La mosca

jueves, 31 de mayo de 2007

Pues no, no era Don Quijote y Tinterico los que, el otro día, subían por la escalera, sino Edu que volvía de clase. Traía consigo un periódico que dejó al papuchi Lucas quien, rápido, se puso a leerlo, sentado como estaba, con las piernas extendidas y apoyadas sobre otra silla. Saludé a Edu con un ladrido y luego salté y me senté en el regazo de Lucas. Lucas me pasó la mano desde la cabeza al rabo, justo medio metro de caricia.
Mientras él leía un largo artículo, yo me fijaba en una noticia casi camuflada en la página de al lado. ¿No lo creéis? Pues es verdad: con Lucas yo he aprendido muchas cosas, entre otras a leer. Algún día os contaré cómo. Es maravilloso saber leer, pero sobre todo leer. La lectura nos abre miles de ojos y ventanas a mundos fantásticos. La tele también me gusta. Con los programas que más me divierto son con los de debates políticos -como los de estos días pasados-, pues los líderes y candidatos se esfuerzan tanto en demostrar al pueblo que los de los demás partidos son incompetentes, zoquetes, interesados, embaucadores, charlatanes y otras lindezas, y emplean unos y otros, argumentos tan convincentes que el ciudadano de a pie o pata como yo, terminamos convencidos de que todos los políticos son malos y, lo mejor, es no votar a ninguno.
Los perros tenemos fama de vagos. Suele decirse: "¡Vaya vida de perro te llevas!" Pues no. Hay perros que somos diligentes como el que más, pero tampoco es cosa de andar como el tío calambre, moviéndose sin ton ni son. Es verdad que hay momentos en los que me dan envidia los árboles. Como un pino enorme que hay en el monte próximo al pueblo de Clara la mamuchi. Debe de tener más de quinientos años. Tiene un tronco de tres metros de ancho, y es altísimo y frondoso. Cuando lo contemplé la primera vez, desde abajo, como una hormiga a un gigante, pensé: "Hay que ver cuánta experiencia debe de tener este árbol. Cuántas cosas habrá visto a lo largo de su vida. Seguro que sabe más que todos los del pueblo juntos, por su edad y por lo alto que es." Lo malo es que la vida de un árbol debe de ser bastante aburrida, pues, aunque hay otros árboles cerca, es como si estuvieran solos. Bueno, eso es lo que nosotros creemos. ¿Quién sabe si quizás los árboles se comuniquen entre sí igual o mejor que nosotros? Si los observamos de cerca, vemos que, según las ocasiones, mueven las hojas y las ramas de diferentes formas. A veces parece que acarician, otras amenazan agresivas, otras tiritan como si tuvieran frío o miedo; en ocasiones silban, cantan y, en cualquier caso, se muestran felices o desgraciados. Les pasa a todas las plantas. Yo lo observo en casa, cuando Clara riega los tiestos. En un momento están tristes y sin brillo, pero cuando ven a Clara que llega con la jarra de agua a regarlas, se echan a temblar de emoción y, en cuanto notan el frescor, dan un respingo y se ponen tiesas y brillantes, como si renacieran.
Volviendo a lo que empecé a contar... (que no sé cuándo acabaré de hacerlo, pues me vienen tantas cosas a la cabeza que me hago un lío y no sé si contar primero una u otra. ¡Claro, como yo no he hecho la ESO!)
Pues eso. Al lado de lo que Lucas estaba leyendo, va y se planta una mosca gordota y barbuda. El otro día, cuando escribí sobre los animales buenos y malos, omití nombrar a la mosca entre los malos. Para mí es el peor bicho viviente, que no sé para qué existe, si no es para fastidiar, pues es asquerosa, pegajosa y cansina. Lucas cambió de color al verla. Se puso en tensión todo su cuerpo. Se levantó y se dirigió a la cocina desfilando y marcando el paso como cuando hizo la mili en el Sáhara, según él cuenta. Cogió una bayeta, la sacudió haciéndola restallar y volvió marcialmente al salón a vérselas con el enemigo. No sé si serían figuraciones mías, pero juraría que se oyeron en el aire los silbidos de La muerte tenía un precio.
Yo, por si las moscas (nunca mejor dicho) me escondí debajo de una silla -aunque sin dejar de mirar- porque allí iba a correr sangre y no quería que fuera precisamente la mía. Lucas descubrió a la mosca posada en el canto de la puerta acristalada del salón. Se acercó hasta ella, sigilosamente, con pasos de felino, la bayeta colgando de la mano. En menos que doy medio ladrido, Lucas levantó la mano y descargó tal bayetazo sobre la puerta que el trapo se partió por medio.
Al estrépito acudieron Clara, Xemi y Edu a ver qué había pasado. Lo que pasó fue que la puñetera mosca, la muy astuta, se escapó volando y tuvo la osadía de colocarse encima de la coronilla de Lucas que, como ya le clarea, percibió con mayor agudeza el molesto cosquilleo de sus patas y trompa.
Todos -incluida la mosca- se mondaban de risa, viendo a Lucas en semejante trance. Con súbita rapidez y virulencia de verdugo cabreado, Lucas se sacudió un despiadado latigazo en la cabeza, produciéndose unas dolorosas marcas rojizas en ella. La mosca maldita esquivó el trallazo y fue a posarse sobre uno de los espejeados cristalillos de la lámpara del techo. Los ojos de todos nosotros brincaban de risa, a excepción de los de Lucas que despedían rayos y centellas.
Tras inflar el pecho y resoplar como un búfalo, Lucas alzó el trapo letal y ya iba a descargarlo sobre el odioso insecto, cuando Clara, presurosa, le sujetó el brazo.
-¡Detente Abraham! -exclamó.
Gracias a su rápida maniobra evitó quedarse sin lámpara. Lucas, agotado y frustrado, se dejó caer en el sofá. Edu salió del salón y, en seguida, volvió con un spray matamoscas. Lo roció dos veces sobre la lámpara, y la mosca cayó fulminada dando volteretas, con lo que acabó el divertido espectáculo. A pesar de todo, sentí cierta envidia hacia la mosca, porque ella posee una cualidad en la que nos supera: puede volar. Bueno, yo a veces lo hago, pero no estoy seguro si estoy despierto o dormido.
¡Ah! y la noticia que leí en el periódico es que el juez Baltasar Garzón ha recibido una demanda de un tal Berenjenín, o un nombre parecido, acusando de impostor a un personajillo que se está haciendo pasar por Don Quijote, inventándose aventuras que él (el Berenjenillo) jamás escribió. El juez, al parecer, le ha contestado que, si quiere que tome en serio su demanda, tendrá que llevar al supuesto impostor ante su presencia para interrogarle, pues él no puede sin más ni más sentenciar ni hablar a tontas y a locas, por muy berenjenas que sean las demandantes.
De todas formas esto me ha dado una pista y he empezado a cavilar sobre la desaparición y paradero de nuestros amigos Don Quijote y Tinterico, tanto que de inmediato he puesto en marcha todas mis facultades detectivescas. Ya os tendré al corriente. Toby.

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