Resurrección

martes, 10 de abril de 2007


¡Buruburu!¡Buruburubú!... ¡Buruburu! ¡Burubú!...
-¿Qué es eso, tinterillo?
-Es la trompeta de Juanillón o, al menos, el sonido es el mismo.
-¿Y qué trompeta es ésa?
-Como estamos en Semana Santa, existe la costumbre en algunos pueblos de que, precediendo a las procesiones, vaya un penitente tocando una larga trompeta, tan larga que la tienen que sujetar dos mozos por la parte delantera.
-¿Quieres, tinterillo, que nos acerquemos a ver la procesión? ¡Como nos han traído a este pueblo, y esta tarde ha salido toda la familia por ahí, incluído Toby!...
-Me parece bien, aparte de que, desde hace tiempo, deseo charlar un rato con Jesús Nazareno.
-No se hable más, ahora tenemos la oportunidad. ¿Cómo crees que deberíamos presentarnos ante Él?
-Pienso que lo más adecuado es que adoptemos aspecto de periodistas, con grabadora y demás artilugios.
-Pues no perdamos tiempo. A la de... ¡ya!

Y aquí nos encontramos, a las diez de la noche del viernes santo, apoyados en el borde pétreo de la fuente de la Plaza Mayor, que está iluminada con numerosas farolas, y nosotros ataviados con cazadora y bufanda -ya que hace un frío que pela- verde y roja, respectivamente, las de Don Quijote; azul y amarilla, respectivamente, las mías; rodeados de multitud de rostros: curiosos, impacientes, tristes, alegres, preocupados, silenciosos, bulliciosos los más y oteando todos hacia la calle Mayor, por la que ya resuenan los tambores y trompetas del primer grupo de cofrades, revestidos de túnicas naranja, delante del paso de Jesús montado en el jumento.
-Mira, tinterillo, ya se ve a Jesús. ¿Nos acercamos?
-Espere. Detrás de ese paso vienen cofrades de verde, delante de la Oración del Huerto. Es mejor que nos subamos en ese otro.

Don Quijote avanzó entre el gentío. Yo lo seguí y, al llegar junto al paso de la Oración, dimos un salto y nos encaramamos sobre la tarima andante, sin que ni los costaleros ni cristiano alguno rechistara lo más mínimo ante nuestro atrevimiento. Nos aproximamos a Jesús, arrodillado ante una roca, con un cáliz en las manos, a espaldas de unos olivos, bajo los que dormitaban los apóstoles.
-¡Hola, amigo Don Quijote y amigo tinterillo! -nos dijo Jesús- ¿Cómo os habéis vestido de esa manera?
-¡Carammba! -exclamó Don Quijote- creíamos que no nos reconocerías con esta pinta.
-Hombre, -dijo Jesús- yo conozco a todos, sea cual sea su aspecto exterior.¿Y qué queréis preguntarme? ¿No tenéis bastante con lo que escribieron los evangelistas?
-Es que -me atreví a responder- hay muchas cuestiones que no las vemos claras.
-¿Cuáles?
Viendo Jesús nuestro apuro, nos alargó el cáliz.
-Vamos, tomad un trago. No temáis, es vino bueno.
-Gracias, pero yo... -le dije azorado- sólo bebo tinta.
-Toma y bebe. ¡Un día es un día!
-Se lo dí a Don Quijote, luego bebí yo, -¡qué rico estaba!- y, lo mejor, el brío y calor que sentimos. Al punto desapareció nuestro recelo y cortedad.
-A ver, Jesús, -pregunté decidido- ¿a ti qué te parecen estas procesiones tan... pintorescas que se repiten cada año?
-Yo las veo bien -afirmó Jesús-. La gente necesita que alguien como yo les levante la moral.
-¿Y crees que, con este teatro ambulante, mejorará su tedio, su escepticismo y desesperanza? -inquirí.
-Sí, porque con ellas, cada año, recuerdo a mis hermanos los hombres que, aunque sus padecimientos y dificultades sean muchas, mayores fueron las que yo tuve que soportar y, sin embargo, las superé. Y, si yo triunfé sobre la muerte, también ellos triunfarán, así como las demás criaturas, pues yo soy la cabeza y todos los demás formáis el resto de mi cuerpo.
-¿Y cómo se entiende que, después de tantos milagros, curaciones y enseñanzas como dedicaste a tu pueblo, ellos, tras aclamarte como rey cuando entraste en Jerusalén, a otro día gritaban que te crucificaran? -volví a preguntar.
-Porque así de voluble es el corazón humano -contestó Jesús-. En un momento es capaz de realizar las más nobles acciones, pero, en el siguiente, puede dejarse arrastrar por sus pasiones y estropearlo todo.
-¿Y por qué Dios no hizo al hombre necesariamente bueno e inteligente, sin capacidad de obrar de modo incorrecto? De esa forma la vida en la Tierra habría sido maravillosa, ¿no es así? -sugerí.
-Cierto -contestó con santa paciencia-; pero, a pesar de las desastrosas consecuencias que puedan derivarse de su libertad de acción, la posibilidad de que también realice valiosas acciones justifica con creces el haber sido dotado de libre albedrío.
-Yo -intervino Don Quijote- lo que no veo muy claro es lo del bien y la verdad. Yo mantuve muchas discusiones con el cura de mi pueblo sobre estos temas, mas seguí con mis dudas. Por eso precisamente me decidí a abrazar la orden de caballería, para tener una actitud firme y definida en la vida, y así librarme de la inseguridad y vacilación. Pero, lo confieso, siempre estuve sumido en un mar de dudas, porque veo que para unos el bien y la verdad son una cosa, mientras que para otros es algo muy distinto. ¿Cómo se explica que haya tantas religiones en el mundo? ¿Por qué dentro del cristianismo hay tantas diferencias de iglesias, movimientos, sectas, etc.? ¿Por qué la doctrina que tú predicaste era sencilla y, en cambio, la que nos enseñaron después es complicada, llena de preceptos, normas, ritos, cultos, jerarquías y demás? ¿Por qué tú nos aseguraste que habías venido a redimir y salvar al hombre y, por el contrario, la iglesia amenaza constantemente con el infierno? ¿Por qué...?
-Bueno, mi querido Don Quijote, -le atajó sonriente Jesús- no es tan complicado descubrir cuál es la opción correcta: el bien auténtico es bueno para todos; y la verdad auténtica es verdadera para todos. Además, la auténtica verdad se identifica con el bien auténtico. Por eso mi doctrina se resume esencialmente en el Amor, el cual incluye la verdad y el bien auténticos. Todo lo demás es secundario.
-¡Toma nota, tinterillo, -me ordenó Don Quijote- que las palabras de Jesús son oro puro y no hay que confundirlas con las de cualquier metal dorado, por mucho que nos las abrillanten!
-¿Te molestan nuestras preguntas, Jesús? -le dije con cortedad.
-No, al contrario. Dios ha dado al hombre una mente curiosa, llena de preguntas. Esa es la mejor tarea en la vida: preguntar humildemente. Dios dará siempre la respuesta justa, os lo aseguro.
-Desde este huerto -dije señalando a los pasos que venían detrás del nuestro- se ven las escenas más dramáticas de tu pasión: cuando te llevaron ante Pilatos; los azotes y coronación de espinas; las burlas de los soldados; el griterío del pueblo prefiriendo a Barrabás; el doloroso camino hacia el calvario con la cruz a cuestas; la crucifixión y muerte... ¿Qué pensabas cuando sufrías aquellos injustos maltratos? ¿Por qué los aceptaste sin replicar?
-¡Es verdad! -añadió, vehemente, Don Quijote- Si hubieras querido, un leve movimiento de tu dedo o una sola palabra habría bastado para confundir y paralizar a aquellos malhechores. ¡Ay, si llego yo a estar allí!
-Difícilmente lo entenderíais -contestó Jesús, sin abandonar la sonrisa-. En aquellos momentos yo asumía la responsabilidad de todas las malas acciones de la Humanidad y me ofrecía a Dios Padre como reo dispuesto a acatar el castigo que restablecería su amistad con los hombres.
-Y tu madre... ¡cuánto sufriría también!
-Sí, porque ella sufrió por mí y por los hombres.
-Gracias, Jesús, -le dije-. Nos marchamos, pues ya es tarde y la procesión toca a su fin.

