El extraño guardián del faro - (Cap. II)

jueves, 18 de diciembre de 2014




   Soy Celso, el guardián del faro,  y aunque ya conocéis algo de mí, por los comentarios favorables que don Carlos el alcalde me ha dedicado,  quiero ahora, personal y directamente, informaros y haceros partícipes de la extraordinaria experiencia e indescriptible satisfacción que mi espíritu disfruta desde el mes de enero del año 2012 en que aterricé en este hermoso país de la Tierra. Jamás pensé que llegara a ser tan gratificante para mí, cuando mis compatriotas me propusieron y animaron a llevar a cabo la misión de venir hasta aquí para obtener información sobre vuestro mundo y sobre los seres inteligentes que la habitan.
   Una vez en él, estuve un tiempo dedicado al estudio del sistema lógico con que funciona vuestro universo y mundo terrestre, su historia evolutiva hasta llegar a ser lo que ahora es y vuestra historia en cuanto espíritus que sois, idénticos a los nuestros, aunque os desenvolvéis en unas condiciones muy distintas a las que nosotros tenemos. Me ha impresionado conocer la grandiosa epopeya de la humanidad: el poder espiritual de los humanos luchando, en el devenir del tiempo, por dominar la realidad del mundo sensible en que os movéis, con los instrumentos, de su misma entidad, que él os ha prestado, logrando labrar, a golpes de inteligencia y fiereza, una cultura que ha ido creciendo y purificándose lenta, pero sin pausa; y que continuará creciendo hasta el pleno triunfo de la razón. Luego, me las ingenié para introducirme en vuestra sociedad y llegar a conocer  vuestras necesidades y problemas,  tragedias y alegrías, temores y esperanzas...
   Gracias a su alcalde don Carlos Civantos, en junio del 2012, me instalé en esta preciosa ciudad y paraje, donde he procurado actuar discretamente, evitando dar publicidad sobre mi procedencia y mis -para los humanos- extraños y prodigiosos poderes, ya que supondría un grave obstáculo para lograr el objetivo principal que me he propuesto.
   Con don Carlos me sinceré muy pronto, ya que el hombre se lo merecía, por su indiscutibles cualidades de racionalidad,  honestidad, justicia y desinteresada entrega al bien general de la población; aparte de que, gracias a él, me asignaron la plaza de guardián del faro. Y, ahora, creo que debo, también, hacerlo con vosotros. Como podréis suponer, me estoy dirigiendo a cuantos lean este relato en el que aparezco como uno de los personajes que intervienen en el mismo.
    Ya hace tiempo, don Carlos  vino a visitarme al faro, en donde tuvimos una charla en la que le mostré y conté, a grandes rasgos, cómo es el mundo del que procedo. Él ha revelado a sus amigos algo de aquella conversación, como  es la semejanza que hay entre vuestro mundo y el mundo al que yo pertenezco. En ese sentido quiero aclarar que, aunque es cierto que mi universo y mundo es dinámico, en expansión y evolutivo como éste vuestro, existen diferencias fundamentales entre ambos, debido a que los sistemas lógicos, con que han sido ideados y diseñados por el Espíritu Supremo, son muy dispares entre sí, siendo los resultados muy diferentes también, por motivos que Él sólo conoce. En nuestro caso no se da resultado alguno desfavorable para los espíritus que lo habitamos. Allí no existe el dolor, ni la enfermedad, ni el deterioro corpóreo por el paso del tiempo, ni tampoco la muerte, entendida como vosotros la padecéis. Llegado el momento de partir a otro mundo -cosa que conocemos desde que nacemos-, uno se despoja del cuerpo, como quien se quita un vestido, y se marcha a donde le ordenen. Es un sistema calculado de forma que, en el tiempo, todo funcione y suceda sin la menor violencia o imprevistos desfavorables. El resultado es que las condiciones de habitabilidad de nuestro mundo son las más apropiadas, confortables y ajustadas a nuestras necesidades.
   En cambio, el sistema lógico de vuestro mundo y universo sigue un tipo de modelo violento, sin consideración alguna para con los espíritus que lo habitan. En él las leyes, que llamáis físicas, se cumplen a rajatabla, originando frecuentes fenómenos tectónicos, meteorológicos, climáticos, con resultados catastróficos y otros muchos negativos y  con terribles consecuencias para la vida y salud de sus habitantes.
   Hay además otra importante diferencia entre ambos universos. En el vuestro, los seres humanos y los animales inferiores a vosotros, actuáis movidos por un impulso innato: el instinto de conservación de sí mismo y el de conservación de la especie, tan arraigado y poderoso que, en la gran mayoría, se convierte en una actitud egoísta que dirige todas sus actividades. Las consecuencias de dicha actitud son obvias: delitos de todo tipo, injusticias, perjuicios y daños a los demás; creación de situaciones calamitosas, personales, sociales y estatales; generación de carencias de los recursos más básicos, como el alimento, vivienda, educación, sanidad, seguridad, etcétera; conflictos y guerras y tantos otros.    
   Todos esos terribles males desaparecerían o se mitigarían, si todos y cada uno de los seres humanos actuaran movidos, no por un impulso egoísta, sino altruista y solidario, como ocurre en mi mundo. Me diréis que, en la práctica, eso es utópico, porque el instinto siempre es más fuerte que la razón. Hasta hace pocos días yo pensaba lo contrario, pero debo reconocer que últimamente no lo tengo tan claro. En mi mundo, os aseguro, la fuerza que impulsa las acciones de los que lo poblamos no es otra que el amor y solidaridad hacia los demás, y el resultado es maravilloso: un mundo paradisíaco. Si lo pensáis un poco, no puede ser de otra manera: si todo el mundo me quiere a mí con auténtico amor y yo quiero a todo el mundo con todo mi corazón y mis capacidades, el resultado no puede ser otro que una mundial familia en la que se respira la paz, la armonía y el bienestar...
 Pero comprendo que nosotros lo tenemos fácil, porque nacemos y vivimos con ese impulso o instinto innato altruista y de amor desinteresado hacia los demás, mientras que vosotros con otro muy distinto y esclavizante.
   Dándole vueltas a estas ideas, y tras conocer las inquietudes de vuestro alcalde por desempeñar su cargo, guiado por la racionalidad, la honestidad, y el bien general de todo el pueblo, quise ayudarle tratando de aplicar la fórmula de mi mundo, en virtud de mis poderes extraterrestres (mediante los cuales, y por espacio de un mes, yo puedo doblegar la voluntad de quien me proponga, suspendiendo su innato instinto egoísta y sustituyéndolo por la actitud altruista y solidaria). Así que, una mañana de primeros de este mes de junio, desde la plataforma de la linterna del faro, llevé a cabo mi planeada operación a distancia. Primeramente localicé, telepáticamente, a todos y cada uno de los que intervienen, más activamente, en el funcionamiento del quehacer diario del pueblo. A continuación introduje, en la mente de cada uno de ellos, el imperativo de actuar de acuerdo con la recta razón y solidaridad con los demás, así como la ineludible obligación de cumplirlo. Luego hice otro tanto con el resto de los ciudadanos. Afortunadamente todo ha funcionado de acuerdo con mi plan, pues según me comentó don Carlos,  a finales de junio, él no se explicaba cómo, a lo largo del mes, no había habido el menor contratiempo,  resultando todo a satisfacción de los ciudadanos. Pero una vez concluido el mes...


