Utopía

martes, 17 de abril de 2007


-¡Válgame Dios, tinterillo! ¡Mira quién ha venido a visitarnos!
-Espere, señor, que estoy saliendo ya del tintero. Con las prisas, me he confundido de ropas y, ya ve, con esta chilaba blanca y las babuchas rojas, parezco el moro Muza. Pero, ¿qué veo? ¡Si es nada menos que Sancho Panza, montado sobre Clavileño!
-¡Buenas y santas noches tengan sus mercedes! -saludó Sancho, con sonrisa de oreja a oreja, luciendo camisa blanca remangada hasta los codos, pantalón de pana verde, faja roja y unas alforjas colgadas de las ancas de Clavileño.
-¿Cómo has llegado hasta aquí, amigo Sancho? -preguntó Don Quijote- ¿Por qué vienes solo sobre ese mágico caballo de madera, sin la protectora compañía de mi pariente don Alonso Quijano?
-Os lo voy a contar con la mayor brevedad, -dijo Sancho- ya que tengo fama de largar demasiado y le he jurado a mi señor Don Quijote mantenerme dentro de los límites de la discreción, abreviando al máximo, pues en la tardanza está el peligro, y lo bueno, si breve, dos veces bueno y quien mucho abarca poco aprieta. Bien, pues resulta que Don Quijote se enteró, por Augusto el de Niebla, que habíais ido a vernos hace cosa de un mes. Y, como mi señor es extremadamente caballeroso, ha querido devolveros la visita, pero ha surgido un problema, y es que le dio por estudiar inglés, se enganchó al internet y se pasa las horas chateando con un mister inglés muy sabio, llamado Tomasius, quien le ha dicho que conoce un planeta -el nombre creo que es Mitopía- igualito, igualito que la Tierra, con la diferencia de que allí todo es perfecto. Como el Tomasius sabe que Don Quijote es muy aventurero y valeroso, le ha animado a que vayamos a ese planeta con este velocísimo caballo. A Don Quijote le ha parecido una idea estupenda, pero dice que con la primavera le han atacado las alergias del cerezo, por lo que me ha encomendado que os pida a vosotros que me acompañéis a Mitopía, para ver si allí atan a los perros con longaniza, y si realmente es como lo pinta Tomasius. Otro día iremos los cuatro a copiar al pie de la letra todo lo que ellos hacen y luego difundirlo en la Tierra, que falta hace. Tomasius ha mandado a Don Alonso este mapa de la vía Láctea con el camino que tenemos que recorrer.
-Ya, ya -dije dándomelas de astrónomo y señalando en el mapa- Mitopía está ahí en la nebulosa de Orión, a 1600 años luz.
-¡Eso está a la vuelta de la esquina! -exclamó Don Quijote- Con este caballo volador estamos allí en un santiamén.
-¿Vamos entonces? -pregunté sin tenerlas todas conmigo.
-¡Vamos allá!

Saltamos sobre Clavileño. Don Quijote se agarró a la faja de Sancho, y yo a las aletas de la armadura del hidalgo, sentándome en las alforjas de Sancho, que por cierto despedían un ligero olor a pies. Sancho leyó unas instrucciones escritas al margen del mapa, dio un cuarto de vuelta a la clavija situada en el cuello del caballo, y salimos zumbando por la ventana, derechitos hacia Mitopía, envueltos en un fragor de relinchos olivareros y gemidos de tablas y hojalatas; yo con la capucha de la chilaba al viento, a las cuatro de la madrugada de aquella noche abrileña. Clavileño esquivaba meteoritos, satélites y demás cuerpos celestes a tal velocidad que las puntas de las babuchas se me enderezaban en ángulo recto, no sé si hacia arriba o hacia abajo. Fue un espectáculo maravilloso cuando, en la mañana radiante de aquel sol orionino, fuimos descendiendo sobre Mitopía. Era una esfera en la que destacaban el blanco de la nieve, el azul de los océanos y el verde de los continentes cubiertos de frondosa vegetación, sin zona desértica alguna. Sancho que, fiel a su promesa, se había mantenido silencioso durante el viaje, rompió el silencio con una exclamación:
-¡La cantidad de hanegas de trigo que deben cosechar estos jodidos mitopinos!
A continuación dio otro cuarto de vuelta a la clavija y Clavileño comenzó a bajar, lentamente, en espiral. Mitopizamos sobre el blando césped del parque central de una fantástica ciudad, rodeado de hermosos árboles cubiertos de flores y adornado con los surtidores de preciosas fuentes. Más allá del parque se alzaban edificios artísticamente construidos con materiales coloreados y relucientes como diamantes. Alrededor del parque había una multitud de individuos de aspectos humano, pero ataviados con variedad de ropas que sorprendían por la fantasía de su diseño. Todos muy sonrientes, aplaudían y nos aclamaban, tocando instrumentos y cantando la canción de Manolo Escobar ¡Y viva España!. A la izquierda, al final del parque, había un grupo de caballos blancos, monos y avestruces jugando, a los que Clavileño no les quitaba ojo. Nos apeamos de Clavileño y observamos que, por el otro extremo del parque avanzaba hacia nosotros, a toda marcha, un carro tirado por dos leones, dirigido por un señor con túnica celeste. Frenó en seco a dos metros de donde estábamos, bajó del carruaje y nos saludó:
-Bienvenidos a Mitopía, señor Don Quijote y señor Don Sancho Panza -habló con ligero acento orionino algo metálico, pero sorprendentemente en correcto castellano-. Usted debe ser Mr. Tomasius -dijo mirándome.
-No, no. Yo soy... Tintoretius.
-Encantado. Mi nombre es Aldous y soy ministro de relaciones interespaciales de Mitopía. Comoquiera que Mr. Tomasius me envió un e-mail galáctico anunciando vuestra visita, creí que él también vendría. Pues nada, ya están ustedes aquí. Subamos al carruaje y acomodémonos en los asientos.
Los leones nos miraron complacientes y nos saludaron a su manera:
-¡¡Berengenuchusss!!
-¿Y Clavileño dónde se queda? -preguntó Sancho, preocupado, cogiendo las alforjas que se las echó a la espalda.
-¡Ah! no se preocupen por él. Ya verán qué bien se lo pasa con esos amigos -dijo dando una palmada en las ancas a Clavileño, que se fue trotando hasta donde jugaban los caballos con los monos y las avestruces.

Una vez sentados en el cómodo sofá acolchado, que corría adosado al cuadrilátero de aquella especie de carroza rociera, el ministro -sentado de espalda a los leones, a los que hizo unas indicaciones sobre el itinerario- inició su charla informativa:
-Así que los terrestres estáis preocupados por los arduos problemas que padece la Tierra y su población, y queréis conocer la fórmula que nos ha permitido alcanzar en Mitopía el alto grado de prosperidad y satisfacción a nivel planetario, social e individual, que gozamos. ¿No es así?
-Así es -contesté por los tres-. ¿Cómo está organizada la vida aquí, señor Aldous?
-Vamos a ver. Mitopía es un planeta de dimensiones y características similares a las de vuestra Tierra, pero con las siguientes diferencias. La población es de dos mil millones de habitantes, una cantidad que se mantiene invariable en el correr de los siglos, debido a lo siguiente: La vida del mitopiense alcanza exactamente los 120 años; cada pareja se casa, para engendrar, a los 40 años; cada pareja sólo tendrá dos hijos, varón y hembra.
-¿Qué pasa? -comentó Sancho- ¿Es que los mitopinos la tienen de madera?
-¡Ja,ja! -rióse Aldous- No, al contrario, somos sexualmente muy activos y enamoradizos, pues gozamos de excelente salud, pero la fertilidad está controlada desde los centros cibernéticos de cada departamento.
-Explíquese, caballero, que me temo que nos estamos quedando en ayunas -le rogó Don Quijote, muy intrigado con tan novedosas noticias.
-Escuchen. En Mitopía, tanto las personas como demás seres de vida animal son vegetarianos.
-¡A ver, a ver, a ver! -intervino Sancho- No mezcle señor Aldoncius las chulas con las meninas. ¿Dice que en este planeta no se come carne?
-Así es, señor Panza: nadie. Los hombres se alimentan de los frutos de los árboles, de cereales, legumbres, hortalizas y de algunos productos elaborados por los animales, como son la leche de las hembras mamíferas, también la miel y los huevos, así como otros alimentos que algunos animales han aprendido a elaborar, tales como albóndigas, purés, etc.
-¡No me diga que los leones comen lechuga y los mosquitos pican a las aceitunas! -añadió Don Quijote.
-Sí, señor, -confirmó Aldous- los animales de Mitopía se han adaptado a esa saludable dieta. Por eso precisamente han abandonado toda ferocidad. Ningún animal persigue a otro, pues dispone de abundante pasto en los ubérrimos campos de todos los continentes.
-¿Y los peces, qué comen? -pregunté.
-Algas y sales minerales -contestó Aldous.
-Pero entonces -insistí- si los animales no se comen unos a otros, la población crecerá monstruosamente.
-En absoluto -dijo-. Pasa como con las personas. Su número se mantiene en la cantidad ideal. Cada animal cumple un ciclo vital determinado, según la especie. Nace, crece, se reproduce de acuerdo con la norma mitopina de sus genes, y muere, igual que ocurre con las plantas.
-Según eso ¿a qué se dedican los animales?
-Prestan un importante servicio a la comunidad mitopiense. Ya veis, por ejemplo, estos leones y esos otros animales que circulan por la pista. Cada animal realiza trabajos de acuerdo con sus aptitudes. Hay aves que hacen transporte aéreo, telecomunicaciones, labores de altura, aves que reparten las nubes según las necesidades de cada zona; elefantes gruístas; serpientes limpiadoras de canalones y tuberías; gallos despertadores; grillos generadores de electricidad; peces dedicados a mantener activas las corrientes marinas, etc. Todos realizan alguna labor útil.
-¡Qué maravilla! -exclamó Don Quijote- ¿Las arañas también trabajan?
-Son muy hacendosas. La tela de esta túnica la han tejido ellas.
-¿Es posible? -exclamamos los tres.

Nuestro asombro crecía conforme escuchábamos a Aldous y contemplábamos la belleza y feracidad de los campos, la coloreada brillantez de las construcciones y magníficas obras de ingeniería y de cuanto surgía a nuestro paso.
-Volviendo a los hombres, -volví a intervenir- dice su señoría que aquí todos están muy sanos. ¿No padecen enfermedades?
-Ninguna. Como nuestra alimentación es de origen vegetal y no empleamos ningún producto tóxico como fertilizante ni utilizamos combustibles peligrosos, nuestros organismos cuentan con defensas sobradas para eliminar cualquier posible infección. Desde los cien a los ciento veinte años el hombre envejece al igual que las plantas y, sin drama alguno, muere su cuerpo. Entonces se le incinera, y sus cenizas se depositan en el valle de la vida: un campo poblado de árboles de flores peremnes. Allí se acercan las parejas a las que corresponde tener un hijo. Se dan un paseo y aspiran el polen de las flores que los hace fértiles.
-¿Y quiénes y en qué trabajan las personas? -pregunté de nuevo.
-Conforme a las aptitudes de cada cual -contestó Aldous- los centros cibernéticos de cada departamento destinan a cada cual al centro formativo más adecuado. Una vez terminados los estudios, alternará el trabajo propio de su profesión con trabajos de servicios comunes. Aquí nadie cobra por trabajar, ni existe la propiedad privada. Todo es de todos y, por eso, todos procuran cuidar los bienes como propios.
-¿Es que aquí no hay follones y malandrines? ¿Todos sois cristianos cumplidores de los santos mandamientos? ¿No hay envidias, odios, engaños, maledicencias, putadas y puestas de largos cuernos? -preguntó, escéptico, Don Quijote.
-No, no hay nada de eso. No puede haberlo. Aquí cada persona posee una serie de valores personales, los cuales suman mil puntos en total. Alguien puede tener diez puntos en una cualidad determinada, pero en otra sólo tres o uno. Otro, en cambio, posee todo lo contrario, pero, siempre, el total de sus cualidades sumarán mil puntos, porque así funciona nuestra naturaleza mitopina. Por eso nos respetamos unos a otros e incluso nos queremos desinteresadamente, porque sabemos que esencialmente todos somos semejantes, aunque cada cual es un individuo irrepetible y es un fin en sí. Es imposible que aquí existan discordias ni maltratos.
-¿Y cómo sabe cada uno qué grado tienen sus aptitudes y las de los demás?
-Muy sencillo. Uno mira a los ojos del otro, o en un espejo a los propios, se toca dos veces la nariz con el índice y verá iluminarse en la frente del otro o en la propia, una pantalla en la que aparece la relación de cualidades con sus puntos correspondientes. Comprobará que siempre suman mil.
-¿Y entre los distintos departamentos de Mitopía existen siempre relaciones amistosas?
-Por supuesto. Las relaciones frías, tensas u hostiles entre departamentos, ciudades o pueblos no se conciben. Y es que la actitud egoísta o de oposición a los demás no tiene sentido, por ser algo repugnante y negativo, carente de atractivo.
-¿Y qué creencias religiosas tienen en Mitopía? -preguntó Don Quijote.
-Creemos que Dios es el autor del universo; que toda persona y animal tiene un espíritu que ocupará distintos cuerpos en sucesivas vidas, hasta que Dios lo lleve a la última esfera, en donde recordará y revivirá todas sus vidas y se reunirá con sus familiares y allegados en una existencia plena.

Nos quedamos en silencio y conmovidos. Sin darnos cuenta, los leones nos habían paseado durante varias horas, recorriendo muchas millas por aquel deleitoso país, y ahora nos habían devuelto al parque de donde habíamos partido. El grupo de animales del extremo del parque se lo estaba pasando en grande con Clavileño que hacía las piruetas más disparatadas.
-Bueno, amigos, si queréis, podemos continuar dialogando en mi casa, mientras tomamos un merecido refrigerio -nos invitó Aldous muy cortésmente.
-No lo toméis como un desprecio, señor Aldoncius -dijo Sancho- pero yo tengo un estómago delicado que no tolera ninguna hierba, ya sea de secano o de regadío, y Don Quijote y Tintericio me temo que prefieren continuar con sus ayunos. No obstante, en agradecimiento de su amorosa acogida y sabrosas pláticas, le he traído estos dos hermosos quesos manchegos -dijo sacándolos de las alforjas.
A continuación dio Sancho un silbido. Clavileño, obediente, se presentó ligero ante nosotros. Abrazamos a Aldous. Subimos en el caballo y nos lanzamos como una centella desde la nebulosa de Orión, rumbo a nuestra amada Tierra herida...

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