Le dimos un abrazo y bajamos del paso, deslizándonos por la túnica de uno de los costaleros, que resoplaba cansado, aunque alegre.
Entramos en la iglesia y esperamos a que colocaran cada paso en su correspondiente capilla. Llegamos hasta el santo sepulcro y nos sentamos a contemplar el cuerpo yacente de Jesús. Su semblante dulce, a pesar de las heridas, nos impresionó. La gente se fue marchando y nos quedamos solos. No sé cuántas horas estaríamos allí, pues, sin darnos cuenta, nos dormimos sentados. Cuando despertamos nos hallábamos en el campo, fuera de las murallas medievales del pueblo. Sentados sobre una piedra cubierta de musgo, sentíamos la tibia caricia del sol, mientras contemplábamos el monte cubierto de hierba mojada por el rocío, que desciende hasta el valle donde se precipita el río que va cantando entre las rocas.
Permanecíamos silenciosos, tratando de digerir nuestra pasada conversación con Jesús. En esto que una voz familiar nos saludó por detrás nuestro.
-¡Hola, amigos! Hermosa mañana ¿verdad?
Nos volvimos y lo reconocimos de inmediato.
-¿Cómo estás aquí, si la otra noche te dejamos tendido, sin vida, en el sepulcro? -se apresuró a preguntar Don Quijote.
-¿Es que -contestó- no habéis notado en el paisaje que hoy es domingo de resurrección y que todo es nuevo?
-Pero eso son bellas metáforas -dije.
-A los hombres -añadió Don Quijote- lo que de verdad les importa es resucitar cada día de sus desgracias, fracasos y problemas, y -por descontado- resucitar realmente a una vida mejor después de muertos.
-Para lo primero explicó Jesús- yo he dado ejemplo de cómo enfrentarse a las adversidades: con una voluntad firme de superarse y de quererse a sí mismo, sin dejar de querer a los demás. De lo segundo me encargo yo. Todos resucitaréis, igual que yo he resucitado. En confianza, amigos -susurró- ¿creéis que yo fui un pobre tonto o un loco alucinado que no sabía lo que hacía o decía, o peor aún, un malvado que quiso embaucar a la Humanidad con vanas esperanzas?
-No. Nadie que te conozca un poco podría pensar eso de tí, si está en su sano juicio -sentenció Don Quijote.
-Hacedme caso, -nos dijo Jesús mientras levantaba las manos despidiéndose- vivid como os he recomendado y con esa certera esperanza. Ya nos veremos.

Luego le vimos caminar y alejarse hasta perderse en el horizonte, rompiendo el puro aire de aquella luminosa mañana.

0 comentarios: