ten paciencia, Minga -le susurró Chinda al oído- que, como se cabreen, va a ser peor. ¡Anda, guapas, continuad con vuestras deleitosas informaciones!
Un chorro de voz fluorescente deslumbró a las brujas mientras se explayaba hablando del vecino del primero D:
-Se llama Hipólito Centella, joven apuesto, azafranado, de ojos laguna de ruidera, barba pelirroja artísticamente recortada, de gestos amarujeados. Es ingeniero de nuevas tecnologías e inventor por vocación y oficio. La cosa más peregrina e insólita, seguro que Hipólito ha mucho tiempo que la descubrió. Varios de sus muchos inventos los ha vendido a vecinos de Las Oropéndolas. Entre otros los siguientes:
*El móvil de goma antirrayos. Muy práctico en verano cuando hay tormenta. Según parece, el móvil convencional corre el riesgo de atraer fulgurantes chispas del cielo que, por pequeñas que sean, pueden erosionar o chamuscar alguna parte sensible del organismo.
*La televisión especulativa (versión mural archigigante). Es proyectada en el frontón que se alza frente a las piscinas comunitarias, mediante un sistema combinado de espejos, desde la habitación laboratorio de Hipólito.
*Los bañadores virtuales multicolores. Adquiridos y usados por los bañistas comunitarios. Ellos, aunque en realidad están desnudos, aparecen cubiertos de alegres bañadores reflectantes de rayos láser, emitidos por Hipólito Centella desde su laboratorio.
*El elixir canino. Es un prodigioso frasco cuentagotas de esencia que controla la micción y defecación del perro. Un producto fabricado por Centella, a base de extracto de orín y pulpa de garrapata procedentes de diversos tipos caninos. Según la idiosincrasia de cada perro (raza, tamaño, edad, ladrido, etc.) Hipólito suministra el frasco adecuado. Su empleo es sencillo y económico (0,60 euros la gota). Procedimiento: en casa, antes de sacar el perrito a pasear, se le conduce a la terraza. En ella habrá un recipiente a modo de barreño o cubeta de plástico, con un tronco o arbolillo artificial en el centro. Al pie del mismo se depositarán dos gotas del frasco. Luego se acercará el perrito para que huela las gotas. Inevitablemente el perrito excretará una generosa micción y defecación que le dejarán aliviado y libre de semejantes servidumbres durante doce horas. A continuación sacará a pasear el perrito, con la general alegría de todos.
*La cabina multiaseo-miniacuática. Quizás sea el invento centellano más práctico, ecológico y acorde con la progresiva y unánime preocupación de los humanos por la regeneración medioambiental y prevención del calentamiento del planeta. Consiste en una cabina cilíndrica, de plástico duro y transparente, un metro de diámetro de base por dos y medio de alta. Podrá colocarse encima de la antigua bañera, lo más proximo posible a la taza del wc. Junto a la base y en su parte anterior, está la entrada, un hueco de sesenta cm. de ancho por un metro de alto. La entrada se cierra con una puerta curva, de 300º de arco y un metro de alta, que se desliza suavemente de abajo arriba y viceversa gracias a los raíles laterales y al de su base, en los que encaja herméticamente. La puerta va provista de dos tetones interiores y exteriores para dicha operación. En el interior y adosado a la superficie del fondo de la cabina se halla el depósito de agua, cilindrico, de veinte cm. de diámetro y misma altura que la cabina, dividido en dos cuerpos independientes, con marcas indicadoras de los niveles del agua necesaria y suficiente para el afeitado y lavado de dientes (cuerpo superior), y para la ducha (cuerpo inferior). Los depósitos se rellenan pulsando el botón correspondiente. El depósito superior lleva incorporado un grifo y palangana abatible. El inferior, un largo tubo y alcachofa para el duchado. En la parte superior de cada depósito hay un pequeño orificio para limpieza y desinfección de los mismos. En la base de la cabina se abre un sumidero con filtro, por donde se evacua el agua filtrada, pasando a la cisterna del wc por un tubo conectado con ésta.
Don Baldomero aprecia mucho a Hipólito y está muy interesado por sus inventos, lo cual es un gran estímulo para él. Sabe que Elvira lo mira con ojos codiciosos -porque intuyen en él una mina de diamantes- pero Hipólito no siente hacia ella ninguna atracción. En cambio, su corazón se altera cuando ve a Laura, la hija de Onofre...
