Un voto, por favor.

viernes, 30 de marzo de 2007


-¡Guau, guau!
-¡Chis! Cállate, Toby, que es la una y media de la madrugada y vas a despertar a toda la familia. ¿De dónde vienes y qué es ese papel que traes prendido en el collar?
-¡Brrr! ¡Brrr! ¡Brrrboriboribrubru! ¡Grrrgrogrogrigrigrugru! ¡Guau, guau!
-¡Tinterillo, despierta! ¿no oyes a Toby?
-No estoy dormido, señor, estoy meditando. Sí, he oído a Toby. ¿Qué le pasa?
-Con eso de que ha aprendido a volar con las orejas, le ha dado por salir por la ventana de la terraza, donde tiene la caseta, a darse un garbeo los fines de semana por esos pueblos. Mira qué papel ha traído enrollado en el collar.
-Baje su merced la voz, que se va a despertar Edu. ¿Qué pone el papel?
-Pone lo siguiente: Elecciones municipales en la ínsula de Patataria. Dado que en la noche del 24 al 25 de marzo va a celebrarse un cara a cara en la plaza de la Constitución de esta Ínsula entre los candidatos representantes del Partido del Sentido Común y el Partido del Sentido Descomunal, para hacerse con el gobierno de la misma, nosotros los marginados, animales y cosas, seguidores del Partido Poco Común, queremos también presentar un candidato. Invitamos a quienes se sientan identificados con nuestra causa a asistir a los mítines a las 2 de la madrugada, durante esa hora que se perderá como consecuencia del cambio horario. ¿Qué hacemos, Tinterillo?
-Pienso, señor Don Quijote, que tanto Toby como nosotros deberíamos asistir para apoyar al Partido del Sentido Poco Común. Hay que ser solidarios con nuestros semejantes.
-Bien, pues date prisa, que sólo falta media hora, y la ínsula Patataria debe estar en el fin del mundo.
-¡Guau, guriguau, quiquiriguau, truculicacaracaguau!
-Dice Toby que Patataria está cerca, en tierras manchegas, y que él nos llevará volando -tradujo Don Quijote de corrido.
-Siendo así, ¡pin, pan, pun! Aquí me tiene su merced con aspecto de secretaria, parecida a Camila Parker.
-Subámonos, sin más, a pelo, sobre el prieto solomillo de Toby. ¡A volar!

Don Quijote se agarró al collar de Toby. Yo me aferré a la cintura de Don Quijote clavándome los herrajes de su armadura. Así salimos disparados por la ventana como un cohete canino. Gracias a la impresionante volocidad que alcanzó Toby batiendo las orejas, conseguimos aterrizar sobre la plaza de toros de Patataria justamente cuando el reloj de la torre, iluminada como una falla, marcaba las dos menos diez de la madrugada. La plaza era una feria de luces, colores, música, risas, voces y aplausos de los seguidores de los tres partidos, sentados en el graderío. Los del Partido del Sentido Descomunal, los menos numerosos, trajeados y encorbatados, ocupaban la derecha de la plaza, envueltos en una humareda de puros habanos y flashes, bajo una gran pancarta indicando: El poder para los poderosos. Los del Partido del Sentido Comun, más numerosos, ocupaban el centro, y entre ellos había de todo: gente comiendo pipas, jugando a las cartas, cantando y bailando; con camisetas variopintas y pancartas en las que se leía: La unión hace la fuerza; Todos a una; Hacienda somos todos; No por mucho madrugar amanece más temprano... y otras de ese talante. Nuestro mayor asombro fue al contemplar a los seguidores del Partido del Sentido Poco Común. Era una muchedumbre de animales, plantas y objetos, ocupando la izquierda de la plaza. Se veía de todo: toritos, gatos, perros, gallinas, monos, ranas, ramas de árboles, frutas y hortalizas, así como utensilios y cacharros de toda clase y épocas: arados romanos, trompetillas, maracas, ojos de cristal, trébedes, narrias, zapatos usados, chupetes, un numerosísimo grupo de bolas multicolores con una pancarta que decía: Somos mónadas ¡Viva la igualdad! Un torito tenía una tela extendida de cuerno a cuerno, indicando: ¡Abajo las corridas! Un grupo de ovejas llevaba otra pancarta que ponía: !Fuera los pinchos morunos! Un gato tuerto alzaba otra en la que se leía: A mí me vaciaron un ojo, y a su lado varios perritos con la leyenda: ¡Queremos volver a casa! Había, incluso, un zapato usado con un reproche desgarrador: Pie amigo, ¿por qué me tiraste a la basura?... Daban ganas de llorar.
En el centro de la plaza, sobre un estrado, cubierto con una alfombra roja, había tres mesas con sus correspondientes sillas. En ellas estaban sentados los candidatos de cada uno de los partidos. El del Partido del Sentido Descomunal, un hombre grueso, muy trajeado y con gafas oscuras, estaba a la derecha. En el centro, el candidato del Partido del Sentido Común: un hombre joven, sin corbata, inquieto, de aspecto simpático, que no paraba de tamborilear sobre la mesa. Y a la izquierda, el candidato del partido del Sentido Poco Común: un loro, algo viejo, pero con un plumaje largo y precioso. Nosotros, como quien no quiere la cosa, nos sentamos debajo de la mesa del loro. Toby estaba mosqueadísimo, mirando a todas partes.
Y empezaron los mítines.

El del Sentido Descomunal prometió transformar la ínsula, rural y atrasada, en zona turística e industrial floreciente, con una ciudad moderna y vanguardista. Los pinos y almendros que pueblan la sierra serían sustituidos por amplias pistas de esquí que estarían constantemente cubiertas de nieve, gracias a una sofisticada fábrica de nieve alimentada del agua del río, la cual sólo se aprovecha para el cultivo de la patata, único y mezquino producto obtenido de los extensos campos de Patataria. En ellos, en el futuro, en lugar de patatas crecerían espléndidos hoteles y chalets, para los turistas que acudirían como enjambres de abejas a las flores. También propuso aprovechar lo que se pudiera de esa población que compone el partido de la izquierda para cubrir algunas necesidades básicas de la ínsula, y el resto inservible destruírlo o expulsarlo fuera de ella. Los del Partido del Sentido Descomunal se levantaron de sus asientos aplaudiendo entusiasmados, mientras que los de los otros partidos, especialmente los de la izquierda, protestaron con ladridos, maullidos, cacareos y golpes de cacharros contra las gradas.

Luego habló el candidato del Partido del Sentido Común. Defendió el mantenimiento de la tradicional industria patatera, los campos feraces, el fecundo y refrescante río, la sierra con sus árboles embellecedores y vivificantes; así como las arraigadas costumbres de cortar ramas de árboles, y sus aficiones al consumo de sabrosas carnes y a las festivas corridas de toros. También prometía la creación de nuevos centros sociales y mejores servicios.
Fue, igualmente, muy aplaudido por sus seguidores, aunque silbado por los de la derecha y caceroleado por los de la izquierda.

Finalmente tomó la palabra el loro del Partido del Sentido Poco Común:
-Nosotros siempre hemos sido los esclavos del hombre... y... y... y...
Un "¡Ohhh!" multitudinario de bochorno y decepción se escapó de las gargantas de los seguidores del loro, que en seguida fue engullido por la brutal carcajada de los otros dos partidos. Pero Don Quijote, sin pensárselo dos veces, dio un brinco y se plantó sobre la mesa del loro, mirando desafiante al graderío. Tras blandir la lanza por encima de su cabeza, arreó tal golpe en la mesa que todos enmudecieron y borraron de sus caras hasta la más leve sonrisa.
-¿Por qué se ríen, caballeros? -preguntó Don Quijote al auditorio, con voz firme y campanuda- ¿Quizás porque el compañero loro les resulte cómico y despreciable, ya que está catalogado dentro de la especie de aves parlantes, y el pobre se ha quedado sin palabras? Ese es un grave defecto del engreído género humano: su maniático y erróneo afán de catalogar, de generalizar, de etiquetar, juzgando a los demás, sean personas, animales o cosas, de acuerdo con los consabidos atributos o sambenitos que leen en su etiqueta. No tenéis en cuenta que cada ser tiene una individualidad, ya sea hombre, animal o lo que sea. Lo importante es el individuo, y en cada individuo su espíritu. Lo que recubre al espíritu es lo que menos vale: puede ser carne rolliza u hojalata. ¿Véis a este perrito? -dijo señalando a Toby que, en ese momento, dando una voltereta en el aire, se subió en la mesa y dio dos ladridos-. Él está catalogado como animal canino, pero tiene mejores sentimientos e inteligencia que muchos hombres. ¿Véis a esta señorita con aspecto de princesa británica? Pues no es más que un tintero. Pero ¡vaya tintero!: se sabe de carrerilla la lista de los reyes godos y los afluentes de Río de Janeiro. Y este loro, cuya candidatura respalda la mayoría de los asistentes, ¿cuál no será su valor, discreción y belleza, cuando la gran Sevilla le dedicó una torre ingente a su nombre?
-¡Cuidado, señor, que me parece que se está acercando mucho a los Cerros de Úbeda! -le susurré, no pudiéndome contener más.
-No importa -contestó, impasible, y continuó con su discurso-. Contemplad, caballeros, ese inmenso colectivo. Leed sus numerosas pancartas acusadoras. El hombre se ha erigido sobre el pináculo del mundo, autoproclamándose rey, emperador, incluso dios... Sin darse cuenta de que la base de su trono - que no es otra que los seres representados por ésos que véis ahí protestando- se tambalea y amenaza con la ruina. Por eso, caballeros, pido para ellos un voto, si no de amor, al menos de respeto.

En ese momento sonaron las tres campanadas en el reloj de la torre, sin que hubieran sonado antes las dos. Sin saber cómo, desapareció de nuestra vista aquel fantástico parlamento, y nosotros nos vimos, repentinamente, en la habitación de Edu que seguía soñando en su cama.

0 comentarios: