Historia de otra escalera - (Cap. II)

miércoles, 19 de septiembre de 2007
¡Qué agradecidas son las plantas! Anoche, Clara, cuando me trajo al local de enfrente a dormir en mi caseta, estuvo regando el potho. De madrugada, las hojas de la planta resplandecieron como luceros para transmitirme un nuevo mensaje de Tinterico, amenizado con preciosas melodías y voces estereofónicas. Me desperté y estuve leyendo, de cabo a rabo, el relato increíble de los desaguisados que pueden provocar los seres dañinos que sólo piensan en jorobar. Sentí irrefrenables deseos de salir corriendo o volando en busca de Tinterico y Don Quijote, unirme a ellos y acabar con las brujidiablas y sus desmanes. Espero hacerlo realidad muy pronto. El mensaje decía así:

"Hola, Toby. Aprovecho que las brujas están fuera del castillo para informaros de sus nuevas fechorías. La noche en que te envié el último mensaje, salieron de madrugada de su dormitorio, cuchicheando como dos urracas parlanchinas. Se acercaron, exigentes, al árbol de los deseos a pedir talismanes y ungüentos mágicos:

-¡Vamos! ya está bien de tanto sobar, y ¡a trabajar, holgazanas! -gritó Minga con humor de verdugo medieval en paro-. Mi madre y yo necesitamos tres cosas para llevar a cabo la misión que Asmodeo nos ha encomendado.

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-Pedid, hermosas, lo que preciséis -contestó con premura y agrado la boca de gallo que estaba de guardia.
-Son tres fruslerías -añadió Chinda más diplomática-. Primera: dos cintas mágicas que nos transforme en las hijas de don Baldomero, al adornarnos la cabeza con ellas en forma de lazo. Roja la de Minga, que le dé apariencia de la rubia Kuki, y verde la mía, que me convierta en Barbarita, morena y nerviosa como el café. Segunda: dos sprays prodigiosos con los que rociemos las puertas de los vecinos de Las Oropéndolas para que sientan y hagan lo que nosotras queramos. Y tercera...
-Un coche deportivo, descapotable, rosa mariquita con lunares negros y manos libres -se apresuró Minga a pedir.
-¡Eso está hecho! Con GLP-Secret no hay problema.
-¿Qué dices?
-Perdón, me he ido de vareta. Es que tan temprano no sabe una lo que dice, ja, ja.
De inmediato, unas manazas de pulpo gigante entregaron a las brujas dos lindas cintas, roja y verde, que Minga y Chinda se colocaron primorosamente en la cabeza, quedando transformadas en dos monísimas criaturas: Kuki y Barbarita, respectivamente.
La boca de gallo soltó un sonoro kikirikí de asombro y entusiasmo tal que despertó a todos los demás órganos y apéndices del árbol de los deseos, e incluso se puso en marcha el organillo de las brujas que, inesperadamente, comenzó a tocar una canción de David Bisbal. A Don Quijote, con su pijama invisible de lunares azules, se le salían los ojos de su sitio. Luego, la mano de pulpo entregó a cada bruja una graciosa mochila con el mágico spray dentro. Finalmente, les dieron el coche. Pero ¡vaya coche! Funcionaba por telepatía. Montaron las brujas y ¡brrooouuummm! La revolucionada yeguada del motor atronó. Las ruedas derrapaban ascendiendo en espiral por los muros de la torre y el coche salió disparado como un cohete por la ventana de las tres ojivas.
Se hizo el silencio. Nos acercamos decididos al árbol de los deseos. Don Quijote, en pie firme y con la mirada en el lucero del alba, que nos hacía guiños desde el cielo de la ventana, clamó con voz clara y resuelta:
-Escucha, príncipe de la magia, gran Merlín, amigo de la andante caballería, que un día me favoreciste desencantando a mi señora Dulcinea del Toboso. Demuestra al mundo que nada te une a Asmodeo y que tus poderes son superiores a los suyos. Ruego nos concedas a Tinterico y a mí el poder ver y escuchar, mediante este árbol sumiso, las peripecias que vayan a ocurrir en Las Oropéndolas, por instigación de las brujas Minga y Chinda.
Un trueno bajó rebotando como una roca por la escalera de caracol de la torre, seguido de la áspera voz de Merlín, desplegándose en mil ecos:
-¡Ah, valeroso caballero, estrella de la Mancha. Tu súplica me ha sacado de los camaranchones de mis sueños. Pedid cuanto os apetezca a ese árbol canijo, que yo me encargaré de que os complazca. Y que proteste el bujarrón de Asmodeo, que tengo ganas de decirle unas palabritas.
-Gracias, amigo Merlín, príncipe taumatúrgico, vuelve a tus fantásticos sueños.
En seguida, la rama de los ojos comenzó a proyectar imágenes de Las Oropéndolas, y una boca de labios trasparentes y voz fresca y cantarina, como el chorro de la fuente de tu pueblo, inició así su relato:

""Mucha atención, amigos merlineses, os habla Voz de Agua, en directo, desde Las Oropéndolas. Hoy, uno de septiembre, sábado, a las diez de la mañana, acaban de llegar Minga y Chinda a esta pacífica (hasta ahora) urbanización. Muchos de los vecinos se encuentran ya en el parque, en torno a la piscina, con sus virtuales bañadores multicolores. Otros han salido fuera, entre ellos don César el banquero y Ferina la mujer de Onofre, que tenían que ultimar un trabajo en el banco. Chinda y Minga -en su versión de Barbarita y Kuki- se presentan en la portería y preguntan a Baudelio el conserje si don Baldomero está ahora en su piso. Baudelio -hombre de imprecisa edad, educadas maneras, barba y cabellera abundantes y aspecto algo sombrío, les contesta:
-Sí, debe de estar en su piso, pues en la pantalla del monitor de seguridad no he observado que haya salido de casa.
-Estupendo -dijo Minga-. Nosotras somos familiares de don Baldomero y quisiéramos visitarlo. ¿Podemos pasar?
Baudelio quedó un instante perplejo. En seguida reaccionó:
-Sí, pasen. Su piso es el tercero B.

