En busca de... ¿La primavera?

sábado, 24 de marzo de 2007


-Por fin te encontré, tinterillo. ¿Qué haces tan temprano en la habitaión de la hermana de Edu, con esa bata amarilla, fisgoneando en los libros de la chica?
-Es que, cuando ella y Edu se han marchado a clase, he sentido frío; por lo que -viendo que su merced dormía a pesar de estar de pie- me he acercado a esta habitación a calentarme con la bata de Xemi y, de paso -lo reconozco- a curiosear un poco...
-¿Y qué has descubierto?
-Ahí, sobre el escritorio, ha dejado la chica un paquetito con un bonito dibujo y la frase "Felicidades papá".
-¿Y eso?
-Es que hoy es el día del padre.
-¡Qué bonito! A la madre la he visto en la cocina preparando comida extra. Y el padre ¿qué estará haciendo ahora?
-Con Toby de paseo.
-Nosotros también podríamos salir.
-Hoy es mejor quedarse en casa porque este invierno holgazán quiere despedirse, a última hora, con nieve y ventisca. Además acabo de encontrarme con Alicia.
-¿Qué Alicia es ésa?
-Una niña que se fue al país de las maravillas. Vive dentro de ese libro naranja, ahí en la estantería. Alicia me ha dicho que nosostros podemos entrar en ese país cuando nos parezca, ya que somos personajes de ficción. También tienen entrada libre los niños, los jubilados y todos los aficionados a fantasear.
-¿Y los políticos?
-No sé. Quizás.
-¿Y por dónde se entra?
-Un momento. Voy a llamarla.

Me encaramé en la estantería y toqué suavemente en la ventana, pintada en el lomo del libro. En seguida apareció Alicia, sonriente, rubia y celeste, como un rayo de sol iluminando la mañana gris. Abrió la ventana. Un remolino de aire nos succionó colocándonos junto a Alicia sobre el paseo de un delicioso parque florido. Luego nos preguntó qué nos gustaría admirar allí. Don Quijote, sin vacilación, dijo que queríamos ver al auténtico Don Quijote, de quien él se consideraba un insignificante eco.
-¡Ah! -exclamó Alicia- siento no poder complaceros. Los personajes literarios españoles no residen en este país, sino en el "Mundillo surreal de las letras hispanas" que está a continuación de éste, al final del paseo.

Nos despedimos de Alicia. Yo le di un beso, Don Quijote su bendición. Recorrimos el largo paseo, llegando hasta un arco de piedra artísticamente labrado, parecido a la Puerta de Alcalá. Un señor trajeado con negra levita, esclavina y birrete con borla, hacía guardia ante ella.
-¡Buenos días tengan ustedes! -nos dijo-. Sean bienvenidos al "Mundillo surreal de las letras hispanas." ¿Quiénes son ustedes?
Don Quijoté no dudó un momento:
-Somos unos parientes del universalmente famoso Don Quijote de la Mancha; deseamos saludarlo y, asimismo, quisiéramos aprovechar la ocasión para admirar las egregias obras y personajes de este glorioso país que tanto ha dado y dará que hablar en el orbe entero.
-Perfecto, caballero. También nosotros, los privilegiados habitantes de este mundillo, nos sentimos muy honrados con vuestra visita. Si les parece, les enseño primero la ingente Factoría de las Palabritas. Es la ciudad que ven abajo, en el valle.

