Llegaron las golondrinas

sábado, 2 de junio de 2007


¡Clink!
-¿Has oído eso, Clara? Parece que ha saltado el automático.
-Sí, es verdad, pues el reloj se ha apagado.
-Voy a ver qué ha pasado -dijo Lucas, saltando de la cama.

Yo escuchaba la conversación desde el fondo oscuro del pasillo y, viendo a Lucas que avanzaba a ciegas, me eché a un lado para que no me pisara.
-¿Qué haces aquí, Toby? ¿Cómo te has salido de la terraza? -me dijo, abriendo del todo la puerta entornada de la cocina-. Ya veo que has corrido la puerta de la terraza y te has escapado. Pues no me gusta que lo hagas tan temprano. Son las siete, es sábado, y todo el mundo está en la cama ¿sabes?
Me mantuve callado y le planté las patas delanteras sobre la pierna para contentarlo, mientras él comprobaba el cajetín de la electricidad.

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-¿Cómo es posible que sólo haya saltado el automático de la tensión y no el general? No lo entiendo...
Lucas levantó la palanquita y, en seguida, se oyó el frigorífico reanudar la marcha. Luego que se aseó y desayunó, me puso la correa y nos fuimos de paseo.

Aunque sé que a Lucas le llevan los demonios cada vez que ladro y doy saltos junto a los coches que pasan a nuestro lado, no puedo aguantarme y me lanzo hacia ellos con intención de despanzurrarlos a cabezazos y dentelladas. Es un impulso superior que no puedo reprimir.
-¡Qué revuelta está la mañana! -exclamó una viejecilla a nuestro paso.
-Sí -contestó Lucas- parece que el verano bravucón se ha vuelto a su campamento.

Anduvimos un poco hasta las afueras del pueblo. Luego emprendimos el caminillo que lleva hasta la ancha y larga acequia rebosante de agua; pero como está invadido por una espesa fronda de cardos, margaritas, periquitos y amapolas, Lucas me tomó en sus brazos hasta llegar a la acequia.
-¡Mira, Toby, ya han llegado las golondrinas! -me dijo, señalando a un grupo de ellas, que volaban a lo largo y a poca altura de la acequia, persiguiéndose y besando el agua, como pequeños narcisos voladores-. Es curioso, Toby. No sé por qué en estas golondrinas veo como un símbolo o semejanza con esas extrañas cosas que, de vez en cuando, a todos nos pasan -aunque no lo queramos reconocer- y que parece que nos traen noticias y ayuda desde otro mundo... Igual que las golondrinas nos anuncian que el verano está ya a la puerta, esas cosas raras vienen a despertarnos de la modorra invernal que nos sujeta a esta parcelilla en la que estamos instalados, susurrándonos que existe otro mundo ahí al lado.
Para mí no es una novedad, y no porque ahora esté más sensible por la muerte del yayo Daniel, no. Y para otros muchos tampoco. Lo que pasa es que a menudo preferimos callar porque sabemos que se van a reír de nuestra ingenua actitud.
Sin ir más lejos, tú mismo, Toby, no estarías ahora en este mundo sin una especial intervención de alguien del otro... No me mires incrédulo porque así fue. Cuando tenías un año, una tarde en la que Clara y yo te llevábamos de paseo por el campo, libre de la correa, repentinamente echaste a correr hacia un coche que había aparecido en aquel momento por la carretera tras una curva. Por más que corrí a detenerte, tú volaste y te estrellaste contra él, despidiéndote violentamente y haciéndote dar varias volteretas sobre el asfalto. Clara corrió gritando y llorando. Te recogió del suelo, sin aliento, como muerto. Ella suplicaba a todos los santos que siguieras vivo, negando la evidencia. Yo también se lo pedía, pensando sobre todo en Xemi, que tanto te quiere, aunque estaba seguro de que te habías matado. Durante tres minutos estuviste sin dar señales de vida. De pronto abriste los ojos, como despertando de un sueño. Bostezaste y sacudiste las patitas. Te llevamos al veterinario: sólo te descubrió una pequeña erosión en la ceja y un desollón en el culo. A cuantos se lo contamos nos contestaban lo mismo: "¡Vaya suerte!" Para mí hubo algo más que suerte.
Y tantas y tantas otras curiosas experiencias. Como aquella vez que íbamos a salir de viaje en el coche y de pronto sentí una imperiosa necesidad de examinar el radiador, descubriendo que tenía una fuga; o aquella otra en que se rompió una rótula del coche, afortunadamente en una zona de la carretera que apenas ofrecía peligro y me obligaba a ir a poca velocidad, cuando pocos kilómetros antes había circulado bastante rápido y bordeando peligrosos barrancos.
Cada cual tiene sus vivencias y está de más abrumar con las propias; pero es verdad, podría contar muchas más, algunas decisivas, a las que no he llegado a encontrar explicación lógica sin acudir a intervenciones especiales. El otro día mismo, entró una abeja en la habitación...

Lucas continuó relatando, al mismo ritmo y tono de los pajarillos que cuchicheaban columpiándose en las pobladas ramas de los manzanos y chopos que hay a uno y otro lado de la acequia. Mientras tanto yo pensaba: ¡Pues anda lo que Lucas se pone ahora a contar! Como si fuera un descubrimiento insólito que acabara de hacer. ¡Claro, como yo no hablo y, si lo hago, no me entienden, ignoran que, cada dos por tres, estoy viendo personajes etéreos que vienen por los aires, en su mayoría desconocidos para mí, aunque algunos sé que son parientes de esta familia, ya fallecidos, y que andan por ahí. Esta misma madrugada dormía yo en mi caseta, en la terraza, cuando me despertó una vocecilla cariñosa que repetía monótona, como el canto de una lechuza: "¡Toby! ¡Toby!" Saqué la cabeza por debajo de la cortinilla y, a la pálida claridad del alba, vi al yayo Daniel ante mí, un poco mayor de estatura que Don Quijotillo, muy sonriente y con una túnica blanca. Me acarició la cabeza y me abrió la puerta corredera. Entramos en la cocina y él estuvo curioseando y tocándolo todo. Luego pasamos al salón y, con la luz que despedían sus manos, estuvo viendo las fotos de la familia colocadas en varios sitios. Allí estuvo como una hora. Después se acercó hasta las puertas de los dormitorios y permaneció un buen rato escuchando, con alegre semblante, la respiración de cada uno. Bueno, la de Lucas era más bien un chorro de sonoros ronquidos. Finalmente, se volvió a donde yo estaba, al fondo del pasillo, junto a la puerta de la calle. Y con voz muy queda me dijo:
-Toby, me he enterado de que Don Quijote y Tinterico han desaparecido de casa. Si te parece, una noche vengo por tí y nos vamos juntos a buscarlos. ¿De acuerdo?
Yo moví las orejas y el rabo en señal de asentimiento.
A continuación se acercó al cajetín eléctrico y fue cuando saltó el automático, no sé por qué. Se oyó la voz de Lucas y, entonces, el yayo Daniel desapareció por la terraza.


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