El Cuervo

martes, 24 de abril de 2007


-¿Qué es este ajetreo, señor Don Quijote? ¿Dónde estamos? -clamé alarmado, mientras asomaba la cabeza por el borde del tintero.
-¿Calla, tinterillo! ¿No ves? Viajamos con Xemi (la hermana de Edu) y sus cinco amigas, en el espacioso coche de Belinda. Como dormías, no te has enterado de nada. Anoche Xemi estuvo hablando por el móvil con sus amigas. Hoy, sábado, es su cumpleaños y ellas le propusieron ir a celebrarlo a la casa de la abuela de un amigo que Andrea ha conocido por internet. Es un viejo caserón situado junto a un pantano extremeño, por lo que he podido escuchar.
-¿Cómo se llaman las amigas?
-La que conduce es Belinda. Es algo despistadilla, pero maja y estupenda. Y conduciendo es segura como Fernando Alonso, pues al ser extravertida tiene la ventaja de que sus ojos miran afuera, que es donde está la carretera, y no dentro de sí misma. De copiloto va Andrea, la amiga de Crepúsculo el dueño del caserón; es muy lista y no para de consultar el plano y de dar instrucciones a Belinda. Tras ellas están sentadas Mirta, menuda y graciosa, y a su lado Siria, simpática y enamoradiza. En la tercera fila, a nuestra izquierda, va Xemi charlando con Marcia, espigada y estudiosa, muy amiga suya.
-La verdad es que todas son unos bellezones y se las ve muy buenas chicas.
-Sin duda. Xemi lleva un libro entre sus manos y me parece que estan hablando de él.
-¿Y cómo se le habrá ocurrido a Xemi llevarnos con ella en este viaje? -pregunté.
-Por lo que le he oído, piensan divertirse en ese caserón jugando y charlando sobre temas diversos y, según ella, nosotros le inspiramos ideas nuevas.
-¡Qué bien!

Así, cotilleando, se nos pasó el viaje sin darnos cuenta. Medio kilómetro antes de llegar a nuestro destino, abandonamos la estrecha carretera que va hacia el embalse, y nos introdujimos por un camino en el terreno, cubierto de encinas y hierba, que rodea al pantano. Luego fuimos ascendiendo por la falda de un montículo hasta la cima en donde se alza el viejo caserón de blancas paredes, que el sol, próximo a su ocaso tras las lejanas montañas, teñía de naranja, reflejándose en las calmosas aguas del pantano. Al pie del caserón, flanqueado por dos palmeras, estaba aparcado un coche negro. Las chicas salieron cotorreando del coche de Belinda, con sus bolsas y mochilas. Xemi nos metió a Don Quijote y a mí, junto con el libro en una bolsa, y nos sacó fuera con todo el equipaje. La gruesa puerta de madera, pintada de negro, se abrió con un quejido lastimero. Crepúsculo, el amigo de Andrea, apareció bajo el dintel. Me impresionó su aspecto sombrío y ajado, embutido en un estrecho traje negro, así como su rostro afilado, parapetado tras unas gafas oscuras y coronado por unos lacios mechones de pelo azabache.
Andrea corrió hacia él con festivas exclamaciones y le besó. Él la besó a su vez y saludó a las chicas con expresión equívoca. Entramos en el zaguán y avanzamos por el pasillo que se abría a la derecha. Dejamos atrás la primera puerta -la de la cocina, según nos explicó Crepúsculo-, más adelante estaba la del salón comedor y al final se hallaba la puerta de salida al huerto. También habló de las dependencias que había en las dos plantas y la buhardilla; en otro momento enseñaría la casa. De momento, nos condujo al salón comedor. En él había una chimenea con fogón, en donde ardían varios troncos que despedían un grato olor a encina. El centro lo ocupaba una mesa alargada, de nogal, toscamente labrada, sobre la que se alzaba un candelabro dorado con siete velas encendidas. De las paredes colgaban varios cuadros con escenas de caza y sobre la puerta había una impresionante cabeza de jabalí disecada. Frente a ella, al otro lado del salón y arrimado a la pared, había un aparador con platos, vasos y mantelería. En torno a la sala, varias sillas, a juego con la mesa.En la pared opuesta al fogón se abría una ventana sobre el huerto, pudiéndose contemplar a través de ella los hermosos manzanos florecidos y el cárdeno cielo de poniente sobre las aguas grises del pantano. Las chicas depositaron sobre la mesa las bolsas de viandas, bebidas etc., y, en el suelo, los sacos de dormir y las mochilas. A Don Quijote y a mí, Xemi nos colocó en el centro del aparador.
Entre bromas y risas, las chicas prepararon la cena en un santiamén. Luego se sentaron. Crepúsculo y Andrea en el lado estrecho de la mesa, de espaldas a la puerta y de cara a nosotros. Xemi, entre Marcia y Siria, de espaldas a la ventana. Y Belinda y Mirta frente a ellas, de espaldas al fogón.

Era delicioso verlas comer y beber. Nosotros, discretamente, las observábamos, nos reíamos de sus ocurrencias y hacíamos comentarios, amparados en nuestra condición surreal. Crepúsculo, aunque también participaba en el jolgorio, dejaba traslucir un no sé qué inquietante. Cantaron a Xemi el cumpleaños feliz y brindaron con ella, las copas en alto. A continuación siguió la sobremesa.
Xemi contó que su profe de literatura les había encomendado un trabajo sobre Edgar Allan Poe y su relato El cuervo. Por ese motivo se había traído el libro, con el fin de que la ayudaran con algunas ideas. Leyó el relato a la oscilante luz de las velas. Don Quijote escuchaba atento, sin dejar de observar a Crepúsculo.
Cuando Xemi terminó la lectura, Crepúsculo propuso apagar las velas y que cada uno hiciera las preguntas y comentarios que se le ocurriera; y, para mayor morbo, se cubrirían la boca e imitarían voces extrañas de otro mundo, procurando no ser identificados. Don Quijote y yo nos congratulamos, pues así podríamos intervenir sin que se notase mucho.

Como nadie iniciaba el debate, me decidí yo a inaugurarlo. Carrespeé y, aunque me propuse sacar una vocecita delicada y femenina, me salió un vozarrón recio y cascado que parecía proceder de la cabeza de jabalí, colgada sobre la puerta, y no de mi esmirriado tintero.
-¡Grrr! -empecé- ¿Qué simbolismo os parece que Poe le da al cuervo y cuál es el sentido de esas palabras ¡Nunca más! que con tanta insistencia repite?
-Juraría -dijo Mirta- que quien ha hablado ha sido el cerdo que hay encima de la puerta.
-Creo -comentó Xemi, sin poder contener la risa- que el cuervo simboliza la terrible sentencia del destino, que niega al personaje del relato la posibilidad de encontrarse algún día con su amada Leonora, que acababa de morir.
Las amigas de Xemi mostraron estar de acuerdo con ella y, por añadidura, soltaron un chaparrón de disparatadas frases y sonidos ultratúmbicos.
Yo -recordando una clase que sobre E.A.Poe escuché al maestro don Serafín- quise emularlo y me lancé como un entendido en el tema:
-Xemi ha contestado muy bien -dije- pero creo que la verdadera intención del autor fue la de plasmar el drama de su propia vida...
Crepúsculo interrumpió mi intervención con una larga carcajada y en un tono amenazador que asustó a las chicas.
-¡Ja,ja,ja! ¿Sabéis lo que es el sino, la fatalidad, la predestinación? La vida de cada ser humano es una película terminada, que cada uno trae bajo el brazo en el momento de nacer. Nadie puede cambiarla en lo más mínimo. Si nace con la fortuna favorable, su vida se deslizará por un camino de rosas; pero si la fortuna le es adversa, nada ni nadie le librará de su inexorable condena. Ese sino, del que Poe no pudo verse libre en su corta y desgraciada vida, es lo que simboliza el cuervo. El mismo que, a lo largo de la historia, ha esclavizado y sigue esclavizando a tantos desgraciados. Sin ir más lejos, hace poco más de una semana, un estudiante ha llenado de sangre y horror la universidad de Virginia, conmoviendo al mundo entero...
Crepúsculo hizo una pausa. En el salón sólo se escuchaba el crepitar de las llamas en el fogón, dibujando diabólicas figuras que escapaban hacia la negra chimenea. El miedo nos obligaba a contener la respiración. Luego continuó:
-Es curioso el paralelismo entre Poe y el infeliz estudiante Cho Seung-Hui. Tanto Poe como el estudiante amaban la literatura. Poe fue expulsado de la universidad de Virginia, y a Cho lo tenían marginado en la misma universidad. A Poe, el destino le arrebató a su amada; a Cho, el mismo destino le prohibió acercarse a su amor. Poe fue incapaz de superar su alcoholismo; Cho tampoco consiguió librarse de su paranoico complejo... No cabe duda que ha sido el mismo cuervo el que anidó en la mente de Poe y en el corazón de Cho Seung-Hui. Y es el mismo cuervo el que revolotea sobre vosotras, cándidas criaturas: ¡Nunca más!. Todas vosotras estáis dominadas por un complejo, un temor, un descontento de vosotras mismas, que mantenéis en lo más recóndito de vuestro ser y que os hará fracasar. ¡Ja, ja, ja!

Don Quijote no aguantó un segundo más la charlatanería de Crepúsculo. Me guiñó un ojo y, acto seguido, nos hicimos visibles en aquel salón. Don Quijote con la apariencia de John Travolta, versión años setenta, y yo con la de un bailarín de hip-hop. Don Quijote arremetió contra Crepúsculo quien, asombrosamente, se empequeñeció transformándose en un cuervo negrísimo y aturdido que se puso a revolotear y graznar, como alma en pena, por encima de nuestras cabezas. Siria corrió y abrió la ventana. Don Quijote travoltado brincó y arreó un castañazo al cuervo que escapó por la ventana y se perdió graznando por encima de los manzanos.

Andrea derramó una lagrimilla viendo desvanecerse su ligue cibernético tras las brumas del pantano, pero en seguida recuperó la alegría al son de la música que Belinda hizo sonar en su coche. Felizmente y a ritmo frenético, las chicas, Don Quijote y yo estuvimos bailando toda la noche hasta que un mágico sol llenó de luz y colores aquel bello lugar.

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