Llegan las disfrazadas brujas al portal A, sacan de sus mochilas los sprays y, disimuladamente para que no las enfoque la cámara, van rociando las puertas desde la primera hasta la tercera planta.
Llaman al timbre del tercero B. Se abre la puerta y aparece don Baldomero con su hirsuto torso desnudo y un blanco pantalón bermudas.
-¡Hola... jovencitas! -exclamó sorprendido.
-¿No nos conoces? -dijo Minga en voz alta para que Porreto, el vecino del tercero C, oyera fácilmente la conversación a través de las paredes.
-¿Es posible? Pasad, pasad -dijo, abrazándolas.
Rápidamente Porreto pegó la oreja a la puerta. Baldomero cerró la suya e invitó a sus "hijas" a sentarse. Sacó unos refrescos y se sentó también.
-¡Qué alegría veros convertidas en unas muchachitas tan guapas! ¿Y cómo habéis venido a verme?
-Es que estamos de vacaciones en la costa Brava y se nos ha ocurrido visitarte. ¿Te vienes con nosotras a América?
-Os lo agradezco, pero aquí estoy tranquilo y feliz. América para los americanos. Además, cuanto más lejos de vuestra madre, mejor. Por otro lado, tengo que vigilar de cerca mi modesto patrimonio que un día será vuestro.
Siguieron charlando un buen rato, intercambiando risas y arrumacos. Finalmente las "hijas" dijeron a don Baldomero que volverían mañana a despedirse. Luego salieron, cogieron el deportivo y se encaminaron hacia la costa, reventando de risa por el tiberio que acababan de poner en marcha.
Mientras tanto, Porreto, pálido y transfigurado, como si acabara de recibir una revelación del cielo, se sentó en el sofá y se puso a cavilar. Quirica, su mujer, sintió un súbito impulso. Dejó las patatas a medio pelar y salió de la cocina. Alicia, que estudiaba en su cuarto, tiró el libro al suelo y corrió también al salón:
-¿Qué pasa? -clamaron a dúo madre e hija.
-¿No habéis oído? -susurró Porreto.
-Sí, claro, a Baldomero y a sus hijas que han venido a verlo.
-Pero si yo creía que no tenía familia...
-Pues la tiene. ¡Dichosas las niñas!
-¡Qué suerte, tener un padre tan rico! -suspiró Alicia.
-¿Sabéis lo que se me ha ocurrido? -preguntó Porreto.
-Alguna majadería -contestó Alicia.
-No. ¡Ya sé qué debo hacer para que nos toque el cuponazo!
-No me digas -dijo Quirica carcajeándose-, ante todo comprar el cupón.
-Nada de eso. Escuchad. Don Baldomero es multimillonario y tiene dos hijas. Ahí arriba -dijo señalando al techo- existe una buhardilla a la que no tiene acceso lo comunidad, pero nosotros sí, porque, hace tiempo, abrí un portillo que está camuflado con el cuadro que pintaste en las amas de casa.
-Sí ¿y qué más? -dijo incrédula Quirica.
-En la granja, en la que trabajo, utilizamos un spray adormecedor para que los pollos no sufran y no se queden rígidos cuando se les corta el cuello. En la caja de las medicinas tengo uno guardado. Esta misma noche, a las doce, llamaré a la puerta de don Baldomero, vestido con el disfraz de gato romano del pasado fin de año. Cuando don Baldomero abra, ¡flusssshhh! le rociaré con el duermepollos, meto en casa a don Baldomero, lo amordazamos y lo subimos a la buhardilla, donde lo dejaremos atado y dormido en el camastro, a oscuras, claro. Luego dejaré sobre la mesa de su casa una nota, con letras mayúsculas que digan: "SI QUERÉIS VOLVER A VER A VUESTRO PADRE SANO Y SALVO, DEBERÉIS DEJAR SOBRE ESTA MESA UN MILLÓN DE EUROS, Y DESPUÉS NO VOLVER HASTA EL DIA SIGUIENTE, EN QUE PODRÉIS ABRAZAR A VUESTRO PADRE, FRESCO COMO UNA ROSA".
-¡Papá, eres genial! -aplaudió Alicia entusiasmada- Se acabaron las estrecheces. Yo dejaré el colegio y me dedicaré a cantar, que es lo mío.
-Y yo abandonaré el tanatorio y me haré esteticién -añadió Quirica.
-Pues yo me iré de la granja y realizaré mi sueño: presentarme para concejal de festejos en el ayuntamiento. No perdamos tiempo y manos a la obra. Todo tiene que estar listo para media noche. Yo pondré la cámara vigilante del pasillo mirando para Pontevedra.

