¿El sueño de Don Quijote?

viernes, 22 de diciembre de 2006


Como ya conté en mi anterior historia, soy un tintero jubilado, acogido por un joven estudiante de informática que de vez en cuando tiene la anacrónica rareza de escribir con tinta. No soy un tintero cualquiera. Yo soy el pilón abrevadero en la escena que representa a Don Quijote velando las armas. Y, aunque suene raro y disparatado, suelo dialogar con él, con Don Quijote.

La última vez fue anoche, la primera de este invierno. Yo dormía plácidamente cuando me pareció que sobre mi helada epidermis de tinta caían ardientes gotas de lluvia, acompañadas de sollozos tan conmovedores que me sacaron de mis sueños tinteriles. No acertaba a discernir si era sueño o realidad. Enmarcado por el brocal del pilón, veía el rostro macilento de Don Quijote inclinado sobre mí, llorando amargamente.

-¿Qué os ocurre, mi señor Don Quijote, que tan desconsolado os veo? -le pregunté
-Los motivos de mi llanto son tales que no te extrañe que esté rellenando tus menguadas reservas con un torrente de lágrimas, negras como la pez.
-¿Y cuáles pueden ser ellos que así os apenan?
-Es un secreto, pero te lo voy a revelar, porque veo que eres un pilón compasivo y discreto, aparte de que de esto ya han pasado varios siglos, y no creo que Cide Hamete se moleste por contarlo; y, si se molesta, que se dé un paseo en el trenecito, por Alcalá de Henares.
-Cuente, cuente, que mis negras entrañas están en ascuas, o mejor, en ebullición.
-Pues resulta que la noche que estuve velando las armas en la venta de marras, se me apareció el gigante Caraculiambro. Se arreó una colleja en la mollera y quedó ipso facto transformado en un enano. Luego se sentó en el pilón y se ensañó conmigo poniéndome de hoja perejil. Me dijo que yo no era un viejo chiflado, sino un tonto de capirote, que se creía las cosas más peregrinas, como el ser un invencible caballero, enamorado de la sin par Dulcinea del Toboso, que con la fuerza de su brazo había vencido gigantes y endriagos, y que con sus agudas razones pretendía arreglar el mundo... cuando la realidad era que Dulcinea no era sino una fea aldeana y que yo sólo iba a conseguir ser apaleado por cabreros, divertir como bufón a unos duques y ser el hazmerreir del mundo entero... Mi enojo ante aquel atropello fue tal que, habiendo desaparecido Caraculiambro como puta en cuaresma, la pagué con el pobre arriero, que en aquel momento entró en el corral: al acercarse al pilón, le asesté con la lanza un golpe tan violento en la cabeza que se la partí en cuatro.
-Comprendo que en aquel momento le afectaran sobremanera las sinrazones de Caraculiambro, pero ¿a santo de qué vienen ahora esos lamentos?
-Es que ahora no lloro por mí, sino por la gente que actualmente vive en este mundo.
-No me digas.
-Sí, porque veo que a cuantos sueñan y luchan por un mundo ideal, les están matando las ilusiones. Hay mucho Caraculiambro dedicado a esa labor execrable: todo lo que huela a sentimientos idealistas, a amor, a belleza, a poesía, a esperanza en mundos mágicos... no son más que pamplinas, pues la realidad es que el mundo es sólo un pedrusco del que absurdamente han brotado unos seres condenados al sufrimiento y a la muerte.
-¿Y qué piensas hacer para evitarlo?
-Pues no sé. Cualquier día me levanto de mi tumba (que no recuerdo en qué lugar de la Mancha pueda hallarse) o yo mismo -esta esmirriada figurilla que habla contigo- arremeto contra todos los Caraculiambros, lanza en ristre, y no dejo títere con cabeza.
-Bueno, bueno, pero ruego a vuesa merced que a mí no me meta en tales lides. ¿De acuerdo?.
-De acuerdo, fiel tintero, sigue soñando que yo velaré.


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