Confidencias perrunas

lunes, 14 de mayo de 2007


Hola, amigos, soy Toby, el perrito compañero de Don Quijote y Tinterillo. ¿Que por qué escribo yo hoy? Muy sencillo. El otro día debieron entrar ladrones en nuestra casa, cuando no había nadie de la familia, o quizás fueran secuestradores o ¿quién sabe? extraterrestres venidos de Mitopía. Yo, por supuesto, estaría fuera, de lo contrario habría desencadenado el apocalipsis contra ellos antes de que tocaran ni un pelo de esta casa. Lo cierto es que se han llevado el tintero de Edu con Tinterillo dentro y a Don Quijote también, claro está. ¡Menudo disgusto tenemos toda la familia! Así que me he puesto como un loco a preparar por internet un cursillo acelerado de perro policía, para atrapar a los mangantes dondequiera se escondan. Entre tanto, Edu me ha pedido sustituya a Tinterillo para contar alguna historia en el blog. No sé si me lo habrá dicho en broma, pero yo le he tomado la palabra. Pasa una cosa y es que Edu no sabe que, desde hace tiempo, yo entro en su habitación, me echo en su cama, finjo que duermo, pero lo que realmente hago es observar su tejemaneje con el ordenador: dándole al teclado, mareando al ratón, pinchando aquí y allá, chateando con los amiguetes, que si ahora me la bajo, que si ahora me la subo al tejado con los gatos... Todo lo grabo en mi cabeza, por lo que no hay secreto informático que se me resista. ¡Menuda sorpresa cuando vea publicadas mis cuchufletas en el blog!
Reconozco que siento cierto apuro en descubrir intimidades mías, pues aunque algunas ya muchos las conocen, cuando alguien se pone a escribir se entrega a un estriptis mondo y lirondo. Pero, bueno, ya está bien de tiquismiquis y a lo hecho pecho, como diría Don Quijote. Y empiezo con esta reflexión:

No me gusta pensar mal de los humanos (y menos aún de mi familia), pero ¡pobrecitos! a veces parecen tontos. Hace un momento, mientras yo miraba a la calle desde la ventana del salón, veía de reojo a Lucas el papuchi, sentado en una silla con las piernas extendidas y los pies apoyados en otra. Tenía puesta una camisa floreada y un pantalón largo ¡con el calor que se nos ha echado encima de repente, que parece haberse adelantado el verano un mes! ¿No sería mejor que se desnudara, quedándose, como yo, con las pelotillas al aire y se bajara a dar un chapuzón en esa enorme bañera comunitaria que hay abajo en el parque? Pues nada, ahí sigue el hombre, con ese cacharro de cristales redondos sobre la nariz, que no sé para qué servirá, pues yo, un día cuando nadie me veía, cogí el de mamuchi Clara y por poco me muero del susto. Mientras miraba por uno de los cristales se puso delante una mosca y la vi tan grande, fea y asquerosa que pensé que me iba a devorar. Sin dudarlo un momento le di un mordisco al aparato para matarla. La mosca se escapó y sólo conseguí romper las lentes, ganándome una bronca de mamuchi.
¡Qué curioso es Lucas! Ahí está con un libro en la mano y un tubillo largo en la otra, garabateando en el papel. De todas formas, los humanos qué manías tan raras tienen. Xemi y Edu, los pobres, salen temprano cada día, cargados con un fardo de libros. Me parece muy bien, pero no comprendo por qué tienen que aprender ciertas cosas, como el inglés. ¿Por qué no habla todo el mundo la misma lengua? A mí todos los perros me entienden, ya sean blancos, negros o amarillos. En cambio los hombres ¡qué complicados son!
Lo que digo: el calor ya está aquí. No sé cuánto durará, pero la gente va por la calle como si estuviéramos en agosto. A mí me afecta más que a ellos y, cuando Lucas me saca de paseo al mediodía, la lengua me llega al suelo. A pesar de eso, me encanta salir a cualquier hora, para ladrar a mis anchas. En casa no me dejan hacerlo desde el balcón y, si lo hago, me arrean con un periódico enrollado. ¡Qué tirria le tengo al periódico, cualquier día me lo como! No comprenden que, si ladro, es por algo importante. Por ejemplo, ahora las vecinas salen al parque en bañador y se tumban panza arriba para ponerse morenas. En seguida noto un vaporcillo transparente desprendiéndose de su tripa, como cuando Clara asa chuletas. ¡Qué afán con tostarse! Ladro porque no puedo soportarlo. Ya me gustaría verlas cubiertas de pelo negro como yo, a ver si se tumbaban al sol. Ojalá pudiera bañarme y nadar, como cuando estuvimos en el pantano, siendo yo pequeñito. Un día ¡qué miedo pasé! conforme nadaba se me acercó una culebra enorme. Menos mal que Lucas la vio y la espantó. Otro día fue él quien se llevó el susto padre, pues, segun nadaba, vio entre unas rocas algo parecido a una serpiente. Dio tal brinco que pensé que saldría volando. Luego resultó que se trataba de un palo negro y retorcido.

Y ahí va otra reflexión:

La gente cree que los perros y demás animales somos tontitos, que no nos damos cuenta de nada, ni sentimos ni padecemos. ¡Qué equivocados están! Lo que sí es verdad es que nosotros tenemos muchas menos necesidades que ellos, porque procuramos no creárnoslas. Yo no quiero alardear de listo, ni criticar a mi familia humana, pues no está bien que, encima de que me mantienen y cuidan de mí, sea un desagradecido y hable mal de ellos. Sin embargo pienso: vamos a ver, ¿es que para vivir hace falta estar hecho un esclavo todo el día, trabajando sin resuello, levantándose antes de que sea de día? Y ¿qué pasa con eso? pues que el marido y la mujer apenas se ven. Cuando ella llega a casa, él no está, y cuando él llega, ella se va. Y, claro, cuando se juntan, están tan cabreados que, si ella le pregunta: "Pepe ¿qué tal te ha ido?" él sale por peteneras y le contesta: "¿Cómo quieres que me vaya?" A partir de ahí se enzarzan en una discusión, pudiendo ocurrir cualquier disparate. No es extraño que sea frecuente oír que uno le ha partido la cabeza a su mujer con el tiesto que le regaló por su cumpleaños; o que una señora ha envenenado al marido poniendo cerillas en la tortilla de patatas. Esto se evitaría si estuvieran juntos más tiempo en casa. Pero me dirían: eso no puede ser porque ganaríamos menos y así no se puede vivir, pues hoy día todo lo que se gana es poco. Sí claro, porque nadie se conforma con lo estrictamente necesario. Yo no necesito traje, ni zapatos, ni paraguas, ni coche, ni televisor, ni chalet, ni nada extraordinario y, no obstante, vivo perfectamente. Pero los humanos, si no están continuamente comprando cosas, se sienten desgraciados y se ponen enfermos. Por eso hay tantos medicamentos, toneladas y toneladas... No se dan cuenta de que la mayoría de las enfermedades las causan los medicamentos. Yo al veterinario no quiero verlo ni en sueños. De pequeñito, una veterinaria quiso coserme los ojos por los lados, porque decía que tenía los párpados demasiado abiertos. ¡Que se cosa ella el culo, si ése es su gusto, a mí que me deje como soy! La gente es muy ansiosa: el médico quiere tener muchos pacientes; a los tenderos les gusta que continuamente estemos comprándoles algo, de lo contrario se cabrean; los de los Bancos quisieran que gastáramos dinero sin parar, para que se lo pidamos a ellos y, a cambio, nos cobren cincuenta mil huevos por uno que nos presten. Digo "nos presten", como si yo fuera un señor, y es que me he identificado tanto con mi familia humana que pienso ser uno más de ellos.
Cómo será la cosa que hasta me estoy volviendo religioso como algunos humanos. El sábado por la tarde, mientras escribía esto, vi teñirse el cielo de color naranja y limón. Las campanas de la iglesia sonaban: din, dan, din, dan, y no pude evitar la curiosidad de asomarme por la ventana, sacando la cabeza fuera, tanto que por poco me caigo a la calle. Me emocioné contemplando a las cigüeñas aleteando en lo alto de la torre, donde han hecho un nido las muy puñeteras. Sentí ganas de ser más bueno, aunque desde luego yo procuro vivir como un santo, pues estoy solterísimo, no fumo, no tomo bebidas alcohólicas (cosa que estoy harto de insinuar a Lucas, el papillo, que se deje de pegarle al Tío de la Bota, porque luego se pone a decir tonterías y no hay quien lo calle). La gente cree que los animales no tenemos derecho a ir al Cielo, y están muy equivocados. En el Cielo hay perritos con alas y aureolas, como por ejemplo el perro de San Roque, que fue mártir, ya que le cortaron el rabo. Allí está el hermano Lobo que, de lobo feroz y carnicero exterminador de las gallinas del pueblo, se convirtió en un lobo manso como un corderillo. Otros animales santos son: el cerdito de San Antón, la ballena de Jonás, la burra de Balaham, el gallo de San Pedro, los peces que escuchaban los sermones de san Antonio desde el río, el buey y la mula del portal de Belén, el borriquillo con el que entró Jesús en Jerusalén, las golondrinas que le quitaron la corona de espinas, la paloma que se posó sobre su cabeza cuando le bautizaron, y también el burrito Platero que, aunque no lo han canonizado, era un bendito de las patas a la cabeza.
También es verdad que han existido animales cabrones, como la serpiente que engañó a Eva, aunque esa hijaputa no era otro sino el mismísimo demonio disfrazado de culebrón. Igualmente fueron malísimos los leones que se comían a los cristianos en el circo romano, pero no era para menos, pues a los pobres los tenían muertos de hambre. Lo que es cierto es que muchas veces se abusa de los animales, y eso no está bien. Bueno, acabo, que estoy oyendo subir a alguien por la escalera y no quiero que me cojan con las manos en el ordenador. ¿Serán Don Quijote y Tinterillo? Ya os contaré.

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