Mientras tanto, Susina, la del tercero A, que había estado bañándose en la piscina con la enagua puesta, oculta por un bañador virtual de estrellas, se dirigía hacia su piso en el preciso momento en que don Baldomero salía del suyo. Susina sintió galopar el corazón y se detuvo sonriente ante él.
-Buenos días, don Baldomero, ¡qué calor hace hoy! ¿verdad?
-Sí, lo hace, pero tengo que salir, si quiero comer en el restaurante.
-Pues mire, tengo preparada una paella riquísima, con gambas bailando sevillanas de lo frescas que están. Hágame el favor y acompáñeme a comerla.
Don Baldomero aceptó. Entraron en casa de Susi. Ella estuvo secándose el pelo y demás complementos, y se puso un bañador enterizo que le ocultaba la enagua de la promesa. Don Baldomero se quitó la camisa y se quedó sólo con las bermudas. Se sentaron a la mesa. Mucho se le insinuó ella, pero don Baldomero como si oyera música celestial. Susina llegó a proponerle, sin tapujos, acabar con sus respectivas soledades, rompiendo el tabique de hipocresía que los separaba y dando rienda suelta a las pasiones salvajes amarradas en su interior. Don Baldomero le miró fijamente al ojo izquierdo primero y luego al derecho. ("Bellos ojos negros, si estuvieran en su sitio -pensó). Luego Susina le habló de su hijo Leonardo, de la carrera sobre psicología canina que él había emprendido y sus planes de abrir un consultorio.
-Él sueña con llegar a ser un Sigmund Freud perruno, pero necesitaría el apoyo de alguien con posibles para montar el consultorio.
-Bueno, Susina, de lo de Leonardo me encargo yo -dijo don Baldomero, no viendo otra salida.
-¿Y de lo mío, quién? ji, ji, ji -preguntó con pícaros aspavientos.
-Mujer, no hay que precipitarse. Chi va piano va lontano.
-De piano, nada. Mañana mismo cenaremos aquí. ¿Te parece? Ji, ji, ji.
-Vale, vale, Susina. No faltaré. A ver con qué me sorprendes.

Elvira, moradora del segundo D, ha aprovechado la mañana para comer con el director de zona de su compañía de seguros. Una vez en casa, se quita los zapatos y se tumba en el sofá. De pronto siente como si en su cabeza se hubiera desatado un terremoto con epicentro en el portal A de Las Oropéndolas. Nota que por sus venas trota una fuerza hambrienta de codicia y maldad. Quiere ser dueña y señora de la urbanización, de sus moradores y, sobre todo de los capitales de algunos de ellos. Le parece haber descubierto en don Baldomero una secreta inclinación homosexual hacia Hipólito Centella, el joven inventor del primero D. Sin pensarlo dos veces, salta del sofá, baja a casa de Hipólito. Lo encuentra ataviado con un delantal ornado con figuritas de sandía y platanitos.
-Hola, genio -le saluda Elvira, muy sonriente-. Vengo a pedirte que subas a revisar uno de los grifos de la cabina multiaseo que te compré. De paso, quisiera proponerte algo.
-Tú dirás -contestó Hipólito, poniéndose rojo como las sandías del delantal.
-¿Podemos sentarnos?
-Sí, por favor.
-Verás, Hipólito. Nadie duda de lo prácticos e ingeniosos que son tus inventos. Es lástima que mucha gente no se aproveche de ellos. Tú el primero. Fácilmente podrías enriquecerte con ellos. Pero, claro, ante todo hay que fabricarlos, y eso cuesta una pasta que tú no tienes. Necesitarías alguien que te lo financie. Yo voy a decirte quién va a hacerlo muy gustosamente.
-¿Quién?
-Don Baldomero. No sólo va a financiar su fabricación y demás, sino que te dará cuanto le pidas.
-No lo creo. ¿A cuento de qué?
-Perdona Hipólito. Tú eres genial, pero bastante despistadillo. ¿No te das cuenta de que don Baldomero bebe por tí los vientos, incluidos los monzones? ¿No has reparado en las miradas que te arroja cuando pasas a su lado?
-No me hagas reir. ¿Don Baldomero colado por mí? Eso sí que tiene gracia.
-Pues así es, y voy a aconsejarte, si me lo permites.
-Dime.
-No seas tonto y aprovéchate. Don Baldomero no tiene familia. Lo sé porque se lo he oído comentar a don César el banquero, que es muy amigo suyo. Tú sólo tienes que mostrarte amable y afectuoso con él, y no espantar algún gesto cariñoso que quiera tener contigo.
-Pero es que a mí los tíos no me van.
-¡Bah! Son tantas las cosas que hay que hacer en la vida, nos gusten o no... Aparte de que todo cuesta hasta empezar.
-¿Y cuál es tu plan?
-Primero. Convenceré a don Baldomero para que contrate un millonario seguro de vida en mi compañía. Como no tiene familia, le persuadiré para que te nombre a tí beneficiario del mismo. Segundo: él aportará el capital necesario para la fabricación y comercialización de tus inventos. Yo me encargaré de buscar clientes. De las ganancias sobre las ventas tú recibirás el 30%, don Baldomero el 50% y yo el 20%. De la indemnización del seguro de vida -en caso de óbito-, tú me obsequiarías con un 50%. ¿Te parece bien?
-A mí lo que me importa, ante todo, es ver mis proyectos hechos realidad.
-Nada, chico, con el plan que te propongo nadarás en la abundancia y podrás entregarte en cuerpo y alma a tus inventos, sin el lastre de preocupaciones rastreras.
De pronto, Elvira repara en un extraño aparato que Hipólito tiene sobre la mesa.
-¿Qué es eso? ¿Un nuevo invento?
-Sí. Es una cámara fotográfica antiorgánica.
-¿Y para qué sirve?
-Precisamente la he inventado pensando en las compañías de seguros. Hay gente que, a su muerte, quiere ser enterrada; otros en cambio prefieren ser incinerados. Este aparato serviría para una tercera opción: la de desaparecer sin dejar ningún rastro.
-A ver, explícate.
-Sí. Hay quien, al morir, desearía desaparecer del todo, sin dejar ni siquiera cenizas. Con esta cámara se le saca una foto al difunto. Acto seguido, queda aniquilado cuanto haya de orgánico ante el objetivo de la cámara.
-Interesante. Muy interesante, Hipólito... -encomió, pensativa, Elvira- Ahora mismo voy a hablar con don Baldomero. Hasta luego.
Elvira subió corriendo hasta el tercero B y llamó a la puerta.
-¡Vaya día de visitas llevo hoy! -dijo don Baldomero mientras abría- No puedo quejarme, ja, ja. Pasa, Elvira, pasa. ¿Qué te trae por aquí?
-Verá, don Baldomero, se trata de Hipólito -contestó Elvira en voz baja, mientras tomaba asiento.
-¿Hipólito? Ya, ya, el chico inventor. Es fantástico. Yo le compré una cabina multiaseo. Una maravilla de chico.
-Es lástima. Su ingenio no es reconocido ni aprovechado como se merece. Con un mínimo de apoyo financiero ese chico se convertiría en una mina de oro.
-Sí, es verdad. Además, es un chico tan majo...
Elvira captó cómo el rostro de don Baldomero se encendía como ascua entre cenizas, lo que la animó a proponerle que financiara la venta de los inventos de Hipólito y contratara un seguro de vida, del que éste sería el beneficiario inmmediato. A don Baldomero le pareció bien su propuesta y le mostró sus deseos de entrevistarse con el chico esta misma tarde.
Elvira se marchó alegre, sonándole cascabeles en su corazón de hielo. Corrió escaleras abajo a comunicar a Hipólito la buena acogida de don Baldomero y sus fervientes ganas de hablar con él.
Hipólito, sin pérdida de tiempo, subió animoso a entrevistarse con él.

Por su parte, Elvira, como un autómata, sacó el móvil de su bolso y marcó el teléfono de don César.
-Buenas tardes, don César, soy Elvira la agente de seguros. Quisiera hablar con usted sobre un asunto urgente. ¿Puedo subir ahora a su casa?
-Hola, Elvira, no sabe cuánto lo siento, pero no estoy en casa. Estoy en el banco, revisando unos balances con Ferina mi secretaria.
-Si no tiene inconveniente, me acerco ahora mismo al banco. El asunto merece que le dedique unos minutos de su precioso tiempo.
-De acuerdo, Elvira, aquí la espero.
Elvira pasó ante el habitáculo de Baudelio el conserje, quien la contempló con atención. Cogió el coche en el garaje y se dirigió al banco.

Desde hace algún tiempo, Baudelio viene observando las miradas furtivas, encendidas de pasión, que don Baldomero, desde su balcón o tras las cortinas, dirige a Hipólito, cuando éste, con su aspecto despistado, el pelo alborotado y su lampiña y pálida anatomía semidesnuda, cruza el parque hacia la piscina. Pero lo que Baudelio acaba de descubrir hace un momento, a través del monitor de seguridad, le ha dejado helado. Ha visto a Hipólito salir muy sonriente del piso de don Baldomero, mientras éste le daba palmaditas cariñosas en el cuello. "¿Qué habrá entre ellos?" -piensa Baudelio-. Y, a pesar de la rigidez inexpresiva de su semblante, su mirada revela estupor, rabia y odio hacia Hipólito...

Llega Elvira al banco de don César. Le abre Ferina.
-Hola, no sabía que trabajaras con don César -le dice con tono indiferente.
-Sí. Hace varias semanas que trabajo con él como secretaria.
-Ah, muy bien. Vengo a ver a don César que me está esperando.
-Sí, sí. Pasa a su despacho, por favor.
Entró Elvira, cerrando la puerta tras ella. Ferina continuó tecleando en el ordenador con receloso semblante, tratando de pescar alguna palabra de la conversación de aquéllos. Pero Elvira y don César procuraban hablar en un susurro.
-Sí, don César, quisiera hacerle unas interesantes propuestas. Me gustaría trabajar para usted, ofreciéndole mi ventajosa condición de agente de seguros.
-¿Y cuáles son esas propuestas?
-Seamos francos, don César. Tanto para usted, como para mí, el tiempo es oro. Si el resultado no es oro, mucho oro, estamos perdiendo el tiempo ¿no le parece?
-Así es, Elvira, y quien piense de otra forma, allá él.
-Pero...
-Ya empezamos. Siempre hay algún pero.
-Es que, lo que voy a proponerle, alquien podría calificarlo de poco ético.
-Bah, tonterías. Las transgresiones éticas, a las que te refieres, han contribuido mucho a que el mundo progrese.
-Bien. En primer lugar voy a proponerle lo siguiente: en la urbanización Las Oropéndolas aún le quedan a usted cincuenta pisos por vender. Yo me comprometo a buscar los compradores, fijando el precio de cada piso en 480.ooo euros escriturables, más 60.000 euros que habrían de pagar con carácter extraoficial y subliminal -es decir en dinero negro-. Lo que resulta un cebo atractivo, ¿no le parece?
-Sin duda. ¿Y qué otra propuesta?
-Ésta es algo más atrevida. Yo sé que don Baldomero tiene depositado en el banco de usted el dinero obtenido en la venta que le hizo de todos los pisos de esa urbanización ¿no es así?
-Sí, así es.
-Usted sabe que don Baldomero no tiene familia que le herede. ¿Quién sería el principal beneficiario de ese capital en el caso de que don Baldomero muriera?
-Eres muy ladina, lagartona. ¿Qué me estás poponiendo?
-Que usted se quede con el dinero de don Baldomero. Así de sencillo.
-Pero, ¿quién y cómo le pone los cascabeles al gato?
-Eso sería cosa mía...
-Y a cambio ¿qué pides?
-Poca cosa. Sobre las ventas de los cincuenta pisos el 50% del dinero negro conseguido, y del capital de don Baldomero que pasara a su propiedad, el 30%.
-Chica eres diabólica, pero veo interesantes tus propuestas. Nada, no se hable más. Acepto el trato.
-Muy bien. Sólo necesito una pequeña formalidad. Un documento firmado por ambos que mutuamente nos comprometa. Él nos mantendrá a salvo de peligrosas tentaciones, ¿no cree?
-Eres sibilina, Elvira. Redacta ahora mismo el acuerdo, lo firmamos y santas pascuas.
Elvira redactó y escribió, por duplicado, el acuerdo. Luego entregó un original a don César y el otro lo plegó cuidadosamente y lo guardó en su bolso.
-Entonces ¿cuándo tendrá lugar el evento? -preguntó don César con sonrisa cómplice.
-Mañana domingo que, con toda seguridad, estará don Baldomero en su casa.
-Fenomenal. Tanta celeridad y precisión merecen celebrarse. ¿Aceptas una copa en la cafetería de ahí al lado?
-De acuerdo, don César, pero rápido, pues tengo todavía algunos asuntos que completar.
-Cinco minutos, Elvira -dijo don César, mientras cerraba el portafolios con un sonoro ¡clic!, tras guardar en él el documento.
Don César dejó el portafolios junto a su mesa y salió con Elvira del despacho.
-Ferina, voy a salir un momento con Elvira. En seguida vuelvo.
-De acuerdo, don César, hasta luego -respondió Ferina.
El rostro de Ferina se iluminó como un sol radiante tras una nube de verano. El clic del portafolios al cerrarse, había resultado revelador para ella. Tan pronto como don César y Elvira salieron del banco, Ferina entró en el despacho de su jefe, levantó el portafolios, lo abrió y descubrió el documento. Lo leyó ávidamente. El horror se reflejó en su cara. Sin pérdida de tiempo, hizo una fotocopia que guardó en su bolso y devolvió el original al maletín.

Simultáneamente, en el primero B, Teodora, Hércules Cejudo y Romualda discutían acaloradamente.
-Es que es verdad -decía Romualda a Teodora-, es penoso que tu marido pase más tiempo en esas carreteras y esas pensiones que en casa, durmiendo contigo como es debido.
-¿Y qué quiere, señora? ¿Me quedo en casa y usted me paga el sueldo?
-No te enfades, "Culito" -decía Teodora a Hércules, tratando de apaciguarlo-, ella te lo dice por tu bien. Podrías dedicarte a otro trabajo con más lustre y que no te obligue a estar tanto tiempo fuera.
-¿Y dónde está ese chollo?
-Mira, "Culito" -le decía mimosa- tú tienes un físico ideal para llevar un gimnasio. Y no somos mi madre y yo solamente las que así piensan. El otro día me lo comentó Silvia, la mujer de Onofre. Me dijo que era lástima que no aprovecharas las óptimas cualidades que tienes para poner un gimnasio.
-¿Ah, sí? ¿Eso dijo? ¿Y ella va a pagarme el local, el equipamiento y todo lo que colea?
-Ella no. Pero otras personas influyentes, a las que yo le hago la limpieza en casa, como son Elvira la de los seguros, don César el del banco y don Baldomero, sin duda que ellos están dispuestos a echarnos una mano, en cuanto yo se lo insinúe.
-No seas pánfila. Esos son como buítres. Sólo quieren el dinero de los demás.
-Vale. Pero para eso está lo espabilado que uno sea. Luego se vería quién engaña a quién.
-Si tan segura estás de conseguir algo, inténtalo. Por mí, encantado de cambiar el camión por un gimnasio. El piso de al lado está vacío y sería un buen local para ello.
-¡Qué bien! -exclamó Romualda entusiasmada- lo entretenidas que vamos a estar viendo a la gente que acuda al gimnasio...
-Ahora mismo voy a hablar con Elvira -dijo Teodora, dirigiéndose a la puerta.

Elvira acababa de volver de su entrevista con don César. Al escuchar la petición de Teodora, estalló de alegría en su interior. "El ratón ha caído en la ratonera sin necesidad de cebo" -pensó.
-Sin ningún problema, Teodora. Yo hablo ahora mismo con don César, que es gran amigo mío. Ya verás cómo él os da una solución rápida y satisfactoria. Perdona un momento.
Elvira tomó el móvil, llamó a don César, que aún permanecía en el banco.
-Hola, César. De lo de Baldo, ya tengo quien pulse el botón... -dijo enigmáticamente para Teodora- Sí, ya te dije que actuaría con rapidez... Mira ahora ha venido Teodora, la señora que nos hace la limpieza... Sí, seguro que ella lo hará... ¿A cambio?... Poca cosa. Ellos quisieran poner un gimnasio en el primero C, el piso que está sin vender, acondicionarlo y equiparlo con lo necesario... Sólo tienen el camión de Hércules, que es transportista... Bien, bien, yo se lo digo a Teodora y que suba a verte.
Cerró calmosamente el móvil mientras miraba a Teodora sardónicamente:
-Ya está arreglado. Mañana mismo podéis empezar a montar el gimnasio. El piso primero C queda para vosotros en usufructo, mientras tengáis el gimnasio. El equipamiento del mismo corre por cuenta de don César. A cambio, el camión sería para don César.
-Me parece bien -aceptó Teodora-. No sé cómo agradecértelo, Elvira.
-Bien, pues dentro de una hora volverá don César del banco. Deberás subir a su casa y firmar el contrato. Ah, y una cosa. Mañana, cuando vengas a hacer las faenas, recuérdame que te dé una ampolla de un desinfectante que me dio Hipólito para los que tenemos la cabina multiaseo. Sólo falta la de don Baldomero por purificar. Cuando vayas a hacer la limpieza a casa de don Baldomero, introduces el líquido de la ampolla por el orificio del depósito del agua para el lavado de dientes y afeitado. Pero de esto no digas nada a nadie y menos a don Baldomero, ya que es otro invento de Hipólito que aún no ha registrado y le quiere dar una sorpresa, cuando descubra ante el espejo la resplandeciente blancura de sus dientes.
-Ya sabes, Elvira, que yo soy una tumba viviente. Mañana por la mañana echaré ese líquido que me des por el agujerito del depósito. Muchas gracias, hija, por todo.

Pasada una hora, don César y Ferina volvieron, por separado, a sus respectivas casas.
Teodora, que espiaba tras los visillos, subió rápida a hablar con don César. La entrevista fue corta pero jugosa. Tiempo le faltó a ésta para informar a Silvia -que se la encontró en la escalera- sobre la próxima apertura del gimnasio.
Al escuchar la noticia, una idea, brilante como un relámpago, brotó en el cerebro de Silvia: asociarse con Hércules. Ella daría clases de aerobic y algo más...

En la portería, Baudelio rumia, sin descanso, el amargo pasto que el monitor de seguridad le sirve, ofreciéndole imágenes del flirteo entre don Baldomero e Hipólito. Es algo que le enloquece y llena de furor. Pero ¿por qué tanta inquina? Es una vieja historia -aunque muy viva- de su pasado. Hace cuarenta años, Baldomero y Baudelio estudiaban el bachillerato, en régimen de internado, en un colegio de la capital. Baldomero tenía dieciocho años, Baudelio diecisiete. Desde que se conocieron, seis años antes, surgió entre ellos un recíproco sentimiento afectuoso que fue creciendo como una ola. Concluido el bachillerato, sus vidas se separaron. Baldomero estudió económicas, Baudelio arte dramático. Baldomero, hábil para el negocio y la especulación, reunió pronto una gran fortuna, pero su vida sentimental fue un fracaso. Se casó con la neoyorquina, tuvo dos hijas, y se divorció rápido. Baudelio le había dejado un vacío en el alma que no sabía cómo llenar. A Baudelio le había ocurrido otro tanto. Él se dedicó al teatro, lo que sirvió de linimento a su espíritu, escocido y obsesionado con la ausencia de Baldomero. Pensaba que jamás se volverían a encontrar. Pero, casualmente, hace un mes, en una cafetería le pareció ver a Baldomero, muy cambiado, aunque conservando sus inconfundibles rasgos. Baldomero, por el contrario, no reconoció a Baudelio, tan distinto como estaba con la barba y la melena. Salió Baldomero de la cafetería, cogió el coche y se dirigió a Las Oropéndolas. Baudelio le siguió en el suyo.
En la puerta de la urbanización leyó una nota de la comunidad, ofreciendo un puesto de conserje. Baudelio solicitó el trabajo y, tras una entrevista con el administrador, se lo concedieron. El desasosiego que antes padecía fue ahora sustituido por un estado de ansiedad e incertidumbre que incluso le arrebataba el sueño. Pero, al menos, ahora estaba cerca de Baldomero, podría indagar sobre su vida y comprobar poco a poco si seguía sintiendo algo por él. Lo primero que descubrió fue que Baldomero no era feliz, a pesar de su riqueza. Le veía insatisfecho, como si estuviera esperando algo.
Con la movida de las brujas, Elvira ha colocado a Hipólito Centella ante don Baldomero como señuelo para sus perversos planes. Baudelio observa la complicidad que, de pronto, ha surgido entre Hipólito y Baldomero. No puede permitir que ese rival frustre su sueño. Por eso toma una terrible decisión: eliminar a Hipólito. ¿Cómo? Esta misma noche provocará una avería en el sistema de seguridad, alterando las conexiones eléctricas del equipo central que maneja en la portería. Poco antes de las doce, llamará a Hipólito para que lo arregle. Cuando Hipólito esté comprobando los circuitos, él levantará la palanca del diferencial, situado junto a su mesa y... ¡hasta luego, Centella!

Ya en su casa, Ferina irrumpe en el salón, alarmando a Lechúguez que sesteaba en el sillón, con la tele encendida.
-¿Qué te pasa, Ferina, que llegas tan alterada?
-Algo terrible, cariño. A Elvira la de los seguros y a mi jefe les han debido de drogar, porque mira qué han acordado entre ellos -dijo dándole la fotocopia del documento.
-¡Es tremendo, Ferina! -exclamó Lechúguez, leyéndolo- pero va a sernos de gran utilidad.
-No se te ocurrirá...
-Sí, Ferina, sí. Este papel es oro puro. Ya verás.
Y, acto seguido, tomó su móvil y llamó a don César.
-Buenas tardes, don César, soy su vecino Lechúguez. Le llamo para que me diga qué día de la próxima semana nombrará a Ferina, mi mujer, jefa de Contabilidad.
-¿Y eso, señor Lechúguez, es una broma?
-No es ninguna broma -respondió Lechúguez, muy digno-. Es una sangrante reivindicación, respaldada con un documento firmado por usted y por la señorita Elvira, un poquito comprometedor, ya me entiende usted...
Don César tragó saliva. Nunca le había caído bien ese chupatintas engreído de Lechúguez. ¿Y la mosquita muerta de su mujer? ¿Cómo esperar de ella semejante puñalada a traición? Pero él no perdía fácilmente los nervios. Su cerebro es de bronce. En el acto se hizo dueño de la situación. Fríamente le contestó:
-¡Ja,ja,ja! Señor Lechúguez, siempre he pensado que usted debía de tener un gran sentido del humor y ahora me lo está confirmando. Nada, hombre, el ascenso de Ferina a jefa de Contabilidad es una realidad desde el uno de septiembre, como podrá comprobar por la nómina de este mes, ¿qué le parece?
-Pues no sé qué decirle, don César... Siendo así... aquí no ha pasado nada. Ha sido un placer, don César.
-El placer ha sido mío, señor Lechúguez. Cuídese y cuide también a su señora, ¡je, je, je!
Inmediatamente don César llamó a Elvira y le puso al corriente de la faena de Ferina y la llamada de Lechúguez:
-Elvira, tienes que hacer algo definitivo y limpio. No hay que dejar ningún cabo suelto. A ver cómo arreglas lo de Lechúguez. Como comprenderás, lo del ascenso de Ferina sería una jaimitada. Tienen que desaparecer. Ya sabes...

En seguida, Elvira bajó a ver a Hipólito Centella.
-Hola, Hipólito, vengo a pedirte otro favor. Necesito que me prestes la cámara de fotos antiorgánica. Sí, ese invento nuevo que me dijiste hacía desaparecer toda materia orgánica. Me gustaría hacer una demostración en mi compañía, pues lo considero muy interesante. Tengo la seguridad de que te la pagarán muy bien.
-La verdad, Elvira, me has cogido en un momento en que no sé qué me está pasando -contestóle Hipólito-. Comprendo que no debería dejártela, pero, no sé por qué, no puedo negarme. Toma -dijo, cogiendo la cámara y dándosela-. Ya me da todo igual...
Elvira corrió, escaleras arriba, hacia el piso de don César. Le explicó el maravilloso invento de Hipólito, su poder aniquilador de materia orgánica. Era el remedio perfecto contra la insolencia de los Lechúguez. Mantuvo con don César una larga charla que se prolongó hasta las diez de la noche.

Luego que se marchó Elvira, don César llamó a Onofre, su vecino.
Onofre, físicamente obligado por los empujones de Silvia, salió de casa y entró en la de don César.
-¿Sabe usted una cosa, Onofre? -le espetó don César- En la vida todos tenemos un momento en que la fortuna pasa junto a nosotros y nos sonríe. Si somos sagaces, arriesgados y hacemos lo que nos pide, el triunfo será nuestro. Éste es su momento.
-Perdone, pero no entiendo nada. ¿De qué se trata?
-¿Cuánto gana usted, Onofre, actualmente, a las órdenes del señor Lechúguez? Perdone mi indiscreción. ¿1500 euros al mes?... Yo le pagaré un sueldo de 5000 euros, simplemente por ser mi secretario.
-¿Sólo por eso?
-Bueno... y por realizar un insignificante servicio.
-¿Como qué?
-¡Ja, ja! Es una cosa tan tonta la que deberá hacer que me da risa proponérsela. Usted suele visitar a la familia Lechúguez ¿verdad? Bien, pues esta misma noche, los llama y les dice que quisiera enseñarles algo que les va a interesar sobremanera. Luego va a su casa, portando una curiosa cámara fotográfica que yo le voy a dejar. Tan pronto como vea agrupada a la familia les dice que les va a enseñar una fantástica cámara, pero que, primero, les sacará la foto. Usted dispara. Ellos quedan momentáneamente desaparecidos y usted aprovecha para rescatar un documento que me pertenece, firmado por mí y por Elvira la agente de seguros. ¿Qué le parece?
Onofre, confuso y aterrado, se siente incapaz de reaccionar y contestar con sensatez.
-De acuerdo, de acuerdo... Ya pasaré a recoger la cámara cuando vaya a ver a los Lechúguez. Hasta luego.
-¡Ji, ji, ji! Ya sabía que usted es persona inteligente. Hasta luego, Onofre.