   Son las nueve de la mañana del tres de julio de 2014. Adrián, tras asearse y arreglarse con traje y corbata, entra en la cocina a desayunar. Allí está Bea, su mujer, sentada ante la mesa, tomando una infusión.


   -¿Adónde vas tan peripuesto y tan temprano, estando ya de vacaciones? -le pregunta Bea, con sorpresa y curiosidad.
   -Porque, anoche, recibí un mensaje del consejo político del partido, invitándome a asistir a una reunión que se celebra hoy a las once, en un restaurante junto a la playa, para debatir y consensuar objetivos comunes con representantes de empresas, bancos, empleados y miembros del comité. Así que no me esperes a comer.
   -¡Vaya, qué oportunos!
   -¿Oportunos por qué? Deberías alegrarte que se hayan fijado en mí para ese tipo de reunión. Será porque confían en que les aporte ideas y soluciones positivas.
   -Sí, Adrián, pero es que me preocupa mucho lo de las alucinaciones que Róber padece... Y había pensado en que hoy podríamos llevarlo al psiquiatra...
   -¿Psiquiatra? ¡No me hagas reír! Eso que Róber cuenta no son más que ñoñerías propias de un niño mimado. Y mucha culpa es tuya, al prestar tanta atención y mostrar preocupación por esas tonterías.
   -No son tonterías -contesta Bea, con manifiesto enfado. Desde aquella tarde que escuchó la música de piano, cuando fue con los amigos a ver las cuevas, es rara la noche que no se despierta y se levanta, agitado y temblando porque vuelve a oírla, aunque sólo sea en su mente. Como yo duermo en la habitación de al lado, enseguida lo siento cuando se desvela y agita, y corro a calmarlo.
   -No me extraña que al chico se le metan en la cabeza semejantes gilipolleces, teniéndote a ti de maestra, contándole esas historias místicas y trasnochadas que le sueles contar...
  -No, Adrián. No le cuento historias místicas. Yo tengo mis creencias y mi sensibilidad, que me resultan muy reconfortantes, pues me ayudan a ver un sentido a la existencia. También tengo curiosidad e interés por conocer cosas que están más allá de la burda experiencia cotidiana. Si hablo con Róber de esos temas, no le hago ningún daño. Tanto él como yo lo pasamos muy bien contándonos esas historias inofensivas.
   -Bueno, allá vosotros con vuestros cuentos bizantinos.

   Y, diciendo esto, se tomó precipitadamente el café, terminó de acicalarse y salió de casa con adusto semblante, sin despedirse de Bea ni de Róber.
   Bea, muy dolida por la inesperada actitud de Adrián, dio comienzo a sus tareas domésticas, mientras desgranaba en su mente pensamientos deprimentes. Estaba limpiando el salón cuando apareció Róber, ya preparado para salir, con un nicky  azul, un pantalón crema y portando una mochila.
   -Mamá -le dice Róber-, Enrique y Alicia me han enviado un whatsapp, diciéndome que me esperan ahí abajo para ir a la playa hasta el atardecer. Tomaremos algo en el chiringuito.
   -¡Ah, bueno, hijo! Tened mucho cuidado, si os bañáis, de no nadar por donde no hagáis pie.
   -Te veo muy seria, mamá... ¿y papá?
   -Ha salido. Dice que le han llamado para asistir a una reunión muy importante. Ya veremos...

   En ese momento suena el telefonillo. Róber coge el auricular. Son Enrique y Alicia que le esperan en la puerta. Róber se despide de su madre con un beso.
   -Hasta luego, mamá.
   Bea se asoma por la terracita, saluda a Alicia y Enrique, y les hace las consabidas recomendaciones. Después mira recatadamente a la terraza de Leandro y Celinda, pero no descubre a ninguno de ellos tras el ventanal. Momentáneamente, una idea sombría sobre estos vecinos se posa en su mente. Bea trata de espantarla con la mano, como si de una mosca molesta se tratara. Enseguida dirige la mirada hacia Róber, y ve, con gozoso alivio, cómo se ríe con las bromas que Alicia y Enrique le cuentan mientras se van alejando. Con una sombra de tristeza, ella alza la vista hacia la linterna del faro, mientras siente la caricia de la tibia brisa del mar y escucha los chillidos de las gaviotas por encima del fragor de las olas que se estrellan contra el acantilado. Luego vuelve al salón y continúa con su tarea, enfrascada en sus pensamientos.
   Para desahogarse, Bea, a eso de las once, llama por teléfono a Reme, la mujer del alcalde. Habla con ella un buen rato, contándole lo de la reunión de Adrián y su incomprensible enfado con ella, por el simple comentario sobre esas raras músicas que Róber escucha. Le dice que esas alucinaciones, o lo que sea, le preocupan mucho, pues casi todas las noches se le repiten de madrugada, produciéndole un estado de ansiedad y de pánico que le quita el sueño. Y, por si fuera poco, la incompresible actitud de Adrián que, en vez de apoyarla, la culpa a ella de lo que le pasa a Róber. El resultado es el estado  triste y depresivo en que se siente hundida.
   -Sí, Reme, por favor -le dice-, habla con Carlos, a ver si él, que tiene confianza con Celso, el guardián del faro, pudiera comentarle algo sobre estos problemas que nos han surgido, y preguntarle si esta tarde, hacia las cuatro, pudiéramos hacerle una visita.
   -Por supuesto, Bea, que se lo diré a Carlos. Yo, la verdad, admiro a Celso, pues según Carlos, posee unos recursos sorprendentes. Ya lo escuchaste aquella tarde, en el chiringuito del Pisha, cuando Carlos contó cómo Celso solucionó el problema de la limpieza, y las maravillas que descubrió dentro del faro.

   Mientras Bea escucha a Reme, se acerca hasta el ventanal del salón y observa que, del portal de enfrente, sale Celinda, con aire apresurado y tenso, y se dirige hacia el garaje comunitario. También descubre, tras los cristales, a Leandro, quien, con semblante serio y preocupado, contempla el coche de Celinda saliendo del garaje.
   Rápidamente, Carlos el alcalde, llama a Celso, por teléfono- y le comenta cuanto Bea ha confiado a Reme, es decir lo de la reunión de Adrián, así como lo de las alucinaciones de Róber.
   -No faltaba más, don Carlos -le contesta Celso, muy atento, al teléfono-, haré cuanto esté en mi mano para solucionar o mitigar los problemas de nuestros amigos. Para mí es un honor que me visitéis, sea cual sea el motivo. Siempre seréis bien recibidos.

   Sin pérdida de tiempo, Celso entra en el cuarto dedicado a cocina-comedor. Saca de una alacena un estuche metálico, dorado, y extrae de él una especie de guijarro ovoideo, de superficie lisa, blanca y brillante, moteada de pequeñas medias lunas multicolores. Luego toma un cubilete de plástico azul, provisto de un asa, y lo llena de agua hasta la mitad de su capacidad, medio litro más o menos. Introduce el guijarro en él, y lo remueve durante un minuto. Coge, también, un tubito, como los usados para tomar refrescos. Pertrechado con estos raros y simples útiles, sube Celso por la escalera helicoidal del faro hasta la terraza. Allí se coloca, de pie firme, junto a la base en que descansa la linterna del faro, mirando en rigurosa dirección hacia el pueblo. A continuación, toma el tubito entre sus dedos, lo lleva a su boca y succiona un poco de líquido del cubilete. Enseguida sopla muy lentamente, hasta lograr que aparezca, por el extremo del tubito, una pequeña pompa, la cual, conforme Celso sopla, va aumentando y tiñéndose de una blancura nívea y de cegadora luminosidad, hasta alcanzar el volumen de una esfera de dos decímetros de diámetro. Celso deja de soplar. Sacude el tubito, asciende la esfera unos veinte metros, y luego continúa volando, con dirección al pueblo, siguiendo la sinuosa línea de los acantilados, hasta que, finalizado su recorrido, permanece quieta sobre el restaurante en que Adrián tiene la reunión. Son justamente las 12 horas de mediodía.

   A eso de las tres de la tarde, Leandro se acerca a casa de Bea, para interesarse por la salud de Róber.  Bea le dice que el chico está bien, como así lo demuestra el que se haya ido  con Enrique y Alicia a la playa, pero lo que a ella le preocupa son esas alucinaciones que se le repiten cada noche.  Y, como Bea se ha percatado de que algo serio preocupa el ánimo de Leandro, y se da cuenta de que tanto él como ella necesitan desahogarse, no duda en confesarle su disgusto por el injusto comportamiento  de Adrián, al culparla de lo que le pasa a Róber, y marcharse a la reunión de mala manera.
   Esta confidencia anima a Leandro a contarle, a su vez, cómo Celinda, su mujer, curiosamente, también se había comportado de forma parecida a la de Adrián, echándole en cara su desinterés e indiferencia hacia ella, su falta de detalles y, sobre todo, su aburrida actitud, siempre enfrascado en sus libros; así como su pasividad y desgana por dar algún aliciente a su relación.
   -Así que, tras esa bronca -le dice Leandro-, entró en su habitación, se arregló, salió, bolso en mano, y con semblante de enfado mayúsculo, salió fuera dando un portazo. ¿Qué le vamos a hacer, Bea? Esperemos que, tanto a Adrián como a Celinda, se les pase pronto el arrebato y, como siempre, todo quede en agua de borrajas. Aunque me temo que, en mi caso, esta última trifulca, no sé por qué, me da la espina de que puede suponer una ruptura de difícil compostura.
   -La verdad, Leandro, que desde aquella tarde, cuando nos reunimos en el chiringuito, y Adrián y Celinda se quedaron solos, he venido observando en él una frialdad e indiferencia para conmigo, que ha ido creciendo día a día. Aparte de que muchas veces lo he sorprendido espiando a Celinda, tras las cortinas del ventanal del salón, cuando ella ha salido a la terraza o se ha asomado a través de los cristales. Y, cuando se encuentran fuera de casa, ambos se deshacen en sonrisas y palabras melosas.
   -Yo también  me he dado cuenta de ese recíproco flirteo, Bea. Lo que pasa es que reconozco tener un temperamento tranquilo y conformista, en el sentido de que prefiero callarme, antes que porfiar y discutir con nadie. Pues pienso que todo el mundo tiene derecho y es libre para decidir por sí mismo en cuestiones puramente personales. Allá cada cual.
   -Así es, Leandro, pero es muy humano tratar de defender lo que creíamos que nos pertenecía. Ese fue el motivo que me empujó, esta mañana, a llamar por teléfono a nuestros amigos, Carlos y  Reme: el desahogarme y pedirles ayuda. Me atendió Reme, pues Carlos no estaba en casa. Le conté lo de Adrián y lo de Róber y el estado de ánimo tan hundido en que me hallo. Ella me dio ánimos y me dijo que Carlos hablaría con Celso sobre estos problemas, ya que tiene con él una gran amistad y conoce los insospechados recursos que posee, así como su extraordinaria sensibilidad y celo por realizarlo todo de acuerdo con la regla de oro que rige en su mundo: la de que "el bien de los demás tiene preferencia sobre el bien particular de uno mismo". Y que se pasarían, a las tres y media, a recogerme para ir juntos a visitar a Celso. Tú, Leandro, ven también con nosotros. Serás bien recibido y ten por seguro que esa visita va a sernos provechosa a ambos.
    -¿Cómo no, Bea? Tanto a Carlos como a su mujer los aprecio y admiro, desde aquella tarde del chiringuito, por lo que nos contaron sobre ellos, y sobre Celso...
   - ¿No oyes, Leandro, el ruido de un coche? Juraría que es  el todoterreno de Carlos. Vámonos a su encuentro.

    En el momento en que Bea y Leandro salían del portal, Carlos y Reme lo hacían del coche, que lo habían dejado aparcado junto a la verja del parque de  sus viviendas. Mientras mutuamente se saludan, Carlos dice a Bea:
   -Pero, querida Bea, ¿qué os pasa? ¡Vaya, con Adrián! Voy a tener que tirarle de las orejas, por esas brusquedades que ha usado contigo. Quizás sólo se haya tratado de una rabieta pasajera, algo así como una tormenta de verano.
   -Sí, Bea -le anima Reme-, ya verás cómo todo queda en nada. Son zarandajas normales en las parejas. ¿No te parece, Leandro?
   -No sé, Reme, ojalá sea así...
   -Hum... Leandro -le dice Carlos-, no te veo muy animado. Y Celinda ¿cómo no te ha acompañado para visitar a Celso?
   -Pues... por lo que venimos comentando... Los escollos que suelen aparecer en las relaciones de las parejas. Esta mañana salió de casa enfadada y... aún no ha vuelto. Y lo que más siento es lo mucho que sufren los hijos cuando presencian o intuyen un desenlace tan tremendo como una ruptura entre sus padres...
   -Por favor, Leandro -responde Carlos-, no seas tan pesimista. Ya verás cómo Celso nos da a todos alguna receta adecuada para aliviar nuestros pesares...

   Anduvieron, durante un minuto, hacia el faro, cuando Reme, jubilosa, anunció:
   -¡Celso a la vista, chicos! -gritó, al tiempo que agitaba los brazos, para que Celso se percatara de que eran ellos.

   Celso, muy sonriente, vestido con una blusa verde botella y suelta por encima del pantalón, color naranja, saludó de lejos al grupo, con profunda reverencia, doblando su tronco en ángulo recto. Enseguida se irguió, avanzó hacia ellos, besó a Bea y a Reme, y estrechó la mano a Leandro y a Carlos.
   -Te agradezco, don Carlos, que vuelvas a visitar al guardián de vuestro hermoso faro; con mayor motivo, viniendo tan bien acompañado, ¡ja, ja, ja! -dijo, riéndose alegremente.
   -Sí, amigo Celso, tienes razón, ya era hora de que volviera a visitarte. Y, como acertadamente dices, muy bien acompañado de nuestros amigos Bea, Leandro, y de Reme mi mujer, a la que ya conoces.
   -Sí, claro, a Reme y a vuestros hijos Paqui y Manuel ya los conozco. ¿Dónde están ellos?
   -Se han ido a la playa, junto con Róber, el hijo de Bea y Adrián -dice, señalando a Bea- y con Alicia y Enrique, los hijos de Leandro y Celinda -añade, moviendo la barbilla hacia éste. Todos ellos excelentes amigos.
   -Ya sé que, hasta ahora, habíais formado un grupo de amigos muy majo -reconoce Celso-, aunque con quien más suelo coincidir en el súper es con Reme. Por cierto, Reme, quiero aprovechar la ocasión para agradecerte que me recomendaras artículos como el aceite de Martos, el duende del anís de cualquier sitio de España, sea del mono, la castellana, o la estepeña, la receta del gazpacho andaluz y otros más. Todos los he probado y son geniales , ¡ja, ja, ja! -dijo Celso, riendo y haciendo reir a todos.
   -¡Celso, Celso que me estás resultando algo pillín! -contestó el alcalde, sin dejar de reir.
   -De pillín, nada, Carlos -añadió Leandro-. Celso tiene buen gusto y sabe apreciar lo bueno de nuestro país. Luego te daré una nota con la receta del cocido madrileño, para que no olvides a Leandro, amigo Celso.
   -Yo, Celso, soy de Barcelona -le dice Bea- y, cuando quieras, te enseño a preparar butifarra con alubias, caracoles en salsa, pa amb tomaquet, conejo con caracoles, y tantas otras recetas, pues los catalanes de las piedras hacemos panes.
   -¡Qué buenos sois todos conmigo! -les agradece Celso-. Ya me informaré sobre la preparación de esos platos y os invitaré a una demostración de mis habilidades culinarias, ¡ja, ja, ja! Y, ahora, pasad a este viejo y amoroso faro, cargado de experiencia y de increíbles e innumerables secretos. Seguidme, por favor.
 
   Entró Celso, seguido de los cuatro amigos. A pesar de la escasa claridad que había en la sala de la planta baja, podía distinguirse una mesa redonda en el centro, rodeada por un banco corrido y circular, con respaldo adosado, rematado con un reposa-cabezas almohadillado. Luego abrió la puerta del reducido, pero bien aprovechado, cuarto en que se halla la cocina, comedor y despensa, con una alacena al fondo, una mesita y dos sillas.
   Celso rogó que se sentaran en el banco circular y apoyaran la nuca en el reposa-cabezas para contemplar un breve espectáculo que, de inmediato, iba a desarrollarse. De pronto, el interior del faro se ilumina, convirtiéndose sus cóncavas paredes en mágicas pantallas, en las que aparece el mar en calma, resplandeciente como un fantástico diamante azul, rodeando un islote en que, se supone, está Celso y los amigos visitantes. En la lejanía se ve un horizonte montañoso, con abundante arbolado. Y arriba, en el cenit de la bóveda rosada, un maravilloso sol dorado.
   -¿Percibís la tibia brisa, perfumada de algas y sales marinas? ¿Escucháis esa suave melodía, procedente de aquel escarpado monte que veis en la lejanía? Es el canto de las cinco raras gaviotas, que vienen volando hacia este islote. ¿Qué os parece su canto, cada vez más cercano? -pregunta Celso.
   -Realmente conmovedor -le responde Bea-. Aunque noto en él como un deje de tristeza.
   -¿Por qué habían de estar tristes? - comenta Reme, bromeando- Viven en un lugar privilegiado. No tienen que pagar hipoteca, impuestos, colegios, coche, dentista, lista de la compra, etcétera. No lo entiendo.
   -Reme, por favor -le susurra Carlos.
   -No pasa nada -dice Celso-. Todo lo contrario. Prefiero que estéis relajados, pues vais a necesitarlo.
Mirad las cinco gaviotas. Ya han llegado. Se han posado sobre la arena de esta estrecha playa que bordea nuestro islote. Parecen iguales. Las cinco son blancas como la nieve, pero no. Si os fijáis bien, en el cuello de cada una hay un anillo de distinto color al de las demás.
   -Es curioso. ¿Y qué significa eso? -pregunta Leandro.
   -Os costará creerlo, pero cada una de esas gaviotas es un reflejo del espíritu de cada uno de nosotros -les asegura Celso.
   -¡Ja, ja, ja! Hombre, Celso, eso ya es demasiado. No querrás que me lo crea así porque sí. ¿Y cuál es la gaviota que refleja mi espíritu? -pregunta Leandro, con evidente sorna.
   -Muy fácil -contesta Celso, con sonrisa y semblante propios de un padre hacia sus hijos pequeños-. Dentro de un momento, cada una de esas gaviotas va a ofrecernos, por separado, un canto sin palabras, pero que lo va a entender, a la perfección, sólo uno de los cinco que aquí nos encontramos. Pues sólo él puede reconocer sus propios sentimientos, ideas, estado de ánimo, deseos, impulsos, etcétera, expresados en ese canto y que son reflejo del interior de su espíritu.
   -O sea que, difícilmente va a pasar desapercibida  cuál sea la gaviota chivata de cada uno de nosotros, ¿no es así?
   -Bueno, depende de la capacidad de autodominio de cada uno de nosotros -precisó Celso-. De todas formas, aunque quedara de manifiesto qué gaviota corresponde a cada uno, no por eso los demás van a descubrir los motivos causantes de los cambios gesticulares de cada cual.
   -¿Ni siquiera tú. Celso, te enterarás? -pregunta Carlos.
   -Bueno, no quiero engañaros. Sí que lo sabría, pero podéis tener plena confianza en mí. En cuanto a guardar secretos, yo soy como una tumba.
   -¡Lagarto, lagarto! -exclama Reme, aguantando la risa- Hijo, me estás poniendo las pestañas como un erizo. ¿Dónde te han enseñado todas esas jerigonzas de magia rosa?
   -Pues en un lugar bastante lejano, doña Reme. Algún día podríamos reunirnos, todos los aquí presentes, para hacer un viajecito hasta allí -dijo Celso con sonrisa de oreja a oreja.
   -Te tomo la palabra, Celso -le dice Carlos, levantado el índice-. Nos debes un viaje a ese mágico lugar, a realizar antes de un año.
   -Por mí no hay problema. Por vosotros... lo veo más complicado -le contesta, riendo-. Y ahora, contemplad las gaviotas, moviéndose impacientes, mientras nos miran inquisitivas.
    La del collarino azul está abriendo su pico e inicia su cántico. Sorprende su voz enérgica y segura. La melodía transmite, en su inicio, una sensación de paz que revela el estado anímico, equilibrado y tranquilo, de uno de nosotros. Aunque, al final, inesperadamente, la melodía se convierte en un lamento de inquietud y temor ante una situación jamás experimentada y que ella cree inescrutable.
    A continuación, la gaviota del cuello rosado da tres pasitos hacia nosotros y nos dedica una fugaz y tímida mirada. Comienza su canto, sorprendiéndonos su tono brioso y alegre que denota el estado de felicidad en que se halla. Pero, pronto, esa bonanza se altera, dando paso a una situación dolorosa, expresada por su música con tal realismo que, incluso, se escucha el llanto de un niño y frases irritantes entre los restos de un naufragio irreparable. Cabizbaja, la gaviota vuelve junto a sus compañeras, y se queda, abstraída, contemplando las pequeñas ondas del mar, con una tristeza infinita.
   La tercera gaviota, de anillo verde en el cuello, revolotea con gran naturalidad, alejándose del grupo, observando y disfrutando la naturaleza, así como los trabajos y afanes humanos, y aceptando, sumisa, la fortuna favorable o adversa, sin temor a lo que la vida o la muerte le deparen. Todo eso trata de reflejar en su canto, aunque, al final del mismo, un inesperado revés la obliga a retorcerse de dolor y a llorar en silencio... Con dificultad, la gaviota alicaída regresa de su largo vuelo y corre hasta el grupo, acercando su cuerpo a las demás, buscando calor y afecto.
   La gaviota de cuello amarillo llega hasta la maltrecha compañera, recién llegada, y la acaricia, rozando su cabeza con la de ésta. Después retrocede un paso, y mientras  pasea su mirada sobre cada una  de las cuatro, se arranca en un canto exultante, pletórico de alegría y de puro afecto hacia ellas.
   Finalmente, la gaviota del collarino rojo, colocándose en medio del grupo, extiende sus alas sobre ellas, levanta la cabeza hacia el sol e irrumpe en un himno puramente musical, que todos interpretan como de exaltación de la verdad y el amor.
   ¿Qué os ha parecido? -pregunta Celso, dando una palmada y desvaneciéndose, instantáneamente, el espectáculo virtual ofrecido- Reconozco que, a no ser el propio interesado, los demás no habréis adivinado a quién de nosotros corresponde cada uno de los cánticos de esas gaviotas, ya que todos habéis estado gesticulando sin parar. Me la habéis jugado, bribones. En mi mundo somos más serios.
   Como ya os dije, yo sí he reconocido a quién corresponde cada uno de esos cánticos. Y como Carlos, en vuestro nombre, me ha pedido apoyo y consejo para superar vuestras dificultades y cuitas, vamos, ahora a contemplar y analizar el cogollo o núcleo de esos problemas. Seguidme, por favor, hasta la terraza de la linterna del faro -les pidió, iniciando el ascenso por la escalera de caracol.

   Mientras suben, Reme hace algún jocoso comentario que anima a los demás a corresponder con otras divertidas ocurrencias. Luego, Celso les anuncia que les va a mostrar algo que en la Tierra no existe, a pesar del gran avance de la tecnología, conseguido por los humanos en estos últimos años. Se refiere, según sus explicaciones, a una cámara grabadora tele-psico-dirigida a voluntad del usuario; y tan ligera e inofensiva como una pompa de jabón, dotada de una sorprendente definición de imagen y sonido.
   Una vez en la plataforma, y mientras los cuatro visitantes admiran el fantástico paisaje que se les ofrece desde aquella altura, Celso despliega cinco sillas y una marquesina, que tiene plegadas junto a la balaustrada que rodea la plataforma. Luego, saca de la caja el cubilete y el tubito productor de pompas grabadoras. Se coloca junto a la base de la linterna, de pie firme y de cara en dirección hacia la playa del pueblo. Se lleva el tubito a la boca y aspira profunda y largamente, ante la mirada, sorprendida y curiosa, de los cuatro amigos que, sonrientes, se miran en silencio.
   Bea no puede evitar preguntarle:
   -¿Qué está haciendo, Celso?
   Pero, Celso, absorto en su laboriosa tarea de aspirar, no contesta, sino que, tras dos minutos, levanta la mano, señalando hacia un punto blanco, una minúscula esferilla, apenas perceptible en la lejanía, sobre la vertical de la playa del pueblo. Los cuatro visitantes observan y admiran cómo esa esferilla va creciendo progresivamente, conforme va acercándose hacia el faro. Cuando la esfera llega hasta el faro, Celso realiza una larga y profunda aspiración, a través del tubito. La esfera es atraída hasta quedar pegada a la abertura del tubito con que Celso aspira. Enseguida, Celso deja de aspirar, y pasa a la acción contraria: sopla por el tubito hacia afuera, aunque muy lentamente y con gran tiento, para no reventarla. La esfera crece y crece, hasta alcanzar un volumen de medio metro de diámetro. La pompa, tras quedar flotando durante varios segundos, asciende hasta el vértice romo de la linterna, sobre el que queda girando lentamente, mientras en su blanca superficie, como en una pantalla de cine, van apareciendo imágenes de personas a la puerta de un restaurante, junto a la playa. Los visitantes del faro observan, pasmados, que, entre los que se ven en la puerta del restaurante, se halla Adrián.
   A través de la puerta se escuchan las doce campanadas de mediodía, procedentes del señorial reloj de péndulo que preside el vestíbulo de recepción. Momento en que se ve a Adrián, entrando junto a otros invitados a la reunión. La blanca pompa continúa con sus giros, mostrando cuanto tiene grabado sobre esa reunión. Conforme van entrando en la sala, Humberto, de pelo blanco, gafas oscuras, traje gris alpaca, y moderador de la reunión, va recibiendo y saludando a cada uno de los invitados. Una vez acomodados todos en torno a la rotonda mesa, según las instrucciones de Humberto, quien inicia la reunión diciéndoles:
     -Bien, señores, os estaréis preguntando quiénes somos los aquí reunidos, quién o quiénes os ha convocado y qué se pretende con esta asamblea-convite, porque también comeremos, no faltaría más, ¡ja, ja! -bromea, para romper el hielo-. Empezando por lo segundo, todos nosotros pertenecemos al partido que gobierna, siendo el consejo político del partido el que nos ha convocado. En cuanto a quiénes somos, y siguiendo el orden en que estáis sentados a partir de mi derecha, iré indicando el sector social al que representáis. En cuanto al nombre de cada uno, mejor lo reservamos para la comida. Pues bien. Comenzando por los señores que ocupan los tres primeros asientos, son los gerentes de tres importantes empresas de esta localidad. Los dos siguientes son jefes de departamento en empresas, también, muy relevantes. A continuación están sentados dos señores, directores de distintas entidades bancarias. Y los cinco últimos, que cerramos el círculo de participantes en esta mesa, somos miembros de la comisión política del partido. En total, sumamos doce. Sólo falta uno para que esta asamblea se parezca, al menos en el número, a la última cena de Cristo con sus apóstoles. Aunque no sé si,el que falta, es Cristo o Judas -dice, provocando una ruidosa carcajada-. Como podréis suponer, la reunión ha sido promovida por el órgano controlador de objetivos, del partido. Y el motivo no es otro que que la alarma despertada en el partido, por Carlos Civantos, el alcalde de este pueblo con su política socializante y populista, cada día más alejada de las directrices de nuestro partido, al que, paradójicamente, también él pertenece. ¿Coincidís también vosotros en esta apreciación, o es cosa sólo de unos pocos exaltados puristas? -dice, levantando las manos y sugiriendo las comillas con los dedos.

   Uno de los representantes de entidades bancarias, levantando la mano, le contesta:
    -Creo que está muy claro que, en este pueblo, existe una singular tendencia político-social, impulsada principalmente por su alcalde, opuesta abiertamente a la ideología liberal, la única que merece nuestra adhesión y que, por supuesto, será la que terminará triunfando sobre todos esos trasnochados soñadores utópicos, de mentes míseras, esclavas y resentidas que alimentan esperanzas vanas y engañosas sobre la pronta desaparición de las clases sociales, la de los ricos y la de los pobres. Lo que jamás lograrán, por mucho que ladren los perros desagradecidos, que se atreven a morder la mano de quienes les echan de comer, ingratos estúpidos.
 
   A continuación toma la palabra uno de los empresarios, sentado a la derecha de Humberto.
   -Sobre la línea de actuación del alcalde, creo que todos los aquí reunidos coincidimos en que es errática y desacertada. Él pretende ganarse a la gente prometiendo que se les concederá cuanto pidan. Quizás piense que el Estado es una ONG. Tiene gracia la cosa. Pertenece a nuestro partido y, sin embargo, emplea tópicos y demagogia izquierdista y populista, dirigido por la varita mágica de algún mago de turno o iluminado por un rayo celestial. Opino que su actuación es nefasta para nuestras empresas y, sin duda, contraria a las expectativas de nuestro partido.
   -Estoy plenamente de acuerdo con vosotros - interviene otro del grupo de Humberto-. Todos nosotros tenemos muy claros los objetivos de nuestro partido, así que hablemos sin tapujos. Cada partido sirve a los intereses de una clase, grupo social o intereses particulares de alguien. Nosotros buscamos el mayor bienestar y riqueza para los que luchan y se esfuerzan por conseguir esa aspiración muy legítima en una sociedad libre. A los demás parásitos, tarados, abúlicos, cobardes, soñadores, etcétera, tendremos que compadecerlos, echándoles las migajas que sobren a los poderosos, para conquistarlos en nuestro propio interés, con falsas promesas e informaciones sibilinas. Eso sí, procurando no alertarlos ni alarmarlos. Por eso, a los políticos de nuestro partido hay que aleccionarlos, haciéndoles leer y meditar las enseñanzas de Maquiavelo, por ejemplo. Hay que adiestrarlos en el arte de convencer y persuadir dialécticamente, explotando la magia del deslumbre, del sofisma, de la diplomacia... No puede tolerarse tanta estupidez, falta de mano izquierda, de dominio y flexibilidad léxica y discursiva, en personajes de nuestro partido con importantes cargos políticos, que no paran de hacer declaraciones calamitosas.
   -Ya veo, con enorme satisfacción -manifiesta Humberto-, que todos coincidimos en descalificar la actuación del alcalde. No podría ser de otra manera. Como muy bien acaba de afirmar el anterior camarada, aquí somos todos de confianza y podemos hablar sin tapujos. Nuestro partido defiende el sistema más natural y en consonancia con la condición humana, que no es otro que el liberalismo económico-político-social. Al que nuestros envidiosos y resentidos adversarios denominan, peyorativamente, capitalismo. Pobre y ruin reacción de los desafortunados, incapaces de escapar del rebaño, prefiriendo obedecer el cayado del pastor y tener asegurado el mísero pasto, antes que luchar por la libertad de acción y de pensamiento. La teoría del liberalismo es la más lógica entre las diversas teorías a las que nos referimos. Todo ser humano es libre para prosperar y enriquecerse. Pero eso lo conseguirá el que conquiste ese premio, es decir, el más esforzado, más listo, más fuerte y más poderoso. La naturaleza sabia nos alecciona diciéndonos: "Haced como yo". Yo ayudo a las especies fuertes, luchadoras, intrépidas, lúcidas, decididas, rápidas. Los medios para lograrlo son irrelevantes. Lo que importa son los resultados. Fijaos cómo actúan los animales: los fuertes, decididos y valientes son los que salen adelante, conquistando y arrebatando cuanto les apetece, pese a los perjuicios de los más débiles. Por eso, carece de sentido que un alcalde de nuestro partido se dedique a resolver papeletas a los que no quieren molestarse, no saben o no valen para progresar y triunfar por encima de los ineptos o mediocres. La misión del alcalde de nuestro partido, por el contrario, debe ser favorecer y apoyar a los que actúan y luchan de acuerdo con las pautas y objetivos de nuestro partido liberal. Por lo tanto, está claro que el actual alcalde no merece figurar como afiliado a nuestro partido y debe ser removido de ese cargo público. Y, ahora, les toca opinar a los representantes de empresas privadas.

   Y, tras un minuto de indecisión sobre quién de los dos empleados tomaría la palabra, fue Adrián quien lo hizo, dado el insistente ofrecimiento del compañero en que fuera él quien hablara.
   -Pues, ante todo -comenzó Adrián-, tengo que expresar mi conformidad con la postura que todos vosotros habéis adoptado. Los objetivos de nuestro partido, obviamente, son los exigidos por la teoría liberal. Pero la razón profunda que respalda a esa teoría liberal o ¿por qué no decirlo? al sistema capitalista, hay que buscarla en las ideas filosóficas de Nietzsche. Dios no existe, por tanto es vano  asegurar que Dios es el fundamento del derecho, de la justicia, de la ética, de la verdad, ni de nada de lo que sostienen los creyentes cristianos y otras religiones. En lugar de ese dios bíblico, se alza en el mundo el superhombre, que es el Dios que realmente dicta dónde está el bien y el mal, así como qué es lo éticamente correcto y qué no. Al superhombre, todo lo que le sirva para medrar y aumentar su estima personal, le está permitido y recomendado. Lo contrario no sería propio de él. Sería rebajarse y ponerse a la altura del hombre rebaño, escoria de la humanidad, que sólo sirve para que el superhombre lo pisotee y le sirva de objeto más o menos útil para sus intereses. Todo lo demás ya lo habéis dicho vosotros perfectamente.

   Ante las palabras de Adrián, Humberto cambia de semblante, palideciendo. Una vez repuesto, contesta a Adrián, con estas palabras:
   -Adrián, perdona que tenga que hacer algunos reparos a tu personal explicación sobre las ideas filosóficas que, según dices, respaldan el liberalismo. Quizás tengas razón, pero procura reservártelas para ti. Vale que hables así entre nosotros, pero, ¡cuidado! porque esas ideas no son, políticamente, correctas. Son muy peligrosas. No seamos ingenuos. Al partido le interesa ganarse el aprecio y confianza de la gente, es decir, a la gran mayoría del electorado de este país. Y como la gran mayoría es conservador, cristiano viejo, etcétera, no se le puede espantar con teorías, para ellos raras, que suenan a ateísmo extranjero y antiespañol. El electorado debe ver en nuestro partido un adalid de sus creencias religiosas, un defensor de sus derechos e intereses, e incluso de su folklore, de sus usos y costumbres, made in Spain. Hay que hacerles ver eso y también la gran torpeza y graves consecuencias que supone el prestar oídos a los engañosos silbos de sirena de otros partidos políticos, que reivindican y prometen mucho, cuando lo único que pueden repartir es pobreza.
   Bien, pues me parece que la postura de los aquí reunidos, respecto a la actuación del actual alcalde es unánime. Creemos que el alcalde persigue objetivos muy distantes y distintos de los fijados por nuestro partido. Y, en consecuencia, debe ser destituido o forzarle a dimitir voluntariamente. ¿No os parece?

   La respuesta no es otra que un aplauso general, incluido el de Adrián.
   -Pues, señores, os reitero el agradecimiento de nuestro partido y el mío propio. Y os invito a que, durante el lunch que, a continuación, van a servirnos, cada cual aporte ideas sobre cómo lograr la dimisión del alcalde de la forma más discreta -termina diciendo, Humberto, mientras avisa al camarero, pulsando el botón de llamada.

    Es, entonces, cuando Celso, al pie de la linterna del faro, levantando el brazo, chasquea los dedos, y la pompa deja de emitir imágenes.
   -¿Qué os ha parecido el contubernio? -pregunta Celso.
   -Por alusiones -dice Carlos, el alcalde, riendo-, soy yo el primero que debe contestar. La cosa está clara. Mi actuación no es, en absoluto, grata al partido del gobierno. Pero ya os comenté cómo y por qué me alisté en sus filas. Y mi convencimiento de que son los políticos y los partidos políticos los que deben estar al servicio del Estado y no al contrario. No me extraña que me tachen de traidor y enemigo de sus intereses, después de escuchar cuáles son sus auténticos objetivos y los medios que deben emplear para lograrlos. ¿Es posible que engañen, de forma tan descarada, a su propio electorado? En mi tierra, a los que actúan de esa forma se les cataloga como lobos con piel de oveja. En el fondo no les preocupa, realmente, el bienestar de todos los ciudadanos del país, sino el triunfo de las aspiraciones liberalistas del capitalismo: que la clase rica sea cada día más rica y poderosa, a costa de la pérdida de derechos de la clase obrera. Por supuesto que no esperaré a que me destituyan. Me marcharé yo, voluntariamente.
   -Te aconsejo, don Carlos -le dice Celso- que, primero, lleves a cabo un plebiscito en el pueblo sobre si quieren que continúes de alcalde o no.
   -No, Celso -le contesta don Carlos-, la legislación autonómica no permite plebiscitos locales, si no es en las fechas en que sean convocadas, oficialmente, las elecciones municipales.
   Ya, pero el plebiscito que yo te propongo no es para que te elijan o te depongan de alcalde -le aclara Celso, risueño-, sino para comprobar que están o no de tu parte. Sería totalmente legal. Nadie podría prohibirlo.
   -¡Ah, sí! ¿y cómo? -le pregunta don Carlos.
   -Muy sencillo. A través de internet -le aclara Celso- yo mandaré un mensaje a varias direcciones estratégicas del pueblo, proponiendo y dando instrucciones sobre cómo, cuándo y por qué se haría el referéndum. El texto del mensaje podría ser éste: "Se ha detectado un subrepticio complot, por parte de determinados elementos, con indudable poder fáctico, para desprestigiar y lograr que el actual alcalde dimita o sea destituido. A fin de hacer frente a ese injusto proceder, quienes reconocemos la positiva y eficaz actuación de nuestro alcalde, proponemos realizar un original plebiscito, consistente en que los ciudadanos, que estén de acuerdo en que don Carlos Civantos continúe ejerciendo el cargo de alcalde de esta localidad, se sirvan expresar su adhesión a él, colgando una sábana en la ventana de su vivienda, el día 1 de agosto de 2014".

   La reacción de los cuatro visitantes es el de una explosiva y prolongada carcajada.
   -No me jodas, Celso, y perdona que te hable así. ¿Cómo se te ocurre semejante modelo plebiscitario? ¿En dónde lo has visto o leído?
   -Simplemente porque es legal y eficaz, amigo Carlos -aclara Celso.
   -Creo que Celso tiene razón -dice Leandro-. A primera vista parece algo disparatado, pero lo cierto es que, si todos los que están conformes con la gestión de Carlos, cuelgan la sábana en el alféizar de la ventana, sería una espectacular y convincente manera de demostrar los muchos que le apoyan , sin quebrantar ninguna ley.
   -Por supuesto que sí -añade Bea, con visible enojo-. Todos esos embaucadores, aprovechados, o trastornados por teorías insolidarias y delirantes, como las escuchadas a mi marido, iban a salir bien trasquilados.
 
   Dicho esto, Bea se cubre los ojos con las manos, mientras agacha la cabeza, gimiendo.
   -Por favor, Bea, no te derrumbes -le dice Reme, abrazándola. Adrián, si es como debe ser, reconocerá su error y volverá con vosotros, arrepentido por su acción. Si no lo hace, es porque no te merece, querida. No te preocupes, cuenta con todos nosotros.
  -¡Ay, gracias, Reme! Aunque, conociendo a Adrián como lo conozco, sé que es capaz de cualquier locura, con mayor motivo habiendo otra mujer que, al parecer, le hace más tilín que yo. Además, con lo que acabo de escucharle en esa reunión, ya no quiero saber nada de él. Pero es que, aparte de eso, está lo de mi hijo Róber. Esas alucinaciones que padece me quitan el sueño y me llenan de inquietud. Se le repiten muy a menudo. Hace tres días fue algo tremendo. Ocurrió de madrugada, a eso de las cuatro. Yo estaba dormida cuando, súbitamente, como un fugaz relámpago, aparece en mi mente la imagen de Róber con esa expresión de asombro que suele adoptar cuando sufre una de esas alucinaciones. Me desperté de inmediato. Salté de la cama y me acerqué a su habitación. Mi sorpresa fue enorme al comprobar que Róber no estaba en ella, ni en ninguna otra habitación de la vivienda. Salí a la terraza, pensando en que se hubiera desvelado y hubiera ido allí, ya que hacía una magnífica noche, con el mar en calma y una temperatura ideal. Pero no, tampoco estaba en la terraza. Me costaba creerlo, pero ya no me cabía duda, Róber había salido de casa. Una oleada de pánico sentí   subir por mis venas hasta oprimirme la garganta. Mas enseguida me tranquilicé al rastrear, con rápida mirada, el parque interior, y descubrir el bulto de una persona, acurrucada en el escalón de la  puerta de una de las dependencias del bloque transversal del fondo de la urbanización. Bajé precipitadamente las escaleras y, enseguida, llegué hasta Róber, que tenía la frente apoyada contra la puerta.
   "-Pero Róber, hijo, ¿qué te pasa? ¿qué haces aquí y por qué apoyas la cabeza en la puerta?  ¿escuchas otra vez esa música? -le pregunté.
   -Sí, mamá, pero esta noche -me dijo, con voz y semblante trastornado-, además de la música, he visto imágenes terroríficas.
   -¿Qué has visto, Róber? Dímelo, no tengas miedo.
   -Además de escuchar, con total nitidez, las notas del piano, vibrando con rabia, oigo la respiración y gemidos de la pianista, al mismo tiempo que se me ofrecen imágenes, en blanco y negro, de un campo de concentración de los nazis, de ésos que se ven en las películas... y cómo varios soldados, amenazando con las ametralladoras, conducen a las cámaras de gas, a un numeroso grupo de hombres, mujeres y niños, andrajosos y escuálidos. Algo espantoso. Y, al terminar esa visión, sigo escuchando la melodía del piano, con la inequívoca impresión de que la pianista está muy cerca de mí y quiere comunicarme algo, no sé...
 