Era fantástico. Bajo un cielo y un sol primaveral, se alzaba una ciudad de música y color.
-Como pueden ustedes observar -añadió el señor del birrete- la ciudad cuenta con veintiseis largas calles, tantas como letras del abecedario. En cada calle se encuentran las casas en donde nacen y residen las palabras cuya letra inicial coincide con el nombre de la calle en cuestión. Como pueden apreciar, son enormes bloques de celdillas, divididos en franjas multicoloreadas. En las celdillas más altas, junto a la techumbre, residen las parejas macho y hembra engendradoras de la prole de palabras de la misma serie, las cuales habitan las celdillas situadas debajo de la celdilla de la pareja generadora.
-Según eso -comentó Don Quijote- las palabras de la calle X y W vivirán muy holgadas. ¡Qué xodías las muy warras!
-No crea -contestó el del birrete-. En las calles menos densas se producen y alojan los signos de puntuación, que también son muy solicitados.
-¿Solicitados? -interrogué.
-Sí. Verán ustedes. Cada vez que en el mundo real precisan utilizar una palabra, llega a nuestro prisma central -el monumental edificio de vidrio que ven en el centro de la ciudad- por vía rayo luminoso instantáneo, la solicitud de dicha palabra. El surreacadémico correspondiente (en el prisma hay veintiseis surreacadémicos, y yo soy el presidente) recibe el pedido y lo transmite, de inmediato, a la correspondiente pareja engendradora. Ella suministra el pedido ipso facto, pues en esta factoría tenemos un stock de seguridad a prueba de diluvio universal de pedidos. Las palabras solicitadas salen hacia su destino en forma de vaho irisado, siguiendo escrupulosamente el procedimiento "calcetín", es decir que tan pronto como el cliente solicita la palabra ya la está recibiendo.
-Habrá parejas engendradoras que no descansen noche y día para atender tantos pedidos.
-Por supuesto.Hay palabras más solicitadas que otras, dependiendo de registros, poblaciones, gremios, nivel cultural, etc. Curiosamente, en la ciudad ya han bautizado a algunas franjas de celdillas con motes significativos, como por ejemplo: casa de cultas, de pitagorinas, de líricas, de beatas, de pijas, de antiguas, de rancias, de gamberras, de perracas, etc.
-Y en sus ratos de ocio ¿cómo matan el tiempo ustedes y las palabras? -pregunté.
-Muchas palabras se reúnen en las plazas y parques, y juegan a juntarse formando crucigramas, canciones, poemas y frases ingeniosas. Hace un rato me he cruzado con un grupo de palabrillas, una llamada Al, otra Corro, otra La, y otra Patata. Pueden suponer a qué jugaban. Y nosotros, los surreacadémicos, cuando el trabajo nos lo permite -especialmente por la noche- solemos dirigir discursos, en el salón del Parnaso, a las palabras que padecen insomnio.
-¡Qué imaginación! Entran ganas de quedarse a vivir en este mundillo -dije.
-Pues quédense, por favor, no se corten ustedes. Aquí tienen vivienda segura.
-Es que a mi compañero le corresponde la Q y a mí la T, y no podemos vivir separados.
-¡Ah, ya! En ese caso... ¿quieren ver más de cerca la ciudad?
-Con lo que hemos divisado desde aquí y sus valiosas explicaciones nos es ya suficiente, ilustre y amable señor -contestó Don Quijote-. Ahora, si nos lo permite, quisiéramos visitar a nuestro pariente. No le molestamos más.
-Como ustedes prefieran. Para llegar a la residencia de Don Quijote deberán seguir la avenida de los Cerezos, que arranca de esta puerta por la que han entrado. A la izquierda se halla el Campo de las Creaciones. Ya verán la hilera de viviendas de los personajes de ficción, con su parcela anexa, en donde tienen instalado el escenario de la obra que a diario representan.
-¡Gracias por su preciosa contribución a la cultura de los pueblos, merecedora del mayor reconocimiento y ponderación! -exclamó don Quijote.

Avanzamos por la avenida, aspirando la fragancia de los cerezos y observando que los nombres de los personajes figuraban en el dintel de la puerta principal de cada casa, las cuales también estaban colocadas en orden alfabético, según el nombre del personaje. Muchos de los nombres nos sonaban, unos más y otros menos. Las casas eran de distintas calidades y tipos, conforme a la categoría del personaje o grupo. A alguno nos pareció verlo tras los visillos, pero en la puerta de casa no vimos a ninguno, hasta que llegamos ante la casa de Augusto -protagonista de Niebla- que se hallaba sentado en el porche de su chalet. Al vernos se levantó del asiento y se acercó a saludarnos.
-¡Vaya, qué curioso! Es usted clavadito a mi amigo Don Quijote de la Mancha -dijo Augusto dirigiéndose a mi compañero.
-No podría ser de otra forma, observador caballero. Yo soy pariente de don Alonso Quijano, y esta señorita es mi sobrina Tinterilla, una joven muy culta que, sin duda, conoce la historia de usted y sus adláteres al dedillo.
-¿Y cómo es eso posisble, si yo soy cerca de tres siglos más joven que ustedes? -preguntó Augusto.
-Misterios de la surreal existencia -dije yo.
-Pues a vuestro pariente me lo he encontrado, hace una hora, cabalgando con Sancho Panza, camino del Más Allá. Me han dicho que iban a felicitar a su padre y entregarle un regalito.
-¿A su padre? -exclamé-. ¡Hay que ver cómo se extienden ciertas modas!
-O séase que hoy va a ser difícil hablar con nuestro pariente -dedujo Don Quijote.
-Efectivamente -contestó Augusto.
-No importa, -añadió Don Quijote- el motivo de su ausencia es con mucho, superior al de nuestra presencia en este lugar. Ellos han ido a felicitar a su padre Cervantes, gesto digno de todo elogio, pues es de bien nacidos el ser agradecidos. Y vos ¿no habéis felicitado a vuestro padre?
-Bueno -contestó Augusto- es que el mío, don Miguel de Unamuno, amenazó con matarme y, de hecho, me mató.
-¿Ah, sí? Eso es grave -dijo Don Quijote.
-Un momento -tercié yo-. A usted lo mató porque así lo exigía el argumento de la obra, pero en realidad don Miguel lo quiso a usted más que a un hijo de carne y hueso. Él le procuró una existencia eterna en el Cielo de las letras. ¿Le parece poco?
-De acuerdo, de acuerdo. Retiro lo dicho y me retracto de ello.
-Mi sobrina Tinterilla ha hablado como un libro abierto. Es la pura verdad: a los verdaderos padres hay que honrarlos y venerarlos. Y hay ciertos padres que realmente son más padres que los simplemente biológicos. Ya vendremos otro día a visitar a nuestro padre el artesano andaluz, a nuestros parientes y a usted también.
-Cuando queráis, amigos, -dijo Augusto emocionado- venid pronto y nos tomaremos unas copas en el mesón del Buscón Don Pablos, que está ahí cerca.

Nos despedimos de Augusto. Pasamos, sin hacer ruido, junto a Alicia que leía un libro. Dejé la bata de Xemi, con olor a primavera, en su habitación. Y nosotros nos fuimos contentos a nuestro rincón.

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