Una vez en su casa, Onofre, privado de voz y pálido como un muerto, trata de explicar a Silvia la descabellada propuesta de don César: 5ooo euros mensuales por rescatar un documento en casa de los Lechúguez, mientras éstos están momentáneamente desaparecidos a causa de la foto que deberá hacerles con una extraña cámara.
-No. Yo no puedo hacer eso -le dice a su mujer-. Mis principios éticos me lo prohiben.
Silvia reacciona violentamente. Procura no gritar para que don César no oiga la gresca. Pero sus ojos despiden chispas encendidas y su boca vomita culebras de azufre.
-¿Qué dices desgraciado? Te ofrecen la posibilidad de hacerte rico a cambio de nada y lo desprecias alegremente. ¿Estás loco? Ya era lo último que esperaba de tí. ¿Y dices que tus principios éticos te lo prohiben? No me hagas reir. Más bien tu cobardía, ¡calzonazos! Estoy harta de aguantar tus mojigaterías, tus ñoñeces y falta de resolución. No eres más que un pedazo de aburrimiento con ojos miopes que sólo te sirven para leer memeces, y unas manos torpes con las que garabateas las tonterías que pasan por tu cabeza. ¿Sabes lo que te digo? No quiero perder los años que me queden de vida como he perdido los que he pasado contigo hasta ahora. Aprende de Hércules Cejudo. Él va a abrir un gimnasio y precisa una monitora de aerobic. Me voy a ir con él para todo lo que quiera. Y ahora voy a decirle a don César que cuente conmigo para lo de Lechúguez...
-Por favor, Silvia, no lo hagas. Piensa, al menos, en tu hija Laura. Por mí no tengas cuidado. Siento no haber sabido hacerte feliz, pero te juro que siempre ha sido esa mi intención. Yo siempre te quise, te quiero y te querré, a pesar de que eres distinta a mí, de que tus gustos y aficiones no se parecen a los míos. Cuando yo te elegí por esposa, te quise tal como eras. Acepté tus diferencias. ¿Por qué tú no aceptas las mías? Por qué te resulta insufrible mi afición a los libros, a escribir... A tí te encanta ver en la tele toda clase de historias. Esas historias no podrías verlas si no hubiera alguien que le gusta y se molesta en escribirlas. Tú prefieres verlas, yo escribirlas. Nadie es igual a nadie, cada uno tiene sus vivencias, estudios, mentalidad... Somos distintos. ¿Qué le vamos a hacer? Como el grillo, yo soy feliz con mi grigrí. Tú, con el tuyo. ¿Por qué no respetamos el grigrí de cada uno y tratamos de comprendernos mutuamente? Pero, bueno, no te molestaré más. Me marcho.
Onofre, derrotado, cabizbajo, salió de casa y se dirigió hacia la calle. Eran más de las once de la noche.
Mientras, Laura, apareció en el salón, enfrentándose con su madre:
-¿Pero qué os pasa? ¿Estáis locos? ¿A dónde va papá?
-Ni lo sé, ni me importa. Espero que no vuelva. Es lo que tenía que haber hecho hace tiempo. Le ofrece don César la oportunidad de ganar un sueldo fantástico y lo rechaza el estúpido...
-Sí, mamá. He escuchado sus razones y lo entiendo. También entiendo tus quejas por su manera de ser. Pero lo que no entiendo es que no sepáis sobrellevar vuestras diferencias. Esa falta de entendimiento me produce un sentimiento de frustración tremendo y me lleva a pensar que el unirse en pareja es una estupidez, pues no es más que un espejismo, una trampa que hay que evitar a toda costa. Si vosotros no estáis unidos, yo tampoco quiero seguir aquí. Voy a marcharme también. No sé si a una ONG o en donde acabaré, pero aquí no puedo seguir viviendo.
Laura abrió la puerta y se marchó llorando con dirección a la calle.
En el momento en que Laura pasaba junto a la portería, Hipólito Centella -avisado por Baudelio- trataba de descubrir la avería, provocada por éste, comprobando las conexiones del equipo. Baudelio se disponía ya a levantar la mortífera palanca, cuando Hipólito -viendo pasar a Laura con lloroso y desconsolado semblante- se incorporó de improviso y salió a la puerta de la portería, gritando:
-¡Laura, Laura!
En aquel preciso instante, en el reloj de la torre de una vieja iglesia cercana, sonaban las doce de la noche...""

Y hasta aquí nos ha informado la prolija Voz de Agua merlinesa que -presa de un repentino ataque de sueño- se quedó traspuesta, roncando y balanceándose en la rama del árbol de los deseos.
Nosotros, sin pérdida de tiempo, nos hemos preparado para entrar en acción. Pero cuanto ocurrió después, os lo contaré en un nuevo mensaje. Adiós, amigos, hasta pronto. Toby."



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