-Bueno, ya está bien de tanto invento y tanta coña morena. A ver quién se cobija en el primero C -exigió Minga con talante avinagrado.
-Ja,ja,ja. De momento nadie. Es un piso propiedad del banco de don César, jo,jo,jo. -se carcajeó la voz risueña de una boca de labios verdes y gordos como dos pepinos.
-Pues a otra cosa, pamplinosa. Háblame del primero B.
-En el primero B, primero B -contestó la pepinocha cantando-, vive Hércules Cejudo con Teodora su mujer. Y su suegra Romualda, que decide por los tres. ¡jejejejejé, jejejejejé!
-¡Menos risitas y al grano, que no está el horno para bollos! -rezongó Minga.
-Bien, -continuó seria y precipitada la cucurbitácea- Hércules Cejudo es camionero de profesión, por lo que pasa más tiempo fuera que en casa, para dicha suya, porque si cotilla es su mujer, supercotillona es su suegra, que desde que se levantan hasta que se acuestan no tienen otro afán que enterarse de chismes y difundirlos por doquier. Hércules Cejudo, haciendo honor a su nombre, es forzudo, musculoso y con un par de cejas como dos felpudos. No obstante es de ánimo bondadoso y cándido como un boniato. Teodora y Romualda, por el contrario, son dos serpientes de cascabel, envidiosas e intrigantes. Ellas se sienten humilladas y ofendidas con la profesión de Hércules, de ahí que anden siempre fantaseando sobre la manera de que Hércules abandone la carretera y emprenda una profesión con mayor brillo social. Hércules no deslumbra a nadie con geniales salidas, pero posee unos bíceps de acero a los que podría sacarles buen partido, opinan ellas. Hacen cábalas y proyectos que van a contar a Silvia, la mujer de Onofre, llenándole la cabeza de pajaritos, tratando de indisponerla con Onofre su marido y con Laura, su hija, quienes no aguantan un segundo al par de cotillas. Teodora hace faenas de limpieza en las casas de don Baldomero, don César y Elvira. Así que no le falta nunca materia de cotilleo.
-¡Oye bocazas! Hablas con mucha inquina contra esas señoras que, sin lugar a dudas, son las más honorables de la urbanización. Cállate de una vez y que sea otra la que tome el carrete y nos informe sobre el primero A.
-¡Más bajo! -susurró una boca de labios enharinados, con un hilo de voz apenas perceptible-. Es el piso del conserje. Un hombre enigmático. Miradlo en la pantalla. Sentado en el cuarto de la portería, serio como un ajo porro, con su uniforme gris ribeteado con cordoncillos verdes, controlando la puerta automática. A todos saluda y ofrece sus servicios sonriente. De todos acepta las quejas e impertinencias con semblante humilde y sumiso. Pero su interior es un volcán que, en cualquier momento, puede estallar en ríos de lava. Nadie conoce su interior.
-¿Nadie? -dijo Chinda- No nos hagas reir. Ya verás cómo nosotras lo descubrimos. Bien, ya tenemos cumplida información de los oropéndolos.
-¡Un momento! -exclamó Minga-. Falta el segundo A. ¿Quiénes son los afortunados que lo habitan?
-¿Afortunados? -gorgojeó una voz de jilguero con pico de pato- ¡Ay, pobres! Ellos son Onofre, Silvia su mujer y Laura, la hija. Onofre es un hombre pusilánime, sensible y culto, pero que tuvo la infeliz idea de entrar a trabajar en la misma empresa que Lechúguez. Esa fue su perdición. El trabajo que, desde tantos años realiza, no le gusta en absoluto. Siempre le ha producido hastío y repulsa. Él habría sido feliz con un trabajo relacionado con los libros, pero cayó en aquella telaraña y quedó apresado en ella como en una pegajosa pesadilla, dependiente del señor Lechúguez, su jefe inmediato, a quien siempre ha despreciado en su interior, por sus aires de superioridad y su disfraz de exquisitez que apenas cubre un ápice su mediocridad.
Silvia, aunque se casó con él muy enamorada, ha ido retirando su afecto a Onofre, porque él no ha sabido hacerla feliz, y la ha llevado por un camino de privaciones y costumbres muy distintas a sus aspiraciones. Cándidamente ella se desahoga con Romualda y Teodora quienes, asiduamente, se cuelan en su casa, mientras Onofre está en el trabajo. Las cotillas le hacen arrumacos y le aconsejan que no sea tonta y disfrute de la vida, rompiendo lo que haya que romper.
Laura, la hija, terminó la carrera de odontología, pero carece de recursos para establecerse. Siente gran afecto y admiración hacia Hipólito. A veces sueña que viven en pareja, realizando sus proyectos, muy felices. Cuando despierta, sonríe tristemente, porque lo considera un sueño irrealizable.