    -Comprendo tu dolor y preocupación, Bea -dícele Celso, cogiéndole las manos entre las suyas, mientras le sonríe cariñoso-, y aunque, ahora mismo, carezco de una respuesta y solución definitivas a esas extrañas alucinaciones que Róber padece, confío en encontrarlas muy pronto, ya que los de mi mundo estamos dotados de una especial sensibilidad para descubrir hechos del pasado, que siguen activos en la actualidad, produciendo fenómenos parapsicológicos en determinadas personas, motivados por razones difíciles de explicar. Ánimo, Bea.  Y a todos vosotros lo mismo os digo: debéis sentiros privilegiados por haber sido designados para la aventura de vivir en este planeta Tierra y universo al que pertenece, en las condiciones tan adversas, impuestas por el sistema lógico por el que se rigen, y con las limitadas capacidades de vuestros instrumentos corpóreos. Reconozco que vuestra aventura es realmente propia de héroes.
   -Inaudito y sorprendente cuanto nos estás revelando, amigo Celso -exclama Leandro-. De no ser por esas mágicas demostraciones con que has cautivado nuestros sentidos e imaginación, te confesaría mi total incredulidad sobre cuanto nos vienes exponiendo. Pero, no. A pesar del escepticismo innato que preside mi mente, me inclino a creer lo que dices. Lo que, para mí, supone tanto como abrir varias ventanas al sol de la esperanza, cosa que también deseo para Bea, Reme, Carlos y... todo el género humano.

   Reme, entusiasmada con el elogioso comentario de Leandro, irrumpió en un aplauso que secundaron los demás, con ¡vivas! y ¡bravos! a Celso.
   -Gracias, amigos, por la buena acogida que habéis brindado a este atípico extraterrestre, ¡ja, ja! -les dice Celso- Debo confesaros que, durante mi estancia en este bello pueblo de la costa cántabra, he conseguido un precioso bagaje de conocimientos y de emotivas experiencias sobre la Tierra y sus habitantes. He acumulado gran cantidad de imágenes de bellísimos paisajes, bosques y prados idílicos; de animales preciosos, tan auténticos, austeros y resignados; así como de personas de todo tipo, tanto excelentes como despreciables,  aunque, en el fondo, comprendo que todas merecen  el mayor respeto y admiración.
   -Perdona, Celso -le interrumpe el alcalde-, parece, por tus palabras y tono, que nos estás anunciando una despedida más bien próxima que lejana.
   -Pues, la verdad, don Carlos, es que no voy a marcharme de inmediato -precisa Celso-, pero sí para finales de septiembre. Yo también tengo mis compromisos en mi mundo... Y, sin duda alguna, en su cumplimiento, allí somos más estrictos y serios que vosotros aquí, ¡ja, ja, ja!
   -Vaya, Celso, cuánto vamos a echar de menos al guardián del faro, con sus mágicos recursos y sus tonificantes revelaciones -le alaba Leandro. ¿No piensas volver algún día?
   -Como ya he aprendido el camino -le responde Celso-, quizás vuelva dentro de unos años, acompañado de una buena flota de expertos, equipados con tecnologías que os van a resolver muchos problemas. ¿Os parece buena la idea?
   -Sería fantástico -dice Reme, no muy convencida de que Celso no esté hablando en broma-. Y la mejor tecnología, creo que sería una píldora que elevara al máximo la capacidad intelectual de cada ser humano; así como su sentido ético y altruista.
   -De hecho, Reme, ya he dicho que en mi mundo todo funciona perfectamente, no sólo por la privilegiada concepción del sistema lógico que lo rige, sino por el elevado grado de inteligencia de sus habitantes y, sobre todo, por la fuerza innata que los mueve a dar siempre preferencia al bien ajeno, antes que al propio.
   -Digamos, entonces, que los males que nos aquejan a los seres humanos son debidos a un defecto de fabricación ¿no es así, Celso? -concluye el alcalde.
   -Propiamente no es defecto de fabricación -aclara Celso-, sino más bien por exigencias del sistema lógico con que ha sido diseñado vuestro universo y, concretamente, el planeta que habitáis. Y esa píldora que tú, Reme, echas en falta, está en vuestra mano y se llama educación. Educación de la mente y de la voluntad, de los sentimientos afectivos, éticos, estéticos, etcétera. Cualquier otro tipo de píldora o trampa no la aceptaría el sistema. Por eso creo, también, que la solución a todos esos problemas que a cada uno de vosotros os acosan, debéis buscarla y encontrarla dentro de vosotros mismos. Simplemente, aceptando vuestra propia realidad individual, con sus capacidades, limitaciones y necesidades, poniendo toda vuestra mejor voluntad en armonizarla con la realidad de vuestro mundo.
 
   Y mientras bajan por la escalera de caracol, Celso, se despide de ellos con estas palabras:
   -Bueno, amigos, ya os avisaré, tan pronto consiga alguna información o recurso que os pueda  interesar. En cualquier caso, ya sabéis que aquí tenéis a Celso, el guardián de vuestro faro, presto a dispensaros cuanto esté en mi mano o, simplemente, para charlar un rato y conocernos mejor. Y, en agradecimiento por vuestra grata visita, me siento obligado a confesaros la conclusión y convencimiento a que he llegado, tras casi los tres años que llevo  entre  vosotros.
   Tengo que reconocer que, a pesar de los problemas, necesidades, calamidades, carencias y limitaciones que os acucian; a pesar de que vivís acosados por la precariedad, los miedos a vosotros mismos y a cuanto os rodea; a pesar de la inquietud que os despierta el hoy, el mañana, el futuro, lo incierto y desconocido, y especialmente la muerte, para vosotros, tan enigmática como segura; a pesar de todas esas contrariedades, os confieso que  este mundo vuestro es más apasionante que el nuestro. ¡Adiós, amigos!

                                                         Fin del capítulo II

   Felices fiestas de Navidad  2014 y que el próximo año nos enriquezca a todos, en el mejor de los sentidos. Espero publicar, no tardando mucho, el tercero y último capítulo de este relato. Un abrazo y ¡hasta pronto, amigos! Dunscotiano.

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