Repentinamente la rama de los ojos cesó en sus despendolados movimientos. Todos los párpados se cerraron de golpe, desapareciendo las imágenes de la proyección.
-¡Vaya, vaya, qué estupendo caldo se está cociendo tras las puertas de estos pisos! -dijo Chinda.
-Nosotras nos encargaremos de hacer un buen guiso -completó Minga-. Vámonos a la cama que mañana temprano debemos salir volando hacia Las Oropéndolas.

-¿Qué te parece, Toby? De estas brujas se puede esperar los mayores disparates. Así que, en cuanto termine el mensaje, me pongo con Don Quijote a planear la mejor forma de combatirlas. Ya os tendré al corriente de las maniobras de estas perversas."

Bueno, amigos, espero que pronto os pueda enviar nuevas noticias. Pasadlo bien. Toby.
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Verano comunitario

jueves, 2 de agosto de 2007
Por fin, mis queridos Don Quijote y Tinterico, por fin puedo contestar a vuestro mensaje. ¡Ah, qué incierta y deleznable es nuestra condición! Una insignificante bagatela ha sido la causa de mi prolongado silencio. El copioso y mágico potho de la terraza, en donde se halla mi caseta, lo llevó Xemi al chalet de su amiga Marcia para que no sufriera ningún percance mientras Clara y Lucas han pintado y hecho faenas en casa, por lo que he estado sin transmisor durante bastante tiempo.
Hoy por la mañana -concluido el zafarrancho- Xemi ha traído el potho, volviéndolo a colocar en su sitio de la terraza. Así que en esta madrugada del tres de agosto estoy correspondiendo al mensaje que me enviasteis hace un mes.


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Vuestras tranquilizadoras noticias son un auténtico bálsamo consolador para quienes os echamos tanto de menos. Pues por ellas sabemos que, aunque os encontréis en el reino de la Mala Uva, secuestrados por las brujidiablas Minga y Chinda, vuestros espíritus conservan una relativa autonomía que os permite seguir combatiendo la sinrazón, la maldad y la falsedad. Espero que las brujas hayan quedado escarmentadas por una buena temporada. Yo no descanso, ni de noche ni de día, machacándome las neuronas, tratando de descubrir el lugar en dónde os tienen apresados y la forma de liberaros.
Mientras tanto, ojalá podamos mantener la recíproca comunicación gracias al árbol de los deseos de las brujas y al bendito potho, al que hoy vuelvo a ver colgado del techo de la terraza, columpiándose alegre y feliz.
¿Qué puedo contaros para divertiros un poco y mitigar los sinsabores que inevitablemente experimentaréis en el reino de la Mala Uva?
Por aquí el verano se ha dejado caer de golpe y porrazo. Ha llegado bufando, montado en un dragón que echa fuego por las fauces de sus cuatro cabezas cardinales. En la urbanización han destapado la piscina. Ya era hora. Los vecinos van tímidamente apareciendo por el parque comunitario, en bañador. Yo me lo paso en grande, mirando y escuchando lo que hacen y dicen, asomado en el balcón.
Hace unos días, a eso de las tres de la tarde, veo a Anacleto, todo orondo y risueño, que sale al parque con un bañador arco iris. Tras pasear su mirada por la hierba, la detiene en la de Collejo, sentado enfrente, en el bordillo de la acera que rodea al parque. Se acerca y se sienta junto a él y le dice:

-Hay que ver qué sosito está hoy esto.
-Sí -contesta Collejo.
-Entre la hierba no se ve ningún caballo correr...
-Ni ningún tigre, pantera o búfalo...
-O alguna serpiente de esas que se te quedan mirando y te hipnotizan.
-Es verdad -asiente Collejo-. Fíjate en esa palmera. No hay ni un solo mono encaramado en ella.
-Y en el agua... ¿qué menos que algún tiburón o anaconda?
-Pues ¿sabes lo que te digo, Collejo?: que esto hay que cambiarlo. De lo contrario este parque desaparecerá. Vendrán los grillos en manadas. No nos dejarán dormir. Se comerán la hierba y terminará convirtiéndose en un desierto.
-¿Y cómo vamos a impedirlo?
-Muy sencillo. Repoblándolo.
-Ja, ja. ¿Y a dónde vamos a ir por los leones -por ejemplo- aparte de lo caros que deben de estar?
-No hay problema, Collejo. Hay que ser prácticos. Mi mujer hizo en las amas de casa un cursillo de pintura y decoración del hogar.
-Y la mía otro de corte y confección ¿y qué más?
-Pues mira. Arriba, en el tejado, tenemos un par de gatos hermosos y guaponazos. Mi mujer los coge y, en un abrir y cerrar de ojos, los transforma en dos auténticos tigres.
-¡No me digas! ¿es posible?
-Así como lo oyes. Además podemos pedir a la señora Flori nos deje su perro blanco. Mi mujer le da una mano de marrón dorado glacé y lo deja igual que un león.
-Pero los leones tienen melena...
-Eso no es problema. Yo tengo en casa una peluca que se ponía mi suegra (pues la pobre se quedó calva por una indigestión de higos). Mi mujer le da otra mano de marrón dorado glacé y asunto resuelto.
-¿Y panteras? Porque si no hay alguna pantera...
-Eso es más fácil todavía. Lucas, el vecino de arriba, tiene un perrillo negro, chiquito, que es una fiera.
-¿El Toby? Bueno, bueno, a ese perro se le va toda la fuerza por la boca. En el fondo es un mierdecilla.
Cuando escuché ese comentario, no faltó nada para que me lanzara en vuelo rasante contra las chirimoyas de Collejo y de Anacleto, para demostrarles de lo que soy capaz; pero me aguanté por ver en qué quedaban los planes de estos insensatos.
-Sí hombre -continuó Anacleto-, a ese perro se le recortan un poco las orejas; se le ata un plomo en la punta del rabo para que se le desenrosque; se le frotan los morros con ajo para que le crezcan los bigotes; se le cabrea un poco y queda idéntico a una pantera.
-La verdad es que eres un genio, Anacleto. ¿Y qué más se podría hacer para animar el parque?
-Muy fácil. Yo tengo una cinta de cantos de canarios, cotorras y periquitos. Y otra de ruidos de la selva. Colocaré un altavoz en el balcón y, de vez en cuando las haré sonar para ambientar el parque.
-¿Y eso es todo?
-Hay más, hay más. También correrán por estas praderas Tarzán y la mona Chita.
-Eso ya es demasiado, Anacleto. ¿Quiénes van a hacer de Tarzán y de Chita?
-Como lo que se pretende es no sólo animar el parque, sino que sea un espectáculo que, en vez de costarnos dinero se convierta en una fuente de ingresos para la comunidad, cada verano hará de Tarzán el vecino que tenga cargo de presidente, y de mona hará el secretario o secretaria. Quien quiera ver la selva en vivo y en directo podrá hacerlo pagando a la comunidad una entrada de diez euros.
-Oye, me parece un plan fantástico. Mañana mismo deberíamos convocar una reunión y proponerlo.

Bueno, amigos Tinterico y Don Quijote, espero que, con vuestras infatigables esfuerzos y ocurrentes remedios, estéis convirtiendo el reino de la Mala Uva en un paraiso de dulce moscatel. Quedo pendiente de vuestras prontas noticias. Toby.




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